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El incendio en la cárcel de Tuluá era una tragedia anunciada. Estos son los documentos que lo prueban
SEMANA reveló las graves irregularidades que sufría el penal en materia de infraestructura y personal en una tragedia que se pudo evitar.
En la noche del 27 de junio, un incendio cobró la vida de 56 presos en la cárcel de Tuluá en el Valle del Cauca. Según lo conocido por SEMANA, en el penal se vivía un duro enfrentamiento entre dos bandas criminales que se peleaban el control del lugar. Dicho enfrentamiento condujo a una pelea que terminó en un choque entre presos y autoridades, que entre gas, humo y fuego acabó con la vida de varias personas ese día.
Pero la cárcel no estaba en las mejores condiciones posibles y todo parecía una verdadera bomba de tiempo hasta que una tragedia ocurriera. Desde el 2019, ya se había informado desde la cárcel que sufrían de varios problemas de infraestructura, por ejemplo que la red contra incendios no funcionaba y pedían que esta fuera arreglada.
En el comunicado dirigido a las autoridades competentes, el director de la cárcel de Tuluá solicita que de manera urgente se haga el mantenimiento de la red contra incendios para evitar cualquier tragedia. El no funcionamiento de este mecanismo ponía en riesgo a todo el penal, más sabiendo que esta red es parte básica del funcionamiento de las cárceles, como lo establece la Procuraduría.
Los años pasaron y nunca se le dio solución a este problema. Además, sufría otras serias dificultades que ante una emergencia, dificultarían cualquier pronta respuesta y evacuación. El patio 8 del penal era habitado por un total de 175 reclusos, pero solo era custodiado por un guardia del Inpec, además, solo había una entrada y una salida; no tenía ni un solo extintor, porque los seis que había en la cárcel estaban en otros patios. Todo estaba preparado para una tragedia.
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Por si no fuera poco, dentro del patio no había ninguna cámara de seguridad en funcionamiento y ni la posibilidad de lanzar un llamado de emergencia para los mecanismos de seguridad y socorro. Además, su ubicación en un tercer piso hacía que el acceso de emergencia fuera muy difícil de alcanzar, por lo que al desatarse el incendio, las posibilidades de una evacuación y de un respuesta adecuada eran básicamente imposibles.
Lea la investigación completa de SEMANA sobre la tragedia en la cárcel de Tuluá:
Era una imagen fría y aterradora que describía la barbarie consumada en la cárcel de Tuluá. Allí murieron 56 reclusos en una sangrienta vendetta entre los “plumas” o jefes por el control del penal. En medio del olor a carne chamuscada, había dos cuerpos tiesos, semidesnudos, con marcas de hollín en toda su humanidad, abrazados. Representaban una lucha a la que se enfrentaron al tratar de encontrar una pequeña rendija en el baño, por la cual respirar para salvar sus vidas. A eso se aferraron y fracasaron.
La escena era infernal. Además de decenas de cuerpos apilados en el piso en medio de la humareda, había también rastros de sangre de la pelea entre dos bandos en la que se dieron con todo lo que tuvieron a la mano: piedras y ladrillos sacados de las paredes del desvencijado penal. Otros cuerpos tenían la sangre seca de las heridas que se propinaron en combates a cuchillo limpio, pero la mayoría había muerto por cuenta del fuego. Unos, calcinados, y otros, ahogados por el espeso humo que generó el incendio.
¿Qué fue lo que pasó esa madrugada del martes 28 de junio en la cárcel de Tuluá? ¿Por qué los detenidos quedaron de forma inexplicable atrapados en lo que se convirtió en una especie de cámara de gases que los dejó sin vida? ¿Estaba preparada la cárcel para enfrentar esta emergencia? ¿Había hacinamiento? ¿Por qué los bomberos llegaron cuando ya no había prácticamente nada que hacer? ¿Qué responsabilidad tiene el Inpec? ¿Las granadas de gas lanzadas por la guardia fueron el detonante de la tragedia? Todas las dudas están en el aire, sobre esta barbarie que ocurrió mientras el pueblo estaba en las calles, de fiesta, en el parque principal.
SEMANA revela información exclusiva de una investigación extensa y detallada que durante meses realizó un equipo de la Procuraduría para reconstruir lo que ocurrió en la cárcel de Tuluá. Se trata de horas de entrevistas con reclusos sobrevivientes, guardias del Inpec y bomberos; imágenes de las pocas cámaras de video que funcionaban, crudas fotografías, cruce de oficios entre diferentes entidades, archivos, todo, buscando una respuesta de algo que no tiene explicación.
