JUDICIAL

El último jefe paramilitar

La captura de Martín Llanos y su hermano Caballo marca el final de uno de los clanes paramilitares más antiguos y sanguinarios de los últimos años.

11 de febrero de 2012
En el círculo se observa la única imagen que se conocía de Héctor Germán Buitrago, alias Martin Llanos.

Héctor Germán Buitrago puede ser un nombre poco familiar para la mayoría de los colombianos. Sin embargo, con su alias, Martín Llanos, no solo es mucho más conocido sino que ha sido el protagonista de un importante capítulo en la sangrienta historia del paramilitarismo en el país. A pesar de su relativo anonimato, su importancia está fuera de toda discusión. En la historia de los más buscados por Interpol solo han figurado tres jefes paramilitares: Carlos Castaño, asesinado; Salvatore Mancuso, extraditado, y Martín Llanos. Este, el último de los grandes jefes paramilitares, logró mantenerse oculto por años, hasta que fue capturado en Venezuela el pasado 6 de febrero y extraditado tres días después a Colombia.

Durante los últimos 15 años este hombre había sido un misterio para las autoridades. Lo único que existía de él era una vieja fotografía de cuando tenía 18 años de edad. No había huellas dactilares, ya que hace años hizo que las desaparecieran de la Registraduría. Tampoco existían datos que permitieran conocer su imagen o publicar un afiche de recompensas con una foto. Muy pocos que no fueran de su círculo más cercano lo vieron de cerca. Ese extremo cuidado fue, en parte, una pesadilla para muchos de quienes lo intentaron capturar durante lustros. Como afirman varios de ellos, era como perseguir un fantasma con una larga historia de violencia y crímenes.

Martín Llanos es hijo de Héctor Buitrago, alias el Viejo, uno de los más antiguos miembros de las autodefensas en el país y quien a comienzos de los años ochenta fundó las llamadas Autodefensas Campesinas del Casanare (ACC). En 1998 el Viejo fue arrestado, acusado, entre otros delitos, de conformación de grupos paramilitares y de haber cometido, junto con sus hijos, la masacre de una comisión judicial de 11 funcionarios, cerca de San Carlos de Guaroa. Con el fundador tras las rejas, Martín, de tan solo 30 años, quedó al frente de un ejército de 1.200 hombres, junto con su hermano Nelson, conocido con el alias de Caballo.

En 1999 el jefe del clan fue rescatado por sus hijos al aprovechar un traslado entre la cárcel de Villavicencio y un hospital de esa ciudad. Aunque las ACC se presentaban como un grupo contrainsurgente fueron involucrándose con el negocio del narcotráfico, la expropiación de tierras y la extorsión. Para 2000, manejaban la contratación en diferentes municipios de Casanare y tenían un inmenso poder político, con varios alcaldes y gobernadores como fichas de Martín.

Las ACC nunca entraron a formar parte de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) de los hermanos Castaño. Tampoco quisieron entrar al proceso de negociación en Santa Fe de Ralito con el gobierno de Álvaro Uribe. Esta reticencia, entre otras causas, terminó desatando una guerra sangrienta contra el Bloque Centauros, comandado por el narcotraficante Miguel Arroyave. Ese conflicto tuvo su punto más álgido entre 2003 y 2004 y dejó centenares de muertos de lado y lado.

Tras el asesinato de Arroyave en septiembre de ese año, las casi extintas ACC empezaron a resurgir gracias a que recobraron el control de zonas de cultivos, procesamiento y pistas para exportar coca. Con la extradición de la mayoría de los jefes paramilitares en mayo de 2008, Martín y su grupo quedaron nuevamente como amos y señores de Casanare y parte del oriente del país.

La cacería

Los Buitragueños, como también son conocidos, terminaron siendo el único clan de paramilitares que quedaba en pie de lucha y seguía delinquiendo después de las desmovilizaciones de 2003 y 2006. Lo irónico es que a pesar de esto no parecía existir una persecución decidida para dar con ellos y llevarlos ante la Justicia. Para finales de 2009 un grupo especial de la Dirección de Inteligencia de la Policía (Dipol) emprendió la tarea de cazarlos. Dieron el primer gran golpe en abril de 2010 cuando arrestaron a el Viejo Héctor Buitrago cerca del Neusa, Cundinamarca, después de persuadir a un integrante de su esquema de seguridad de entregar al patriarca.

