CONFLICTO
El estremecedor relato de Vera Grabe como víctima de violencia sexual
La confundadora del M19 participó en el primer encuentro que convocó la Comisión de la Verdad sobre violencias sexuales en el marco del conflicto armado. La exguerrillera y excongresista contó sobre los vejámenes que sufrió cuando fue torturada en la temida Escuela de Caballería del Ejército.
Este miércoles más de 400 víctimas de violencias sexuales perpetradas en el conflicto armado se dieron cita en el Teatro Heredia, en Cartagena. La Comisión de la Verdad convocó a este estremecedor encuentro con el propósito de comprender e interiorizar los estragos que dejó la guerra desde esa perspectiva tabú.
“Las violencias sexuales durante el conflicto armado han sido invisibilizadas y silenciadas. A pesar de las denuncias e investigaciones promovidas por diferentes sectores, se presume que muchos casos se quedaron sin registrar, casos que no solo involucran a miles de mujeres , sino impactaron a lesbianas, gays, bixesuales, transgénero e intersexuales”, explicó el padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad al instalar el encuentro.
Durante toda la mañana se escucharon relatos escalofriantes. Algunas víctimas decidieron hacerlo protegiendo su rostro e identidad para evitar la estigmatización y los peligros que aún acechan en sus territorios. Otros decidieron romper el silencio y suscribir de viva voz o través de cartas su testimonio. Se escuchó, por ejemplo, a un líder gay que desde la tarima contó que cuando los paramilitares entraron a San Onofre, Sucre, “mi comunidad fue sometida a burlas y atrocidades. Se nos obligó a pelear en rines de boxeo como gallos de pelea hasta fallecer. Otros fueron violados”.
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Una mujer aseguró que guerrilleros de las Farc “Me abusaron hasta que se cansaron”. Otro hombre, a través de una carta que fue leída en el auditorio, contó que su hija se fue a la guerrilla siendo menor de edad, y que un día lo llamaron con la noticia de que “mi hija” había muerto en un combate. Contó que recuperó su cadáver y advirtió que la niña había sido herida en una pierna cuando cayó en poder del Ejército, y que al llevarla a la morgue del pueblo se enteró que en realidad había sido violada una y otra vez por sus adversarios hasta acabar con ella.
También apareció el relato de una humilde mujer que testificó que trabajaba vendiendo baratijas por la calle con su hija de once años, y que esta fue drogada, secuestrada y violada por un militar gringo y un contratista mexicano que laboraban en la base aérea de Melgar, en Cundinamarca, para el Plan Colombia. La mujer señaló que consecuencia de eso su hija ha tenido tres intentos de suicidio y que hasta ahora ha sido imposible que los responsables sean siquiera llamados a declarar “por la inmunidad de la que gozan”.
Marta Ruiz, integrante de la Comisión de la Verdad, señaló que el encuentro también recoge la memoria “de las mujeres rom, raizales y palenqueras que murieron y cuyos restos revelan el abuso sufrido”. Efectivamente, en su trabajo de campo la Comisión de la Verdad junto con la JEP, han podido documentar casos en los que los cadáveres evidencian la barbarie de la violencia sexual accionada como arma de guerra.
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Dentro de los relatos expuestos estuvo también el de Vera Grabe, la confundadora del M19, excongresita y quien aspiró a la vicepresidencia en las elecciones de 2002 en llave con Lucho Garzón. Grabe, hija de inmigrantes alemanes, militó en la guerrilla hasta 1990 cuando el eme firmó la paz. A través de una carta enviada a la Comisión de la Verdad rompió su silencio y contó que fue víctima del Estatuto de Seguridad en 1979, pues al ser detenida sufrió vejámenes y abusos sexuales.
