Crónica
A Juan Diego Alvira se le desgarró el alma cuando la mamá de Paula Durán pudo por primera vez alzar a su nieto: “¡Se parece a mi Paula! ¡Es igualito! ¡Es divino!”. Así se vivió el conmovedor momento
Juan Diego Alvira viajó a Estados Unidos con los papás de Paula Durán, una mujer que lucha por su vida tras ser diagnosticada con un cáncer en el cerebro y cuya historia ha conmovido al país. Así fue el día más largo y soñado por esta familia.
Para Gloria Camargo, los días, las horas y los minutos nunca contaron tanto. Tras una visa rechazada y 40 días de clamor puro y duro, parece que por fin las largas noches y los días de zozobra le dan un corto respiro. Va rumbo a Estados Unidos acompañada de su exmarido, Éder Durán, a uno de los reencuentros más esperados, emocionantes y a la vez inciertos con su hija Paula, de 27 años.
La joven está en Concord, una ciudad de California ubicada a una hora de San Francisco, en Estados Unidos. Está postrada en una cama, irreconocible incluso para su propia mamá. Si usted todavía no cree que la vida le puede cambiar de la noche a la mañana, deténgase un segundo y lea esto: “Ella nunca había tenido síntomas graves de ninguna enfermedad. Era hermosa. Saludable. Ahora la desconozco. Verla en el estado actual me destroza el corazón. Dicen que fue un problema que se desató por la placenta”, cuenta Gloria, mientras me muestra unas fotos de Paula en las que luce bellísima.
Ningún médico supo explicar a ciencia cierta qué la pudo haber enfermado. La probabilidad de que una persona desarrolle en su vida este tipo de tumor en el cerebro es inferior al 1 %, según la Society of Clinical Oncology. Eso sí, Paula pasaba por la semana 34 de embarazo de Juan José, el tercero de sus hijos y el primer varón.
Un día, de un momento a otro, empezó a sentir unos dolores de cabeza insoportables que la paralizaban. Luego de que Sergio, el esposo de Paula, les rogara a los médicos que le practicaran un examen en la cabeza, vino la noticia que a todos les cayó como un baldado de agua fría.
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Tenía un tumor maligno de cuatro centímetros en el cerebro. Tras una junta médica determinaron sacar al bebé, un niño, por cesárea, y al día siguiente la operaron de la cabeza. Con tan mala suerte que no se le pudo extirpar todo el tumor para no causarle otro tipo de daño cerebral. El cáncer resultó ser muy agresivo, se expandió y llegó hasta el estómago. Tan desolador fue el panorama que los médicos le dieron a Paula un mes de vida.
Por eso, Gloria sabe muy bien que, dadas las circunstancias, el tiempo vale oro y hasta más. Es jueves 19 de enero. El reloj marca las 3:45 de la madrugada. Basta conocerla, estar a su lado solo unos cuantos minutos para darse uno cuenta de que es una huilense de 46 años con un optimismo invencible. Vamos hacia el aeropuerto El Dorado, de Bogotá, donde tomaremos un primer vuelo hacia Miami. Sabe que el día será largo. Pero ella misma lo dice: “Tengo la fe intacta”.
En el carro me suelta un par de frases que confirman la sabiduría popular: en tiempos difíciles, la mejor medicina puede llegar a ser el amor de una madre. “Yo estoy segura de que con nuestra presencia ella se va a sanar”, asegura Gloria con vehemencia. “Llevo amor recargado, la Biblia, mensajes de aliento y apoyo inagotable para el tratamiento médico que nos toque. Ahora más que nunca no podemos darnos por vencidos”, agrega.
Ni Gloria ni Éder habían usado alguna vez el pasaporte. Jamás habían salido del país. La aerolínea que donó los tiquetes les da un tratamiento preferencial. Como la historia de Paula desató un tsunami de apoyo de todos los colombianos, dentro y fuera del país, a cada rato mientras camina recibe mensajes de aliento de la gente. Por ejemplo, antes de entrar al avión, me conmovió ver cómo una niña se le acercó a Gloria y le entregó una imagen religiosa.
Ya sea que usted crea o no en el poder de la oración, ver escenas como esa llenan de una energía especial: “Que Dios la proteja. Que le dé fuerzas. Mis oraciones están con usted y su hija. Que el Misericordioso la sane”, le dice la niña. Veo que, al oír esas palabras, Gloria explota de felicidad. “Dios va a curar a mi hija. Y su ejemplo de sanación se va a esparcir hasta el último rincón del mundo”, afirma.
