CONTROVERSIA

El museo de Pablo Escobar que el Osito no ha podido abrir

Por años, familiares y lugartenientes de Pablo Escobar, así como ciudadanos de Medellín, se han lucrado de la imagen del capo, una práctica bastante cuestionada. Sin embargo, Roberto, su hermano, lleva años intentándolo y no ha podido.

12 de enero de 2019
Roberto Escobar está casi ciego desde 1993 cuando le hicieron un atentado en la cárcel de máxima seguridad de Itagu¨í. En su museo tiene una pintura de Pablo acompañado del Padrino, pieza que estuvo perdida por décadas.

En el centro de la casa está el comedor en el que Pablo Escobar tomó su última cena. Roberto Escobar –el hermano mayor– dice que esa noche hubo un mal presentimiento porque una mosca entró y voló sobre la cabeza del que muchos en Medellín llamaban “el Patrón”. Álvaro de Jesús Agudelo, alias Limón, quiso matar la mosca, pero su jefe se lo impidió. “Todo indicaba que mi hermano pronto se iba a morir”, dice Roberto, a quien de sus años como ciclista le quedó el apodo del Osito.

El Osito vive en una casa enclavada en una de las montañas de Medellín hasta la que llegaban turistas para contemplar algunos vestigios de lo que fue el imperio de Pablo Escobar. Allí hay fotos del capo, carros, motocicletas, jet ski, obras de arte y, también, las bicicletas del Osito, fotos y pinturas del terremoto de Manizales, el caballo de paso fino que llegó a costar 5 millones de dólares y que los Pepes caparon para vengarse de la familia Escobar.

“¿Por qué todos pueden hablar de mi hermano y yo no? ¿O a ustedes les parece que aquí se hace algo malo? Cosas más malas se hacen afuera, en los barrios de Medellín”, dice el Osito, que se declara perseguido porque le han sellado la casa dos veces por ejercer el turismo sin permisos.

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“Yo he sido perseguido porque, cuando van a sellar un negocio, a usted lo llama la Alcaldía con 33 días de anticipación para que tenga toda la documentación a la mano. ¿Qué pasó? Aquí vinieron el 19 de septiembre a la 1:30 de la tarde para sellar la casa museo Pablo Escobar, pero eso no existe, esto no tiene nombre; que iban a sellar porque no tenía el permiso de turismo, ni la Dian, ni la Cámara de Comercio, y era verdad, no tenía nada de eso”, dice.

Desde hace varios meses Roberto Escobar recibe a turistas que –afirma– le entregan una donación, la cual depositan en una alcancía que él tiene en la entrada de la casa: una caneca lechera verde que cuando se llena él lleva a un asilo de ancianos. Sabiendo que necesitaba todos los permisos para continuar la labor, Escobar –casi ciego desde el 18 de agosto de 1993 por una carta bomba en la cárcel de máxima seguridad de Itagüí– se dedicó a conseguir los papeles.

“Ya para el 25 yo tenía varios documentos que me pidieron. Un día vino la inspectora de Policía y me revisó todo aquí y quitó el sello por esos documentos, me pidió una carta y aquí se la hicimos a mano. Eso fue un jueves, y yo no abrí hasta el martes. Ese martes al mediodía llegó la policía diciendo que me faltaban documentos, dizque me faltaba el certificado de sanidad y me sellaron otra vez por cinco días”. Roberto Escobar volvió a los trámites con la ayuda de una muchacha que cada día se ocupa de su agenda. Finalmente, consiguió el permiso y Caracol Noticias le publicó una nota en la que aseguraban que la casa museo Roberto Escobar tenía la puertas abiertas a los turistas que quisieran conocer más de cerca la historia de Pablo Escobar.

“En Caracol salió la nota y a las cuatro de la tarde vinieron a decir que yo no podía trabajar que porque había incurrido en dos delitos; primero, en no tener los papeles y, después, en reabrir sin tener todo en orden, sabiendo que la misma inspectora de Policía me había quitado el sello. Vino la oficina de turismo, la Policía, eso parecía un allanamiento. Además de eso me impusieron una multa por más de un millón de pesos. Vinieron a decir que yo ya no podía trabajar más”, dice, mientras mira las fotos de su hermano colgadas en una pared de la casa. En ellas se ve a Pablo Escobar desde su niñez hasta la adultez, cuando ya era un prófugo de la justicia, y se queja de que la policía le quería quitar las fotos, incluso las de sus padres, pero él se defendió diciendo que eran sus recuerdos, los recuerdos de su familia.

