ENTREVISTA
“El malpensamiento es el problema más grave del país”
El exalcalde de Bogotá Antanas Mockus habla sobre el contrato que su organización Corpovisionarios firmó con el gobierno.
Mockus también sobre las acusaciones a que se vio sometido y sobre su temor a perder el cariño de la gente.
Semana: ¿Por qué el país vino a enterarse solo hasta ahora del contrato entre Corpovisionarios y el gobierno?
Antanas Mockus: Vino a enterarse por un tuit, pero el contrato era público y siempre estuvo en la página de la Presidencia. En la corporación hay gente responsable de ese tema. Yo presido la Junta Directiva, donde se fijan las políticas. Pero la piedra mía es que caímos en algo que habíamos prevenido en muchos otros casos. Cuando yo me metí a organizar la marcha por la vida, me desconecté de todo y no estaba enterado de los detalles de ese acuerdo.
Semana: Pero se sabe que la palabra “movilización” estaba en el contrato. ¿Cómo lo explica?
A. M.: Es fácil caer en el error de pensar que, porque dice movilización, el contrato estaba pagando mi marcha por la vida. Blanco es, gallina lo pone… ¡Pero no! La movilización, en ese contrato, no está pensada como una marcha sino como una forma de animar a la gente a pensar en los problemas del país y la paz. Pero yo sé que esto es una coincidencia muy grande y que mucha gente no me va a creer.
Semana: ¿Sigue en pie la marcha por la vida del 8 de marzo?
A. M.: A eso por ahora no quiero referirme. Este lunes voy a hacer una propuesta. Pero hoy quiero decir una cosa. El derecho a la vida es clave en la construcción de paz. No es un compromiso jurídico, ni contractual, sino filosófico y casi religioso. En la marcha por la vida la idea sería abordar la pregunta de cómo evitar el impulso de matar y, si es inevitable sentirlo, por lo menos de cómo frenarlo.
Semana: ¿Anda dolido por lo que sucedió?
A. M.: Hay gente que malpiensa de buena fe y uno debería tomarse eso con tranquilidad. Pero cuando insiste con saña, uno empieza a sentirse mal. Estos días he sentido que la gente me quiere, pero he llegado a pensar que podría llegar a perder ese cariño que me tiene. Lo que sucedió me dolió, pero también me gustó porque yo siempre he pensado que el malpensamiento es el problema más grave de Colombia.
Semana: ¿Qué le diría hoy a Uribe si lo tuviera enfrente?
A. M.: Que durante su gobierno hizo algunas tareas difíciles, pero necesarias. Le diría que lo admiro, pero con límites. Y que uno de estos son, por ejemplo, los falsos positivos. Le diría que no solo esté a la defensiva, sino que haga autocrítica. Y también: que Santos nos robó el balón y que se lo llevó para delante. La Seguridad Democrática fue supremamente útil. Pero es una tarea que ya quedó hecha. En el arte abstracto dicen que lo más difícil es saber cuándo parar, cuándo entender que la obra está lista. En el caso de Uribe, el cuadro ya está hecho.
Semana: Siguiendo su imagen del balón, ¿le recomendaría a Uribe salirse del partido o irse a jugar con el equipo de Santos?
A. M.: ¡Lo que le salga del alma! Vea, yo veo a mucha gente un poquito aterrada por las concesiones que habría que hacerles a las Farc para firmar la paz. Pero hay un hecho contundente: hoy se vislumbra una paz posible.
Semana: Todo el escándalo de la semana pasada se dio en medio de una sociedad polarizada. ¿Qué recomienda usted como pedagogo y filósofo?
A. M.: Carl Schmitt dice que la política consiste en la confrontación de amigos contra enemigos. Y en esa confrontación es importante el control de las emociones porque estas pueden voltearse en contra de todo. Cuando un debate cobra visos demasiado agresivos, deja de ser útil y empieza a dañar.
Semana: Carl Schmitt fue el filósofo del derecho más famoso de la época de Hitler…
A. M.: Sí, y puede parecer terrible. Es más, hay gente que no lee a filósofos como él por esas razones. Pero yo pienso que sirve leer sus cosas porque uno puede aprender un montón. Él tiene un folleto que se llama ‘La noción del partisano’, que traducido a nuestro lenguaje actual se titularía ‘La noción de guerrillero’. Ahí, Schmitt analiza un diálogo entre Napoleón y un militar, donde sale la siguiente frase: “A la guerrilla hay que atacarla con sus propios métodos”. Schmitt demuestra que quien crea en esa idea está destruyendo todo el derecho internacional humanitario, todo el derecho de gentes.
Semana: A usted en este país lo valoran por su capacidad de mandar mensajes simbólicos. ¿Qué pueden aprender los políticos de eso?
A. M.: Todas las cosas raras que he hecho han sido el fruto del desespero pedagógico. Cuando no puedo enseñar algo con argumentos, toca pasar a la acción y decir cosas de otra manera.
Semana: Muy pocos olvidan el vaso de agua que le lanzó una vez a Horacio Serpa. ¿Eso qué le aporta al país?
