.
El libro de Mario Villalobos sobre la magia negra y el poder | Foto: Fotomontaje SEMANA

ENTREVISTA

“El senador y su novio”: lea el revelador capítulo de Confesiones de una Bruja. El libro cuenta secretos de los amores prohibidos del poder

El periodista Mario Villalobos es el autor de esta obra que narra sin tabúes la vida de una mujer que, a punta de magia negra, le ayudó a los más poderosos de este país.

Redacción Semana
5 de noviembre de 2023

Pero no fue ese senador el único político de alto nivel con el que tuve contacto. Otro legislador de muchísimo prestigio llegó atraído poco tiempo después y su historia me conmovió como pocas. Detrás del hombre de hierro, adusto e inflexible, se escondía un hombrecillo apocado que llevaba a cuestas el fardo de un amor que debía mantener oculto, porque en esa época no era bien visto.

Por entonces yo frecuentaba a muchos funcionarios del Congreso, en especial miembros de las unidades de trabajo legislativo, que me consultaban con la excusa de un trabajo personal, pero que por lo general terminaban confesando que en realidad venían de parte de sus jefes, a quienes les hacía trabajos prácticamente sin conocerlos en persona.

| Foto: Juan Sebastián Cruz Ruiz-Semana

La primera visita del personaje fue la misma encarnación de la paranoia. Mientras me alistaba para recibirlo, pude ver por la puerta entreabierta de mi cuarto cómo revisaba cada rincón de la sala y de mi estudio privado para cerciorarse de que no hubiera cámaras que registraran su presencia. Como era un hombre más bien pálido y de relativo bajo perfil en la opinión pública, no lo identifiqué. Al presentarme, no quiso decir su nombre ni a qué se dedicaba y se limitó a contar que había llegado a mí esperanzado con que, según le habían aconsejado, yo podría hacerle una limpieza de aura.

Se trataba de un trabajo blanco y sencillo que podría haber hecho en cuestión de una hora. Pero su escasa expresividad, que hacía que hablara casi a punta de monosílabos, como si fuera una especie de telegrama humano, provocó en mí una curiosidad extrema, así que le mentí y le dije que la limpieza de aura no era posible sin leer el tarot. Accedió y conforme fui interpretando las cartas, descubrí que era un hombre ligado al mundo político y que tenía un potencial gigantesco, bloqueado por cuenta de una angustia que acaparaba todos los niveles de su vida.

Cuando se lo dije, asintió, me dijo su nombre, reveló que era senador y me rogó la mayor discreción posible. La vida pública de este personaje progresó gracias a una oratoria privilegiada y a su gran capacidad de leer las necesidades de los más desvalidos. Esa empatía se había convertido, en pocos años, en su pasaporte al Congreso. Tras esta revelación de su identidad, lo miré fijamente hasta poner en jaque sus ojos, para preguntarle sin anestesia:

—Los arcanos jamás suelen revelarme algo que no sea cierto, pero prefiero preguntárselo sin rodeos. Ellos me dicen que usted no tiene pareja, sino parejo.

Agachó la cabeza con una mezcla de vergüenza y angustia que me enterneció. Dijo que estaba enamorado hasta los tuétanos del hombre a quien convirtió en uno de sus más estrechos colaboradores en el Senado y quien fungía como un Rasputín en la relación con sus colegas. Se sinceró y me confió que enfrentaba un dilema: salir del clóset sin arriesgar el sueño dorado de llegar a una de las más altas posiciones del congreso, o perderlo todo.

Las cartas del tarot.
Todas las historias de la bruja Sofía están relatadas en el libro de Mario Villalobos. | Foto: Getty Images

Le dije que esa era una tarea poco menos que imposible, porque era presa de lo que se conoce como un atrancamiento. Las cartas mostraban que sobre él pesaban oscuros trabajos espirituales. Apenado reconoció que ese era realmente el motivo de su visita, pues un experto de su ciudad natal, considerada como la capital colombiana de la magia negra, le había dicho que la única persona que le daría una mano efectiva sería yo contra el ritual de vudú que le habían hecho.

