VIOLENCIA
El niño de 7 años que sobrevivió a dos masacres y vio morir a siete de sus familiares en Cauca
En menos de seis meses, dos masacres afectaron la casa del líder social Álvaro Narváez en Mercaderes, Cauca. En la primera murieron él y tres de sus familiares, y en la segunda asesinaron a tres personas más. Solo un niño de 7 años sobrevivió a ambos hechos violentos.
El último de los Narváez Daza –un niño de apenas 7 años– ha sobrevivido a dos masacres y ha visto caer acribillados a siete de sus familiares en menos de seis meses. Todo en su casa de la vereda El Vado, ubicada en la zona rural de Mercaderes, Cauca.
En la primera masacre, el 29 de abril, vio morir por disparos de fusil a su hermana mayor Yenni Catherine López Narváez, de 15 años; a su abuelo, líder social y presidente de la Junta de Acción Comunal de El Vado, Álvaro Narváez Daza; a su abuela, María Delia Daza; y a su tío, Álvaro Narváez hijo. En esa ocasión el pequeño se salvó porque un armario le cayó encima y, aunque tuvo algunas lesiones leves, salió ileso de la embestida violenta de cinco hombres armados que dispararon 110 veces contra la humilde vivienda de paredes en barro seco y puerta metálica azul.
Su abuela quedó tendida en el comedor, mientras que a su abuelo, hermana y tío los alcanzaron los disparos en la sala donde veían el noticiero de la noche. Solo sobrevivieron el niño y otro tío, también menor de edad. En la reconstrucción del crimen, los peritos de la Fiscalía hallaron orificios de bala en casi todos los rincones de la sala.
Los sobrevivientes salieron ilesos por un verdadero milagro. Las autoridades trasladaron a ambos menores a un centro de acompañamiento. Allí estuvieron por varios días hasta que llegó desde Bogotá Efigenia Daza, madre del niño e hija de Álvaro Narváez; ella, que había perdido a sus dos padres, un hermano y a su hija mayor, denunció ante la Personería de Mercaderes las presiones y amenazas que recibió su familia del frente disidente de las Farc Carlos Patiño.
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Presentó ante las autoridades varios panfletos que decían “Álvaro, estás muerto” y contó cómo desde noviembre de 2017 los presionaban para que abandonaran sus tierras. A Álvaro no le perdonaban su activismo contra los cultivos ilícitos y su postura valiente para reemplazarlos.
Este líder social, junto con la Alcaldía de Mercaderes y gremios campesinos, visitó cada una de las fincas donde cultivaban coca en El Vado para que sustituyeran esos cultivos por el de limones. Había logrado atraer la atención de autoridades nacionales y departamentales para que les compraran el producto en la misma vereda. Los campesinos, entonces, tendrían vendida su cosecha antes de sembrarla. Muchos accedieron al cambio, incluso el mismo Álvaro sembró en su finca este fruto.
No obstante, el frente José María Becerra del ELN lo declaró objetivo militar en noviembre de 2017. Cinco días después, los Narváez Daza abandonaron El Vado en una madrugada lluviosa. El destierro solo duró tres meses. Yenni Catherine López Narváez, la nieta mayor de Álvaro, precipitó el regreso. Lloraba casi a diario; quería retornar a su escuela en Mojarras, donde tenía fama por interpretar la quena y la trompeta. Heredó la vena artística de su joven tío Álvaro hijo, quien tocaba el trombón en ese mismo plantel. Ambos murieron en la primera masacre.
Efigenia Daza no quiso regresar. Le confió sus dos hijos a Álvaro y decidió emprender camino hacia Bogotá, a buscar un futuro mejor lejos de la hostilidad heredada del conflicto armado. Quería conseguir algún dinero para llevarse luego a los dos menores, pero el tiempo se prolongó hasta abril de 2020, cuando ocurrió el asesinato. En el momento en que llegó a Mercaderes solo encontró al niño y al hermano suyo, de 16 años, en el centro de acompañamiento. Se llenó de rabia y dolor. Había compartido con toda su familia por última vez en diciembre de 2019. De esa reunión quedó una fotografía que parece premonitoria. A la derecha está Yenni Caterine, luego Álvaro y María Delia; a la izquierda se ubicó Álvaro hijo, y más atrás, el menor de sus hermanos; en el centro están Efigenia y su pequeño, el último de los Narváez Daza.
