REPORTAJE
El elefante de Aracataca: la historia del ‘Chelo Castro’, el estadio de fútbol que completa dos mundiales sin poderse inaugurar
Sus obras comenzaron el día de la inauguración de Rusia 2018, y aunque debía estar terminado en abril de 2019, con un aforo para 3.000 espectadores, el avance de las obras está lejos de una posible inauguración, como la que paralizará al mundo en quince días, cuando el 2 de noviembre se inaugure Catar 2022.
Tras advertir hace más de medio siglo que Aracataca no tiene tigre, incluso después de que lo hubieran visto, a Gabriel García Márquez no le alcanzó la vida para ver en su pueblo una de las especies propias del país con mayor biodiversidad del mundo, que aunque nadie atina con su origen, se expandió como pandemia por toda Colombia, volviéndose parte habitual del paisaje y la fauna de la nación: los elefantes blancos. El del pueblo que inspiró a Macondo se llama José Chelo Castro, como el estadio de fútbol aparece registrado en Google maps como si ya hubiese sido inaugurado, o existiera algún interesado en dar con su ubicación.
Nació jurídicamente el 14 de junio de 2018 cuando se pusieron en marcha las obras civiles para su edificación, y que el alcalde Pedro Sánchez Rueda y la gobernadora Rosa Cotes prometieron ver terminadas en diez meses, en abril de 2019, así ya hubiesen abandonado sus cargos y otros fueran los mandatarios que salieran en la foto, dando el puntapié de honor en el juego inaugural.
El nuevo estadio Chelo Castro tendría una sola gradería con aforo de 3000 sillas para igual número de espectadores, con dos rampas de acceso para las personas en condición de discapacidad para quienes sería construidos 70 puestos en la primera grada. Seis postes metálicos, cada uno con 6 proyectores Metal Halide de A1500W-220, y un transformador único de 112Kva Trifásico.
La grama sería ciento por ciento sintética y con las disposiciones internacionales de la FIFA. La hierba natural había sido descartada, no sólo pensando en que pudiera aguarse la fiesta de inauguración del estadio del pueblo bananero donde llueve sin clemencia, sino porque mantener el césped hubiera sido un elefante blanco de mayor dimensión que el elefante de Aracataca que todavía está lejos de entrar en trabajo de parto.
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También tendría dos modernos camerinos, uno para atender al equipo visitante, dotado de una batería de baños para hombre y para mujer, siendo esto una auténtica novedad tan grande como el propio estadio Chelo Castro. La Sección 1, donde se había dispuesto el camerino de árbitros según el render, había prometido a todos los cataqueros un local comercial donde podrían comer y beber en el tercer tiempo de los partidos domingo a domingo.
Aunque Aracataca no tiene equipo de fútbol ni siquiera amateur, y no hay registros en la Dimayor de un jugador nacido en la tierra de Gabriel García Márquez, la Sección 2, la del Camerino local, tendría un área para oficina administrativas, una sala de comunicaciones, una sala de enfermería, y hasta un tanque de almacenamiento subterráneo y baterías de baños para hombre y mujer, en un pueblo que aún meses después de la pandemia de la covid-19 hay restaurantes donde no se cumple en el nuevo mandamiento de lavarse la manos antes de comer, porque de los grifos de los lavamanos dispuestos nos sale una gota de agua así se giren hasta más no poder.
Aquel 14 de junio de 2018, a 10.892 kilómetros de distancia y más de 20 horas de vuelo transatlántico desde el lugar donde el alcalde y la gobernadora ponían la primera piedra del estadio de fútbol de Aracataca, se inauguraba el mundial de fútbol de Rusia, en el estadio olímpico Luzhniki de Moscú, diseñado 63 años antes, en enero de 1955, cuando iniciaron lo que en Colombia se denominaría “estudios previos”, que en la capital de la entonces Unión Soviética apenas se extendieron 90 días hasta su aprobación, o adjudicación en colombiano.