Las conclusiones son tan escalofriantes como lo que sucedió en lo que se conoce como el infierno del patio 8. Ya desde el penal habían enviado un documento en 2019 en el que alertaban que la red contra incendios estaba sin funcionamiento (ver foto). Era un pabellón de 175 reclusos con solo una entrada y una salida; un solo guardia de custodia del Inpec; ni un solo extintor porque los seis que llegaron para dar respuesta estaban regados por la cárcel; no había cámaras de vigilancia ni posibilidad de lanzar un llamado de alerta; un pabellón ubicado en un tercer piso cuyo acceso de emergencia era muy difícil. Todo se conjugó en esta tragedia.
Según las declaraciones de los internos convertidos en sobrevivientes, esta macabra historia tiene como antecedente una guerra a muerte por el control del patio 8. Alias Miller reinaba en ese patio, pero dos meses antes de la tragedia llegó a la cárcel alias Brayancito, quien, respaldado por capos del narcotráfico, tenía la misión de controlar el lugar y monopolizar el expendio de droga, armas, extorsión y celulares en toda la cárcel. De nada sirvieron diálogos o intentos de acuerdo. Ese pabellón, de forma insalvable, quedó dividido en dos combos, encabezados por estos dos “plumas”, como los llaman en los testimonios.
Brayancito fue creciendo en fuerza y adeptos, a quienes les brindaba droga, dinero y poder. Esa era su moneda de cambio. Como tras las rejas imperan otras leyes, la disputa se hizo tan dura que en el ambiente se sabía que era un asunto de matar o morir.
Los relatos son crudos y algunos cuentan lo que fue el preámbulo de la tragedia, que parece una novela de terror. Tres días antes del hecho, Brayancito dio la orden de robarse la mascota de otro patio, un gato que mató y luego se bañó con su sangre. Lo hizo en un rincón y rodeado de sus compinches más cercanos.
Ya el 27 de junio todo estaba planeado. El combo de Brayancito decidió enviar la declaratoria de guerra al coger desapercibido a un hombre del combo de Miller. Lo arrastraron y lo molieron a golpes.
La guerra estaba declarada
Llama la atención cómo uno de los reclusos cuenta que, antes de que todo se iniciara, otro preso, que escuchaba música cristiana a alto volumen y no paraba de hablar de la Biblia, advirtió: “En la mañana se nos hizo raro escuchar a un muchacho del patio 8, escuchar música cristiana, y nos decía que se cuidaran y cuidaran a las familias”.
Se desató la guerra. La cosa no iba a ser fácil. Algunos tenían armas blancas. Así que desde temprano se empezaron a armar con los escombros de la vieja cárcel, que data de 1972 y con un casi nulo mantenimiento. La pared de ladrillo que separaba los dos únicos baños del pabellón la fueron rompiendo para apoderarse de piedras. También, como pudieron, quebraron parte de los camarotes de concreto para “encenderse a piedra”.
Dicen los testigos que después de la comida comenzaron con los insultos, las provocaciones y el amague de cruzar la frontera. Empezaron a caer las primeras piedras, pero esperaron a que llegara la noche, pasadas las diez, cuando reinaba el silencio, pero nadie dormía. Todos sabían que lo que se venía era duro.
Y así fue. Según las narraciones, “ese día tipo 6:00 p. m. hubo un alegato entre los plumas, le pegaron a alguien, pero no alcancé a ver a quién. Ya como a las 10 de la noche estaba durmiendo y me levantaron y me dijeron pilas que esto se va a prender, párese. Yo me paré y, tipo 10:30 a 11:00 p. m., empezaron a alegar y a tirarse piedra de pasillo a pasillo. Hubo un momento que se calmó, porque los plumas dijeron que mañana hablaban en el patio, como a los 5 o 10 minutos subió un guardia del Inpec. Les dijo que no pelearan, que no había personal, que mañana cuadraran en el patio, no me acuerdo cómo se llamaba ese custodio. Ya como 10 o 15 minutos después, pensamos que ya todo iba a terminar, pero antes, al contrario, se empezaron a dar más piedra, y se pasaron al otro pasillo y se empezaron a dar cuchillo. Yo lo que hice fue meterme al baño a refugiarme”.
