CRIMEN

El caso de abuso sexual infantil que se resolvió por un celular perdido

Un recolector de basuras se encontró un smartphone y se lo entregó a la Policía de Bogotá. Tras 4 meses de trabajo, los investigadores capturaron a su dueño, quien habría grabado el abuso al que sometía a su nieta de 6 años.

1 de junio de 2018

Un hombre dejó caer su celular en una calle de la localidad de Kennedy, al suroccidente de Bogotá, a finales de enero pasado. En ese instante, un recolector de basura del Distrito lo observaba. Cuando el hombre se fue, se acercó al celular, que resultó ser un smarthphone de baja gama, y lo guardó con la intención de quedárselo. Siguió en su jornada laboral como si nada. Con esa acción, estaba por empezar a cambiar la vida de una niña de 5 años que era abusada sexualmente por su abuelo.

El recolector terminó su turno y se fue tranquilo para su casa. Allá sacó el celular y notó que no tenía ninguna clave que le impidiera el acceso. Navegó entre los archivos que el aparato guardaba y encontró fotos y videos pornográficos. Eran muchos. Pero entre esos, uno lo impactó: el de una niña, acostada en una cama, que era abusada por un hombre al que apenas se le veían las manos y los brazos.

Ese video le cambió la decisión de quedarse con el celular. Lo llevó a la estación de Policía de Kennedy y se lo entregó al uniformado de guardia, quien llamó a la unidad de Infancia y Adolescencia de la Policía Metropolitana de Bogotá. Los investigadores de ese grupo lo recibieron y ahí comenzó la investigación. Para ese entonces, la única prueba que tenían era el video, donde se veía la niña, las manos de un hombre mayor, una cama, un armario y las paredes de una habitación- También tenían el nombre del recolector de basura, el único contacto humano con el caso, pero él desapareció.

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Los investigadores llevaron el celular al laboratorio forense de la Sijín y allí recuperaron todo el material que contenía, entre eso, mucho más material pornográfico, y más fotos de la niña. Le pidieron a la empresa operadora del servicio toda la información sobre la línea, y recibieron un listado de llamadas, de números celulares, y el nombre y el apellido de un hombre.

A priori, pudieron pensar que con esos datos resolverían el caso. Pero la persona que respondía a ese nombre resultó ser el primer dueño de la línea, que luego fue desactivada y reasignada a alguien más, un desconocido. El primer dueño no tenía nada que ver con el caso, las fechas de su uso de la línea no coincidían con los últimos registros telefónicos ni con los tiempos del video. El segundo propietario era el objetivo.

Tres investigadores de la la Unidad Básica de Investigación Criminal de Infancia y Adolescencia se pusieron a la tarea de rastrear los números con los que se había comunicado ese celular. Los ingresaron en Facebook y empezaron a encontrar perfiles. Además, tras analizar el lugar de origen de las llamadas, establecieron que la persona que buscaban se movía sobre todo en la localidad de Bosa.

Así avanzaron hasta que, luego de horas de rastreo, uno de los investigadores vio una foto de una mujer acompañada de una niña cuyos rasgos se le parecían a los de la pequeña del video. Le siguió la pista a ese perfil y encontró otra imagen de la niña vestida con un uniforme colegial. Sin embargo, al ampliar la foto, el escudo se pixelaba y no podían ver el nombre de la institución.

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Mientras hacían esas indagaciones, el recolector de basuras volvió a aparecer. No saben cómo lo hizo, pero consiguió el número de los investigadores y le agregó detalles a la historia. Dijo que sabía el nombre de quien había dejado caer el celular y se los dio.

Con el nombre fueron a la Registraduría y establecieron que estaba casado y tenía tres hijos mayores de 20 años. Los agentes, a la par, visitaron los colegios de Bosa y les mostraban la foto del uniforme de la niña, hasta que un estudiante les indicó a qué colegio correspondía.

Allá llegaron los agentes con los nombres de los hijos del supuesto abusador. Sin embargo, para evitar que el caso se desviara, nunca contaron que se trataba de una investigación por un delito sexual, sino por un supuesto maltrato físico. En efecto, el rector les informó que allí estudiaban tres nietas del sospechoso.

Los datos recogidos en el colegio los llevaron a la casa paterna de dos de las niñas, de 10 y 13 años. Con la misma fachada de la investigación por maltrato, un agente del CTI les hizo una entrevista que arrojó que no habían sido abusadas. Entonces fueron a la casa materna y encontraron a una niña de 6 años. La entrevista fue difícil. La pequeña era muy tímida y reservada, pero las estrategias de la sicóloga revelaron que había sido abusada por su abuelo.

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El hombre de 46 años lo había hecho varias veces y para garantizar su silencio, contó la pequeña, le dijo que era un juego, y que si le contaba a alguien más, Dios se pondría bravo con ella. La entrevista también reveló las secuelas del abuso: la niña era retraída y poco se relacionaba con otros niños. Desde entonces tiene apoyo sicosocial del Bienestar Familiar.

La Policía fue hasta la casa del abuelo, quien vivía con su esposa, una mujer en silla de ruedas. Establecieron que se dedicaba al rebusque y entraron a la habitación que, al ser cotejada con el escenario del abuso en el video, resultó ser la misma. El 23 de mayo, a las 6:30 de la mañana, lo capturaron. El sospechoso se defendió diciendo que, en ese video, le estaba aplicando una crema a la niña porque se había quemado.

En medio de las pesquisas, una de las hijas del hombre, ya cercana a los 30 años, contó que su papá intentó abusar de ella tiempo atrás. Los investigadores del caso cuentan que este tipo de abusos, al interior del hogar, son los más difíciles de detectar, porque implican traspasar la intimidad de las familias para develar los delitos. El último informe de Forensis, publicado esta semana por Medicina Legal, reveló que en 2017 hubo más de 20.000 exámenes médicos por presuntos abusos sexuales a menores.

En este caso, el contenido del celular fue la clave para que un juez decidiera enviar al sospechoso a prisión, mientras avanza el juicio. Uno de sus investigadores, impactado, aún se pregunta: ¿Qué habría pasado con la pequeña si su abuelo no deja caer ese celular?