NACIÓN
Edith Dokú, la barranquillera con seis hijos en Japón
Tiene 80 años, 12 hijos, 32 nietos y 22 bisnietos. De todos ellos, 40 están radicados desde hace varios años en Japón. Puede ser la familia colombiana más grande en ese país.
Si hay alguien en Colombia que quedó atónita con el terremoto en Japón, esa fue Edith Dokú, una alegre barranquillera de 80 años que tiene seis de sus doce hijos radicados en Japón. “¡Imagínese cómo quedé! -dice-. Estaba un poco enferma y al día siguiente de salir de la clínica me llamaron como a las 5:00 de la mañana a decirme del terremoto. Uno piensa lo peor”.
Por fortuna, Jaime, Said, Javier, Yair y Yomaira están a salvo con sus hijos y parejas en la prefectura de Shizuoka, donde viven, pese al fuerte terremoto que los sacudió el pasado 11 de marzo. Otro de sus hijos, Octavio, manejaba un tractocamión cuando ocurrió el sismo: la fábrica en donde trabajaba, en la ciudad de Chiba, se cayó. A él no le pasó nada.
“Se asustaron mucho. Pero estaban preparados: tenían las maletas listas con agua, comida y los pasaportes”, cuenta doña Edith, quien espera el arribo de su nuera, esposa de Said, y sus nietos de dos y 11 años de edad, que llegaron a la medianoche de este martes en el avión de la Fuerza Aérea Colombiana (FAC) que los trajo desde Kyoto.
El miedo sobre los efectos de la radiación emitida por la planta nuclear en Fukushima, así como la contaminación del agua y algunos alimentos, motivaron a Said, de 40 años, a enviar a su familia a Colombia.
El plan, por ahora, es quedarse en Colombia. “Pero todo depende de cómo se ponga la situación. Los hijos míos me dicen que si se normaliza, se quedan. Pero si se complica, se vienen para acá. Me cuentan que al principio no hubo comida, pero ya están consiguiendo”.
Hija de un japonés enamorado
No es equivocado decir que esta barranquillera tiene más familia en Japón que en Colombia: en el país nipón viven 40 familiares, entre hijos y nietos, tal vez la familia colombiana más grande en esa isla. Y no es producto de la casualidad, sino de la facilidad que ella y sus hijos tienen para entrar y salir de Japón, país en donde nació el papá de Edith, Sokuzó Dokú, mejor conocido en Barranquilla como Augusto Duque.
Sokuzó, o Augusto, era peluquero y llegó a Colombia en los años 20, con una enfermedad en la piel, en busca de las aguas del municipio de Usiacurí (Atlántico), famosas por los beneficios médicos. Cierto o no, la historia sedujo a este japonés que se enamoró de este departamento y de una mujer, María Escorcia Soto, la mamá de Edith.
Se casaron en 1929. “Mi papá se vino para Barranquilla y puso una peluquería. Con mi mamá salieron de amores y se casaron. Para el matrimonio se bautizó y se puso el nombre de Augusto Duque”.
El cambio de nombre trajo consigo, prácticamente, la renuncia a su cultura. Nunca les enseñó a sus hijos el idioma japonés y tampoco volvió a visitar ni a escribirles a sus parientes en la isla. Se alejó tanto, que tras la muerte de sus padres, quienes tenían negocios en Hiroshima, Sokuzó “renunció a la herencia y a la parte que le correspondía”.
Edith hoy reflexiona y confiesa que fue un error de su padre no enseñarles el idioma ni acercarlos a sus tradiciones. “Conocí a mis abuelos y a la familia de mi papá por fotos”, cuenta.
Sin embargo, son sus hijos quienes hoy exploran y viven la cultura japonesa. Varias ofertas laborales, “para trabajar como obreros”, como dice esta abuela, llevaron a ocho de sus hijos hasta Japón. El primero en irse fue Octavio, hace 17 años, “y así fueron desfilando los demás. Dos ya se regresaron y quedan seis”.
Todos sus hijos están casados, pero ninguno con un ciudadano japonés. “Tengo un nietito que sí tiene una novia de allá”, dice Edith, quien asegura que casarse con un japonés es “algo complicado”.
Tres veces ha ido a Japón de visita, plan que le gusta aunque en ocasiones choque con su cultura costeña. “Allá es muy calmado, no hay bulla, es limpio y no hay basura por la calle. Mis hijos allá no pueden poner la música alta, usan la lavadora hasta las 8:00 de la noche para no hacerles ruido a los vecinos y a las parrandas hay que bajarles el volumen después de las 12:00 de la noche”.