La historia se va reescribiendo uniendo las partes de los testimonios, como un rompecabezas. Otro recluso señaló: “Cuando escuché que nos tiraron las pipas de gas, fueron muchas pipas, unas 5 o 6 más o menos, yo lo que hacía era refugiarme en el baño para tratar de respirar por los calados. Entonces, vi candela en el pasillo y me di cuenta de que habían prendido colchonetas, hasta que llegó uno de la camioneta (ayudante de los plumas) al baño donde estaba yo. Dijo: ‘Salite de acá que vos no estás peleando por nada HP, abrite’. Ya el humo no nos dejaba respirar, el de la colchoneta es muy espeso y el gas que tiraron también; ahí yo traté de salir y llegué como a la tercera o cuarta celda, ahí me desmayé”.
Brayancito, finalmente, dio la orden de ir tras Miller. Se había atrevido a ofrecer una jugosa recompensa a sus hombres para quien matara a su rival, el otro “pluma” del patio 8.
Las decenas de testimonios de los sobrevivientes coinciden en la narración de la carnicería que se dio en ese tercer piso, en el patio 8 de la cárcel de Tuluá. Muchos prefirieron no hablar, incluso argumentaron que estaban inconscientes por miedo a una represalia con la ley que impera en la cárcel. Otros sí contaron al detalle lo sucedido, pero SEMANA se reserva las identidades para proteger sus vidas. Las narraciones son muy similares en horas, hechos y lo que ocurrió.
“A eso de las 11:30 p. m. fue la primera pelea a ladrillo, entre bando y bando. Para cubrirnos, colocamos las colchonetas para que no nos fueran a pegar con ladrillos. Cuando ellos ya se calmaron, aproximadamente a las 12 de la noche, dijeron que iban a arreglar en el patio, porque había gente que no tenía nada que ver. La gente comenzó a hacer aseo para acostarse; cuando estaba calmada, comenzaron nuevamente a pelear, los del pasillo de la izquierda a la derecha, ahí se formó el tropel”, señala un testimonio.
“Cuando la guardia sube y gasea, eran las 12:40 o 12:50, se prendió todo. La gente comenzó a prender candela para contrarrestar el gas, pero fue peor porque ese gas pimienta con la candela se altera más. Al ver todo en llamas la gente se alteró, nadie sabía quién era quién, trataban de buscar salida. Yo estaba en mi sector, en la celda, y cuando me desmayé por ahí como a la una, no volví a saber nada”, señala la declaración de este recluso que cayó dormido, se salvó. A decenas de sus compañeros del penal los durmió el humo para siempre.
En un video de seguridad, en poder de SEMANA, queda claro cómo, a las 00.58.50, a pocos minutos de la una de la mañana, unos ocho hombres del Inpec, con bastón de mando en el cinto, y unos cuantos con máscara antigases están en el primer piso y se preparan para ir hasta el tercero a poner orden por la fuerza. Van cargados con granadas de gas, que, según las pruebas y testimonios, lanzaron en medio de la pelea del patio 8.
En realidad, esta acción fue el cordón detonante de la tragedia. La pelea estaba prendida, los bandos de Brayancito y Miller habían puesto colchonetas contra las rejas para usarlas como escudo y evitar la lluvia de piedras que iban de lado a lado.
Aquí se abren dos líneas de investigación. En medio de la batalla campal les prenden fuego a las colchonetas. Unos dicen que para dispersar el humo de las granadas que lanzó el cuerpo de custodia del Inpec. La otra tesis es que fueron las mismas granadas las que iniciaron el fuego.
“Se inició cuando gasearon. La gente comenzó a prender las colchonetas para controlar el gas y poder respirar. Eso se había hecho antes, pues el humo contrarresta el gas, pero esta vez se les salió de las manos. Cuando lanzaron las pipetas, prendieron las colchonetas, pero perdieron el control. De pronto sí era necesario, pero el espacio era muy cerrado”, dice una de las declaraciones.
Otro de los presos fue más crudo en el relato y en un par de frases soltó una descripción de lo que se tradujo en tragedia: “La verdad, la gente estaba endemoniada antes del incendio, ya con el incendio se empeoró, y en ese momento miraban cómo salir para poderse salvar”.
