CRÓNICA
Dos años de la intervención del Bronx: su último habitante
Ómar López vivía con su esposa en lo poco que queda del Bronx hasta que un derrame se la llevó. Hoy, él mismo está ayudando a demoler el edificio donde vivió por más de 20 años.
Para entrar a visitar a Ómar hay que pasar por un filtro de 5 policías con fusil. Después, lo que se veía eran escombros y estructuras al borde del colapso. En un edificio azul claro, que antes era un inquilinato, estaba Ómar, el último habitante del Bronx. Él se asomó por la ventana y dijo que estaba feliz de que lo visitaran.
El reportero gráfico, León Darío Peláez, y quien lleva varios años retratando la habitabilidad en calle, le llevó una imagen que había hecho hace un año a Ómar y su esposa, Rosa Helena Mosquera, cuando todavía estaban juntos. “Qué detallazo, hermano. Para verla me tocaba con la foto de la cédula de ella, y ese papel ya está muy viejo”, dijo entre lágrimas.
El edificio no tenía ni vidrios, ni los marcos de las ventanas y algunos balcones estaban deshechos. Ómar dijo que aunque espera vivir al menos tres meses más allí, él mismo empezó a demolerlo para vender algunos escombros y encontrar algo de sustento.
Si antes él se sentía solo, ahora sin su esposa ese sentimiento era mucho peor. Él y Rosa Helena se conocieron hace 23 años en Medellín. Ella estaba lavando ropa y él la invitó a salir. “Me tocó rogarle porque no quería”, recordó él. En ese tiempo Ómar se dedicaba a estafar a la gente, pero cuando su relación con Rosa Helena se consolidó trató de buscar otras opciones de vida.
Se fueron a vivir a Puente de Oro, Meta, y trabajaron por un tiempo en una finca. Corría el año 98 cuando tuvieron que desplazarse porque el dueño de la finca fue amenazado por un grupo paramilitar. Pasaron por varios municipios, Granada, San Martín, Acacías, Villavicencio hasta que llegaron a Bogotá, donde estuvieron varios días deambulando en las calles del Parque Tercer Milenio. En el Bronx, cuando todavía no era la olla más peligrosa de la ciudad, encontraron un inquilinato en el que les cobraban 4.000 pesos al mes y del que nunca salieron.
Ambos se dedicaban a hacer el aseo del edificio hasta que se cansaron y prefirieron salir a la calle a pedir dinero. “íbamos a pedir plata regalada a todas partes. La Masita —como le decía Ómar— me hacía meter hasta a los bancos a pedir limosna”. Así les iba mejor; con el dueño del edificio solo se hacían 7.000 diarios, pidiendo en las calles podían ganar hasta 60.000 pesos al día y cuando peor les iba al menos 25.000.
Con la primera alcaldía de Enrique Peñalosa, El Cartucho fue intervenido y, con el pasar de los años, el Bronx se convirtió en el más grande escenario de tráfico de drogas, consumo de sustancias psicoactivas, explotación sexual de mujeres y niños, robos, secuestros, torturas y asesinatos.
Así estaba el Bronx el día de la intervención. Foto: León Darío Peláez/SEMANA ( 28 de mayo / 2016)
Ómar López en lo que queda del Bronx. Foto: León Darío Peláez (mayo, 2018).
Cuando se le intentaba preguntar a Ómar por la oscuridad del Bronx, Ómar interrumpía y decía “no me vaya a salir con las preguntas comprometedoras que hacen todos los periodistas. Que si había una bruja, que el supuesto cocodrilo que se comía a gente, que los perros caníbales y que los tanques de ácido donde desaparecían gente”.
De lo que le gusta hablar es de lo bueno. De los juegos de máquina, de las tiendas, de las cantinas, de los billares, de las residencias. Si le hablaban de la maldad que se vivía en el Bronx, él insistía: “No me haga hablar de eso, a mí y a mi Masita nos dejaron vivir acá precisamente porque éramos muy sanos y nunca nos metimos con nadie. Yo ya estoy muy viejo para ponerme de sapo”.
En video: El infierno no acabó con el desmantelamiento del Bronx
Independientemente del tema, de algún modo, Ómar se iba por las ramas y terminaba en lo mismo: En un ataque de tos por tantos años de consumir bazuco y cigarrillo, y en lo triste que es su vida sin su esposa.
Rosa Helena y Ómar López. Foto: León Darío Peláez /SEMANA (mayo, 2017).
Ómar López. Foto: León Darío Peláez /SEMANA (mayo, 2018).
El pasado 4 de diciembre estaban en esa arreglando las lucesitas del alumbrado. Ella se empezó a sentirse mal. Se cayó al piso y Ómar como pudo la acostó en la cama. Se quedó dormida y Ómar se tranquilizó. Pero después de un rato a Rosa Helena le empezó a salir espuma de la boca. Ómar llamó a una ambulancia, que según él, se tardó al menos dos horas.
La llevaron al Hospital Santa Clara. Allí le informaron a Ómar que su esposa había tenido un derrame cerebral y que estaba en coma. Dos días más tarde, él fue a visitarla pero ya no estaba. Había fallecido. La Fundación La Casa Rosada se hizo cargo de los gastos del entierro y de la misa a la que solo fueron Ómar y una amiga de ella.
Ómar López en su habitación. Foto: León Darío Peláez (mayo 2018).
Ahora que Ómar está tan solo parece que las ganas de vivir se le han ido, que no le queda mucho por hacer. “¿Qué quiero hacer? Nada. He pensado varias veces en lanzarme del cuarto piso… Me la paso peleando con Dios… A veces me dan ganas de ir a Cartago, donde crecí, a visitar a algunos de mis hermanos… quién sabe si me reconozcan después de 20 años de no vernos, quién sabe si están vivos, debe quedar alguno porque éramos ocho… también tengo que decirle a la familia de la Masita que ella murió. Es lo único que tengo que hacer”.
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