Duque y Trump, y el hecho de que hubieran coincidido en sus presidencias, marcan una ruptura total con los elementos que durante los últimos años habían articulado la relación de Colombia y Estados Unidos. A la derecha, el nuevo embajador de Estados Unidos en Colombia, Philip S. Goldberg, quien se acreditó a comienzos de septiembre. | Foto: Getty images / AFP

POLÍTICA EXTERIOR

Duque regresa a Naciones Unidas

El mandatario colombiano, Iván Duque, viaja a Estados Unidos con el propósito de consolidar una gran alianza con su colega Donald Trump para combatir la guerrilla, el narcotráfico y el autoritarismo en Venezuela.

21 de septiembre de 2019

Las visitas de los presidentes colombianos a la Asamblea General de la ONU, en el otoño del hemisferio norte, son un rito trascendental para presentarle a la comunidad internacional las claves de la política exterior. Generalmente, los mandatarios entregan en la sede de Nueva York su visión sobre las relaciones entre el país y la comunidad de naciones. La próxima semana el presidente Iván Duque viajará a esa ciudad y, aunque lo hace con el propósito de atender compromisos multilaterales en la ONU, llevará mensajes claves para la Casa Blanca de Donald Trump.

La cita en septiembre es una rutina anual, pero en esta ocasión todo es diferente. Si bien conserva la costumbre de presentar en sociedad la posición diplomática del país, ahora hay elementos políticos que concentran la atención de los medios diplomáticos y periodísticos. A simple vista, la fotografía de Iván Duque y Donald Trump indica un giro frente a lo que significaron los años de Juan Manuel Santos y Barack Obama. En el último año y medio, con la llegada de ambos a la presidencia de sus países, se produjo un cambio ideológico notable. Santos y Obama, los dos premios Nobel de Paz, se jugaron por el proceso de negociación para superar el conflicto interno. Duque y Trump son escépticos y valoran la mano dura frente a la guerrilla.

La relación Duque-Trump se facilita por coincidencias políticas e ideológicas.

Curiosamente, Santos-Obama y Duque-Trump coincidieron en sus respectivas presidencias con posiciones que convergían con las de su contraparte. La relación Duque-Trump se facilita por coincidencias políticas e ideológicas, de la misma manera que fluyó la de Santos y Obama en el proceso de paz. No importa que haya momentos políticos diferentes en cada país, ni que la negociación entre los Gobiernos colombianos y la guerrilla de las Farc haya tenido rumbos tan diferentes bajo los mandatos de Santos y Duque. La aproximación ideológica de los Gobiernos determina, con otros factores, cómo el conflicto interno puede afectar la relación bilateral.

El otro tema es Venezuela. La triangulación en las relaciones entre Bogotá, Caracas y Washington no es un fenómeno nuevo. Siempre ha habido algún tipo de vaso comunicante. Pero en los últimos tiempos, esa realidad ha asumido nuevas dimensiones. Los Gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro aportaron a los diálogos del Gobierno de Juan Manuel Santos con las Farc. Probablemente, sin la presencia de Chávez, nunca habría sido posible dialogar en La Habana. Al presidente Duque le ha tocado enfrentar un escenario más complejo, en el que es evidente la cercanía entre el Gobierno de Cuba y la disidencia de las Farc. Si en la era de Santos los diálogos con la guerrilla aplacaban las relaciones bilaterales, en la de Duque las dificultades en el proceso de paz –agravadas por la disidencia de Iván Márquez– dificultan una relación diplomática bilateral como la que hubo en los últimos años.

Los desafíos no solo surgen de Bogotá y Caracas. La presencia de Donald Trump en la Casa Blanca implica una política exterior de mano dura que retoma elementos de la Guerra Fría y revive el discurso de los años sesenta, y por lo tanto contribuye a complicar las relaciones en la subregión. La semana pasada salió del Gobierno John Bolton, el consejero de Seguridad Nacional, quien dejó su cargo en medio de críticas a la política exterior de su jefe. Se cuidó, eso sí, de respaldar la posición crítica de Trump hacia el Gobierno de Caracas. Sin embargo, desde hace mucho tiempo –¿o acaso por primera vez?– no se veía un panorama de tanta tensión simultánea entre Caracas, Bogotá y La Habana. Ni siquiera en los años de la Guerra Fría, cuando la gran mayoría de los países de la región estaban alineados con Washington en la batalla anticomunista.

El contexto hemisférico tampoco favorece la cooperación. Hay divisiones profundas sobre los temas de mayor importancia y respecto a la manera de construir mecanismos de trabajo conjunto. Ninguna de las instituciones que han ejercido liderazgo en la época de la Guerra Fría tiene un nivel de actividad y credibilidad como en los años sesenta y setenta. Para tratar el tema de Venezuela, el lunes próximo está agendada una reunión del Tiar (Tratado Interamericano de Asistencia Mutua), un órgano asociado a la Guerra Fría y a la competencia contra la expansión comunista, y en desuso desde hace tiempo. Ya se perciben las dificultades para generar consensos y puntos de convergencia. Estados Unidos, Colombia, Canadá y Brasil mantienen su esperanza en ese instrumento, pero otros países –Uruguay, Panamá, Perú, Trinidad y Tobago– tienen posiciones críticas. El consenso pinta esquivo.

Y está, nuevamente, el poder destructivo del narcotráfico. Incluso entre Colombia y Estados Unidos –aliados naturales frente al tema– se han presentado rencillas y tensiones por manifestaciones duras del Gobierno Trump sobre la falta de cooperación de su colega Iván Duque en la lucha contra las drogas. Que se debilite el eje Bogotá-Washington en la política contra el narcotráfico pone en tela de juicio la cooperación multilateral en los grandes asuntos de la región.

El momento es complejo. El viernes presentó sus credenciales en Bogotá el nuevo embajador, Philip S. Goldberg, quien tuvo que esperar dos años para lograr que el senado de su país lo confirmara. No tiene una tarea fácil: debe coordinar posiciones sobre Venezuela, disminuir la exportación de cocaína a Estados Unidos –en un punto récord–, mantener el apoyo de su país al proceso de paz con las Farc a pesar de su desprestigio, y sostener tendencias positivas en el comercio y en la inversión. Demostrar, en una palabra, que a pesar de los problemas que vienen enfrentando, Bogotá y Washington pueden todavía ser grandes aliados en la región.