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El miedo en su salsa: la lucha de clases agudiza el conflicto en Cali
La violencia en Cali ha atizado un sentimiento de “lucha de clases” que no se había vivido antes y que ha agudizado el caos y la tensión en la capital del Valle.
La semana pasada, las imágenes de los ciudadanos de Cali batiéndose en las calles con camionetas, machetes, piedras y disparos conmocionó al país. La capital del Valle nunca había vivido una situación semejante en su historia. Parecía una especie de histeria colectiva en la que cada quien buscaba razones para justificar defenderse de los desmanes y el caos que se han tomado la ciudad o apoyar ese día ese revolcón popular inexplicable. En medio de ese cruce, un sentimiento quedó a flote: la lucha de clases.
El barrio de Ciudad Jardín, otrora lugar tranquilo con calles llenas de árboles y restaurantes con terrazas en la calle, se volvió un polvorín. Al otro lado de la ciudad, Puerto Resistencia, el epicentro de la revuelta, también se encendía. Mientras tanto, la minga atravesaba la ciudad en sus chivas de colores, en el despliegue más polémico que ha tenido el movimiento indígena en tiempos recientes. Es la primera vez que, en medio de una protesta, no solo se enfrentan civiles con la fuerza pública, sino entre comunidades.
Sociólogos y psicólogos aseguran que es el resultado de la rabia acumulada por la diferencia de las clases sociales. “Los indígenas vinieron a invadir nuestro territorio y a tratarnos como si fuéramos basura”, dice Conchita, quien vive en Ciudad Jardín, mientras quienes apoyan a los indígenas la refutan asegurando que están recuperando los espacios que, según ellos, los españoles les quitaron.
“La comparación que hacen quienes experimentan en su vida cotidiana la carencia económica y que perciben que no consiguen una recompensa acorde con su esfuerzo, genera emociones como ira, rabia, tristeza y miedo”, dice Juliet Salazar Rodríguez, presidenta del Capítulo Suroccidente del Colegio Nacional de Psicólogos. El malestar es evidente y todos esgrimen razones. “A mis nietos solo les puedo dar un yogur día de por medio, hay muy pocos en el supermercado”, dice Gloria, una mujer de 65 años que se enfrentó a la minga.
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En las zonas más populares, por el contrario, la queja son las carencias de esos elementos básicos. “¿Por qué los hijos de unos sí pueden estudiar en buenos colegios que les dan el paso inmediato a la Universidad del Valle, que es pública, y no dejan cupos para los que no tenemos?”, dice Milena una joven de la Comuna 20 que trabajaba en una zapatería que quebró en la pandemia.
“El paro no para. O vencemos como en Chile o paramos como en Venezuela”, decía una de las publicaciones en Facebook que alentaba salir a defenderse. Según relató a SEMANA el alcalde de Cali, Jorge Iván Ospina, las redes desempeñaron un papel detonante para que la gente saliera a la calle, pues había cadenas generando pánico en la ciudad. Algunas de esas publicaciones fueron hechas por Anderson Johan Maldonado, alias Jacobo, cabecilla de las disidencias de las Farc Dagoberto Ramos. Fue capturado y, según los investigadores, estaba encargado de captar a jóvenes de las poblaciones más necesitadas del Valle para generar caos y vandalismo.
SEMANA habló con varios jóvenes que forman parte de la primera línea en las barricadas establecidas en la ciudad, y todos coinciden al decir que desde internet se informan de las supuestas conspiraciones que están planteando en su contra. César vio el rumor, en sus redes sociales, de que la Policía quería derribar el MIO Cable, que conecta la parte baja de Siloé con los barrios altos; de solo pensar que su mamá vive debajo de él y que podía resultar herida, se enfureció y desde ese momento, cuando vio destruido el único medio de transporte en la zona, se declaró un luchador de la primera línea.
Según las autoridades, fue un hecho incitado por los grupos delincuenciales para llamar jóvenes a “la causa”. “No queremos más manipulación. No todo se puede ver de izquierda o de derecha, ni tampoco de bandos criminales. No podemos entrar en ese juego divisorio de políticos. Finalmente, independientemente del estrato social al que pertenezcamos, somos seres humanos y no podemos acabarnos entre nosotros”, dice Juliana, una mujer que en la calle grita entre lágrimas estar cansada de ser idiota útil.
El preocupante panorama representa un reto para las autoridades, que tienen que entender este fenómeno y comprender qué tanto es rabia auténtica, qué tanto es miedo, qué tanto es manipulación o qué tanto están infiltrados los actores armados en las protestas más duras que ha vivido Cali en su historia.