JUSTICIA

El suicidio de Daniel, el joven que dijo ser abusado por curas en un colegio de Bogotá

Patricia Osorio relata la historia de su hijo, quien se suicidó el año pasado. En sus últimas cartas, él contó que habría sido víctima de abuso sexual por parte de al menos un sacerdote en el colegio San Viator. La institución dijo que no ha sido notificada de investigación alguna.

18 de octubre de 2018
| Foto: Fotomontaje SEMANA

Este jueves, un año y medio después del suicidio de su hijo Daniel Eduardo, Patricia Osorio contó ante los micrófonos de La W Radio los tormentos que padeció el joven de 21 años desde que era un niño, por cuenta de un supuesto abuso del que habría sido víctima en el Colegio San Viator, en Bogotá. Sus victimarios habrían sido sacerdotes, según dicen algunas cartas del puño y la letra del muchacho. SEMANA contactó a la institución que emitió un comunicado oficial (ver abajo). Este medio también habló con la madre, quien relató su dolorosa experiencia así:

Ya la hermanita se había casado y como él era el menor, vivíamos juntos. Ahora quedé sola y me va a tocar salir de mi apartamento porque todos los días sigo mirando su cuarto, su cama, su ropa, las cosas que dejó. Yo le prometí a él que así mediara mi vida, iba a sacar esto a la luz.

El niño entró a los 9 años al colegio San Viator. Su rendimiento fue excelente. Era tan inteligente que le dieron media beca y la mantuvo hasta el grado sexto. Cuando el niño empezó a estar decaído pensé que era por el cambio de quinto a sexto, que era por la adaptación, y que iba a estar bien. Entonces comenzó a descender académicamente y a decirme que quería cambiarse de colegio.

En contexto: Maltrato infantil, ¿qué nos está pasando?

Decía: "no, es que el colegio es muy represivo, no tienen en cuenta la vocación de cada persona". Él se salía por la tangente. Pero después, mucho después, con todo el conocimiento y lo que he leído del tema, sé que la persona no puede hablar de eso, no es que no quiera. Este delito es lo más atroz que uno puede vivir.

Y ahí empezó la odisea más espantosa. Intenté en colegios por todo Bogotá, buscando una institución del mismo nivel. Pero no lo recibían porque solo aceptaban a los que habían estado desde primaria. Hasta que definitivamente él me dijo: "no bregues más, me tocará continuar porque no me dan el cupo". Él siguió ahí. Cuando tuvo la crisis más terrible ya iba en octavo, estaba entrando en la adolescencia y yo se la atribuí a eso, a que hay niños a los que les da muy fuerte esa época. Hasta que un día me dijo: "Llévame a un siquiatra, yo estoy muy mal, he leído en internet y según los síntomas sé que estoy deprimido". Pasó por 8 siquiatras, ninguno pudo hacer nada por él. Le recetaron pepas para la depresión que yo misma le daba y que no le sirvieron. Finalmente entró a una crisis y un día se tomó todo el medicamento. Nos tocó llevarlo de urgencias a la clínica. Lo tuvieron tres días.

En ese lapso yo esculqué la casa buscando evidencias y en la cocina apareció una hoja de cuaderno con su letra, diciendo que había sido abusado sexualmente. Eso era lo que decía. Luego encontramos un mensaje en mi celular. Él lo había cogido seguramente cuando se le acabaron los minutos. Ahí le hablaba a un veterinario amigo. Él conocía veterinarios porque era amante de los animales, los recogía, los protegía. Le comentaba a su amigo que ya no podía más, que sentía que nadie lo podía ayudar. Se despedía y le decía que nunca dejara a los animales, que ellos sí eran leales y honestos. Agregaba que había sido abusado por un cura en ese colegio.

