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Y la Farc se lanzó al ruedo

Timochenko se candidatiza a la Presidencia, mientras Iván Márquez, Pablo Catatumbo y Carlos Losada irán al Senado. Así queda consumado el paso de las armas a la política. ¿Se apresuró la Farc al poner desde ya sus cartas sobre la mesa?

4 de noviembre de 2017

La Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (Farc), partido que reemplazó a la otrora guerrilla de la misma sigla, puso sus cartas electorales sobre la mesa. El miércoles pasado, un día después de que el Consejo Nacional Electoral le dio la personería jurídica, el consejo político de ese grupo anunció que Rodrigo Londoño, Timochenko, será su candidato presidencial en 2018 y que como su fórmula vicepresidencial lo acompañará Imelda Daza, militante de la UP exiliada por más de 20 años en Suecia. También revelaron los nombres de quienes ocuparán las 10 curules en el Congreso: Iván Márquez, Pablo Catatumbo y Carlos Antonio Losada, miembros del antiguo secretariado, encabezan la lista a Senado, seguidos por Victoria Sandino, quien hizo parte de la mesa de negociación en La Habana, y por Sandra Ramírez, viuda del legendario jefe de ese grupo, Manuel Marulanda Vélez.

En la Cámara de Representantes la fórmula se repite, y jefes farianos purasangre ocuparán las curules. Por Bogotá estará Byron Yepes, exjefe del bloque Oriental; por Valle, Marcos Calarcá, quien estuvo en La Habana desde la fase exploratoria; por Atlántico, el controvertido Jesús Santrich; por Antioquia, Olmedo Ruiz, quien hasta hace poco comandaba el frente 36; y por Santander, Jairo Quintero, miembro del Consejo Nacional de Reincorporación.

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La decisión levantó de inmediato una polvareda. Muchos sectores se pronunciaron indignados porque la Farc hizo el anuncio antes de que estuviera plenamente aprobada la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), y de que se resolvieran varias propuestas sobre si los jefes guerrilleros deben ocupar sus curules antes de presentarse ante la misma.

La Comisión de Seguimiento a los Delitos Electorales, en la que participan el fiscal, el procurador, el registrador, el contralor y el Consejo de Estado, alertó sobre vacíos jurídicos en cuanto a la suspensión de antecedentes disciplinarios que podrían obstaculizar la inscripción. Mientras tanto, los conservadores, encabezados por David Barguil, le pidieron al Consejo Nacional Electoral no aceptar estas inscripciones mientras los candidatos no pasen por la JEP.

Diversos analistas consideraron una torpeza de los exguerrilleros presentar sus cartas justo en un momento crítico de la JEP en el Congreso. Sostienen que los nombres elegidos constituyen un desafío al país mayoritario que rechaza que los jefes que cometieron graves crímenes de guerra ocupen curules. Y tienen un consenso mayoritario según el cual el único beneficiado será el uribismo. ¿Se equivocó la Farc al lanzarse desde ya a las turbulentas aguas de la política?

Entre el derecho y la cohesión

Para empezar, la Farc está haciendo lo que siempre se anunció sobre el acuerdo de paz. El Congreso y la opinión pública pueden discutir sobre la conveniencia política o moral de que los jefes guerrilleros vayan al Congreso o de que Timochenko aspire a la Presidencia. Pero según lo pactado con el gobierno, refrendado por un acto legislativo que ya tiene el visto bueno de la corte, no existe ningún impedimento para que los exguerrilleros participen en política. Esta ha sido y sigue siendo la parte más controvertida del acuerdo, pero es al mismo tiempo su esencia. Una guerrilla que deja las armas se convierte en partido para buscar el poder por medio de los votos. Desarme y participación en elecciones son las dos caras de una misma moneda. Es una especie de toma y dame, y una sola parte, el desarme, no sería posible sin la segunda, la participación en política de los líderes.

Los nombres también causaron gran controversia: ¿quiénes de la Farc deberían ir a los cargos de elección popular? Muchos senadores, incluso los que están con la paz, consideran que deberían ocupar las curules personas sin líos con la justicia, es decir, amigos o simpatizantes. Pero eso, aunque moralmente deseable, es inviable desde el punto de vista político.

