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Elecciones, al rojo vivo

En un ambiente de incertidumbre y miedo, los colombianos van a las urnas. ¿Qué está en juego realmente?

3 de marzo de 2018

En vísperas de la primera cita electoral del año, el país parece estar al borde de un ataque de nervios. Las encuestas suben y bajan candidatos como una montaña rusa. La justicia pone contra las cuerdas a varios candidatos. Al expresidente Álvaro Uribe lo salpican con toda clase de acusaciones. Incidentes que rayan en la asonada obstaculizan actos de campaña saboteados por contradictores. Gustavo Petro se enfrentó con el alcalde de Medellín, por los permisos para una actividad proselitista, y en Cúcuta se presentaron actos violentos contra la caravana del exalcalde. Por las redes circulan toda clase de memes y cadenas sobre versiones falsas que afectan a los casi 3.000 colombianos que buscan algún cargo de elección popular. Una temporada preelectoral de infarto que culminó la semana con la entrada a urgencias de Rodrigo Londoño, candidato de la Farc, por una afección cardiaca.

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Hace mucho tiempo el país no sentía una agitación política tan alta como la de hoy. Lo que vivió Gustavo Petro en Cúcuta y Álvaro Uribe en Popayán así lo demuestra. Y no se trata simplemente del nerviosismo que siempre genera una elección. La campaña de 2018 será recordada por la aparición de nuevos hechos históricos en la larga trayectoria electoral de Colombia. Las encuestas indican que las preferencias de los electores han cambiado, y así como en un momento mostraban a Germán Vargas Lleras como gran favorito para suceder a Juan Manuel Santos, y luego a Sergio Fajardo, hoy indican que se podría producir una polarización izquierda-derecha entre Gustavo Petro y el aspirante del uribismo, que no se había visto nunca. Cada mes, el retrato parece cambiar.

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Pero no solo el elemento de la radicalización aparece por primera vez. También un contexto sin precedentes de escepticismo y pesimismo sobre el futuro del país, alimentado por la crisis humanitaria de Venezuela y por el uso que algunos le han dado en los discursos de campaña a la posibilidad de que Colombia siga el camino trágico de su vecino. Y la tensión que dejó la anterior cita con las urnas –el plebiscito por la paz– en la que la nación se partió en dos profundamente, lo que exacerbó el discurso político y le quitó espacios aún más a cualquier intento de construir consensos. El contexto internacional igualmente alimenta la incertidumbre: la agitación que se siente en Colombia es la versión local de un fenómeno que se ha presentado en las últimas elecciones en todos los continentes, en las que están de moda el desprestigio de los partidos, la falta de credibilidad en la política y la rentabilidad de los discursos nacionalistas y populistas. Y el auge de las redes sociales, utilizadas para difundir noticias falsas, exacerbar odios y manipular electorados. Hasta el exsubsecretario de Defensa de Estados Unidos Frank Mora advirtió que Colombia –igual que México y Brasil– está en la mira de hackers rusos como los que intervinieron en las elecciones de Estados Unidos en favor de Donald Trump.

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No menos importante es el hecho de que el proceso electoral que se llevará a cabo en tres actos –las legislativas, el 11 de marzo; y las presidenciales en dos vueltas, el 27 de mayo y el 17 de junio– no tendrá a las Farc como un grupo armado, sino como partido político. Sumado al pírrico cese al fuego del ELN, las elecciones no tendrán un desafío de seguridad, como el que hubo tantas veces, sino el de la polarización generada por los acuerdos firmados entre el gobierno y las Farc para ponerle fin al conflicto interno. Al partido de la exguerrilla no se le ven opciones de éxito electoral, pero la transición prevista en los acuerdos le garantiza diez curules para sus miembros en el próximo Congreso. Más allá de sus posibilidades de cosechar votos o del evidente rechazo que enfrentan, la presencia de los excombatientes de las Farc en la campaña y en el Congreso significa ingresar a terrenos desconocidos. Y todo un desafío para la tolerancia, la moderación y la cabeza fría.

Según las investigaciones conocidas, los colombianos irán a las urnas motivados por sentimientos de rabia y miedo. “Emberracados”, como reconoció en la famosa y reveladora entrevista Juan Carlos Vélez, el gerente de la campaña del No en el plebiscito. Un reciente estudio del Laboratorio de la Democracia, del Centro Nacional de Consultoría, reveló que las emociones con las que los votantes más se asocian, en los actuales momentos, son: incertidumbre, 31 por ciento; miedo, 15 por ciento; esperanza, 30 por ciento; y compromiso, 13 por ciento. Que la suma entre incertidumbre y miedo se acerque a la mitad –46 por ciento– abre enormes interrogantes: ¿cambiarán los hábitos electorales de los colombianos? ¿Qué tipo de respuesta electoral se buscará para buscar un nuevo rumbo?

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Los vientos de la actual campaña se han sentido desde el primer semestre de 2017, cuando renunció el vicepresidente Germán Vargas Lleras y se consolidaron las alianzas de la derecha –entre los expresidentes Álvaro Uribe y Andrés Pastrana– y de izquierda, con Sergio Fajardo, Jorge Enrique Robledo y Claudia López. La campaña ha sido larga y el clima de agitación electoral se ha sentido durante casi un año.

Pero ahora llegó la hora de la verdad. El domingo 11 de marzo los colombianos elegirán un nuevo Congreso y los candidatos de dos alianzas: la de Iván Duque, Marta Lucía Ramírez y Alejandro Ordóñez, por un lado; y la de Gustavo Petro y Carlos Caicedo, por otro. Para algunos, la jornada del 11 de marzo es una especie de round de calentamiento o primera vuelta para una competencia por la presidencia en tres actos.