De ese retrato, Efigenia murió de última y solo el niño permanece vivo. Ella decidió quedarse en Mercaderes para saber quiénes mataron a su familia. Un par de semanas después, las autoridades capturaron a cinco de los presuntos pistoleros que asociaron al frente disidente Carlos Patiño y dieron la investigación por terminada.
Efigenia no vio problema en regresar a El Vado junto con su esposo, Yamith Ibagué, a quien conoció en Bogotá. Tenían el propósito de poner a producir nuevamente esas tierras. Pero las amenazas del frente Carlos Patiño nunca cesaron. Ahora el enemigo no era Álvaro, sino su hija, por atreverse a denunciar y señalar a los asesinos de su padre.
El primer altercado entre esa disidencia y los Narváez Daza sucedió durante el inicio de la cuarentena. Esa estructura informó a la comunidad que debía apoyar su lucha armada contra el Ejército Nacional y el ELN. Cada finca tendría que aportar gallinas, ganado o cualquier otro producto que requirieran hombres de esa estructura criminal. Álvaro se negó públicamente. La guerrilla lo mandó a buscar en varias oportunidades.
En la fecha de su muerte Álvaro se levantó temprano, como de costumbre. Era un día especial para él. Logró gestionar ante la Alcaldía más de 50 mercados para personas de escasos recursos en El Vado. Él mismo pasaba dificultades por el aislamiento, pero donó la parte que le correspondía. A la jornada llegaron más familias de las presupuestadas y las ayudas no alcanzaron para todos. Ese ejercicio de liderazgo irritaba a la disidencia Carlos Patiño. Si la cabeza visible de la comunidad no cooperaba, nadie lo haría.
El Vado tiene una posición estratégica para la guerra criminal y narcotraficante librada en el sur del Cauca. Esta vereda colinda con el río Patía y tiene pasos porosos con la subregión nariñense de La Cordillera. Ambas zonas conducen a la costa del Pacífico, donde comercializan los cargamentos de drogas con emisarios de carteles mexicanos. Ese conflicto atomizado ha puesto a pelear a muerte a diversos grupos armados que luchan por controlar el territorio y las rutas, en una disputa exclusivamente narcotraficante.
La comunidad y los líderes sociales han quedado en medio. No en vano, en 2020 el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) reporta la muerte de 84 personas que ejercían algún tipo de liderazgo en el Cauca. Una gran parte de ellos asesinados junto con su familia.
La segunda masacre
Efigenia trabajó con entusiasmo por recuperar la finca de sus padres hasta la noche del 30 de octubre, cuando la escena macabra se repitió: hombres armados dispararon desde el exterior ráfagas de fusil contra ventanas, puerta y paredes. Efigenia estaba junto a su tía Bersy Yeny Narváez Daza en el mismo rincón de la casa donde falleció Álvaro. Sus cuerpos quedaron bañados en sangre frente al televisor.
No tuvieron la oportunidad de reaccionar ante balas certeras y rápidas. Yamith Ibagué alcanzó a alejarse 800 metros, corría hacia una quebrada que pasa detrás de la finca, por donde la familia logró escapar aquella noche lluviosa de 2017. Pero también murió acribillado.
En esta ocasión solo el niño quedó con vida, los vecinos lo encontraron en shock nervioso debajo del mesón de la cocina. Nuevamente vio los cuerpos de sus familiares teñidos de rojo. Nuevamente aguantó en silencio la barbarie para evitar las balas de los asesinos. Nuevamente presenció el exterminio de todos aquellos a quien quería. Y nuevamente sintió la incertidumbre de encontrarse solo. A su corta edad, la violencia se ensañó contra él y con su destino.