violencia de género
“El peor día de mi vida”: el relato de terror de la patrullera abusada sexualmente por vándalos en un CAI
Esta es la historia de terror que vivió una patrullera al enfrentar a una horda de vándalos que abusó sexualmente de ella. Autoridades ofrecen 20 millones de pesos por los responsables.
Sentada en una silla de plástico, en las instalaciones de la Policía en Cali, está una de las 55 mujeres uniformadas que han sido violentadas durante los disturbios registrados en las tres semanas de paro en Colombia. Ella prefiere ocultar su identidad, su voz temblorosa delata el miedo que aún siente al recordar, según dice, “el peor día de mi vida”. Así califica el pasado 29 de abril, mientras que aprieta sus manos con frustración.
Era el segundo día de paro nacional. Sobre las diez de la mañana empezaron los disturbios en el sector conocido como Puerto Resistencia. Ella estaba de pie custodiando la zona junto con otros 15 compañeros. Los desmanes se salieron de control; sus cascos y escudos ya no soportaban más los golpes. Las rocas que les lanzaban golpeaban contra su cuerpo. Al grupo del Esmad, que llegó a apoyarlos, se le acabaron las municiones. No tuvo otra opción que correr. Se resguardó en el CAI de Villa del Sur. Allí viviría un verdadero infierno.
“Veía el odio en los ojos de la gente que llegó a destruir el CAI”, dice, y describe cómo desde la ventana observaba que todo ardía en llamas. Estaba encerrada con dos patrulleros hombres y cinco detenidos. El seguro de la puerta no soportó la fuerza de la muchedumbre enardecida. Varios hombres encapuchados entraron. Dijeron “es la única mujer” y la tomaron como si se tratara de un rehén. ¿Dónde están las llaves de las esposas?, preguntaban mientras la arrastraban violentamente. “Hasta que no me den las esposas no la soltamos”, recuerda ella que gritaban junto a su oído. En realidad, no sabían dónde estaban.
Comenzaron a golpearla con puños y patadas, la arrastraban por el piso. Escuchó que uno de sus compañeros que trataba de defenderla alzó la voz: “Suéltela, acá mandamos nosotros”, pero de nada sirvió; eran tantos que también lo golpearon. Sus lágrimas caen al recordar lo que vino después: uno de ellos se sube sobre su cuerpo, que estaba en el piso, y, confiesa: “me despoja mi guerrera (la chaqueta del uniforme). Empezó a tocarme todo el cuerpo, a besarme. Tocaba mis partes íntimas mientras me seguía golpeando”, sostiene la respiración y sigue relatando a los investigadores que llevan su caso por presunto abuso sexual.
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Una de las frases que más repetía era: “Les ruego que respeten mi vida”, pensaba que era su último día. Cuenta que un corrientazo corrió por su cuerpo cuando escuchó al hombre que estaba sobre ella darles la instrucción a los que la tenían atada de manos y de pies que cogieran el bolillo de ella y lo utilizaran para cometer otros vejámenes, “Métale esto”; al escuchar esa frase en su mente, su vida retrocedió cuadro por cuadro. Su vida pasó en un segundo. “Recordé que por cuestión de tiempo no pude hablar con mi mamá y decirle cuánto la amaba”.
Fue ese amor, asegura, el que le dio la fuerza suficiente para que esta mujer, que no supera los 30 años, se escapara de sus captores. No entiende cómo lo logró; todo se dio en medio de la revuelta social. Un hombre que pasaba por el lugar en un carro no dudó en llevarla a un centro de salud cercano.
El estremecedor relato de la patrullera llegó incluso a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Las autoridades investigan los hechos para identificar a los responsables, mientras que ella recibe atención médica y psicológica. Aún teme por su vida y no comprende cómo hay tanto repudio por un uniforme, si debajo de él hay un ser humano que clama respeto a pesar de las diferencias ideológicas que puedan existir.