El fenómeno Uribe

Se dispara la popularidad de Alvaro Uribe Vélez. ¿Será viable su candidatura de derecha en un país que históricamente vota por el centro?

8 de enero de 2001

Alvaro Uribe está de moda. A pesar de que la campaña a la Presidencia de la República no ha comenzado oficialmente, hoy por hoy es el único candidato que genera entusiasmo. Horacio Serpa está sólido y Noemí Sanín ausente. Pero ninguno de los dos despierta apasionamientos. Uribe Vélez sí. Cuando habla entre ganaderos hay ovación. Cuando habla entre empresarios hay admiración. Cuando habla entre estudiantes hay ilusión. Su popularidad obedece a que encarna la autoridad en un país donde ésta no se siente. Concretamente, lo asocian con mano dura.

Con la falta de liderazgo que se atribuye al gobierno, con la inseguridad rampante, con el secuestro disparado y con el escalamiento de la guerra llegando a las ciudades, los colombianos quieren un hombre con pantalones. Y Uribe Vélez, que tiene pinta de pantalón corto y cara de adolescente imberbe, tiene la imagen de tenerlos muy bien puestos.

El ascenso como espuma de la popularidad de Uribe Vélez obedece, no tanto a su figuración —que no es mucha— sino a la coyuntura política del momento. El péndulo ideológico ha ido girando gradualmente hacia la derecha. Lo que hace pocos años era un fenómeno de clubes sociales y de una cofradía de insignes columnistas, como Plinio Apuleyo Mendoza y Carlos Lemos Simmonds, se ha convertido en el sentimiento de un sector cada vez más importante de la opinión. A tal punto que columnistas como D’Artagnan, que no ven con buenos ojos su candidatura, han comenzado a ventilar con preocupación este fenómeno. Para el leído espadachín de El Tiempo Uribe Vélez representa “una derecha desafiante y con perspectivas electorales”.

Y no es casualidad que la disparada del político paisa se dé cuando varios sectores de la sociedad piden, como nunca antes, medidas más drásticas contra la escalofriante ola de violencia que vive el país. Empezando por el propio presidente Pastrana, quien manifestó el jueves pasado en la ceremonia de graduación de cadetes de la Armada que promoverá la cadena perpetua, normas especiales contra el terrorismo y zonas especiales de orden público. Pocos días antes el diario El Tiempo había editorializado pidiendo una consulta popular “para dotar al Estado de las armas legales que requiere para defender a la sociedad”. A este coro de indignación frente a los violentos se ha sumado también el general Tapias, quien pidió decretar el estado de conmoción interior y expresó en tono enérgico: “La gente al ver que el Estado no soluciona sus problemas recurre a vías extremas y eso es lo que está sucediendo. Hace dos años los paramilitares eran 4.000, hoy son 8.000. ¿Cuántos serán en dos años? ¿12.000? Va a existir una polarización, casi una guerra civil. Es que estamos ad portas de eso”.

Este endurecimiento de la opinión ha sido proporcional a la creciente popularidad de Uribe Vélez, la cual se ha visto refrendada claramente en las encuestas. Según la última consulta de Anif-Gallup-Porvenir, realizada la semana pasada entre más de 1.000 personas de todo el país, Uribe Vélez triplicó su número de seguidores (de 5 a 17 por ciento) en los últimos cuatro meses. Otra encuesta reciente (de finales de noviembre), esta contratada por el Partido Liberal, no es tan avallasadora pero mantiene la tendencia: salta de 4 a 9 por ciento. Y si las encuestas se hacen en recinto cerrado, sobre todo en el ámbito empresarial, las cifras son aún más sorprendentes: en una encuesta realizada entre 500 gerentes sobre sus preferencias a la hora de votar para presidente, Alvaro Uribe ocupó el primer lugar con 50 por ciento, Noemí el segundo con 22 por ciento y Serpa el tercero con el 7 por ciento.

