POLÍTICA

El voto bogotano

Los capitalinos se han caracterizado por su independencia a la hora de depositar su sufragio. Las fuerzas tradicionales se quedaron rezagadas y, por ahora, Fajardo y Petro llevan la ventaja.

6 de enero de 2018

Bogotá es uno de los botines más apetecidos en las elecciones. No solo por su magnitud, que supera el 15 por ciento de la votación, sino por su independencia frente a las maquinarias partidistas tradicionales. En la capital han triunfado Antanas Mockus, el Polo Democrático, Gustavo Petro, y el Sí en el plebiscito por la paz ganó por 11 puntos. Por eso, los candidatos le ponen especial cuidado a la gran pregunta de cómo votarán este año los capitalinos.

La última encuesta realizada el año pasado por Invamer para la alianza SEMANA, Blu Radio y Caracol Televisión refuerza la idea de que sus habitantes no votan con las maquinarias. Tres figuras sin partido ocupan los primeros lugares. En un escenario abierto, el 26,1 por ciento votaría por Gustavo Petro; el 20,3, por Sergio Fajardo; y el 10,5, por Claudia López, quien ya no es candidata presidencial. A ellos tres les seguirían Humberto de la Calle con 7,3 y Marta Lucía Ramírez con 5,7 por ciento. Por Germán Vargas, que a nivel nacional está en el 12,5 por ciento de intención de voto, solo votaría el 4,3 por ciento de los bogotanos.

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¿Por qué a Sergio Fajardo le va tan bien en Bogotá si solo ha trabajado en Antioquia y Medellín? ¿Por qué uno de cada cuatro bogotanos respalda a Petro si su imagen negativa alcanza el 42 por ciento y no cuenta con el apoyo de partido alguno? Desde finales de los años noventa la capital sorprendió con su comportamiento electoral. En 1994 Mockus ganó la Alcaldía de la ciudad con 492.000 votos, el doble de su contendor, Enrique Peñalosa, que en ese momento representaba al Partido Liberal. Con un estilo alternativo, una campaña que costó 3 millones de pesos y sin nunca haberse medido en las urnas, el exrector de la Universidad Nacional representó el triunfo de la antipolítica y le dio viabilidad a los movimientos ciudadanos.

Mockus triunfó en un momento particular. La ciudad venía de un intento de revocatoria del mandato de Jaime Castro, liderado por la Alianza Democrática M-19. Y aunque con el paso de los años la gestión del alcalde liberal ganó reconocimiento, su trabajo fue impopular: se centró en reformas administrativas e institucionales que en su momento pocos valoraron. Además, tres años después de promulgada la nueva Constitución, el país todavía estaba en un momento de fervor antipolítico. La Asamblea Constituyente había creado reglas de juego favorables al surgimiento de nuevas fuerzas.

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Después de la primera alcaldía de Mockus, la ciudad nunca volvió a elegir un alcalde de los partidos tradicionales. En 1998 Peñalosa ganó como independiente, en 2000 volvió a ganar Mockus con la personería de la Alianza Social Indígena y de ahí en adelante siguieron tres gobiernos de izquierda: el de Lucho Garzón, el de Samuel Moreno y el de Gustavo Petro, quien después de denunciar la corrupción de su antecesor se salió del Polo y en 2011 ganó con firmas. En 2015 Peñalosa volvió a ganar con el respaldo de Cambio Radical, pero inscrito como independiente.

Ha pasado más de un cuarto de siglo desde la constituyente, pero, como entonces, el ánimo antipolítico es similar. Los escándalos de corrupción han reducido aún más la credibilidad de los partidos y ese fenómeno se ha sentido con especial fuerza en las grandes ciudades, en donde el nivel educativo es más alto que el nacional y hay mayores niveles de información política.

En Bogotá el escepticismo hacia las fuerzas políticas tradicionales, además de la historia electoral reciente, se relaciona con el alto nivel de desconfianza en las instituciones. Según el Observatorio de la Democracia de la Universidad de los Andes, en la capital hay menos confianza en el sistema político que en el resto del país. Solo el 41 por ciento (en contraste con el 53,2 por ciento de la región caribe o el 48,8 por ciento de la pacífica) cree que los tribunales garantizan juicios justos y los derechos tienen garantías.

Ese factor puede tener que ver con que los bogotanos perciben más corrupción que los demás colombianos. Uno de cada cinco siente que algún agente de policía le pidió un soborno en el último año o que para hacer algún trámite ante el Estado ha tenido que pagar una coima. Esa sensación ha venido en aumento en los últimos años y causa que los capitalinos valoren más a los candidatos que tienen entre sus banderas la lucha contra ese flagelo. Fajardo tiene el lema de la defensa de la decencia y Petro le puso a su lista para Congreso el mismo nombre: la lista por la decencia. En su caso además, lidera la oposición a Enrique Peñalosa, quien tiene altísimos niveles de desfavorabilidad. Y Claudia López, quien en la última encuesta de Invamer apareció en el tercer lugar de intención de voto entre los capitalinos, lideró en 2017 la recolección de firmas por el referendo.

Adicionalmente, desde los años noventa han mejorado la mayoría de los indicadores de calidad de vida en Bogotá. Hoy la cobertura educativa es casi total y, según el Dane, desde 1997 la pobreza multidimensional, relacionada con capacidad de acceso a la salud y la educación y la calidad de vida, ha descendido más que a nivel nacional. Independientemente de su orientación ideológica, a medida que las necesidades básicas están mejor satisfechas, los ciudadanos valoran más en la agenda política temas como la lucha contra la corrupción y el cuidado del medioambiente.

Otro aspecto interesante tiene que ver con las actitudes de los bogotanos frente a la reconciliación, como lo corroboró el plebiscito por la paz. Así mismo, según el Observatorio para la Democracia, Bogotá es una ciudad altamente tolerante. Eso se evidencia en que más ciudadanos respaldan que un hijo sea amigo de un desmovilizado de las Farc, o que exista el matrimonio igualitario entre personas del mismo sexo. Esa realidad tiene que ver con las características de una agenda urbana, más secular y distante de los valores políticos tradicionales, en la que podrían encajar candidatos con agendas alternativas, como en algún momento la de la cultura ciudadana.

Desde la perspectiva partidista hay un factor adicional para tener en cuenta. Las preferencias políticas de los bogotanos han mutado en los últimos años. En estudios de microtargeting realizados por la firma Cifras y Conceptos, queda en evidencia que la entrada del Centro Democrático al juego ha dejado con poco piso electoral a los conservadores. Que las preferencias de izquierda se afianzaron en estratos populares después de las alcaldías sucesivas del Polo y de Gustavo Petro y les han quitado espacio a las estructuras tradicionales, y que barrios de clase media que antes de los noventa votaban por los liberales, ahora sienten afinidad con la agenda de los verdes.

Aún quedan cinco meses para la elección presidencial y las encuestas demuestran que cualquier cosa puede pasar. Sin embargo, quien gane las elecciones en Bogotá tendrá una ventaja estratégica muy valiosa.