JUSTICIA
La resurrección de Carlos Lehder
Ni siquiera su familia creyó la noticia de que le habían quitado los grilletes y estaba en Alemania. Pero es cierto: el más estrambótico de los capos recuperó la libertad a los 70 años. Pronto dará una rueda de prensa.
El martes pasado, Carlos Lehder le agregó otro episodio increíble a su vida de película: después de pasar 34 años confinado en prisiones de Estados Unidos y cuando se suponía que moriría tras los barrotes, recobró la libertad. El exsocio de Pablo Escobar, con 70 años y diagnóstico de cáncer, llegó a Frankfurt en un vuelo excepcional procedente de un aeropuerto de Nueva York. Las autoridades alemanas encargadas de auxiliar a nacionales presos en cárceles del mundo se ocuparon de transportarlo, le gestionaron un pasaporte temporal y lo ayudaron a instalarse. De acuerdo con la ley de ese país, los hijos de alemanes son alemanes donde quiera que nazcan. Lehder, el otrora temido capo colombiano, es ahora un hombre libre en el país de su padre.
La espectacular carrera criminal de Lehder empezó y terminó en Estados Unidos. Nació en Armenia, Quindío, en 1949. Su padre, un ingeniero alemán, y su madre, colombiana, se separaron cuando él tenía solo cuatro años. Vivió una niñez de internado en internado y a los 15 años, como muchos jóvenes de su generación, decidió viajar a Nueva York para probar suerte. Allá entró en contacto con el hampa. Su carácter díscolo, arrojado y ambicioso lo llevó a dirigir una banda que robaba carros.
Poco a poco extendió la operación a más ciudades de la costa este e incluso hasta Canadá. Hizo escuela en el bajo mundo, no sin pasar cortas estadías en prisión. Así tejió toda una empresa transnacional de venta de autos robados con la que amasó su primera fortuna. Luego incursionó en el narcotráfico y llegó a controlar la recepción de cargas de marihuana en Florida y su distribución en múltiples ciudades durante los años del apogeo de la yerba.
En 1973 lo capturaron y estuvo preso dos años en Connecticut. Antes de salir les aseguró a sus compañeros de celda que se disponía a construir una red de narcotráfico que haría llover droga en Estados Unidos. Y lo hizo. Lehder, aunque salió con una mano adelante y la otra atrás, tenían un gran plan en mente. Regresó a sus andanzas y juntó dinero para dar el salto estratégico en el negocio del narcotráfico: compró Cayo Norman, en Bahamas, por un millón de dólares. La isla tenía una pista para aviones pequeños, pero sobre todo estaba muy bien ubicada. En el esplendor el mar Caribe, en medio de complejos turísticos útiles para ocultarse y a solo 200 millas de las costas de Florida.
El ocaso de Lehder llegó después de una fiesta desenfrenada en la que Pablo Escobar ofreció licor y drogas en exceso.
El capo hizo del lugar su centro de operaciones. Allí llegaban sus cargamentos y los de otros narcos en embarcaciones clandestinas. Luego pasaban la droga a aviones vetustos que Lehder compraba y reparaba para usarlos como mulas aéreas. Lanzaban los alijos desde el aire a playas y puntos desérticos de Estados Unidos. Otros enlaces se encargaban de recoger la droga para introducirla en las ciudades y distribuirla.
Carlos Lehder fue un capo diferente. Era irreverente, políglota y trotamundos. Pero, como cualquier jefe de la mafia, también fue sanguinario y leal solo a sí mismo.
Lehder inventó las rutas invisibles, y entre 1978 y 1982 fue el amo y señor que hizo llover toneladas de droga sobre Estados Unidos. A la “isla de la fantasía” iban también a celebrar los “corones” los más temidos jefes de la mafia. En uno de esos bacanales, luego contar miles de dólares, Lehder les dijo a sus compinches: “Definitivamente mi Dios sí es muy injusto: nos dio toda la plata a nosotros”. En 1979, el Gobierno de Bahamas, presionado por la DEA, confiscó Cayo Norman. A pesar de un inmenso operativo sorpresa no pudieron capturarlo. Tenía un plan de fuga preconcebido.
El capo tuvo que esconderse un buen tiempo y luego se replegó hacia Colombia. Por esa época empezó a trabajar en llave con Pablo Escobar. Se convirtieron las principales cabezas del cartel de Medellín en su época más sanguinaria. Lehder empezó a dar a conocer sus rasgos excéntricos. Era un narco distinto. Le encantaba la pantalla y le daba igual hablar en español, inglés o alemán. Era admirador confeso de Hitler al mismo tiempo que de Los Beatles. Su pinta, así mismo, era un contrasentido: una mezcla entre hippie, estrella de rock y dandi.