Todo esto se ve muy bonito, y hasta se podría pensar que llegó la hora de Alvaro Uribe. Sin embargo la tradición política colombiana y los propios resultados electorales hacen pensar que la cosa no es tan fácil. El nicho de la mano dura, a pesar del fervor que despierta entre sus crecientes seguidores, nunca ha alcanzado a conquistar la mitad del electorado que se requiere para llegar a la Presidencia. Por eso una pregunta que se hacen muchos colombianos es si Alvaro Uribe constituye una frágil burbuja electoral cuya ola de fans bajará una vez mejoren las condiciones de orden público. O si más bien este joven paisa de 48 años encarna un proyecto político de derecha serio y perdurable con posibilidades de acceder al poder.

Para empezar, la historia no lo favorece. En Colombia a la derecha nunca le ha ido muy bien en su fogueo de las urnas. Alvaro Gómez Hurtado, por ejemplo, a pesar de su enigmático carisma, no pudo ser presidente porque muchos sectores veían en su candidatura el fantasma de la derecha. Lo mismo, pero a mucho mayor escala, ha sucedido con las aspiraciones políticas de los militares: el general Alvaro Valencia Tovar no logró más de 100.000 votos cuando se lanzó a la Presidencia y el general Bedoya sufrió un auténtico harakiri electoral en el mismo intento por coronar el primer cargo de la Nación. Estas últimas derrotas electorales, casi humillantes, fueron explicadas por una supuesta vocación centrista del electorado, que si bien se entusiasma con los extremos durante las campañas, en el momento de depositar su voto vuelven invariablemente al centro en una especie de acto de autocontrol ciudadano. Pero este fenómeno no se circunscribe a la derecha. Basta con ver, del otro lado del abanico ideológico, el estrepitoso fracaso electoral del Partido Comunista que hasta tuvieron que suspenderle la personería jurídica porque no logró los 50.000 votos requeridos para sobrevivir como movimiento político. A la hora de elegir los colombianos se han acostumbrado a huirle a los extremismos políticos.



El incomprendido

Si eso es así, ¿por qué esperar algo diferente en el caso de Uribe Vélez? En otras palabras, el gran interrogante no es si Uribe Vélez es bueno sino si Uribe Vélez es viable. Y a esta pregunta la respuesta no es fácil por dos razones: en primer lugar, porque Alvaro Uribe es un fenómeno político mucho más complejo que la simple encarnación de la mano dura que hasta ahora es su bandera. Y, en segundo lugar, porque Colombia nunca había estado tan cerca del abismo como se siente hoy. Y la combinación de estos dos factores hace que no se le pueda dar un entierro prematuro al movimiento de derecha que está surgiendo con él a la cabeza.

Para entender bien que Alvaro Uribe es un fenómeno complejo es necesario diferenciar lo que hoy percibe la opinión de él y lo que él es en realidad. Para la mayoría de los colombianos él no es más que un político de derecha y el símbolo de la mano dura. Este concepto es positivo si se asocia con autoridad o negativo si se asocia con paramilitarismo. Y Uribe Vélez no se ha escapado de esto último. En los sectores de izquierda lo consideran el brazo político de Carlos Castaño. Esta percepción es simplista e inexacta. Lo que sí se conocen son sus propuestas para combatir la inseguridad y en esta materia la fronteras entre éstas y el paramilitarismo para muchos no es totalmente clara. Su karma en este sentido han sido las Convivir. Esta es una palabra que pocos entienden pero sobre la cual todo el mundo tiene una opinión radical en favor o en contra. Uribe Vélez y sus seguidores creen que éstas no son más que grupos de seguridad privada que apoyan a la fuerza pública. Sus detractores creen, no obstante, que cada vez que hay un grupo de colombianos armados para protegerse éstos terminan, inexorablemente, degenerando en grupos de autodefensa. En otras palabras, acaban aplicando la estrategia según la cual la mejor defensa es el ataque.

Sin embargo las preocupaciones de Alvaro Uribe van mucho más allá del orden público. De su pasado izquierdista le quedan su obsesión por la educación y la salud, a las cuales les aplicó fórmulas que fueron exitosas en su departamento: en este frente, por ejemplo, creó 103.000 cupos escolares en sus tres años de gobierno cuando en 10 años sólo se habían creado cerca de 60.000. Y en materia de obras públicas no se le queda corto a Enrique Peñalosa. Es un buldózer comparable al alcalde bogotano: construyó 500 kilómetros de vías cuando en la historia del departamento se habían hecho 305 kilómetros. Ahora está promoviendo la idea de un Estado comunitario, que nadie ha logrado entender, para que los recursos le lleguen a la gente que los necesita.