Este es su relato detallado y con un admirable mensaje de paz:
«La racha no paró hasta octubre. El Turco Fayad, Micaela y yo fuimos los últimos detenidos del año 79. A Álvaro Fayad lo detuvieron por la mañana; a mí a las cinco y media de la tarde frente al Concejo de Bogotá, a una cuadra de mi apartamento. “Esa es, la mona. ¡Cojan a esa hijueputa!”. Eran cuatro civiles, me agarraron, me metieron en una camioneta blanca con el símbolo de la Cruz Roja, me esposaron, y arrancaron a toda velocidad, hacia un sitio que pensé eran los sótanos del DAS«.
«En ese momento dos cosas sentía con nitidez: que no tenía escapatoria, pero que no era el final, que en ésta no me quedaba. Creo que uno sabe cuál es su último día«.
«Me llevaron a donde iba a parar todo el mundo: a Usaquén, a las famosas caballerizas. Pensé en papá, en mamá. ¿Cómo reaccionarían? ¿Qué iban a pensar? Cuando salían las noticias sobre detenciones y denuncias de torturas en la prensa, siempre discutía con papá. Él me decía: Invento tuyo. ¡Cómo vas a decir que en Colombia se tortura! Eso pasa en Chile, en Argentina, en Brasil, pero acá no; lo dices por criticar al gobierno. Si vivimos en una democracia, cómo me vas a venir con eso. Pues sí, papá, es una democracia, pero la contradicción es que en el fondo no existe, es de mentiras«.
«La tortura pone en jaque la fe religiosa, la lealtad a los amigos, el amor a su pueblo, su convicción política. Cada caso es una denuncia«.
«Muchos ya habían dado su batalla, a otros les tocaría darla. Ésta era la mía, y sólo me tenía a mí misma. Y empieza el ritual: me vendan los ojos, me aprietan las esposas, y me quitan toda la ropa sin otro fin que romperme a punta de frío, cansancio, dolor y humillación. El interrogatorio es siempre lo mismo, se repite: Cómo se llama, qué hace, qué sabe, hable del M-19. Y ese nombre tan raro, ¿no será falso? Me agarran del pelo, y vienen otros a examinarlo. ¿Pero ese pelo sí es de verdad? No puede ser, mono y crespo, debe ser una peluca. Ni una gota de agua, ni un bocado de comida y nada de sueño. Durante los diez días que otorgaba el perverso Artículo 28 de la Constitución de 1886, que tenían para disponer del detenido... Diez días con diez noches. Todo está diseñado para debilitar el cuerpo, mediante el dolor, el hambre, la sed, el cansancio... Es inevitable que algo muy adentro me hace dudar del ser humano, difusamente«.
«En la noche de Halloween, llegan dos hombres con un espantoso tufo a trago y una enorme grabadora. “Bueno, acá vamos a tener nuestra propia noche de brujas”, dicen. Ponen música rock a todo volumen y empiezan. Me pellizcan los senos, me abren las piernas y me golpean los genitales con una toalla mojada. Hasta que se aburren... Y vuelven. Ya debe de ser mañana. Los mismos pellizcos, amenazan con violarme, me golpean el vientre, me tiran al piso y me meten un palo en la vagina. Sangro y tengo dolores en el vientre por mes y medio. Pienso mucho en María Etty, una compañera de diecisiete años de edad a quien violaron ocho tipos durante su detención. Una mujer violada es un ultraje para todas. Es la violación como arma de guerra. Sólo me mantiene una rabia muy grande. El cuerpo anda por un lado, todo desbaratado, y la mente por otro. Me da igual, ese cuerpo que ya no siento, no me pertenece. Lo pueden destrozar porque el corazón está intacto, y no lo pueden alcanzar jamás«
«En 1991, cuando el M-19 había dejado las armas y estaba en campaña para el Senado de la República, fui con Antonio Navarro de visita a una base militar. Ahí reconocí a un oficial que estuvo en los interrogatorios durante mi detención. No sé si él me vio, si se acordó. Pero con el corazón agitado me pude esculcar por dentro, para darme cuenta de que no había olvidado pero no sentía odio o rencor. La razón y el sentimiento que hacían que no sintiera odio, ni rencor, ni venganza era la convicción de saberme en paz».