En ese lapso yo esculqué la casa buscando evidencias y en la cocina apareció una hoja de cuaderno con su letra, diciendo que había sido abusado sexualmente

Esa vez que estuvo hospitalizado le preguntamos a la doctora que los estaba viendo si era prudente que le sacáramos el tema (del abuso), porque no teníamos idea de cómo reaccionaría, si tuviera una crisis peor. Ella dijo que entráramos sutilmente, y que le diéramos la confianza de que no lo íbamos a juzgar, sino a ayudar. Entonces le dijimos que sabíamos. Él se quedó callado, no respondió nada. Yo le dije: "voy a encargarme de que haya justicia para ti. Te felicito por el héroe que has sido. Yo sé palmo a palmo lo que significa, lo que has aguantado, y estaré hasta el último día para que lo puedas superar". Él sintió que yo lo apoyaba pero no podía sacar eso, sentía vergüenza, dudaba de él mismo.

Era muy inteligente e inclinado hacia el arte. Dibujaba, aprendía instrumentos musicales por cuenta de él. Entró a la orquesta del colegio. Todos los padres lo rodeaban cuando había presentaciones. Mijo, "usted dónde aprendió batería, que mi hijo también quiere aprender", le preguntaban. Y no, él no había aprendido en ningún lado, aprendió solo.

También estaba en un grupo los fines de semana donde protegían los animales. Hacían reuniones, programaban jornadas. Consiguió unas trampas para encontrar los animales y se los llevaba a los veterinarios para que los operaran. Y los daba en adopción cuando podía. Mejor dicho, la gente que trabajó con él decía que era un ángel, que cuándo se ha visto un niño de esa edad haciendo esas cosas. Siempre fue muy sano, siempre lo tuve acá en la casa. De por sí era como algo tímido, no era que tuviera muchos amigos.

Infografía: Radiografía del abuso sexual infantil en Colombia

Comenzando décimo dejó el colegio. Era irreconocible, parecía otra persona. A veces era agresivo, le molestaba que le dijeran cualquier cosa. Yo llegaba de trabajar y estaba acostado mirando al techo. Y yo le decía, "papito, lea". Le había conseguido un material, cuando iba a validar, para que recordara las cosas importantes, pero no abría los libros. Me decía: "mami, no tengo ánimos, no puedo. Mañana lo intento". Faltando como un mes, íbamos caminando a hacer mercado. Él nunca se refería a ese tema, pero esa vez le dio por hablarme. Me dijo: "mami, tú siempre me pides el nombre del que me hizo daño, pero yo no te puedo decir porque me mata". Entendí claramente que lo habían amenazado.

El 23 de mayo del año pasado, se fue para el apartamento de la hermana. Ellos se veían muy seguido, y decía que quería saludarla. Llegó al edificio y se anunció en la portería. Había pasado como un cuarto de hora y nada que llegaba al apartamento, entonces ella fue a coger el citófono para preguntar qué había pasado, cuando la llamaron de la portería y le dijeron: "¡Baje, baje que su hermanito se cayó!". Resulta que el niño subió hasta la terraza y se botó.

Apenas me enteré del abuso fui a la Fiscalía y puse el denuncio. Pero pasó un año en el cual él todavía estaba vivo y no hicieron nada.

Llevaba una carta en un bolsillo de su pantalón, que la decomisaron para investigar y hasta hace poco nos la entregaron. Ahí habla de los encuentros íntimos que le hacían tener con otros curas. Según se entiende ahí, lo sacaban en camionetas blindadas, lo llevaban a fincas de recreo lujosas que no tenía ni idea dónde quedaban. Lo más terrible del caso es que él nunca dio el nombre del abusador. Si tuviéramos el nombre se hubiera hecho algo. En la última carta dice: me querían convertir en una prostituta.

Apenas me enteré del abuso fui a la Fiscalía y puse el denuncio. Pero pasó un año en el cual él todavía estaba vivo y no hicieron nada. Nunca lo llamaron, nunca me llamaron a mí para indagar sobre más detalles. Hasta este año, hará un mes o dos, nos entregaron el celular y la última carta que él dejó.

Esto acabó con la familia porque mi hija estaba recién casada cuando sucedió eso y le generó una afección sicológica. A mí me afectó la memoria, se me dispersó la atención. Quiero pedir auxilio antes de irme, siento que se me acaba la vida. Lo único que le pido a Dios es que me de la oportunidad de saber la verdad.

Luego de la publicación de esta nota, el colegio San Viator emitió este comunicado: 

**Si tiene una denuncia como esta, puede escribir a jflorezs@semana.com