Claro está que se enfrenta a un singular problema. A sus seguidores lo que les gusta son sus planteamientos sobre el orden público y la guerra. Y a él lo que le gusta es exponer sus teorías sobre el papel del Estado, las cuales no despiertan mayores aplausos.



Desatanizar la derecha

Pero más que sus propuestas su fenómeno es producto de la difícil situación que atraviesa el país. Por primera vez en la historia se conjugan una profunda recesión económica con un conflicto armado que ha desbordado todos los límites imaginables. Y a esto se suma la sensación cada vez más generalizada de que se le está entregando el país a la guerrilla. Y Alvaro Uribe, cuyo discurso interpreta muy bien a esas franjas que critican el entreguismo del gobierno, no sólo promete ir en ascenso sino que se está convirtiendo en otro líder de la oposición. No en el hombre de la oposición política, donde Horacio Serpa está bien posicionado, sino en el de la oposición civil, de la resistencia ciudadana a los permanentes atropellos de los violentos, a la falta de autoridad del Estado y al vacío de liderazgo de los gobernantes. Por eso mismo su futuro político se ha vuelto un sino trágico: a medida que se agudice la guerra y que aumente la desesperación de la sociedad sus opciones electorales mejorarán. Y, como van las cosas, con Plan Colombia en camino, las apuestas electorales de Uribe Vélez están en alza.

Las simpatías hacia el perfil de Uribe Vélez son, en ese sentido, una muestra de la lenta pero progresiva desatanizacion de la derecha colombiana. Por eso, contrario a lo que muchos creen, la amenaza no es que Uribe Vélez llegue al poder. El peligro está — y ha estado a lo largo de la historia— en la falta de ‘Uribes Vélez’ que en el terreno de la legalidad y de las ideas representen a una derecha que ha tenido sus válvulas de escape a través de los grupos de autodefensas y demás organizaciones criminales. La presencia de Uribe Vélez en el ruedo legítimo de la política es la mejor manera de desactivar los francotiradores de la extrema derecha que matan y no dan la cara. “Una derecha legal fortalece, en lugar de debilitar, la democracia colombiana, ya que le da protagonismo civil a propuestas e iniciativas que dentro de un clima de guerra tienden a ser absorbidas por los polos de la violencia y la ilegalidad”, dice William Ramírez, director del Iepri de la Universidad Nacional. Por eso no hay que temerle a estos proyectos políticos, vengan de la derecha o de la izquierda. Porque así como el Frente Social de Luis Eduardo Garzón le quita el discurso a las Farc, los planteamientos políticos de Uribe Vélez deslegitiman las peligrosas propuestas redentoras y mesiánicas de Castaño.

Los vientos soplan, pues, a favor de Uribe Vélez. Y su perseverancia y carácter le auguran un promisorio futuro político. Pero ¿podrá llegar a la Presidencia?



Derecha y al centro

Lo que nadie sabe es si la gravedad de la situación nacional hará posible que Uribe Vélez deje de ser una carta para el futuro y se convierta en una carta para el presente. Por ahora todo el mundo asume que va a tener una votación respetable y que posiblemente encabezará la fila india después de 2002. Pero él no está pensado en eso. El considera que su candidatura es viable hoy y que, de seguir las cosas como van, puede constituirse en la gran sorpresa política del año entrante. Sin embargo la historia política de Colombia ha demostrado con creces que los exponentes de derecha o de izquierda, por más inteligentes y carismáticos, no calan en un país que se ha caracterizado por preferir el centro. En últimas, la gran mayoría de los colombianos se inclinan por las posiciones intermedias y conciliadoras, los mensajes de unidad y los pactos de gobernabilidad entre las diversas corrientes políticas. “El que no proyecta una imagen conciliadora no logra que su mensaje llegue a las grandes mayorías”, explicó a SEMANA el encuestador Carlos Lemoine. “Y así no se quiera, Colombia es un país de centro y los mensajes de Uribe Vélez carecen de la ponderación requerida y la gente los percibe a la derecha”.