Cuando recibía turistas, roberto escobar tenía una alcancía en la que estos dejaban PLATA que él después donaba a un ancianato

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Para muchos la casa de Roberto Escobar, donde vive con los recuerdos del emporio criminal de su hermano –se destaca un gran cuadro en técnica de brillantes lentejuelas, en el que Pablo Escobar comparte mesa con el Padrino–, hace parte del entramado que alimenta el narcoturismo en Medellín. Es una realidad que cientos de extranjeros llegan a la capital paisa para conocer las huellas que dejó el hombre que en nombre de la mafia se enfrentó al Estado.

En la Alcaldía aseguran que de la mano del Viceministerio de Turismo han trabajado de “manera sistemática en conrtolar y vigilar la oferta de servicios turísticos en Medellín”, teniendo como premisa el respeto a los habitantes de la ciudad. Y es que el mismo alcalde Federico Gutiérrez se ha enfrentado en varias oportunidades a cantantes de música urbana que quieren exaltar las historias del narcotráfico.


Pablo y su hermano tenían el hobby de montar en jet ski. Por eso, el Osito conserva las motos acuáticas en las que ejercitaban. También guarda todo un archivo de la época en que practicaba el ciclismo.

Incluso, la Secretaría Privada de la Alcaldía ha adelantado varias campañas contra el narcoturismo, entre las que se encuentran la demolición del edificio Mónaco –que se realizará el 29 de febrero–, que fue propiedad de Pablo Escobar y donde todos los días llegan turistas para tomarse fotos. Todo esto “por la reivindicación de la memoria histórica”, por lo que en lugar del Mónaco se levantará “un parque en memoria de los verdaderos héroes de una lucha contra esa nefasta cultura”.

Sin embargo, Roberto Escobar cree que a él lo están silenciando sistemáticamente: “Todos hablan de Pablo Escobar: Netflix, los noticieros, Caracol Televisión, las revistas, mis familiares que sacan libros mentirosos. Y resulta que yo no puedo contar mi historia ni la de mi hermano, esto es una injusticia. Yo no le hago daño a nadie. Aquí no se hace ningún mal, la gente solo viene, les cuento una historia y se toman una foto conmigo”.

En la Orden de Policía n.º 249, emitida por la Secretaría de Seguridad y Convivencia de Medellín, consta que la casa –citada en el documento como Casa Museo Pablo Escobar– está sellada definitivamente porque ya tuvo dos cerramientos: el 19 de septiembre y el 9 de octubre, tal como cuenta su propietario. Además, que “quien en el término de un año contando a partir de la aplicación de la medida incurra nuevamente en alguno de los comportamientos prohibidos en el presente artículo que dan lugar a la medida de suspensión temporal, será objeto de suspensión definitiva de la actividad”.

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“Me tendieron una trampa porque me quitaron el sellamiento sabiendo que me faltaba un documento”, dice Escobar, quien esta semana apareció en noticieros del mundo porque supuestamente lidera una colecta para tumbar de su cargo al presidente de Estados Unidos, Donald Trump. “Quieren censurarme, ahora sale esto de Trump, a mí nunca me gustó la política, ni siquiera voté por mi hermano. Eso es falso, no estoy reuniendo plata para ninguna causa”.

Entrar a la casa de Roberto Escobar es como recorrer por un pasillo los años ochenta y noventa: hay fotos de Pablo Escobar en la hacienda Nápoles; en jet ski; mirando el horizonte con ojos adustos y desconfiados; agarrado de la mano de su hijo, Juan Pablo, con la Casa Blanca detrás; asomado por los barrotes de La Catedral. La decoración de toda la casa es vieja: los muebles de cuero están roídos por el tiempo –son los últimos muebles que tuvo Pablo–, el comedor de madera está despintado y la bicicleta de Roberto parece pesada, no hay en ella el aerodinamismo de los modelos nuevos. Todo evidencia que ese tiempo oscuro ya pasó. n