NACIÓN

¿Y si el arte y la cultura fueran las claves de la reconciliación en Colombia?

Cada vez son más las iniciativas artísticas que le están apostando a la transformación en los territorios. Experiencias novedosas de la Colombia rural esperan más apoyo público y privado.

22 de junio de 2017
Desde hace más de diez años, en la Comuna 6 de Cali, Gustavo Gutiérrez dicta talleres de lectura y escritura a los niños y adolescentes de Petecuy, un barrio de invasión. | Foto: Juan Pablo Rueda/ El Tiempo

Nunca antes en la historia reciente de Colombia el arte y la cultura habían ocupado un lugar tan central en el desarrollo del país. En los últimos años, experiencias como la de las mujeres tejedoras de Mampuján –que plasmaron en tapices multicolores el dolor de la violencia que vivieron sus familias– han servido para demostrar cómo una actividad creativa puede contribuir a superar los traumas de la guerra y reconstruir los vínculos que unen a una comunidad.

Cada vez son más las iniciativas que le están apostando a la formación artística y cultural en los territorios. El arte, y especialmente la educación artística, fomentan el encuentro entre las comunidades, la libertad de expresión de las ideas y la sensibilidad. “El arte fortalece el arraigo, la identidad, la convivencia, y los lazos de unión de las comunidades que han sido rotos por el desplazamiento forzado y las otras estrategias de la guerra”, explica el investigador social Germán Rey.

El potencial del arte está reconocido en el acuerdo entre el gobierno y las Farc. Durante el proceso de paz se pactó fortalecer la política actual de atención y reparación a las víctimas a través de los planes de reparación colectiva. Estos planes contemplan una serie de medidas destinadas a reconstruir los tejidos sociales, culturales y económicos de las comunidades afectadas por el conflicto armado, y son básicamente el principal instrumento que tienen los territorios para sacar adelante experiencias artísticas y culturales.

Las iniciativas de formación artística en las áreas rurales del país parecen ser exitosas cuando se centran en rescatar los saberes tradicionales y conectar a quienes las practican con sus propias realidades. En otras palabras, no se trata de establecer una diferencia entre arte rural y urbano, sino en reconocer que estas poblaciones han encontrado históricamente en las expresiones artísticas formas de vivir, inclusive durante el conflicto.

Tal vez, uno de los mayores aprendizajes en este sentido proviene de la propia experiencia del Ministerio de Cultura. A pesar de que el presupuesto de esta cartera es uno de los más bajos para 2017 –representa únicamente el 0,1% del total– actualmente cuenta con al menos siete programas enfocados en promover y fortalecer la cultura en regiones golpeadas por el conflicto armado.

Guiomar Acevedo, directora de Artes de la entidad, explica que en el caso del trabajo que viene realizando la entidad en los Montes de María con escuelas de música comunitarias. “Poco a poco, con la recuperación de los encuentros musicales se recobró también el sentido de comunidad, la confianza en los vecinos y, sobre todo, la confianza en ellos mismos, el sentido de pertenencia y el capital cultural local”, afirma.

La cultura y las artes deberían darle un impulso a valorar el desarme y el fin de la guerra.

Ante esa falta de recursos provenientes del gobierno nacional, las iniciativas artísticas deben buscar alternativas para lograr la sostenibilidad. El caso del Tecnocentro Cultural Somos Pacífico del Distrito de Aguablanca, en Cali, –un proyecto comunitario que ofrece programas de formación artística y técnica con valores– da luces sobre un posible camino a seguir. El centro, que viene incidiendo en el autoreconocimiento de la población del sector desde 2013, funciona como una alianza público-privada en la que la Alcaldía de Cali aporta anualmente 70 % de los recursos para su funcionamiento, mientras que el resto proviene de empresas del sector privado. Al mismo tiempo, con los programas técnicos buscan brindarle oportunidades laborales a la comunidad.

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Para Alberto Abello Vives, director de la Biblioteca Luis Ángel Arango, a pesar de los esfuerzos que existen, todavía hacen falta políticas más agresivas que fomenten el papel de las artes en la transformación social. “La cultura y las artes deberían estar en este 2017 dándole impulso a la búsqueda de la paz, a la comprensión y aceptación de la diferencia, a la valoración del desarme, del fin de la guerra, de la reconciliación”, recalca.

El reto que tiene el país rural está en apostarle al arte y la cultura en un contexto de posconflicto, sin instrumentalizarlos ni sacrificar su esencia creativa. Hay que entender, como dice la antropóloga Bertha Quintero, que “la transformación que puede hacer el arte no es a corto sino a largo plazo, pero es una transformación profunda”.