Más allá de los nombres que seleccionarán los ciudadanos para las distintas posiciones en consideración, ¿qué estará en juego en estas elecciones? ¿Se profundizará la polarización? ¿Cambiará la composición del Congreso? ¿Se agravará aún más la crisis de los partidos? ¿Se encogerá el centro y se fortalecerán opciones radicales? ¿Derrotarán las alternativas independientes a las maquinarias tradicionales? ¿Cuál será el balance del proceso electoral para la credibilidad –y la legitimidad– de las instituciones políticas? ¿Cómo influenciarán las elecciones al Congreso el resultado de la primera vuelta a la Presidencia?

En la primera cita, la del 11-M, no se esperan muchos cambios. Los analistas consideran que, con algunas modificaciones, la composición del Congreso seguirá dominada por el Centro Democrático, Cambio Radical –cuyas acciones están al alza–, los partidos tradicionales –Liberal y Conservador– y La U. Sin embargo, se prevén algunas modificaciones en la correlación de fuerzas. El Centro Democrático y Cambio Radical llegan a la jornada impulsados por vientos de cola. El uribismo ha crecido en las regiones y confía en mantener la tendencia creciente que tuvo durante la campaña por el plebiscito. Cambio Radical se ha favorecido por apoyos de líderes y gobernantes de provincia, y algunos lo ven con capacidad de duplicar su bancada. Los liberales perdieron a Juan Manuel Galán y Viviane Morales, pero creen que conservarán el control de sus patios tradicionales. La U sufrió el encarcelamiento de los senadores cordobeses Bernardo Elías y Musa Besaile y no es probable que sus herederos mantengan las enormes votaciones de 2014.

Pero aun si se modifican las mayorías, no es probable que se produzca una transformación proporcional a los escándalos de los últimos cuatro años y del desprestigio que ellos causaron. No se prevé que irrumpa ninguna fuerza nueva. El voto del Congreso está altamente influido por las organizaciones políticas locales y por las maquinarias individuales de líderes regionales. Es poco probable que esto cambie.

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Sobre los partidos pequeños cabe preguntarse si alcanzarán el umbral y, por consiguiente, si mantendrán sus bancadas. En especial, el Polo Democrático y la Alianza Verde. El primero de ellos confía en el arrastre de dos figuras de prestigio y con voto de opinión, Jorge Enrique Robledo e Iván Cepeda, pero está afectado por la dispersión de las opciones de izquierda en otros proyectos, como la candidatura presidencial de Gustavo Petro.

Los verdes le apuestan al empuje de Antanas Mockus, el líder de la ola verde en 2010, y a su asociación con la candidatura de Sergio Fajardo a la Presidencia. Pero el ingreso –o no– de estas colectividades y del disciplinado Mira será una de las decisiones más importantes que tomarán los votantes en la elección de Congreso. Si no lo alcanzan, sus casi cerca de 15 curules se distribuirán entre los partidos grandes.

Probablemente los medios en el 11-M le pondrán menos atención a la noticia de cómo quedará el nuevo Congreso que a quiénes ganarán las consultas de la derecha y, en menor medida –por la previsible victoria holgada de Petro–, de la izquierda. Aunque en otras ocasiones se habían llevado a cabo consultas internas de partidos el día de las elecciones de Congreso, las interpartidistas son una novedad. No es una coincidencia que en las encuestas sobre intención de voto en las elecciones presidenciales hayan repuntado Iván Duque y Gustavo Petro, ambos favoritos para triunfar en sus respectivas consultas el próximo domingo. Todo indica que lograron un acierto estratégico al echar mano de este instrumento. Las campañas les han dado visibilidad y les han abierto espacios. Sus actividades proselitistas impactan más que las de otros aspirantes a la Presidencia –Sergio Fajardo, Germán Vargas, Humberto de la Calle– cuyas candidaturas se definieron de antemano y no estarán en juego ese día. De paso, el dinero que recibirán los ganadores de esas consultas por reposición de gastos –Duque, Marta Lucía Ramírez o Alejandro Ordóñez en la derecha o Petro versus Caicedo en la izquierda– les servirá para financiar las campañas presidenciales en los meses venideros.

La otra gran pregunta es qué tanto influirán los resultados de la elección del Congreso la competencia por la Presidencia de la República. Los aspirantes respaldados por partidos con presencia en todo el territorio nacional –el del Centro Democrático, Germán Vargas Lleras y Humberto de la Calle– buscarán que los congresistas elegidos repitan y les endosen sus votaciones en la primera vuelta del 27 de mayo. Los otros reclamarán que las motivaciones de quienes sufragan en marzo son diferentes a las de quienes votan en la elección presidencial. Hace cuatro años el Centro Democrático obtuvo una votación impresionante para un partido nuevo, cercana a los 2 millones de votos, pero inferior a las de los partidos que formaban parte de la Unidad Nacional que apoyaba a Juan Manuel Santos, La U, Cambio Radical, liberales y conservadores. Y con ese resultado Óscar Iván Zuluaga impresionó con una impactante victoria en la primera vuelta.

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Lo anterior demuestra que nada está escrito. Y menos aún en una elección con un entorno tan contaminado de emociones negativas y de componentes inéditos. En el fondo, el principal interrogante se centra en si se mantendrán, o no, los hábitos tradicionales de comportamiento electoral de los colombianos. El ambiente está tenso, y se podrían plantear innumerables hipótesis que van desde un mandato claro para un nuevo Congreso y un gobierno que manejen la incertidumbre y produzcan tranquilidad hasta un salto al vacío que profundice el miedo. Un dilema que nadie puede prever, pero que empezará a aclararse el 11-M.