Tras explicarle que no toda práctica de ese estilo es negra, le aclaré que probablemente el trabajo en mención estaba destinado a causarle daño de manera sostenida, de acuerdo con las tradiciones de los makayas y los bizangos, dos sociedades secretas haitianas famosas por sus efectivas maldiciones y hechicerías, y a las que se debe en gran parte la mala fama del vudú.

En su caso, bautizaron un muñeco de tela con sus dos nombres y apellidos, rociado con agua bendita, como simulando un bautismo católico. Lo pusieron sentado en una cerámica de barro, con una foto suya entre las piernas, y alrededor regaron sal negra mezclada con un poco de azufre. En la espalda de la figura colgaron con hilo negro una carta escrita de puño y letra de quien ordenaba el trabajo –en esta suele consignarse de la forma más detallada posible la petición que se hace–.

Tras el conjuro del hechicero negro, el muñeco fue enterrado en un cementerio, pero se trataba de un trabajo incompleto, porque mi cliente no tenía quebrantos de salud inexplicables. Para provocar eso, es necesario clavar alfileres en los espacios corporales que se quieren afectar, como el corazón, los riñones o las piernas, que son los más efectivos y usuales. En su caso no ocurría así, porque quien ordenaba el trabajo quería contemplar el efecto de su obra, que destruiría de forma paulatina la vida de su adversario, incluso a distancia. Y a juzgar por lo que me relataba el senador, lo estaba consiguiendo.

Le dije que era un proceso complejo y largo, que requería de su parte tiempo y paciencia. Comencé un febril compromiso para sanar su vida, mientras él hacia todo tipo de maromas para acomodar su horario entre esa tarea y sus compromisos legislativos. En algunas ocasiones llegó tarde a comisiones y plenarias por asistir a los rituales que le programaba. Dejaba a sus escoltas en un centro comercial vecino, llegaba a pie apurado, con gafas oscuras para evitar que lo reconocieran.

Hoy en día, la brujería se practica en diversas formas y tiene un significado distinto para diferentes personas. Algunos la consideran una religión pagana, mientras que otros la ven como una forma de conexión con la naturaleza o una expresión individual de espiritualidad.
Uno de los clientes de la bruja Sofía fue el paramilitar Miguel Arroyave. | Foto: 123f - El País

Desmontar el trabajo oscuro que sufría requirió varias sesiones. La primera de ellas fue un baño de salvia, una planta de uso legendario que los romanos asociaron con la sabiduría y que los esotéricos usamos para desterrar la angustia, que era el más intenso de los efectos que experimentaba.

El senador se desnudó en un estudio privado que tenía en casa, mientras dos mujeres que trabajaban asistiéndome comenzaron a azotarlo con la yerba: una de ellas lo hacía de arriba hacia abajo y la otra en dirección contraria, mientras caminaban en círculos a su alrededor. Él escuchaba con los ojos cerrados el conjuro de destranque que yo vociferaba vívidamente mientras zapateaba con fuerza convocando al espíritu del hermano Nicanor, para completar mi obra.

Trémulo, tembloroso pero callado como siempre, se dio una ducha y se vistió. Dos días después me confesó que se había quitado un gran peso de encima, que se sentía liviano y que había dormido como un bebé por primera vez en años.

La segunda sesión fue una semana después, la cual consistió en un ritual para eliminar la inmundicia de su aura. Desnudo de nuevo se sometió al ritual llamado la limpia de los huevos, famoso también por su efectividad para activar las energías positivas.

En este punto debo explicar que los objetos materiales, por sí mismos, no ejercen ningún tipo de ayuda; los que obran el prodigio son el don de nacimiento, la energía del esotérico y la fuerza y presencia de los espíritus que lo ayudan o toman su materia.

Conseguimos huevos recién puestos, como exige el ritual. Tomé uno y, mientras rezaba a voz en cuello mi conjuro, comencé a realizar círculos cada vez más cercanos a la piel del senador, siguiendo un orden estricto. Pelo, ojos, cuello, frente, nariz, boca, cuello, hombros, pecho, brazos, abdomen, genitales, piernas, rodillas y pies. Al finalizar, rompí la cáscara y eché el contenido en un vaso de cristal transparente, con agua y una pizca de sal. El huevo estaba totalmente podrido, señal inequívoca no solo de que el trabajo era muy fuerte, sino que estaba más vigente que nunca.