Más allá de que el diseño hubiera dejado conformes e inconformes, su construcción se convirtió en una obra de todo el país. Constructores voluntarios llegaron desde todos los lugares del territorio nacional más grande del mundo, de tales dimensiones que es capaz de tener un pie en Europa mientras el otro y la mayor parte de su cuerpo la tienen en Asia.
Erigido en el tiempo récord de 450 días, el 30 de julio de 1956 fue inaugurado con un partido amistoso -nunca mejor dicho- entre la selección de la URSS y la de China, con diplomática diferencia de 1-0 a favor de lo locales, ante la mirada de 102.000 moscovitas deslumbrados.
El mismo día en que pareció empezar a hacerse realidad el sueño del estadio de fútbol de Aracataca, con el anuncio del alcalde y la gobernadora, la selección de Rusia se impuso 5-0 a la de Arabia Saudí en el partido inaugural del mundial de fútbol de hace cuatro años y medio, en el estadio Luzhniki ante 87.000 espectadores venidos de todo el mundo.
Casi cuatro años y medio después, el mundo entero está a punto de paralizarse -quién sabe si a excepción de Aracataca, en Magdalena-, cuando el lunes 20 de noviembre la anfitriona selección de Catar enfrente a la de Ecuador en el juego inaugural del primer mundial en la historia en disputarse en territorio árabe, y coincidiendo de forma exótica, también por primera vez y por cuestiones climáticas, con la temporada navideña o de fiestas de fin de año en la mayor parte del planeta. Se disputará en el estadio Al Bayt de la ciudad costera de Jor, y su construcción se remonta dos años antes del inició de las obras del estadio Chelo Castro, después de haber sido demolido el antiguo estadio Al Khor en septiembre de 2016.
Construido en forma de concha asimétrica al estilo de una tienda beduina, con capacidad de 60.000 asientos para los aficionados y 1000 adicionales para la prensa, abrió sus puertas al público el 11 de febrero de 2021, en un partido de la liga de fútbol local, tras una inversión de 670.000.000 millones de dólares y decenas de denuncias por presunta violación a los derechos humanos a la mano de obra, documentada por onegés internacionales. Más allá de lo imponente del escenario que rodea la grama de hierba natural donde se disputarán otros ocho partidos del mundial de Catar, el estadio dispone de estacionamiento para 6000 autos, 350 autobuses, y estaciones para los 150 autobuses privados y públicos, y 1000 taxis, incluidos los acuáticos, con conexión con el metro de Doha.
A pesar de la monumentalidad de la obra donde Ecuador vestirá del color de las mariposas amarillas del pueblo del nobel García Márquez, el estadio Al Khor se le quedó corto al de Aracataca, que a pesar de haber sido proyectado para instalar en su única tribuna sólo tres mil asientos, aún no ha podido ser inaugurado.
Desde el día en que el entonces alcalde de Aracataca y la gobernadora de Magdalena anunciaron la inversión de 6.907.674.074 de pesos para la construcción del escenario que prometía convertir al pueblo que inspiró a Macondo también en cantera de futbolistas como sus vecinos de Santa Marta, el aforo del estadio pareció haberse ampliado como el del Al Khor de Catar, al punto que fue imposible completarlo en los 10 meses previstos para ejecutar la obra.
En abril de 2019, cuando debería haber sido inaugurado con un partido de fútbol para la posteridad, como aquel fraternal duelo con que se inauguró el Luzhniki de Moscú, donde el actual alcalde Luis Emilio Correa y el actual gobernador Carlos Caicedo hubieran podido retratarse en el primer saque de honor de la historia del Chelo Castro, el contratista adujo “múltiples inconvenientes” para entregar la obra culminada en los 10 meses presupuestados para su ejecución, que el próximo 2023 cumplirá cinco años de retraso, tiempo en el que tres presidentes se han transferido las llaves de la Casa de Nariño de Bogotá (Juan Manuel Santos, Iván Duque y Gustavo Petro), y en el que cuatro directores técnicos (Pékerman, Queiroz, Reinaldo Rueda y Néstor Lorenzo) se han rotado el mando de la selección Colombia de fútbol.