Por coincidencias de la vida, nos tocó a los tres sentarnos juntos en el avión. El vuelo dura tres horas y media. Empiezo a conocer a fondo a esta pareja de exesposos y padres de dos mujeres. Paula es la mayor y le sigue Jessica Alexandra, de 25 años. Las dos decidieron lanzarse a la peligrosa ruleta de atravesar por el “hueco” o paso ilegal por la frontera con México para llegar a Estados Unidos.
Paula lo hizo con su esposo Sergio, de 34 años, y sus dos hijas: Julieta, de 4 años, y Luciana, de 9. En cambio, la primera vez que Jessica lo intentó no tuvo otro remedio que entregarse a una patrulla fronteriza y la deportaron. En su segundo intento logró la azarosa hazaña.
“Nunca estuve de acuerdo con que se fueran para Estados Unidos de esa manera. Me daba muchísimo miedo. Pero ellas ya son grandes. Saben lo que hacen. Deben tomar sus propias decisiones. Pero separarme de las dos me dio muy duro. Nunca lo habíamos hecho”, dice Gloria. La última vez que vio a Paula fue hace nueve meses. A Éder, su exesposo y papá de Paula, toca sacarle las palabras. “Cuando lleguemos, esperemos que mi hija se cure”, asegura. Él es un comerciante de colchones en Rivera (Huila). “Le he hecho varias promesas a Diosito a ver si me salva a la muchacha”, afirma.
Nuestra primera parada fue en el filtro de migración de Miami. Tanto Gloria como Éder habían recibido asesoría de personas en Colombia sobre qué, por qué y cómo convencer a los agentes de migración sobre las razones por las que quieren entrar a su país con la promesa de no quedarse. Su visa les fue otorgada luego de que la historia de Paula se volviera viral en redes sociales. Sergio hizo un video clamando ayuda.
Finalmente, la Embajada de Estados Unidos se conmovió y les concedió una visa por tres meses. Pero con una anotación: Visiting terminally ill daughter (visitando a su hija con una enfermedad terminal). “El señor hablaba español. Nos preguntó de todo. ¿Que para dónde íbamos? ¿Cuánto tiempo íbamos a durar? ¿Por qué motivo? ¿En qué hotel nos íbamos a quedar? Nos dijo que no conocía Concord. Yo le dije que era en California. Dijo OK. Yo dije: ¿pero si él no sabe dónde es eso, para dónde vamos?”, relata Gloria y suelta una carcajada.
Como no hay un vuelo directo para llegar a San Francisco, nos tocó esperar siete horas para un vuelo doméstico. Fue necesario atravesar Estados Unidos, de extremo a extremo. Mejor dicho, cuando en la Florida eran las ocho de la noche, en California aún no anochecía. A la salida del aeropuerto hubo un primer momento sublime de gritos, lágrimas y fuertes abrazos. A los abuelos los esperaban sus dos nietas; Sergio, el yerno, y también una nube de periodistas que querían registrar el momento.
Para nuestra parada final todavía faltaba una hora en carro. “Estoy muy nerviosa. Tengo ansiedad. Dios mío, bendícenos”, dice Gloria en el carro mientras vamos hacia nuestro destino final.
Antes del anhelado reencuentro, Gloria parece dar cada paso en cámara lenta. Al abrirse la puerta de la habitación, donde estaba su hija, fue como un renacer, pero tal vez con una conexión más espiritual. “Yo le dije: hola, hija. Ella abrió los ojos y preguntó, ¿llegó mi mamá? Yo le dije: sí, hija, aquí estoy. Me dijo: bueno, ma. Ella me apretó las manos fuerte”, relata Gloria tras permanecer una hora encerrada en la habitación con Paula, con su monita, como la llama desde siempre.
Lo que a cualquiera le desgarra el alma es ver lo que pasó enseguida. Mientras Gloria dice que no ha podido ni siquiera alzar a su nieto Juan José, una vecina que lo tiene en brazos se lo pasa. Ser testigo de la magia de la vida es para mí todo un honor. Entonces la abuela lo alza y dice: “¡Se parece a mi Paula! ¡Es igualito! ¡Es divino!”.
Sin duda, por todas las paredes de ese apartamento estalla otro destello de ilusión y esperanza. Gloria asegura que espera hacer uso de las donaciones de los miles de colombianos en pro de otro tratamiento médico y lo invertirá en el futuro de sus nietos. Acompañar a los padres de Paula hasta aquí me hizo sentir parte de algo especial. No sabemos qué va a pasar con ella. Pero si un milagro se define como lo imposible volviéndose posible, entonces todavía vale la pena esperar y creer.