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¿El Dorado o Galán?
Por qué es inconveniente cambiarle el nombre al Aeropuerto Internacional de Bogotá.
El cambio del nombre del aeropuerto El Dorado de Bogotá por el de Luis Carlos Galán parecía ser una decisión más de las que el país acata sin mayor debate. De hecho, desde agosto del año pasado, cuando el Congreso aprobó esa ley, pasó sin pena ni gloria. Sin embargo, todo cambió la semana pasada. Como en la fábula del vestido nuevo del emperador, muchos podían estar en contra del cambio de nombre, pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta por respeto a la memoria de Galán. No fue sino hasta cuando el periodista Daniel Samper Pizano, uno de los mejores amigos del líder asesinado, criticó el cambio de nombre en una discreta coletilla de su columna en El Tiempo, que se abrieron las compuertas para que se generara una reacción colectiva en contra de la iniciativa.
"Si a alguien he admirado en la política nacional ha sido a Luis Carlos Galán -escribió Samper-. Pero ni aún así me convence el trueque de nombre del aeropuerto bogotano, que evoca la famosa leyenda de El Dorado, por el suyo. Juro que Luis Carlos se habría opuesto a semejante tontería".
Esta luz verde de Samper acabó con el pudor y en cuestión de tres días varios columnistas de prensa y el editorial de El Tiempo lo secundaron, los gremios se refirieron al tema, la sociedad de mejoras públicas metió baza y el debate se prendió en las emisoras de radio de la mañana, donde casi todo el mundo consideró la idea descabellada.
No es la primera vez que ocurre en Colombia este tipo de episodios sobre cambio de nombres que ya están esculpidos en la psiquis del país. En 1991, cuando la Constitución rebautizó a Bogotá como Santafé de Bogotá, también se armó tremenda pelotera. Al punto que 10 años después, en 2000, en uno de los artículos de la Carta Política se volvió al nombre original.
Y tampoco es la primera vez que sucede con grandes aeropuertos del mundo. En 1998, en Estados Unidos se dio un intenso debate con el cambio del nombre del aeropuerto de Washington. Dejó de llamarse Washington National Airport para ser el Ronald Reagan Airport, como un tributo al presidente republicano que le había dado el tiro de gracia al comunismo, en momentos en que cumplía 87 años y estaba postrado por el alzhéimer. La garrotera en ese entonces se convirtió en un fuerte pulso político que mojó las primeras páginas de los periódicos. Se opusieron los demócratas que no entendían por qué se le iba a quitar el nombre del padre de la nación. Al final, en la Cámara de Representantes pasó por 240 votos contra 186 y el presidente Bill Clinton, que no había tomado partido, finalmente dio su visto bueno.
La idea de cambiarle el nombre al aeropuerto de Bogotá comenzó a fraguarse el año pasado cuando se creó un comité para honrar la memoria de Luis Carlos Galán, con motivo de los 20 años del asesinato del ex candidato liberal. El comité estaba conformado por dirigentes políticos como César Gaviria, Luis Eduardo Garzón y Germán Vargas Lleras, directivos de medios como Paulo Laserna y Carlos Julio Ardila, y de la academia como Joaquín Sánchez, de la Universidad Javeriana.
Se pusieron en marcha todo tipo de iniciativas para volver a poner de presente en el país las ideas del combate contra el narcotráfico y contra la corrupción, por las cuales Galán fue sacrificado y con el sugestivo nombre de 'Galán vive' se creó un sitio en Internet, se armó una exposición en el Museo Nacional, se publicó un libro, se emitió un documental, se hicieron varios foros, se montaron vallas y se le rindieron homenajes en varias ciudades del país. Hasta se saldaron deudas pendientes, como la de hacerle una escultura en el Congreso que había sido ordenada por ley desde 1989.
Para redondear el homenaje, cinco senadores, como voceros de cada uno de los grandes partidos, presentaron en el Congreso el hoy cuestionado proyecto de ley para rebautizar el aeropuerto con el nombre de Luis Carlos Galán. La carta fue firmada por Hernán Andrade, del Partido Conservador; Cecilia López, del Liberal; Parmenio Cuéllar, del Polo; Aurelio Irragorri, de la U, y Rodrigo Lara, de Cambio Radical.
Si se trataba de dejar el nombre de Galán en la memoria del país, sin duda llamar así al aeropuerto de la capital, la principal puerta de entrada a Colombia, cumplía con ese objetivo. A su favor citaban los ejemplos del de Nueva York que se llama John F. Kennedy o el de París, Charles de Gaulle.
Y la idea se puso en marcha. El proyecto de ley surtió el trámite sin tropiezos en el Congreso. El presidente Álvaro Uribe, incluso, le dio su espaldarazo. "Creo que hay que buscar puntos de referencia más profundos sobre la gran dimensión de Galán (...) Me parece que el aeropuerto de Bogotá debería llamarse aeropuerto Luis Carlos Galán", dijo el día del aniversario del magnicidio. El director de la Aerocivil, Fernando Sanclemente, no mostró desacuerdo alguno, ni el Ministerio de Hacienda dijo una sola palabra durante todo el trámite de la ley. El representante Simón Gaviria fue el encargado de darle el empujón en el debate final: "No hay mensaje más importante que podamos dar en este momento de alta polarización, que este Congreso haga un homenaje a alguien tan importante como Luis Carlos Galán y vote este proyecto de ley". La unanimidad fue tal que la Cámara lo aprobó con 116 votos a favor y solo 19 en contra.