Seis meses antes de cumplir su primer lustro, al menos en un render, las obras siguen detenidas en el tiempo, como si los obreros hubiesen ido a paro indefinido desde el momento en al equipo de fútbol nacional se le agotaron las posibilidades de clasificar al mundial de Catar.
Sin estadio y sin mundial
El sábado 6 de noviembre, dos días después de la visita del presidente Gustavo Petro a la escuela Gabriel García Márquez, a un kilómetro del aviso que da la bienvenida al pueblo, lo que iba a ser el local comercial para bebidas y comidas del estadio de fútbol de Aracataca no es más que una trocha sin destino, como las que atravesó el ‘Zipa’ Forero en su bicicleta en el lejano 1951 cuando ganó la primera Vuelta a Colombia, sobre todo después de 48 horas de lluvia yendo y viniendo como la que que cayó desde que aterrizó el presidente Petro.
Sólo dos hombres, vestidos de overol y sentados sobre sus cascos miraban las pantallas de un teléfono celular, guarecidos del diluvio debajo de la tribuna que desde abril de 2019 ha debido tener 3.000 sillas para albergar a igual número de caraqueros y foráneos, de los 37.400 habitantes del municipio, según el más reciente censo poblacional del DANE de 2018, mismo año en que iniciaron las obras del Chelo Castro.
Al entrar a la zona prometida de los modernos camerinos con baterías de baño para hombres y mujeres, toda una novedad para un pueblo húmedo y caudaloso, que a pesar de ser bañado por el río Aracataca, formado por el río Mamancanaca cuyas aguas las recibe del Duraimena y del río Piedras que nace en la Sierra Nevada y desemboca en el río Fundación, sus habitantes vienen confundiendo el inconfundible sabor insípido del agua potable desde la fundación de Aracataca, el 24 de junio de 1885.
Los dos obreros apenas levantaron la mirada cuando los enviados de SEMANA ingresaron al Chelo Castro con la intención de escampar bajo un techo de cemento, a cambio de no tomar fotografías, ni siquiera para el archivo personal.
El avance de la obra del estadio de fútbol más difícil de construir en el mundo, y que antes de noche buena completará dos mundiales sin haber sido inaugurado, pudo ser comprobado y documentado desde la puerta metálica con chapa de apariencia infranqueable, como la de una caja fuerte del Banco de la República. Ubicada detrás de una de las portería sin red de la cancha sintética, se abrió de par en par con un leve y despacioso empujón con la mano, con el fin de evitar que el sonido de las bisagras sin uso no distrajera de la pantalla de sus celulares al par de “rusos”, término que el diccionario de colombianismos del Instituto Caro y Cuervo admite para referirse a los obreros de la construcción.
En el tiempo en que los enviados de SEMANA pasaron revista al avance de las obras, desde el peldaño más alto de la escalera de emergencia de un taller automotriz, situado en la orilla de la carretera de Santa Marta a Fundación, con vista a la única tribuna todavía sin las 3.000 sillas, el tiempo se detuvo. Ni un solo palustre se levantó, ni una solo carretilla fue empujada, incluso cuando la lluvia había dado tregua por un cuarto de hora para tomar fotografías sin que el agua mojara la pólvora de los disparos de la cámara.
Es probable que si Colombia hubiese ganado el mundial de Rusia, o si hubiese clasificado al de Catar, las obras del estadio de fútbol de Aracataca ya se hubieran culminado, y su cancha sintética para evitar el costoso mantenimiento diario de una de hierba natural en uno de los pueblos más lluviosos y sedientos del país, ya estuviera albergando los partidos del equipo de fútbol amateur del pueblo, que ni siquiera se ha conformado. Los cataqueros, a quienes sus dirigentes les vendieron el Chelo Castro como la llegada del progreso al municipio, siguen a la espera de tener un local comercial para bebidas y comidas con estadio de fútbol, como escenario macondiano para sus partidas de dominó.
