VALLE DEL CAUCA
El horror de Tuluá: decapitados, torturados y desaparecidos, ¿Qué está pasando?
El asesinato de tres jóvenes y un líder social en el último mes plantea un panorama preocupante para ese municipio v detonantes para el crecimiento de la violencia.
Sus nombres eran Santiago Ochoa, Hernán David Ramírez y Jimmy Hernández, todos entre 18 y 23 años. Jovencitos. Los tres compartieron destinos en vida –y en muerte–: nacieron y vivieron en Tuluá, centro del Valle, desaparecieron en un radio cercano de ese municipio y fueron hallados brutalmente asesinados. Del primero solo encontraron la cabeza, mientras que de los dos restantes, los cuerpos completos en un río y un cañaduzal, respectivamente; tenían heridas por armas de fuego, golpes, laceraciones, sus extremidades amarradas. Los asesinaron de manera lenta y despiadada.
Los crímenes sucedieron durante el último mes. El primero fue Santiago Ochoa, de 22 años. Desapareció antes del 15 de junio y su cabeza fue arrojada una semana después por un motociclista en un antejardín del barrio El Delirio, corregimiento de Aguaclara, Tuluá. Las redes sociales se escandalizaron con el caso de Santiago: en una maraña de hipótesis sin confirmar, dijeron que el joven pertenecía a la primera línea y había sido capturado por hombres del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad). Esa versión jalonó una ola de indignación que terminó cuando su tía, Martha Ochoa, desmintió lo dicho por políticos y líderes de opinión.
Santiago nunca participó en el paro nacional. El tiempo lo dedicaba a trabajar con su papá en una ferretería familiar; el día que desapareció iba camino a casa. Nadie sabe quién ni por qué se lo llevaron. Lo único claro hasta el momento es que lo asesinaron sin piedad y solo entregaron su cabeza; el cuerpo aún no aparece.
Mientras la indignación por el terrible asesinato de Santiago perdía fuerza, otra familia de Tuluá denunciaba la desaparición de un jovencito de 23 años: Hernán David Ramírez. Salió de su casa el 16 de junio y nunca llegó; su cuerpo fue encontrado flotando en el río Tuluá, a la altura de la urbanización San Francisco, el 20 de junio. Cuando el Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía hizo el levantamiento del cadáver, se percataron de que tenía un grado avanzado de descomposición, y las manos y pies atados.
Una semana después, desapareció Jimmy Hernández, de 18 años. Sobre este caso se sabe que salió de su casa rumbo a una fiesta el sábado 26 de junio en la urbanización San Francisco, y tampoco regresó. Su cuerpo fue encontrado en un cultivo de caña en la Villa de Céspedes, ahí mismo en Tuluá.
Según el dictamen forense, el joven tenía laceraciones y heridas causadas por arma de fuego. “Apareció por allá, por el Ingenio San Carlos, en un cañaduzal. El cuerpo estaba todo amarrado; nosotros lo reconocimos porque andaba con un buzo rojo, de letras blancas, una pantaloneta de varios colores y unas zapatillas blancas”, dijo un familiar de Jimmy a medios de comunicación locales.
Estos crímenes coinciden en la forma despiadada como fueron ejecutados y la cercanía entre las zonas donde ocurrieron las desapariciones. El alcalde de Tuluá, John Jairo Gómez Aguirre, reconoce que no se trata de hechos aislados, sino de un patrón preocupante que encierra una problemática social más compleja.
“Hay un nuevo fantasma que tiene preocupados a los alcaldes y es la amenaza de los grupos guerrilleros de Farc y ELN, porque, según los organismos de inteligencia, sus integrantes podrían estar visitando los barrios populares para llevarse a los jóvenes, ingresarlos al mundo delincuencial y armar milicias”, dijo el mandatario local. Gómez Aguirre habla de frente de posibles reclutamientos forzados para rearmar estructuras ilegales.
Y en su denuncia agregó: “El temor que tenemos es que instrumentalicen a los niños y las niñas de estos sectores; por esta razón, el llamado es a todas las familias a que estén atentas a todos los movimientos de sus hijos, y, cuando los observen con desconocidos o tengan actitudes sospechosas, deben alertarnos”.
La principal preocupación es la presencia de la columna disidente Adán Izquierdo de las Farc, que delinque en zona rural de Tuluá, Bugalagrande y Buga, así como en todo el corazón del Valle. Esa estructura forma parte del Comando Coordinador de Occidente, que agrupa a más de 13 columnas y cuatro frentes de excombatientes de las Farc. El Comando recibe órdenes de Gentil Duarte e Iván Mordisco desde las selvas de Caquetá. Hasta el año pasado su principal centro de operaciones era el Cauca, pero los planes para 2021 y 2022 son expandir sus tentáculos a otros departamentos y zonas ricas en cultivos, así como rutas para sacar cocaína y marihuana hacia Centroamérica.
La columna Adán Izquierdo sería la responsable del asesinato del líder social José Alonso Valencia en el corregimiento La Moralia, zona rural de Tuluá. En este crimen el nivel de sevicia empleado también fue aterrador: luego de atacarlo a disparos, no dejaron que nadie de la comunidad recogiera el cuerpo. El cadáver permaneció a la intemperie por más de 48 horas.
Esta estructura narcodisidente también estaría involucrada en el asesinato de cinco jóvenes en zona rural de Buga en enero pasado. La masacre, ocurrida en una finca, habría sido motivada por un pedido de extorsión de la Adán Izquierdo al padre de una de las víctimas.
El operar de la columna Adán Izquierdo es una fiel copia de lo que están haciendo estructuras disidentes en el Cauca, como la Dagoberto Ramos, Jaime Martínez o el frente Carlos Patiño: muerte selectiva de jóvenes para causar pánico y presentarse como los nuevos amos y señores de la zona.
¿Por qué Tuluá?
Tuluá fue por muchos años el epicentro de operaciones del cartel del Norte del Valle. Este municipio alojó a grandes capos de la mafia. Ahora, muchos de ellos han regresado luego de purgar sus condenas en Estados Unidos. Uno de los que volvió –asesinado el año pasado– fue Beto Rentería.
El asesinato de Rentería en septiembre de 2020 empezó a mostrar un panorama sombrío para Tuluá; luego de eso ocurrieron otras muertes selectivas que no levantaron mucha espuma entre los medios nacionales.
Las autoridades creen que en Tuluá no solo hay presencia de disidentes de la columna Adán Izquierdo, sino el Clan del Golfo y pequeños grupos narcotraficantes que nunca soltaron el negocio. Y lo que está ocurriendo es una disputa interna: “Se están midiendo las fuerzas para saber con qué cuentan cada uno”, le contó a SEMANA uno de los investigadores de la Sijín.
En medio de ese pulso por el control criminal, han quedado los jóvenes –y la comunidad en general–. “A los muchachos se les está exigiendo que tomen partido: o son de aquí, o son de allá, y esto es lo que ha disparado las muertes en este municipio”, comenta de manera anónima un líder social de la zona.
Santiago, Hernán David y Jimmy muy probablemente quedaron enredados en esta telaraña de violencia. Con sus vidas pagaron el precio de una disputa armada que apenas aterriza a Tuluá, y la forma como los asesinaron es un mensaje claro: vivan para nosotros o mueran como animales.