Son decenas de versiones. En otra declaración, un preso fue contundente al señalar el motivo por el que se inició el incendio. Dijo que “cuando gasearon, la gente prendió las colchonetas para disipar el gas”. Explicó que por ese momento se desmayó, que no recuerda más. “De donde yo estaba no alcancé a ver, cuando desperté un muchacho de la guardia, un auxiliar fue el que me ayudó”, dijo.
El pabellonero, o guardia asignado a ese patio, al ver que el fuego se hacía incontrolable, dio un anuncio por el radio. Pidió ayuda y abrió la única puerta por donde, entre empujones, gritos de dolor y todo tipo de intentos por salvar sus vidas, empezaron a cruzar los detenidos que aún se mantenían en pie y se podían mover por sus propios medios. Los demás quedaron atrapados en el fuego y trataron de refugiarse en la parte de atrás, en los baños, donde buscaban angustiosamente agua y algo de aire para sobrevivir. Fueron cayendo en ese lapso, uno encima de otro. Quedaron apilados.
En otro video de la cárcel, revelado por SEMANA, se ve que a la 1:05 a. m., solo 10 minutos después de que entraron los hombres del Inpec, se logra identificar, desde las afueras del penal, una llama encendida en el piso tres.
Otra pieza fundamental de esta investigación, adelantada por expertos de la Procuraduría, son las versiones de los bomberos. Uno de los comandantes que estaba de guardia explicó que la primera llamada de alerta la recibieron entre la 1:00 y la 1:05 a. m. De inmediato, empezaron a hacer las averiguaciones hasta que llegaron unos policías en moto confirmando la noticia.
Se prendieron las alarmas y media hora después, a la 1:30, salió el carro de bomberos con cuatro operarios. Cuando llegaron al sitio, ante la gravedad de lo que vieron, pidieron apoyo y más tarde, demasiado tarde, llegó un carrotanque de mayor capacidad. La acción de los bomberos fue tardía.
Al llegar se encontraron con una escena de miedo. Los muertos se contaban por decenas, cuerpos amontonados, sin ropa, calcinados. Cuenta un bombero que los rostros sin vida dejaban ver la angustia, el intento desesperado por conseguir auxilio. Si se pudiera sintetizar en una palabra sería “terror”.
Otro bombero dijo que nunca había visto algo similar en la vida. “Me encontré con un hueco mortal, un poco de gente tirada”. Contó que tuvo una mezcla de emociones por ver a los que estaban heridos y se salvaron. A ellos los ayudaban a salir. Con el resto de cuerpos no se podía hacer nada diferente que esperar a que llegaran las autoridades para iniciar los protocolos.
En otro video, a la 1:48 a. m., se ve cómo un bombero, con casco blanco, lleva en su hombro la manguera y camina hacia el patio 8 en compañía de un guardián. Son varias horas de grabación en poder de las autoridades, en las que se grabó el minuto a minuto de lo que sucedió. Aunque de lo que pasó en el pabellón no quedó registro fílmico, pues inexplicablemente ahí no había cámaras.
Sobre la 1:44 de la mañana, se ve en otro video cómo corren los guardias y al fondo tres de ellos llevan sobre sus hombros a uno de los heridos para salvar su vida.
Desde que se conocieron los hechos, la procuradora general de la nación, Margarita Cabello, dispuso que un equipo especial asumiera la investigación, que avanza y fue asumida por la oficina delegada de derechos humanos conjuntamente con la Dirección de Investigaciones Especiales.
SEMANA consultó al procurador delegado Javier Augusto Sarmiento, quien indicó que el mismo día de los hechos se trasladó el caso a un equipo interdisciplinario para iniciar la indagación con el fin de establecer si existió responsabilidad por acción, omisión o extralimitación por parte de los funcionarios. Aunque el proceso está sometido a reserva, señaló que se practicaron múltiples pruebas.
Agregó que “solicitó a las autoridades estudiar el cierre inmediato de ese pabellón, lo cual ya fue ordenado por el Inpec. Se está realizando una verificación en todos los establecimientos del orden nacional para saber si cuentan con planes de contingencia y emergencia para evitar que los lamentables hechos vuelvan a ocurrir”.
Y es lo único que se puede hacer: tratar de tomar medidas para evitar que el infierno que se vivió en el patio 8 de la cárcel de Tuluá no se repita. Todo se pudo prevenir, pero esta era una cárcel vieja, sin mecanismos de atención de emergencia, en donde reinaba el crimen y, como sucede en todo el país, dominada por delincuentes que en su afán de poder van dejando su estela de muerte. En este caso fue aterradora.