Oficiales encubiertos de la Dipol fueron enviados a poblaciones de Casanare para recolectar información sobre Martín y Caballo. Tras varias semanas lograron reclutar a alias el Enano, un exintegrante de las ACC, muy cercano a Caballo. Este les entregó un dato que resultó fundamental: la dirección y el nombre de Racumín, un hombre que manejaba los negocios de Caballo en Colombia.

Los hombres de inteligencia lo ubicaron en la población de La Mesa, Cundinamarca, y lo siguieron por varias semanas. Se dieron cuenta de que Racumín recibía y transmitía órdenes de Caballo desde diferentes ciudades en Venezuela y establecieron que se comunicaba con Carlos y Héctor Buitrago, primos de Caballo, radicados en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Un grupo de la Dipol viajó hasta esa ciudad y con la colaboración de autoridades antinarcóticos bolivianas determinaron que los primos estaban manejando una compleja operación de exportación de cocaína hacia Europa desde Bolivia, al usar a Argentina y Brasil como puente. En mayo de 2011 fueron arrestados en ese país. La investigación permitió a los hombres de la Dipol darse cuenta de que Racumín también era el encargado de entregarles dinero a la esposa de Caballo y a su amante. Las dos vivían en Villavicencio. Y empezaron a seguirlas de día y de noche.

"La esposa no era muy discreta. Tenía varias Hummer, camionetas BMW y otros carros de alta gama que llamaban la atención en una ciudad como Villavo", explicó uno de los detectives. Después de varias semanas, los investigadores decidieron hacer una jugada arriesgada: reclutar a la amante y convencerla de trabajar para la Policía. Y así fue. "Tatis, que fue el nombre que le dimos, nos dio los datos y la dirección en el estado Portuguesa (Venezuela) donde estaba escondido Caballo. También nos contó cuándo iba a visitarlo la esposa", contó el investigador.

En diciembre la Dipol siguió a la Mona, la esposa de Caballo, hasta Cúcuta cuando cruzó la frontera. Allí se comunicaron con sus colegas venezolanos de la Organización Nacional Antidrogas (ONA), quienes la siguieron en su territorio durante la semana de Navidad. La esposa de Caballo era desconfiada y en algún momento sospechó de movimientos extraños y avisó a su esposo. Caballo escapó en ese momento del apartamento en donde estaba, pero los venezolanos encontraron algo muy valioso: una foto suya. "Al igual que con Martín, de Caballo no teníamos fotos. Ya con esa imagen era más fácil poder identificarlo", dijo el investigador.

La esposa de Caballo regresó a Colombia en los primeros días del año. Para ese momento, los analistas de Dipol sabían que este iba a oficinas de giros de dinero en dos centros comerciales en la ciudad de Acarigua. "A la mujer y a la amante siempre les ponía giros de dinero los viernes y los sábados", contó el analista. Con ese dato varios oficiales viajaron a esa ciudad y en colaboración con los agentes de la ONA montaron vigilancia en los centros comerciales. "Como ya había una foto de Caballo ya no estábamos persiguiendo un fantasma. Ya teníamos un rostro", afirmó el oficial.

A las tres de la tarde del pasado sábado 4 de febrero los oficiales colombianos vieron llegar a Caballo a la oficina de envíos, junto con otro hombre que no reconocían. Ahí lo arrestaron a él y a su acompañante, que se hizo pasar por su conductor. Ninguno de los participantes en la operación sabía que se trataba, en realidad, nada más y nada menos que de Martín Llanos. Solo dos días más tarde, después de 48 horas de interrogatorio, confesó su verdadera identidad. El pasado jueves 9 los dos hermanos llegaron extraditados a Bogotá, donde, además de sendas condenas de 40 años de prisión, los esperan 11 procesos judiciales. Así termina la saga de los jefes del último gran grupo paramilitar de Colombia.