En este sentido la propuesta de gobierno de Uribe Vélez, que según el líder sindical Luis Eduardo Garzón se asemeja en algunos aspectos a la que presentó Alberto Fujimori cuando ganó las elecciones a principios de los 90, asusta al grueso electorado y le genera desconfianza. “Pero todo esto tiene un peligro grandísimo”, dijo Garzón. “Porque se probó con creces que el modelo Fujimori, tan similar al de Uribe, trajo peores problemas por la ausencia de control político del Congreso y de la prensa. Es que estas son soluciones desesperadas que busca la gente en momentos de angustia”. No obstante, la politóloga Elizabeth Ungar, directora del Programa de Candidatos Visibles de la Universidad de los Andes, cuestiona estas similitudes y encuentra diferencias de fondo en una y otra propuesta. “Uribe Vélez, a diferencia de Fujimori, nunca ha renegado de la clase política, ni de los partidos”, explicó la politóloga. “El es más coherente, más de partido y en eso ha sido muy hábil”.

Por otra parte, la segunda vuelta presidencial, que tiene como propósito fortalecer la democracia, está diseñada para que el presidente de Colombia sea de centro porque requiere un elevadísimo número de votos. Y, aunque en la política de Macondo nada está escrito, a Alvaro Uribe no le va a quedar fácil llegar al Palacio de Nariño.



Uribe decide

Si bien es evidente que no le va a quedar fácil pelearse la Presidencia en el año 2002 con dos pesos pesados como Serpa y Noemí, lo que sí es claro es que va a jugar un papel muy importante en definir quién va a ser el próximo presidente. Así las cosas, la pregunta es: ¿Con quién se irían los votos de Uribe Vélez si pierde con Serpa y Noemí en la primera vuelta? Según la encuesta del Partido Liberal, la mayoría de sus votos, el 42 por ciento, se irían con Noemí y el 27 por ciento con Serpa. Un 16 por ciento de indecisos aún no saben a qué candidato van a favorecer y el porcentaje restante definitivamente votaría por él.

Y aunque a primera vista estas cifras no resultan del todo sorpresivas, muchos analistas sí se han extrañado con el hecho de que los votos de Uribe Vélez prefieran irse hacia las huestes de Noemí antes que a las de Serpa porque, al fin y al cabo, Uribe Vélez apoyó a Horacio hace dos años y ambos provienen de la entraña del samperismo. ¿Qué explica entonces este fenómeno? En primer lugar, que Uribe Vélez muerde votos de todos los sectores políticos. De los votos liberales logró capturar el 7 por ciento, de los conservadores cautiva un 11 por ciento y de los independientes un 10 por ciento. Esto quiere decir que Uribe Vélez le resta más votos a Noemí que a Serpa y que en caso de que el político paisa pierda en la primera vuelta, gran parte de sus votos volverían a su cauce natural, es decir, a las toldas de Noemí.

Y, en segundo lugar, que Uribe Vélez se mantiene fuerte en el estrato alto (23 por ciento de sus votos), donde Noemí le gana a Serpa. Ahora todo este escenario cambiaría si se lanza a la Presidencia el general Rosso José Serrano. Con el general en el agua, éste doblaría a Uribe Vélez en intención de voto, lo cual es explicable si se tiene en cuenta la tesis de que Uribe Vélez es la derecha de los ricos mientras Serrano es la de los pobres. Pero los analistas no se hacen muchas ilusiones con la candidatura de Serrano, a la que le ven el ‘síndrome Valdivieso’, que no es otro que el derrumbe progresivo de sus torres de popularidad a medida que avanza la campaña.

Por lo pronto Uribe Vélez va a dar de qué hablar. Sobre todo en la medida que se agudice la guerra. Porque, como lo dijo a SEMANA un analista político: “Alvaro Uribe es el día en que el país amanece bravo”. Y los colombianos cada día menos pueden contener su rabia.