Literatura
“Leandro nunca se consideró un hombre marginado”: Sánchez Baute
El escritor Alonso Sánchez Baute, quien también es columnista de Semana.com, habla de su último libro ‘Leandro’, basado en la vida del juglar vallenato Leandro Díaz.
SEMANA: ¿Por qué contar la historia de un juglar vallenato?
A.S: La de Leandro es una historia conmovedora y cruda: nació ciego en una finca ubicada en la mitad de la nada, fue rechazado por sus padres al nacer, creció cayéndose sin que nadie lo levantara, espinándose con los cardones, hasta que se le presentó una epifanía a partir de la cual entendió que nada podía ser peor a la soledad infinita que ya había vivido.
SEMANA: Más de la mitad de la novela está dedicada a su niñez. ¿Por qué?
A.S: Él pasó muchísimo trabajo en su niñez, fue una niñez terrible la que padeció, una profunda soledad, porque la ceguera es también una soledad del alma y porque a ella se le sumó la ausencia paterna. Una niñez tan solitaria suele ser la cuota inicial de un artista, de un creador, porque ese niño tiene que crear su propio universo en la imaginación.
SEMANA: ¿Cómo salió adelante?
A.S: Leandro hizo de la pena y del dolor un escudo para sobrevivir. Tuvo la oportunidad, siendo niño, de reflexionar sobre su vida, saber quién quería ser y enfrentar con coraje todas las circunstancias adversas. Aunque suene fuerte, esto fue un gran privilegio porque aprendió a vivir sin expectativas, como los estoicos en la vieja Grecia, a responsabilizarse de su propia vida y a entender que, como dicen por ahí, “rico es el que menos necesita” (y no hablo sólo de dinero).
SEMANA: La novela lo retrata como un héroe...
A.S: Yo estoy aburrido de los antihéroes de la televisión: de los sicarios, los narcotraficantes, los paramilitares y los corruptos como protagonistas de nuestra historia nacional. Colombia es mucho más que esos personajes de odio y violencia. Merecemos conocer historias de superación. Leandro no fue un héroe de capa y superpoderes, como en los comics, pero lo fue.
A mucha gente se le dificulta crecer sin cortar con sus raíces. La mayoría no crece interiormente. Más bien vive una vida prestada. Con tal de no hacerse responsable de su propia vida se escuda en el grupo social, se preocupa más por encajar, por pertenecer, y termina traicionándose a sí mismo.
Para mantenerse sano mentalmente y ser coherente con lo que uno es, hay que tener cierto grado de desarraigo (ojalá mucho, para ser más libre). Fue esto lo que hizo de Leandro, como de Alejo Durán, un hombre íntegro, un héroe. Él sabía que se debía sólo a él y no se interesó por complacer a los demás, en especial al poder y a los políticos. Muchos que apreciaban sus canciones se burlaban de su ceguera, pero él estuvo por encima de ellos, como lo canta en El pregonero, y eso lo hizo grande. Mientras él ganó en respeto y admiración, el desprecio empequeñeció a quienes se le burlaban.
SEMANA: Como en ocasiones anteriores, usted vuelve a contar una historia de la marginalidad ¿por qué le gusta tanto?
AB: Parafraseando a León Tolstói, “Todas las personas felices se parecen unas a otras, pero cada persona infeliz lo es a su manera”. Me interesan los personajes marginados, derrotados, fracasados, con muchos matices, con contradicciones y que se puedan contar con las tripas, bien sea desde lo sexual, lo social, lo racial o lo político. La de Leandro es una historia literariamente rica, dramática y entrañable. Él nunca se consideró a sí mismo un marginado, y no lo fue, pero con frecuencia la discapacidad es vista desde la marginalidad.