Las 3.000 sillas de la única tribuna del estadio de fútbol de Aracataca se hubieran visto llenas el pasado jueves 3 de noviembre, cuando el presidente que más ha citado las obras de García Márquez en la mayoría de sus discursos en casi 20 años de carrera política pisó las goteras del municipio, de no haber sido por la costumbre colombiana de entregar las obras tiempo después de lo pactado. En el pueblo que inspiró a Macondo ni siquiera se han terminado, y es probable que el Chelo Castro celebre su lustro sin que haya rodado una pelota de fútbol, ni que se haya instalado el primer grifo de los lavabos de los baños para hombres y mujeres.
En Aracataca, donde parece haber más hinchas del Junior de Barranquilla que del Unión Magdalena, a la luz de la cantidad de escudos del equipo tiburón en las calles del pueblo, y los epitafios de algunas tumbas del cementerio San José, el estadio de fútbol puede terminar por decorar el paisaje del municipio que, más allá de la casa donde se crio Gabo hasta los ocho años, ningún otro atractivo turístico ofrece más allá de la decena de estatuas, bustos, monumentos y murales dedicados al Nobel de literatura.
Hasta antes del día en que se inauguró el mundial de Rusia, el 14 de junio de 2014, en el estadio que los soviéticos se unieron para construir en el tiempo récord de 450 día, y que en principio bautizaron estadio Gran Lenin, lo más parecido a un elefante blanco en Aracataca podría ser el edificio de paredes crema del campus del Ceres, Centro Regional de Educación Superior de Aracataca. A diferencia del estadio de fútbol, la universidad sí llegó a ser inaugurada, pero adquirió características de mamut cuando debió cerrar sus puertas ante la poca demanda de cupos universitarios.
Son muchos los cataqueros que, enseñados a sobrevivir con cualquier moneda que llegue al pueblo desde niños, prefieren ganar dinero del comercio a invertir tiempo en una carrera. Los que sueñan alcanzar el éxito profesional optan por seguir los pasos de Gabo, que aunque obligado a dejar su terruño a los ocho años, probablemente no hubiera sido el novelista más citado en los discursos del presidente de la república que el pasado jueves hizo presencia por un par de horas en el municipio.
Gabriel García Márquez murió en Ciudad de México, el jueves santo de 2014, año del mundial de Brasil en que Colombia celebró su clasificación hasta cuartos de final, eliminada por el anfitrión Brasil y con el consuelo de tener un goleador de un mundial, James Rodríguez, que se alzó con el Nobel del Premio Puzcas al mejor gol del año en el mundo. El escritor no alcanzó a ver el elefante blanco que pasta en el potrero de el estadio de fútbol, aunque no hubiera dudado de su existencia, a diferencia de cuando puso en duda la aparición de un Tigre en Aracataca, cuando hacía más de un siglo habían dejado de rugir por las plantaciones verdes de la zona bananera del Magdalena.
El 1 de febrero de 1951, en una columna en el diario bogotano El Espectador titulada El Tigre de Aracataca, el cataquero más famoso profetizó con la suficiente ironía de no ser atendido que del pueblo que inspiró a Macondo no se acordarían sino cuando se lo comiera el Tigre. Los únicos rugidos de los que se ha tenido noticia han sido los del Tigre de Santa Marta, Falcao García, goleador histórico de la Selección, y el colombiano con más goles en Europa. El samario aún sigue vigente después de haber marcado su primer gol profesional, a los 13 años de edad, como si estuviera prolongando su carrera hasta inaugurar el estadio de fútbol José Chelo Castro de Aracataca, o jugar otro otro mundial de fútbol.