A. M.: Claro que sí. Le voy a contar una cosa. Con Serpa nos encontramos años después en Harvard en un foro-novena muy curioso que él organizó. Y, claro, no faltó la pregunta del vaso de agua. Yo le expliqué a quien hizo la pregunta que había buscado llamarle la atención en medio del desespero y que en vez de agredirlo le lancé el agua. También dije que estaba convencido que si Serpa se hubiera parado y me hubiera increpado con un ‘¿Qué le pasa?’, quizá habría ganado las elecciones. Luego habló Serpa, ¿y sabe qué me dijo? “¡La próxima vez avise!”
Semana: ¿Ha vuelto a echarle agua a alguien?
A. M.: Esto lo conté hace pocos días en Moscú. A un miembro del ELN le propuse que nos tiráramos un vaso de agua en una especie de duelo. Nos paramos espalda con espalda, dimos tres pasos y… ¡suás! Él se agachó muy hábilmente, pero a mí el agua que me tiró me pegó en toda la cara. Al final solo dije: “Usted está mejor entrenado que yo”. Eso no curó todas las heridas entre él, su grupo, y mi persona. A propósito: el ELN una vez puso una bomba de media libra en la puerta de mi casa. Pero ellos también pueden tener quejas sobre mí, así como yo tengo quejas sobre ellos.
Semana: Un estudio de Corpovisionarios concluye que una de las emociones que más mueven a los colombianos cuando piensan en la guerrilla es la indignación. ¿Eso es bueno?
A. M.: Hay sociedades que son capaces de sobreponerse al odio, al resentimiento. El odio no es una buena cosa, y el resentimiento tampoco. Pero la indignación es buena. Si yo te trato fraternalmente, pero con indignación, eso es bueno porque nos educa a ambos. El odio quiere la desaparición del otro.
Semana: ¿Siente que la gente en Colombia ya empieza a entender lo que pasa en La Habana?
A. M.: Sí. El secuestro del general Alzate fue importantísimo en ese sentido. Las Farc habrían podido explotar ese secuestro mucho más, pero ellas mismas se autorregularon. Es rarísimo, pero las personas a veces pueden hacer daño y no lo hacen; a veces pueden aprovecharse del error del otro, pero no lo hacen. Creo que los colombianos entendieron ese acto de las Farc.
Semana: Concretamente, ¿qué debería hacer una sociedad con sus criminales si quiere reconciliarse con ellos?
A. M.: Un hombre que ha matado a otro hombre no ha perdido la dignidad humana y puede ser un interlocutor. A nadie podemos negarle la condición humana. Ser humano permanece ser humano, a pesar de cualquier pifia. El criminal también tiene sus razones. Hay que escucharlo. A alguien responsable de reclutar menores de edad yo no puedo decirle: ‘Oiga, hágame veinte cuclillas y listo’. Yo creo que la cárcel es necesaria y muy útil. Es más, yo siempre he dicho que estaría dispuesto a ofrecerme a pasar unas semanas o meses en la cárcel si eso ayudara a otros a cumplir el requisito de crímenes castigados.
Semana: Explíquese.
A. M.: Mi sueño no es ir a prisión, pero si es necesario yo diría: ‘Listo, vamos juntos a la cárcel’. Cuando era alcalde de Bogotá, yo una vez llevé a los infractores de la ciudad a barrer a la Cárcel Distrital. Fue bonito porque barrimos un rato. El general barrió, el alcalde barrió, y así se entendió que no era denigrante y que no estábamos humillándolos. La moraleja fue la siguiente: ‘Si siguen infringiendo la ley, algunos de ustedes estarán acá’. Lo de la cárcel, en el fondo, es un tema de valientes. Una vez yo acompañé a ir a la cárcel a una persona correcta que, por una tutela, tuvo que pasar unos días en prisión. Entró superdeprimido, pero a los diez días salió feliz. Les había levantado el ánimo a los condenados del Proceso 8.000 y entendió la diferencia entre su carcelazo y el de ellos.
Semana: La semana pasada usted sufrió una tormenta en redes sociales. ¿Le gustan?
A. M.: Claramente son un elemento contemporáneo ineludible. Yo tuve un colaborador que todo lo resolvía con un anuncio o una columna en El Tiempo, y nos tocaba hacer el ejercicio de decirle que la gente hoy no solo lee los medios tradicionales. En redes, la solución, otra vez, se llama autorregulación. Hay gente que exagera e insulta. Pero hay gente que hace cosas muy importantes, como en la época de la Ola Verde.
Semana: Usted siempre ha dicho que es un “optimista deprimido” o, siguiendo al marxista Antonio Gramsci, que es un pesimista de la razón, pero un optimista en el corazón. ¿Hoy cómo se siente?
A. M.: Recuperé una especie de optimismo a prueba de todo. Porque es que hay que hacer de tripas corazón, y esto es como meter un cambio cuando uno va manejando para poder mirar las cosas con cierta distancia.