Cuatro apuestas por la cultura

El mayor desafío de los gestores culturales en los territorios es darles continuidad a sus proyectos. La lucha por los recursos es constante.

1. El grupo de teatro Cuarto Creciente, del municipio de Turbo, Antioquia, trabaja desde 2001 con jóvenes a través de semilleros y talleres de artes escénicas. Esta iniciativa, que en 2014 fue nombrado Sala Concertada por el Ministerio de Cultura, fue pionera en reivindicar el valor de las artes escénicas en el Urabá antioqueño. Para su director, Francisco Montoya, lo más difícil ha sido tener los recursos para poder trabajar. “Es muy complicado combatir esa imagen de que lo artístico y lo cultural debe ser gratis”, opina. El año pasado debieron salir de la sede que tenían en las instalaciones de la Cruz Roja por falta de pago después de que la alcaldía les prometió recursos que nunca llegaron. “Hoy pagamos cuatro veces más que antes, y además tuvimos que correr con los gastos de acondicionamiento de un nuevo espacio (…) Esto es como volver a empezar, pero ahí estamos”, dice.

2. Desde hace más de diez años, en la Comuna 6 de Cali, Gustavo Gutiérrez dicta talleres de lectura y escritura a los niños y adolescentes de Petecuy, un barrio de invasión. “Hemos logrado que pierdan el miedo de salir a la esquina, de ir al parque. Y además, que sus padres entiendan que una forma de enfrentar el terror de pandillas y grupos delincuenciales son libros y la lectura”, enfatiza. Con Biblioghetto, como llama a su proyecto, ha buscado también regalarles libros para que los niños los lleven a sus casas y hagan 15 minutos diarios de lectura en voz alta en familia. “Al cabo de unos años, eso va a marcar la diferencia en el núcleo familiar”, pronostica.

3. La Red de Escuelas de Música de Medellín funciona desde hace veinte años y es política pública de la Alcaldía. Esta iniciativa es ejemplo de una apuesta del sector público por aliviar la desigualdad en el acceso a programas de formación cultural dentro de un contexto urbano. La Red está compuesta por 27 escuelas distribuidas en toda la ciudad en la que niños y adolescentes tienen la oportunidad de acercarse a la iniciación musical a través de tres líneas de formación: cuerdas sinfónicas, vientos y cuerdas tradicionales colombianas. Actualmente, funciona mediante un convenio interadministrativo creado entre la Alcaldía y la Universidad de Antioquia.

4. La Fundación Mi Sangre fue creada en 2006 por Juanes. Sus proyectos buscan integrar la formación artística con actividades que refuercen el autoreconocimiento y las habilidades sociales pacíficas de los jóvenes. “Hemos aprendido que solo un porcentaje pequeño de jóvenes recurre a la violencia o se vincula a los grupos armados por necesidades económicas. En realidad, hay factores que inciden mucho más como la falta de sentido de pertenencia a algo más grande que ellos, la falta de afecto o la falta de ambientes protectores”, explica Catalina Cock, presidente ejecutiva de la Fundación Mi Sangre.


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Ante la exclusión, la negación de oportunidades y la falta de perspectivas de un proyecto de vida, las vías rápidas son la violencia y la delincuencia, no tienen otra alternativa que lanzarse a la muerte.

¿Qué tan efectivo es el arte para combatir esto?

El arte no es la varita mágica que cura todos los males de la sociedad. Lo que el arte sí tiene es un gran poder de humanización y sensibilización. José Antonio Abreu, el gran creador del sistema de orquestas de Venezuela, dice que una de las formas más dramáticas de la pobreza –material y espiritual– es no darles acceso a las personas al arte.

¿Por qué en el posconflicto se habla del arte como un generador de oportunidades de reconciliación?

En un país como el nuestro, que ha sufrido tanta violencia, el arte tiene el poder de sensibilizar, de volvernos más creativos, más compasivos. Pero no se trata de actividades artísticas entre comillas, sino de poner realmente a la gente en contacto con las dimensiones más altas del arte. Si queremos transformar a través del arte, tenemos que hacerlo con un arte de gran calidad.

¿Cómo se debe abordar el arte en las zonas periféricas y las áreas rurales?

Tiene que haber una alianza muy grande entre el Ministerio de Cultura y el Ministerio de Educación para que los contenidos artísticos y culturales entren de una manera significativa en los currículos.

Por: Carolina Arteta
@carolinaarteta

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