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Las Farc fueron una guerrilla excesivamente vertical y conservadora y sus jefes estuvieron en promedio 40 años en las montañas dando plomo. Gozan de la credibilidad de sus bases y, por tanto, pedirles transferir esa confianza a otros resulta poco realista. Ellos parecen entender que, por lo menos en esta coyuntura, tienen pocas opciones de capturar un voto de opinión, y por eso apuestan más por reafirmar electoralmente su base política regional, y por consolidar una vocería en cabeza de quienes la opinión ya reconoce.

Esa misma lógica aplica para la candidatura presidencial de Timochenko. Los exguerrilleros no habían considerado esa posibilidad dado que apuestan por un gobierno de transición y una gran convergencia por la paz. Sin embargo, cambiaron de opinión por varias razones. La primera es que hasta ahora el gobierno lleva la vocería del proceso de paz y ellos consideran que también necesitan tribuna. Timochenko ha crecido en imagen favorable en las encuestas –aunque mantiene un negativo cercano al 90 por ciento– y una campaña les ofrece una plataforma de propaganda. La segunda, para fortalecer el liderazgo de Timochenko, que salió un poco maltrecho del primer congreso del partido por las divisiones internas. La tercera, les da un ‘case’ para una eventual coalición después de marzo. Hasta ahora, la Farc es un patito feo. Muchos candidatos enarbolan la bandera de la paz, pero jamás aceptarían tomarse la foto con los exguerrilleros. Ni siquiera los de izquierda, como Gustavo Petro, lo han hecho.

Otra razón de fondo para que las listas hayan quedado confeccionadas de esta manera tiene que ver con la unidad interna. Muchos mandos medios, que se jugaron la vida en la guerra, reclaman que en esta etapa política los hicieran a un lado. Por eso, la Farc se la juega a reafirmar una identidad afincada en su pasado y en su historia como grupo. Es una apuesta conservadora y sumamente restringida en sus posibilidades, pero les garantiza mayor unidad interna.

Finalmente, está la propia narrativa fariana. Ellos no se ven como criminales de guerra, sino como revolucionarios. Consideran que todos los actores cometieron excesos, incluso quienes hoy están en el poder. Y que como ellos no son los únicos responsables del conflicto ni los únicos que deben pedir perdón, en consecuencia no debe haber cuestionamientos morales para su inscripción. Mucha gente percibe esta narrativa como un gesto de cinismo.

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¿Lo lograrán?

Si los obstáculos jurídicos quedan superados en estas semanas y la Farc logra inscribir sus candidatos, se habrá consumado el tránsito de las armas a los votos. Y ese fue siempre el objetivo del proceso de paz: que los exguerrilleros cuenten con garantías para disputar los votos, en franca lid, en la tribuna pública y con sus argumentos e ideas. Que el nuevo partido se consolide como grupo político no debe asustar a nadie. Al fin y al cabo, el éxito electoral de Timochenko –hoy virtualmente imposible– depende de los votantes. Si la gente no lo quiere, la Farc nunca llegará al poder. En eso consiste la democracia.

Por eso, si a sus candidatos les va bien y logran espacios para defender sus ideas en espacios institucionales –“con palabras y no con balas”–, los acuerdos de La Habana se fortalecerán como un primer paso hacia la paz.

No es previsible un gran éxito electoral de la Farc, por lo menos en 2018. El partido de la exguerrilla cometió el error de mantenerse en el pasado al mantener su sigla y encabezar sus listas con nombres muy asociados con la guerra. Pero todo dependerá, también, de la manera como actúen en la campaña electoral. Ellos han cumplido sus acuerdos. Si en su debut contribuyen, con humildad y reconociendo sus errores, a crear un clima de reconciliación y concordia, su imagen puede mejorar hacia el futuro. Si lo hacen con altivez y arrogancia y no se sintonizan con el sentimiento de la opinión pública, nunca serán una apuesta política viable.