EL SUPERMNISTRO

El manejo de la nueva política internacional del país convierte a Rodrigo Lloreda en el ministro puntero de gabinete

12 de septiembre de 1983

Sin duda alguna es el ministro estrella. Este calificativo que se le da tradicionalmente a uno de los miembros del gabinete, recae en forma unánime después de un año de gobierno de Belisario Betancur, en la persona de Rodrigo Lloreda Caicedo. La encuesta realizada por SEMANA con motivo del balance del primer año de este gobierno le otorgó al ministro de Relaciones Exteriores la calificación de 4.3, única que superó la barrera del 4.0 incluyendo al propio Presidente de la República, quien obtuvo un 3.9. Lo significativo de este sondeo de opinión es que incluía a diversos sectores de oposición, que poca benevolencia demuestran con los representantes del sistema. El súbito estrellato a que ha llegado este abogado conservador caleño de 39 años tiene su origen tanto en su excepcional buena suerte como en méritos propios. Suerte en cuanto al hecho de que, siendo de por sí el ministerio de Relaciones el trampolín político con menos riesgos, porque su desempeño no afecta directamente la vida interna del país, el Canciller ha sido arrastrado en este caso por un viraje en política internacional auspiciado desde arriba, que ha contado desde el comienzo con gran prestigio. Elemento clave en esto ha sido la particularísima coyuntura colombiana e internacional que le ha correspondido protagonizar a Lloreda con motivo del ingreso del país a los No Alineados y del agravamiento del conflicto centroamericano en el cual a Colombia le ha correspondido jugar un papel determinante. Probablemente cualquier persona que hubiera tenido la fortuna de toparse con circunstancias tan favorables habría recogido grandes dividendos políticos. Sin embargo, en el caso de Lloreda fue algo más que eso. No obstante su larga y precoz trayectoria en la vida pública, Lloreda como Canciller resultó ser una revelación. Prudente, discreto, directo, con una sorprendente facilidad de palabra, el Canciller logró en doce meses hacer una metamorfosis de político a estadista, convirtiéndose de pasada, antes de cumplir 40 años, en una figura de primera línea de su generación y presidenciable dentro de su partido. Lo curioso es que Lloreda había venido escalando posiciones desde muy temprano, sin haber obtenido gran repercusión a nivel nacional. Su gestión al frente de la cartera de Educación, durante la administración Turbay, fue controvertida. La promulgación del Estatuto Docente, no obstante haber mejorado la condición económica de los maestros, condujo a un déficit, que ha sido estimado por algunos expertos en cerca de los 15 mil millones de pesos. A esto se le sumaron críticas por un excesivo proselitismo conservador alimentado mediante un notable aumento de la nómina magisterial. Este fue, sin duda alguna, uno de los factores centrales que lo convirtió uno de los mayores electores del partido conservador, logrando la hazaña sin precedentes de poner 400 mil votos en el Valle del Cauca en la elección de 1982.
LLERAS ERA ESCEPTICO PERO...
Su carrera política se había iniciado en realidad 15 años antes, cuando apenas tenía 24 años, al ser nombrado secretario de Gobierno del Valle. Dos años más tarde sería convertido en gobernador de ese departamento por la presión que el entonces ministro de Gobierno, Misael Pastrana Borrero, ejerció sobre su escéptico presidente, Carlos Lleras Restrepo. Lloreda fue un buen gobernador. En una época en que irrumpieron en la vida regional amplios y radicales movimientos estudiantiles, particularmente contra los Cuerpos de Paz norteamericanos, Lloreda enfrentó el problema con gran tino, mostrando desde entonces el hábil negociador que hoy se ve en la cancillería. La política en realidad la llevaba por herencia. Hijo de una familia de acaudalados industriales, su padre fue un destacado jefe ospinista que llegó a ocupar las posiciones de senador, alcalde de Cali, y embajador en España. Parte importante de su poder radica en el control del diario "El País", el cual, según versiones caleñas, fue lo que el precoz adolescente rescató de una pelea familiar entre su padre y su tío. Parte de la reciente visión progresista que ostenta en la actualidad se la debe sin duda alguna a su madre, Mercedes Caicedo Ortiz, virtuosa y atractiva dama de origen costarricense e ideas liberales. No obstante la holgura económica, su padre impuso un sentido de la austeridad y deber sobre sus hijos, que hoy se refleja, en el menor de ellos, en una personalidad sobria, metódica e introvertida. Este último rasgo ha hecho que el hoy ministro de Relaciones Exteriores sea considerado por algunos como una personalidad aparentemente distante, a pesar de que quienes lo conocen bien lo describen como un hombre cálido y sentimental. Como estudiante siempre se destacó. Hizo su primaria en el Berchmans de Cali; de allí partió para el Colle Nouvelle, en Lausanne, Suiza, donde estuvo internado durante tres años. Terminó su primaria en Nueva York, en el Nyack Boys School, donde adquirió un inglés casi sin acento. Tan pronto como entró a la secundaria, en él comenzaron a salir a flote sus dotes de líder y orador. En adelante, ya fuera en Estados Unidos, como en la Universidad Javeriana de Colombia, donde hizo su carrera en Derecho y Economía, sería invariablemente líder estudiantil, dirigiendo incluso hasta los cursillos de cristiandad del padre Jaime Vélez Correa de la Javeriana.
