POLÍTICA

Con tragedias y vicisitudes, así fue el gobierno de Belisario Betancur

Es increíble la cantidad de cosas que pasaron en el campo del llamado "orden público", de la paz y de la guerra, desde que el expresidente se posesionó en agosto de 1982 hasta que entregó el poder. SEMANA reproduce un balance que hizo en 1986 cuando Betancur terminó su mandato.

7 de diciembre de 2018
| Foto: SEMANA

Este viernes murió, a sus 95 años, el expresidente Belisario Betancur. SEMANA comparte un balance que hizo cuando terminó su gobiernó en agosto de 1986. Aunque el presidente fue uno de los defensores de la paz, paradójicamente, durante su mandato el país vivió las épocas más crudas del narcotráfico, el nacimiento de nuevas guerrillas, la tragedia de armero y la fatídica toma del Palacio de Justicia. 

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Para hacer el balance completo y objetivo de cualquier gobierno es necesario analizar un número muy considerable de variables. Se llevan a cabo transformaciones en los campos de educación, obras públicas, salud, comunicaciones, agricultura... que deben ser calibradas individualmente. Sin embargo, más allá de todos estos parámetros, los juicios históricos se basan en unos pocos hechos que alteran el curso por el que rutinariamente va una nación. En el caso de Belisario Betancur la trascendencia de su obra de gobierno tiene que ser medida en tres campos concretos: el proceso de paz, la política internacional y el manejo económico. SEMANA, aceptando las limitaciones en las que se incurre al juzgar un gobierno con una selección arbitraria de esta naturaleza, hace para sus lectores un análisis del gobierno de Belisario Betancur.

A primera vista, la acumulación de hechos sangrientos que copó las páginas de los periódicos durante la última semana del gobierno de Belisario Betancur constituyó un epílogo dramático para el proceso de paz puesto en marcha durante su gobierno: el estallido de una bomba en pleno centro de Bogotá, choques violentos entre el Ejército y el M-19 en Chaparral, atentado contra una patrulla de la Policía en Apartadó, dos extorsionistas del XIII Frente de las FARC muertos en el Huila, descubrimiento de un plan subversivo para la transmisión de mando del siete de agosto... Y un verdadero bombardeo de denuncias sobre el aumento de la "guerra sucia" de atentados, asesinatos y desapariciones, que una carta abierta firmada por docenas de intelectuales llamó "crecimiento desaforado de la violencia". En resumen, un remate de cuatrienio nada halagueño para un presidente que, como Belisario Betancur, hizo un llamado en su discurso de posesión para que "no se derrame una sola gota de sangre durante mi gobierno".

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La cronología 

Es increíble la cantidad de cosas que han pasado en el campo del llamado "orden público", de la paz y de la guerra, desde que Betancur pronunció esa frase en agosto de 1982 hasta este jueves en que entrega el gobierno en manos de su sucesor. Basta un breve repaso de los acontecimientos más notables ocurridos en estos cuatro años:

La amnistía primero, y luego el indulto. Una ley de amnistía en 1982 sobre el proyecto del socialista Gerardo Molina, —mucho más amplia que la amnistía con condiciones presentada por el presidente Turbay, y a la cual no se había acogido nadie— completada tres años más tarde con una ley de indulto. Tras la puesta en libertad de cientos de guerrilleros amnistiados, conversaciones directas con los grupos guerrilleros. Con las FARC y el ADO a través de la Comisión de Paz, y con el M-19 en entrevista personal del presidente Betancur en Madrid. Firma de los acuerdos de tregua y cese el fuego con las FARC, el ADO, el EPL, el M-19 en La Uribe Corinto, El Hobo, Medellín. En el último instante, los atentados: asesinato de Toledo Plata, emboscada a Carlos Pizarro. Protagonismo del ministro de Comunicaciones Bernardo Ramírez.

Dudas y reservas de las Fuerzas Armadas, reflejadas en el memorando interno del Ejército firmado por su entonces comandante Miguel Vega Uribe. Fricciones con el ministro de Defensa Fernando Landazábal y su destitución por el Presidente. Renuncia de Otto Morales a la presidencia de la Comisión de Paz, denunciando a los "enemigos agazapados de la paz dentro y fuera del gobierno" --sin duda una de las frases más célebres de todo el cuatrienio. Continuación de los secuestros, boleteos y vacunas por parte de los grupos que no firmaron los acuerdos de tregua (ELN, Ricardo Franco), y al parecer también por los que sí lo hicieron. Oscar William Calvo en las escalinatas del Capitolio reconociendo que el EPL mantenía secuestrados. Escaramuzas con distintos frentes de las FARC. Nombramiento del general Vega Uribe como "ministro de la paz". Batalla de ocho días con el M-19 fortificado en Yarumales. 

