El atentado a la Escuela General Santander y la proclamación de Juan Guaidó dejaron ver el talante del mandatario colombiano. | Foto: juan carlos sierra - semana

POLÍTICA

El nuevo Duque: los meses han ratificado su orientación política

Las decisiones del presidente frente al ELN, la JEP y Venezuela han ido definiendo el perfil de su gobierno.

2 de marzo de 2019

Nadie anticipaba que el presidente Duque pudiera tener un comienzo de gobierno tan turbulento. Sobre todo luego de haber llegado al poder con la votación más alta de la historia: casi diez millones y medio de votos.

Duque y su partido parecían ir por caminos distintos. La gente no entendía cuál era su bandera, la gobernabilidad estaba enredada, y una buena parte de quienes lo apoyaban sentían que no estaba cumpliendo lo que prometió. Durante los primeros meses esa confusión lo llevó a caer en las encuestas. En noviembre de 2018, según Invamer, Duque llegó a tener 27,2 por ciento de favorabilidad, cuando en agosto había alcanzado 53,8.

La falta de claridad inicial sobre el talante presidencial tuvo su origen en la campaña, pero se ratificó el día de la posesión. El discurso conciliador del nuevo mandatario contrastó con el del presidente del Senado, Ernesto Macías, cercano a él y figura clave del uribismo. El momento causó desconcierto y llevó incluso a especular que Duque y Macías eran las dos caras del uribismo: uno jugaba al policía bueno y el otro al policía malo.

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Pero más en el fondo, políticos y líderes de opinión se preguntaban si Duque sería independiente de Álvaro Uribe, su mentor, o si lo dejaría gobernar tras bambalinas. Algunos argumentaron que el nuevo presidente tenía una formación liberal y que por eso se concentraría más en temas de agenda innovadores, como el de la economía naranja, que en retomar el hilo de la Seguridad Democrática. Finalmente, la incertidumbre rondó alrededor de lo que haría el mandatario frente a la paz. “Ni trizas ni risas”, había dicho en campaña, a pesar de haber liderado la oposición al No en el plebiscito.

Escoger entre la moderación y el uribismo purasangre, no fue fácil. Durante los primeros meses de gobierno hizo de equilibrista para conciliar los intereses de los políticos de su partido y los de otras colectividades que esperaba sumar a la unidad nacional. En el Centro Democrático lo criticaron por defender la paz en el exterior, como hizo recién posesionado ante la ONU, y por apoyar la consulta anticorrupción, tan criticada en privado por el uribismo. También por dejar en el Gobierno a varios funcionarios de la era Santos. “Muchos no entendemos por qué han nombrado personas que fueron agresivas contra el partido, contra nosotros o contra Uribe”, dijo a SEMANA la senadora María Fernanda Cabal en marzo.

Con el tiempo Duque ha dejado el talante conciliador y se ha realineado con las tesis del uribismo.

Entre tanto, la oposición también le dio palo en temas como la polémica de los bonos de agua que rodeaba al ministro de Hacienda y la demora para reunirse con los estudiantes que protestaban por la falta de recursos para la educación. Además por no darle mensaje de urgencia a los proyectos de la consulta anticorrupción y por su política tributaria.

Desde la campaña, Duque se había empeñado en que su Gobierno enarbolara la bandera de la economía naranja. Sin embargo la idea del emprendimiento creativo, un propósito noble, no logró arraigo. Es difícil de explicar y la gente no la ve como la respuesta a sus necesidades inmediatas. En diciembre, el discurso presidencial se volcó a la equidad. En varias entrevistas la asumió como su estandarte, y decidió que su Plan de Desarrollo apostaría por ella.

El Gobierno empezaba a posicionar el tema, cuando dos hechos aislados terminaron por perfilar el talante de Duque. El atentado perpetrado por el ELN en la Escuela de Cadetes General Santander el 17 de enero y luego, el 23 del mismo mes, la autoproclamación de Juan Guaidó como mandatario interino de Venezuela. Ambos le dieron motivos para promover las banderas del Centro Democrático: 1) Convertirse en el hombre fuerte de la seguridad nacional; 2) Liderar el proceso de transición hacia la democracia en el país vecino. 

