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El representante a la Cámara que perdonó a los asesinos de su padre
Doce años después que su padre, el diputado del valle Jairo Javier Hoyos, fue asesinado por las Farc, el representante de la U John Jairo Hoyos sorprendió en un acto de reconciliación en el Congreso.
Hace dos semanas, mientras el Centro Democrático se retiraba de la sesión con la llegada de Santrich y la bancada de la Alianza Verde cargaba carteles que decían “Sí a la paz, no a Santrich”, el congresista John Jairo Hoyos decidió hacer una emotiva intervención en el atril. “Hoy las víctimas de todo el país estamos decididas a construir un país de paz. Demos un trato digno a los comandantes de las Farc que decidieron venir a este Congreso y dejar las armas”, dijo antes de bajarse a darle la mano al Santrich.
Con la intervención, que era predecible en un congresista de las Farc, pero poco imaginable en uno de La U, “no se trató de dar la bienvenida a Santrich ni de asumir su inocencia –aún en investigación—sino de decir que no está cumpliendo con una ilegalidad al posesionarse. Su actitud contrasta con la de Iván Márquez y el Paisa, quienes no se posesionaron incumpliendo el acuerdo”, asegura Hoyos, mientras recuerda que es hijo de Jairo Hoyos Salcedo, uno de los diputados del valle asesinados por las Farc hace 12 años.
Jairo llegó a la Cámara en 2018, después de quemarse en varias oportunidades, y paradójicamente el discurso que movió en campaña fue el de la reconciliación. “Alguien tiene que asumir el perdón y la reconciliación o esto nunca parará”, asegura.
Llegar a esa convicción no fue fácil. Duarante los cinco años que estuvieron secuestrados los diputados, acumuló ira. Sentía que no iba a poder superar la angustia de no saber nada de su padre. Esa sensación la tuvo, incluso, durante todo el proceso de paz. Le pidió al senador Roy Barreras, padre de su mejor amigo, que no le hablara de nada que tuviera que ver con el acuerdo. “No me daba la entraña”.
Sin embargo, Barreras lo convenció en 2016 de viajar a La Habana con los hijos de otros diputados a encontrarse con las Farc. Allí, los jefes del entonces grupo guerrillero, en un acto mediado por el padre Francisco de Roux y el arzobispo de Cali, Darío Monsalve, pidieron perdón. “Fue un momento muy duro, todos llorábamos. Pero ahí comencé un proceso emocional que terminó quitándome cien bultos de cemento de la espalda”.
Asegura que el perdón fue posible gracias a la formación que tuvo en su infancia. Su madre fue maestra de un colegio humilde que ella misma fundó con Jairo Javier, antes de que este fuera diputado. “No fue fácil. A veces me cuestionaba si mi deber con mi padre era el de vengar su muerte, en lugar de darle la mano a sus victimarios”. Pero después de una historia de ires y venires emocionales lo decidió: “Nada más le daba sentido a la muerte de mi padre que la reconciliación”.
Recuerda con angustia los cinco años en que el diputado estuvo secuestrado. También la primera prueba de supervivencia que recibió a los seis meses del secuestro y el momento exacto de 2007 en que su madre le comunicó que, según el noticiero, habían asesinado a Jairo Javier y a sus colegas de la Asamblea del Valle. Luego comenzó una profunda incertidumbre, que solo se cerró cuando Álvaro Leyva se ofreció de facilitador para encontrar los cuerpos. Fue tal el trauma, que John Jairo decidió irse afuera del país por varios años.
“Con la misma angustia, pero con un propósito, una vez firmada la paz me enfrenté a un acto de perdón en la Iglesia San Francisco de Cali. Allí invité, yo mismo, a Pablo Catatumbo a darme la mano”. No fue fácil tampoco, pero su esposa –cristiana—y su familia, lo apoyaron. La iglesia estalló en lágrimas.
El representante se apropió tanto de las banderas de la paz, que cuando ganó el No en el plebiscito, organizó la marcha que viajó desde Cali a Bogotá pidiendo una renegociación. Después de caminar 15 días, llegó con 30 personas al campamento por la paz que activistas habían montado en la plaza de Bolívar. “Lloré mucho cuando ganó el No. Sentí que lo que pasaba en las urnas era contrario a mi proceso personal”.
A pesar de que algunos de sus seguidores le han dado palo por haberle dado la mano a Santrich, no se arrepiente de su gesto. Dice que lo hizo racionalmente, como una reivindicación de la división de poderes. “Está ahí porque la Corte Suprema de Justicia lo permite”, asegura mientras insiste en que no se quema las manos por el exguerrillero –y hoy colega suyo—y que le pide “humildad y compromiso con la paz”. “Odiar y vivir no van de la mano”, concluye Hoyos mientras confirma la hora de la misa que convocó para conmemorar los 12 años del triste asesinato de su padre.