Repetí el proceso y en esta ocasión la yema tenía muchas burbujas alrededor, signo de energía negativa. El tercero reveló puntos negros y rojos en el centro de la yema, sinónimo de enfermedad espiritual. El cuarto y el quinto intento expusieron una pequeña película gruesa, como una especie de manto que flotaba por encima de los huevos, confirmación de la presencia de magia negra.

La sexta yema reveló formas de aguja que equivalen a la presencia de envidias cercanas. Sudorosa, exhausta y sorprendida estuve a punto de suspender el ritual, pues jamás había visto semejante conjunción de males. En el séptimo huevo, el último de los permitidos, logré exorcizar todo maleficio. Su yema estaba inmaculada, por lo que ambos pudimos respirar tranquilos.

Ese fue el comienzo de una especie de afición que el senador desarrolló por mí, por mi sapiencia y mis poderes. Prácticamente no había semana en que no me consultara desde el avance de un proyecto clave para el Gobierno, del cual se había convertido en destacado alfil, hasta detalles tan íntimos como la falta de pasión y entrega de su amado colaborador. De hecho, en varias ocasiones, con la esperanza de que se enamorara igual y para evitar que otros pretendientes pusieran en riesgo la relación, adelantamos rituales de activación de amor.

Usábamos un velón rojo y tres frascos con esencias de Ven a mí, Quereme y Pegapega, infalibles para estos casos. Luego le pedía que escribiera siete veces el nombre completo de su pareja a lo largo del velón y otras tres veces el suyo a lo ancho, de manera que se entrecruzaran delicadamente. Enseguida, le decía que acariciara el velón, cerrara los ojos, se concentrara en la imagen de su hombre y que lo amara en ese instante más que en cualquier época de su vida. Unos segundos después, derramaba entre sus manos las tres esencias previamente mezcladas y le ordenaba que esparciera muy despacio esa mixtura de abajo hacia arriba por todo el velón, a excepción del pabilo. Enseguida repetía al pie de la letra el conjuro:

  Las autoridades están tras la pista de quienes practican la brujería como una nueva modalidad de estafa en Colombia.
Sofía pratica la bujería negra. | Foto: esteban vega la-rotta-semana

No es una vela la que unjo. Unjo su amor, su pasión, su ternura, sus sentimientos, su lujuria, su fidelidad, sus ganas, sus pensamientos. Que sean míos hoy y siempre, en el aquí y en el ahora, por él que se llama…

Con el pasar de los meses, el callado senador se convirtió, gracias a una mezcla de talento político y ayuda sobrenatural, en uno de los legisladores estrella, al punto que alcanzó esa grandísima dignidad con la que tanto había soñado. En el apogeo de su carrera, haciendo gala de la discreción que lo caracterizó siempre, me confió un secreto personal: estaba pensando en renunciar a su curul para emprender una quijotada por amor.

Para continuar con la relación, su amante le exigía que aspirara a la alcaldía de una capital importante de la Costa Atlántica, aquella donde había nacido, para cumplir con esa ambición enfermiza de ser profeta en su tierra y, seguramente, de paso, manejar la contratación a su antojo. Quienes lo conocían sabían que era tan encantador como inescrupuloso. El senador le explicó que era una empresa torpe e irrealizable, pues no solamente tenía intención de permanecer en el Congreso, sino que no lo unía ningún vínculo personal ni político con esa ciudad; tampoco tenía aliados regionales que movieran la maquinaria. Ni siquiera un proveedor de tamales o tejas. Pero su amado lo puso contra la pared: o se tomaban la ciudad o se olvidaba para siempre de él.

Compungido, el senador estrella me insinuó ―con sus buenas formas y una delicadeza digna de un manual― que yo era la única capaz de zanjar esa discusión sometiéndolo espiritualmente. Con un dejo de indignación, alimentado por la promesa sagrada de jamás volver a trabajar de forma oscura, le dije sin miramientos:

—Si es lo que estoy pensando, doctor, desgraciadamente no puedo ayudarlo.

Seguramente sintió las brasas de mis ojos, porque se retiró en silencio; salió a pie y a toda prisa como acostumbraba, mientras yo respiraba aliviada y orgullosa de haberme mantenido firme en mis convicciones.