ORDEN PÚBLICO

Alias Inglaterra y los asesinos adorados

El multitudinario sepelio de alias Inglaterra plantea la pregunta de por qué las comunidades apoyan y hasta admiran a esos tenebrosos capos. ¿Miedo a represalias o desfase moral?

2 de diciembre de 2017
La gente de Carepa (Antioquia) recibió a alias Inglaterra como un héroe municipal. Con disparos al aire, corridos prohibidos, globos, camisetas alusivas y una caravana de motos, miles de personas despidieron al capo del Clan del Golfo.

Los años pasan y la gente en Antioquia le sigue encendiendo velas a Pablo Escobar. Pero como se pudo confirmar la semana pasada con el sepelio de alias Inglaterra, el caso del ‘patrón’ es el más famoso, pero no el único. En los últimos años, las Fuerzas Militares y la Policía han abatido decenas de cabecillas de grupos al margen de la ley que luego las poblaciones donde ejercían el terror despidieron con gran pompa. Contrario a lo que podría pensarse, no parecen manifestaciones de alivio, sino de luto. Enormes cortejos fúnebres, con flores, velas, globos, pendones y música a todo volumen han desfilado por los pueblos de Colombia para enaltecer a los capos caídos.

Las autoridades afirman que se trata de comunidades compradas con casas y lechona, o aterrorizadas por la fuerza de los fusiles. Sea plata o plomo, ese es el macabro modus operandi de las redes ilegales. Pero existe la posibilidad de que la gente se movilice porque realmente siente el deceso del personaje.

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El caso más reciente sucedió hace unos días, cuando la Operación Agamenón II le dio otra sacudida al Clan del Golfo. En un combate con las autoridades murió Luis Orlando Padierna, alias Inglaterra, tercero en la línea de mando y coordinador del crimen en Norte de Santander, Magdalena y La Guajira. Cuando su cuerpo llegó al municipio de Carepa (Antioquia), 5.000 personas lo esperaban con conjuntos vallenatos y narcocorridos. La población acompañó el cortejo fúnebre a pie y en moto, con camisetas con la foto de Inglaterra y la frase “vivirás por siempre en nuestros corazones”. Los corridos prohibidos narraron su historia como un hombre humilde y paciente, perseguido por aviones y helicópteros, pero respaldado por sus patrones y con el apoyo del pueblo.

“Le asombra a uno ver cómo hoy las personas tienen truncados los valores. Les parece magnífico acompañar al féretro de un delincuente”, afirmó el coronel Luis Eduardo Soler, comandante de la Policía de Urabá. Como una “apología al delito” calificó el acto el alcalde de Carepa, Ovidio de Jesús Ardila.

Y es que no es la primera vez que la gente sale a recibir a los cabecillas del tenebroso clan liderado por Dairo Úsuga, alias Otoniel. A finales de agosto, en un enfrentamiento con los comandos de la Agamenón II, murió el segundo al mando, Roberto Vargas, alias Gavilán. En San José de Mulatos (Antioquia), con disparos al aire y una escandalosa parranda vallenata, 2.000 personas acompañaron el funeral del capo. Las Fuerzas Armadas sostienen que la mafia pagó para que la gente asistiera al sepelio. Sin embargo, abundaron los corridos en su honor que lo calificaban como un guerrero perseguido por el gobierno y lamentaban cómo, tras su muerte, las Autodefensas Gaitanistas y la comunidad perdieron a su líder.

En marzo San Pedro de Urabá (Antioquia) celebró el sepelio de Fernando Oquendo Estrada, alias Ramiro Bigotes, quinto al mando del Clan del Golfo. Más de 1.000 personas de corregimientos aledaños acudieron para despedirlo. En mayo del año pasado una cantidad similar de antioqueños participó de las exequias de Uldar Cardona Rueda, alias Pablito. Dos meses antes había sucedido lo mismo con el entierro de Jairo de Jesús Durango, alias Guagua, máximo cabecilla de la organización criminal en el Pacífico. Caravanas de motos y vehículos de servicio público acompañaron las exequias.

¿Qué hace que la población adore a estos violentos capos del narcotráfico? Para el antropólogo y doctor en sociología Fabián Sanabria, estas ceremonias fúnebres muestran las raíces y los valores paramilitares que aún se multiplican en Colombia. “La imaginería popular venera a personajes al margen de la ley, les guarda memoria, hasta les rinde culto, los beatifica”, le explicó a SEMANA.

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Y esta suerte de adoración se concreta en lo festivo. “Los valores se invierten y los actores criminales emplean la fiesta para conectarse con la gente. Se arma una leyenda de los capos, que se presentan como bandoleros sociales, personajes dadivosos que velan por la sociedad. Luego el ritual de la muerte confirma la beatificación y se vuelven objeto de ruegos y oraciones”, le dijo a SEMANA el investigador del Iepri Carlos Mario Perea.

El ritual mortuorio es una de las bases simbólicas de las organizaciones criminales. Solo hay que ver lo que sucedió en el sepelio de la cabeza del EPL, Víctor Ramón Navarro, alias Megateo. En San José del Tarra (Norte de Santander), según investigaciones de la Policía, los hombres de Megateo enterraron pedazos de su cadáver en diversos puntos secretos.

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Para los analistas, este tipo de prácticas surgen a falta de otros héroes, símbolos para sentir pertenencia. Sanabria sostiene que esto tiene mucho que ver con la ausencia del Estado, que no logra suplir las necesidades de los ciudadanos en las regiones apartadas. “Entonces un paraco, a título personal, lleva la carretera, hace el parque, se vuelve el héroe local. Es un problema de agenciamiento cultural que surge de cómo las instituciones propagan la cultura, los valores patrimoniales, la poesía, la danza. Si la gente reconociera las tradiciones, no tendría que rendirle culto a alias Inglaterra”, explicó.

Eso sucede porque a muchos lugares de la Colombia profunda llegan las Fuerzas Armadas, pero no la educación, la infraestructura, la salud ni la cultura. Entonces los capos suplen ese papel, especialmente el cultural, con fiestas llenas de excesos y disparos al aire.

Pero resulta vergonzoso que miles despidan como grandes hombres a estos mafiosos justamente donde sufren su accionar y sus aberraciones. Asesinan, desplazan inocentes, y con amenazas obligan a las familias a entregar a sus niñas de 8 a 12 años para violarlas, pero muchos se prestan para el perverso show de adorar a los capos caídos. Una paradoja total.