Prohibición del congreso de Los Robles. Denuncia de los "campamentos urbanos" y del "proselitismo armado". Atentado en Cali contra Antonio Navarro, del comando superior del M-19. Paro nacional del 20 de junio del 85, que el M-19 creyó "insurreccional", y ruptura de la tregua --que, en cambio, sería renovada con las FARC hasta septiembre del 86. Guerra abierta en el Valle con el M-19, ruptura de la tregua por el EPL, asesinato de su jefe Oscar William Calvo, creación de la Coordinadora Guerrillera, sangriento asalto a Siloé, frustrada "toma de Cali" por los guerrilleros, atentado contra el general Samudio, comandante del Ejército. Hecatombe del Palacio de Justicia, el 6 y 7 de noviembre, que aún provoca encendidas, polémicas y que, en opinión de algunos, sepultó bajo una montaña de cadáveres el proceso de paz de Betancur en un acto de ingratitud que definitivamente no merecía. Y de ahí en adelante, la continuación de la guerra con todos los grupos salvo las FARC y el pequeño ADO, matanzas del Ricardo Franco en Tacueyó, muerte frente al Ejército de los principales jefes del M-19. Y por el otro lado, creación de la Unión Patriótica por parte de las FARC, participación en elecciones y élección de once parlamentarios y docenas de concejales y diputados.

Entre tanto, por el lado político, el lento trámite de los proyectos de reforma en el Congreso que llevó a algunos grupos guerrilleros a afirmar que el sistema político estaba en contra del cambio. La aprobación de la elección de alcaldes para 1988, la reforma electoral, el estatuto de la televisión, la institucionalización de los partidos. Pero paralelamente, la falta de recursos para el Plan Nacional de Rehabilitación, que llevó al ministro de Gobierno a afirmar que los enemigos de la paz no estaban, como algunos imaginaban, en el Ministerio de Defensa, sino en el de Hacienda y en Planeación Nacional. El empantanamiento de la Reforma Agraria, y el entierro de pobre del diálogo nacional. Y al final del cuatrienio, docenas de muertos del lado de la guerrilla: Oscar William Calvo, Alvaro Fayad, Iván Marino Ospina, Boris. Atentado contra el ministro de Gobierno. Docenas de muertos del lado de la Policía y el Ejército. Un crecimiento incontrolable de la "guerra sucia" denunciada por el procurador en numerosas ocasiones, por el Comité de Derechos Humanos, por Amnistía, por columnistas de prensa. Y para el cierre de gobierno, un libro sobre la paz con fotos de palomas pintadas por los artistas en paredes y sitios públicos del país.

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Hace cuatro años 

A pesar de un balance a primera vista tan aterrador como el anterior, no es todavía evidente que el proceso de paz de Belisario Betancur haya fracasado totalmente. La situación de orden público es muy grave, pero los factores estructurales de la lucha contra el sistema han tenido una evolución más compleja que desfavorable: aunque los grupúsculos guerrilleros son más activos militarmente, el grueso de las fuerzas subversivas está en tregua. Por lo menos eso es lo que sugiere la situación actual del país, comparada con la que existía cuatro años atrás, cuando operaban en Colombia tres grupos guerrilleros principales: las FARC, que tenían 27 frentes armados en el país y contaban con un cierto respaldo en las zonas campesinas --respaldo que terminó reflejándose en la votación comunista de los recientes comicios. El M-19, cuya dirigencia máxima, con excepción de Bateman, estaba en la cárcel: Fayad, Toledo, Pizarro, Boris, Navarro (Iván Marino se había fugado de La Picota). Pero aun con sus cabecillas principales presos, este movimiento gozaba de amplia simpatía, no sólo en sectores populares sino en las capas medias. Y el EPL, que, tras los descalabros de principios de los 70, había logrado recuperarse, en especial en el norte de Antioquia (Urabá) y en Bolivar y Córdoba. El ELN estaba disperso, militarmente impotente y políticamente casi extinto.