Lehder y Escobar, echando mano del terrorismo y de la política, se opusieron al tratado de extradición entre Colombia y Estados Unidos. El primero creó el Movimiento Latino Nacional y el semanario Quindío Libre, que distribuyó en todo el país. Lehder, además, echaba discursos en plaza pública contra el imperialismo gringo. El punto de quiebre llegó cuando el cartel de Medellín asesinó al ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, el 30 de abril de 1984. El Gobierno de Belisario Betancur desató una dura persecución contra los capos y estos se internaron en la clandestinidad. Lehder de cuando en cuando daba entrevistas desde sus refugios y en una de estas, emitida en televisión, aseguró que “la cocaína es la bomba atómica de América Latina contra Estados Unidos”.
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El ocaso de Lehder llegó después de una fiesta desenfrenada en la que Pablo Escobar ofreció licor y drogas en exceso. Lehder, consumidor habitual de cocaína y marihuana, decidió irse a una habitación con una prostituta y se molestó cuando un lugarteniente del anfitrión le tocó la puerta para pedirle coca. Al día siguiente, sin mediar palabra, Lehder salió de la habitación buscó al sujeto y allí mismo lo baleó. “Ese muchacho cometió un error porque Lehder era un patrón”, explicó después el tristemente célebre Popeye, el jefe de matones de Escobar.
El abogado Óscar Arroyave con uno de los cuadros que pintó Carlos Lehder en prisión. El defensor logró poner en libertad al ex capo.
El episodio le hizo ver a Escobar que su aliado definitivamente era un loco peligroso y que entregarlo le permitiría quitarse presión de encima. El capo de capos le dijo a Lehder que se escondiera en una finca en Guarne, Antioquia, donde estaría seguro. Y después movió hilos al más alto nivel. A la finca llegaron las autoridades aparentando un hallazgo casual. “¡Dios mío, nos cayó la Virgen del cielo!”, dijo el mayor de la Policía que concretó la captura. En realidad todo había sido obra de Escobar. En cuestión de horas, Carlos Lehder estaba encadenado en una prisión de máxima seguridad de Nueva York.
Lo condenaron a cadena perpetua más 136 años. Pero luego le prometieron que si ayudaba a atrapar al dictador militar Manuel Antonio Noriega, presidente de Panamá y socio del cartel, le cambiarían su sentencia. Le aseguraron que tendría menos de 30 años de cárcel y que bajo ninguna circunstancia tendría un castigo superior al de Noriega. No le cumplieron ninguna de las dos cosas.
Lehder efectivamente aportó información y testificó contra Noriega. Su colaboración le permitió salir de una celda en condiciones infrahumanas al programa de protección de testigos. Lo trasladaron a una cárcel con algo más de espacio, pero sin posibilidad de comunicación. Mónica Lehder, su hija en Colombia, solo pudo visitarlo unos pocos minutos en tres ocasiones durante los 34 años que estuvo en prisión.
Hace un tiempo le detectaron un cáncer, pero solo un chequeo médico podrá establecer su condición.
“Yo no fui su defensor cuando él colaboró en el caso Noriega, no le habría permitido hacer ese acuerdo sin que todo quedara por escrito”, dice desde Miami Óscar Arroyave, el abogado que logró hacer que esta semana finalmente Lehder, con 70 años, lograra salir rumbo Alemania. Este jurista intentó todos los recursos posibles para lograr la libertad. El propio Lehder, hace cinco años, le escribió una carta al entonces presidente Juan Manuel Santos para pedirle hablar con el Departamento de Estado para que le permitieran ir a morir en Colombia. “El Gobierno colombiano nunca hizo nada, fue gracias a los alemanes que esto se logró”, dice Arroyave.
El abogado de Lehder asegura que este se mantuvo en muy buena forma en prisión. Jugaba ajedrez intensamente, se ejercitaba, leía y pintaba. En realidad ni el propio Lehder tiene claro su estado de salud actual. Hace un tiempo le detectaron un cáncer, pero solo un chequeo médico podrá establecer su condición. Sin embargo, ese diagnóstico fue crucial para que prosperara su libertad por razones humanitarias.
En prisión, Carlos Lehder se dedicó al ajedrez, a la lectura y a pintar. Este es uno de sus cuadros, que ahora adorna la oficina del abogado Óscar Arroyave, quien le ayudó a recobrar la libertad cuando todos creían que nunca saldría.
A través de su abogado, el excapo dice que cuando la pandemia baje y se restablezcan los vuelos comerciales ofrecerá una rueda de prensa desde Alemania. Arroyave dice que ha hablado con él un par de veces desde que quedó libre y que luego de tres décadas de encierro su mayor sorpresa es ver que la tecnología y los computadores controlan el mundo.