UNOS MESES ANGUSTIOSO
Su afición por el periodismo también fue prematura. Desde las épocas del colegio fundó y dirigió una gacetilla mimeografiada llamada "El Reflector", en compañía de Gerardo Bedoya, Darío Arango y Hugo Palacios. La ideología de aquellos días era marcadamente de derecha y reflejaba necesariamente sus lecturas preferidas: que incluían las biografias de Hitler, Mussolini y Franco. En esa época se consideraba discipulo del doctor Mariano Ospina Pérez, quien era una figura patriarcal para él. El ex presidente conservador, probablemente viendo en él un futuro cuadro del partido, dedicaba con gran interés muchas horas a quien entonces era apenas un adolescente. Aunque sus ideas se han moderado, no ha ocurrido lo mismo con su interés por el periodismo. Toda su carrera política la ha hecho en forma paralela con la dirección de su periódico "El Pais" de Cali. Fuera de periodismo y politica, su tercera pasión parece ser su familia. Casado en segundas nupcias con María Eugenia Piedrahita, se ocupa paternalmente de una tribu de 7 hijos integrados por 4 de su primer matrimonio, con la actual directora de Colcultura, Aura Lucía Mera, dos del primer matrimonio de su esposa y uno de ambos. Fuera de sus múltiples compromisos oficiales y políticos, su vida social se reduce a reuniones familiares y a un grupo de poquísimos amigos de toda la vida. No practica deportes, quizás monta a caballo, y disfruta, eso sí, "echando pulsos" con sus hijos y amigos, a quienes siempre derrota. Pero este cuadro familiar fue súbitamente golpeado hace unos años por un acontecimiento inesperado que trastornó momentáneamente su vida. Francisco José, su hijo, fue víctima de un cáncer en una pierna. Inicialmente se pensó que la vida del muchacho corría peligro, y que estaría condenado a perder la pierna. En ese momento Lloreda hizo un paréntesis en su vida. Trasladándose a Nueva York se dedicó a su hijo en forma exclusiva mientras duraba el tratamiento. Gracias a esta dedicación, hoy la enfermedad de Francisco José está controlada y el muchacho lleva una vida normal. Esta experiencia ha sido descrita por Francisco José, en su libro "Mis memorias del Memorial", que ya lleva dos ediciones de 3.000 ejemplares cada una. Superada la crisis en abril del 83, el hoy canciller se sumergió nuevamente en la política y en una campaña relámpago obtuvo en las elecciones parlamentarias la votación desconcertante que por primera vez derrotaría al partido Liberal en su departamento. Su designación como Canciller fue un reconocimiento a esa votación y un tributo a su mentor, el ex presidente Pastrana, por su temprana adhesion a la candidatura de Belisario Betancur.
DE SAN CARLOS A NARIÑO
En los doce meses en que Rodrigo Lloreda Caicedo ha sido el ministro de Relaciones Exteriores la ubicación diplomática de Colombia ante el mundo ha cambiado notablemente. La política internacional del país, tradicionalmente aliada a los Estados Unidos, ha sido reemplazada por una línea tercermundista que había sido descartada por los gobiernos anteriores. Los frutos de este viraje no estan aún a la vista. Algunos temen que fuera de un aumento en las encuestas de popularidad del Presidente, son pocos los beneficios que se obtienen de cambiar a un socio rico por un sindicato de pobres dignos. Unos términos de intercambio favorables en el campo comercial con los Estados Unidos podrían representar más en términos reales que un ingreso al mundo de Indira Gandhi, Mugabe, Saddam Hussein o Khadafi. En esto, algunos críticos notan un elemento de oportunismo, en el que un representante de la oligarquía valluna, tradicionalmente de derecha y educado en los Estados Unidos, adopta de la noche a la mañana tesis opuestas a sus más viejas creencias, como un simple acto de lealtad a la voluntad presidencial. Pero, oportunismo o no, eso es lo que ha hecho Lloreda y lo ha hecho muy bien. Aun sus críticos parecen estar de acuerdo en que ni siquiera un convencido tercermundista hubiera podido desempeñarse con tanto brillo en esta nueva etapa de nuestras relaciones como lo ha hecho Lloreda y nadie niega que la nueva orientación de Colombia en política internacional goza de una gran respetabilidad, que le ha permitido entrar a jugar un papel determinante en algunos campos, como es el caso de Contadora. Sin embargo, hay un hecho que es indiscutible. Si bien los frutos económicos del viraje internacional están aún por verse, no sucede lo mismo con los dividendos políticos. Los dos protagonistas de esta política gozan hoy más que cualquier otro miembro del gobierno de gran prestigio y popularidad. Rodrigo Lloreda ha sido el copiloto de este crucero, pero en decir de las gentes para próximos viajes no aspira a nada diferente que a la cabina de mando.