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Tras el atentado, el presidente decidió levantar la mesa de negociación con el ELN. Y con el liderazgo del comisionado de Paz, rompió unilateralmente los protocolos acordados con ese grupo para la terminación de las conversaciones. Los llamados de la academia, de Estados garantes como Cuba y Noruega, de otros como Alemania y de partidos como La U, Cambio Radical y el Liberal, no hicieron posible que cambiara de posición sobre el tema, que hoy sigue en el limbo.

Eso casi coincidió con la posibilidad de objetar la ley estatutaria de la JEP. Aunque Duque tiene la facultad presidencial, diversos sectores le han pedido no hacerlo para no vulnerar la esencia del acuerdo de paz y prevenir un choque institucional. Pero el mandatario ha sido firme en que tiene plazo para hacerlo hasta el 11 de marzo y se debate entre objetar y presentar un nuevo proyecto al Congreso para modificar las reglas de funcionamiento de la Jurisdicción Especial.

Ambos temas coincidieron con el de Venezuela. Desde que Guaidó se autoproclamó, el Gobierno ha hecho énfasis en sus gestiones diplomáticas para legitimar un nuevo régimen en el país vecino. Desde hace días, en los grupos de WhatsApp creados en la Casa de Nariño para atender periodistas, envían las fotos y comunicados que tratan casi exclusivamente de Duque hablando sobre Venezuela.

Mientras Duque mostraba su mano dura en Veneuela, los colombianos exigían que atendiera a La Guajira o al Chocó.

Aunque no se han hecho mediciones después del concierto en la frontera, la opinión sobre Duque ha mejorado. En la encuesta de Invamer se ubica en 43 por ciento de favorabilidad y la aprobación de la forma como el Gobierno está manejando el tema fronterizo pasó de 39,3 por ciento al 59,2 por ciento entre noviembre y mediados de febrero. Lo mismo pasa en otras encuestas, como la del Centro Nacional de Consultoría, también de hace dos semanas. En esta, además, el 82 por ciento de los consultados cree que el presidente hizo bien al reconocer como presidente a Guaidó, y ha mejorado la nota del mandatario en la forma de abordar la relación con el ELN.

Finalmente, la encuesta de Guarumo del 23 de febrero arroja que 67,4 por ciento de las personas respaldan lo que ha hecho Duque frente al grupo guerrillero después del atentado. En esta medición hay otros dos datos interesantes: por un lado, la imagen del presidente mejora, sobre todo, entre los uribistas. Por otro, los ministros más populares son el canciller Carlos Holmes Trujillo García y el de Defensa, Guillermo Botero. Ambos, encargados de ejecutar la política de mano dura.

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La decisión de Duque de enfocarse en temas relacionados con la seguridad va de la mano con otra realidad. Aparte del trámite del Plan de Desarrollo, ni en el Congreso, ni en la agenda política interna hay temas de igual trascendencia. De la economía naranja poco se habla. Y aunque los ministros insisten en la equidad como bandera principal del Gobierno, esta no tiene ni una estrategia política ni una de comunicaciones.

La mano dura contra Maduro puede dar réditos en el corto plazo, pero también esconde riesgos. Mientras Duque hacía presencia en el concierto humanitario, las redes se alborotaban para que fuera a La Guajira o al Chocó. La semana pasada aumentaron las cifras de desempleo, y las encuestas posicionan este problema como la mayor preocupación de los colombianos, seguida de la corrupción. Para tener gobernabilidad y popularidad en el mediano plazo, el presidente también debe atender esas agendas.

En términos de gobernabilidad, revelar posiciones de mano dura puede polarizar y hacer más tensas las relaciones entre los partidos. Pero esa ya no parece una prioridad. Por ahora, las encuestas sostienen que a los colombianos no les gustan las posiciones tibias. Seis meses después de posesionado, Duque ya encontró la coyuntura perfecta para revelar su perfil.