En agosto de 1986 las FARC tienen 29 frentes en dos tercios del país, pero se hallan en tregua (rota por pequeñas escaramuzas con el Ejército) y en trance de convertirse paulatinamente en un movimiento político legal, la Unión Patriótica, el cual se ve, por otra parte, muy acosado por los diversos grupos paramilitares (MAS, Tiznados, Grillos, Menudos) que han surgido en estos cuatro años. El pie de fuerza de las FARC se puede calcular en unos cinco mil hombres bien armados. El M-19 (unos mil hombres), ha perdido a casi todos los principales jefes en enfrentamientos con el Ejército, antes o después de la ruptura de la tregua en junio del 85: Bateman (en accidente de avioneta, en abril del 83), y luego Toledo, Navarro (mutilado en un atentado), Iván Marino Ospina, Alvaro Fayad, Andrés Almarales, Luis Otero, Alfonso Jacquin, Gustavo Arias (Boris). El movimiento ha perdido casi por completo la simpatía popular, en especial a raíz de la toma del Palacio de Justicia y de su recurso a los atentados personales (el comandante del Ejército, el ministro de Gobierno), pero mantiene una presencia en algunos barrios marginales de Bogotá y Cali, y militarmente aún subsiste en el norte del Cauca y el sur del Valle, y algo en Antioquia. El EPL (300 ó 400 hombres) ha perdido a uno de sus principales dirigentes políticos (Oscar William Calvo), pero, rota la tregua, ha mantenido sus zonas de influencia militar. El ELN se ha reunificado y, gracias a sus millonarios boleteos a las compañías petroleras en Arauca, ha recuperado poder militar en ciertas regiones, aunque no debe pasar de 200 ó 300 hombres.

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En estos cuatro años han surgido algunas organizaciones guerrilleras nuevas, fraccionadas de grupos guerrilleros mayores: Comando Quintín Lame (¿150 hombres?), integrada por indigenas y que opera en el Cauca. Patria Libre (80-100 hombres), el PRT (otro tanto). Estas organizaciones, junto con el ELN, el EPL y el M-19, conforman la Coordinadora Nacional Guerrillera, de la cual formó parte también el Frente Ricardo Franco, que rompió con ella después de autoaniquilarse en las masacres de "infiltrados" en Tacueyó. Después de ejecutar a cerca de doscientos de sus propios militantes, al Ricardo Franco le deben quedar cuarenta o cincuenta guerrilleros. Todos estos grupos han tenido fricciones más o menos abiertas con las FARC, que en ciertos casos han llegado al enfrentamiento armado.

En medio de todo este confuso escenario, se podría decir, sin embargo, que cuantitativamente hablando, el hecho de que se haya conseguido mantener la tregua con las FARC, que representan cerca del 80 por ciento de la totalidad de los alzados en armas (así como con el pequeño ADO) constituye un argumento suficiente para afirmar que el proceso de paz está vigente. Los procesos de paz no pueden ser evaluados simplísticamente en términos de blanco o negro. Es cuestión de matices. Si algún objeto persiguen, es el de evitar una guerra civil. Aunque el panorama actual de Colombia es muy incierto, podría afirmarse que con las FARC en tregua, y el M-19 duramente golpeado, el país no está más cerca de una guerra civil hoy que hace algunos años, cuando se pensaba que la represión podía acabar con la guerrilla. Al respecto, el ministro de Gobierno Jaime Castro, quien al lado de John Agudelo, fue el hombre que más esfuerzos hizo para que este proceso llegara a feliz término, afirma en sus memorias: "Dadas las características y dinámica del enfrentamiento armado que vivimos, es válido afirmar que habríamos podido llegar a lo que los especialistas llaman "el punto de no retorno" que conduce a la guerra civil y a la desaparición del régimen constitucional".

Y en su carta de renuncia a la Comisión de Paz, John Agudelo Ríos recuerda que "gracias a la política de paz, vastas zonas del país como el Magdalena Medio, Caquetá, Meta, Arauca, etc... gozan ahora de tranquilidad después de que fueron, ellas sí, escenario de verdaderas guerras civiles (...) Los enfrentamientos armados sólo ocurren hoy en dos o tres departamentos, cuando hace un par de años se daban en casi todos, así como en la gran mayoría de las intendencias y comisarías".

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¿Y ahora qué? 

De todo lo anterior se deduce que Belisario Betancur pasará a la historia por haber intentado este complejo proceso de pacificación. Paradójicamente, el puesto que ocupe en ella no depende ya de él sino de su sucesor. Si durante el próximo gobierno el curso que Barco le dé al proceso de paz permite que se consolide la reintegración de las FARC a la vida civil, Betancur podrá llegar a ser uno de los grandes presidentes del siglo. Pero si se rompe la tregua con las FARC, y estas, fortalecidas, reinician la guerra,es probable que sea la propia historia la que juzgue a Betancur como el principal responsable.

En cualquiera de los dos casos, resulte o fracase, a Colombia le convino que se hubiera intentado un proceso de esta naturaleza. Si la paz se podía lograr a las buenas, como lo quiso hacer Belisario, muy bueno. Pero si esto es imposible, y defender las instituciones no tiene más alternativa que la fuerza, muy triste, pero era necesario que quedara demostrado.