Ni siquiera cuando se aprobó, la noticia tuvo mayor impacto. Entre otras, porque ese mismo día, el 25 de agosto, la plenaria de la Cámara tenía que resolver también el tema del año, que era la conciliación del referendo para la reelección, que entonces estaba agonizando. El gobierno, concentrado en el tercer periodo, no dijo nada en el Congreso y solamente tres meses después objetó la ley. Pero sus argumentos no convencieron a la Corte Constitucional que, en diciembre, le dio vía libre al cambio de nombre de El Dorado por el de Luis Carlos Galán.
Ese parecía ser el punto final de la historia. El cambio de nombre parecía ser un hecho cumplido. Tan cumplido, que a Julio Sánchez, los constructores del nuevo aeropuerto ya le habían regalado las letras metálicas de la fachada del aeropuerto y él pensaba ponerlas en Monserrate como el famoso signo de Hollywood en Los Ángeles.
Sin embargo, todos los anteriores episodios se dieron a puerta cerrada y las reservas que existían no fueron expresadas por respeto a la memoria del líder sacrificado. Nunca tuvo lugar un gran debate público, y por eso es que solo hasta la semana pasada el asunto se volvió tema nacional.
La oposición al cambio de nombre es casi unánime y las razones son de categorías diferentes. En primer lugar están las de tipo comercial. La Aeronáutica Civil considera que un nombre con la tradición de El Dorado tiene goodwill y eso le da un valor comercial que de cambiarse podría degenerar en perjuicios patrimoniales. En segundo lugar están las razones de orden técnico. En este caso se afirma que de darse el cambio de nombre se tendrían que modificar la totalidad de los manuales y las cartas de ruta de aproximación. Estos documentos son los que emplean los pilotos para hacer sus maniobras, por ejemplo, de acercamiento a un aeropuerto. Y los utilizan no solo los aviones que aterrizan en Bogotá, sino también los que sobrevuelan la ciudad. En tercer lugar se exponen argumentos económicos, como el costo que entrañaría el cambio del nombre en los convenios y acuerdos ya suscritos. Sin embargo, no precisa el valor en que se incurriría.
La semana pasada, los gremios del país compartieron estas objeciones y manifestaron sus reservas frente a la iniciativa. Juan Martín Caicedo, presidente de la Cámara Colombiana de la Infraestructura (CCI), lo calificó como "un error gravísimo desde el punto de vista estratégico, turístico, económico y de conocimiento en el mundo".
La verdad es que aunque todas esas objeciones pueden ser tenidas en cuenta, la razón de fondo para no cambiarle la denominación al aeropuerto es a la vez más sencilla y más convincente: la gran mayoría de la gente no quiere. 'El Dorado' es un nombre inmejorable. Es emblemático, agradable y sonoro y tiene una gran carga simbólica e histórica. La leyenda de El Dorado, para bien o para mal, está en el ADN del pueblo colombiano y cualquier persona en Europa o en Asia entiende su significado. Además es un término fácil de pronunciar en varios idiomas. Y no es que el país no quiera hacerle el homenaje a Galán, porque todo el mundo considera que cualquier medida que honre su memoria es más que merecida, es que como escribió Mauricio Pombo en su columna: "El Dorado, por genial, es inamovible".
La Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá va aún más allá y dice que El Dorado es ya patrimonio inmaterial de los bogotanos y como tal debe ser respetado, "un valor de similar significado al de los nombres de Monserrate y Guadalupe". La Sociedad recuerda que para elegir el nombre, hace 51 años, se hizo un debate público y se pasaron por el cedazo diferentes vocablos para identificar la obra más importante de la arquitectura moderna de entonces.
La familia Galán por su parte ha asumido una posición digna frente a esta polémica. Así como reconocen que se sintieron muy honrados con la aprobación de la ley, también dicen que acatan cualquier decisión a la que se llegue.
Por ahora la ley con el cambio de nombre está en firme. Pero mientras no se ponga en práctica, el aeropuerto se podrá seguir llamando El Dorado. Así ocurrió con el Palacio de Justicia, por ejemplo, al que una ley bautizó Alfonso Reyes Echandía, pero solo se aplicó años después de aprobada. Y hay casos también como el del famoso Puente Pumarejo en la afueras de Barranquilla, al que no le ha valido que la ley lo obligue a ser llamado Laureano Gómez.
Otra posibilidad para reversar la situación es presentar un nuevo proyecto de ley para devolverle a El Dorado su nombre, iniciativa que está contemplando el congresista Telésforo Pedraza. Pero como se ven las cosas, con ley o sin ley, lo más probable es que después de esta polémica se acabe imponiendo la costumbre.
El nombre de Luis Carlos Galán tiene un valor y un significado trascendental en la historia reciente del país y en la conciencia ética y política de los colombianos. Ponerlo a competir con el significativo y entrañable nombre de El Dorado es, en sí mismo, un error que no ha debido cometerse. De llegarse a alguna fórmula para corregirlo, lo ocurrido servirá para que la polémica quede clausurada y a nadie se le ocurra en un futuro cambiarle el nombre al Aeropuerto Internacional de Bogotá.