POLÍTICA

Candidatos presidenciales: ¿Cuál es su cuento?

Cada uno de los candidatos a la Presidencia tiene un discurso que justifica sus sueños de ganar. Algunos son ingenuos, irreales o producto del deseo. Y solo uno va a volverse realidad.

21 de octubre de 2017

A ocho meses de las elecciones, cerca de 30 aspirantes han manifestado públicamente su intención de buscar la Presidencia. La lista es muy larga y se irá acortando en los próximos meses cuando los partidos escojan a un solo abanderado, otros se pasen a listas para el Congreso, se guarden para las regionales de 2019, o se retiren cuando se den cuenta de que reunir 400.000 firmas y organizar una campaña no es tan fácil como parece. Aun así, la lista de competidores que creen poder llegar a la meta es muy amplia.

¿Por qué lo hacen? Cada uno tiene su estrategia, su juego y su teoría. Donald Trump en Estados Unidos y Emmanuel Macron en Francia tenían las suyas, y nadie les creía. Los precandidatos a la Presidencia de Colombia el próximo año también tienen un mapa de ruta in pectore. Unas historias resultan locas y absurdas, otras son serias y viables y la mayoría son ingenuas y construidas con el deseo. SEMANA resume el mapa de ruta de algunos de los aspirantes presidenciales y el ‘posicionamiento’ estratégico con el que, en contra o a favor de los pronósticos y de las encuestas, creen que pueden dar la sorpresa para suceder a Juan Manuel Santos.

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Germán Vargas Lleras, el más preparado

El exvicepresidente ha cumplido una larga carrera pública, en la que ha desempeñado cargos en los que ha acumulado credenciales para presentarse como candidato. Tiene una hoja de vida que, en una elección convencional y tradicional, reúne las condiciones para competir: senador sobresaliente y presidente del Senado; ministro del Interior muy efectivo a la hora de conseguir la aprobación de proyectos; vicepresidente con funciones de ejecutor y gerente; ministro de Vivienda responsable de llevar casas gratuitas y populares a todo el país y líder de una revolución de infraestructura. Vargas Lleras se postulará por firmas en busca de distanciarse de una clase política cuya cercanía no parece la mejor carta de presentación en 2018, pero cuyo apoyo puede ser una fórmula eficaz para llegar a la segunda vuelta. Aspira a que lo respalden casi la mitad de los alcaldes y gobernadores del país –con quienes tuvo relación cercana en su periodo como vicepresidente– y a que una reforma política que permita el transfuguismo les abra las puertas de su campaña a políticos regionales del liberalismo y de La U. Y se siente muy cómodo después de dejar el gobierno, con un discurso de oposición a algunos aspectos del proceso de paz con el que pretenderá no caer mal ni con los del Sí ni con los del No.

Iván Duque, uribista con carisma

Como sus demás cuatro compañeros del uribismo, Duque aspira a ser ‘el que diga Uribe’. Pero se diferencia de sus competidores del mismo equipo en que recoge simpatías por fuera del uribismo, sin dejar al lado la lealtad con el jefe: en el Congreso se sienta siempre al lado de Uribe. Su discurso es menos radical que el de sus copartidarios y le juega a un centro desde el cual, a pesar de formar parte de la oposición dura al gobierno de Juan Manuel Santos, no le echaría gasolina al fuego de la polarización, sino intentaría llevar a la Presidencia una dosis de valeriana. Para el público general, Duque se mostrará como una fórmula equilibrada entre experiencia y juventud. Podría ser el candidato más joven, pero ha sacado leyes y tiene experiencia internacional. Le convendría una campaña –como la que predicen las encuestas– que no se concentre en el proceso de paz, sino en la economía, terreno en el que se siente fuerte e innovador con propuestas sobre la llamada economía naranja. Duque le apuesta, en 2018, a ser el Óscar Iván Zuluaga de 2014, con una imagen más carismática.

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Marta Lucía Ramírez, la mujer anticlientelista

La exministra de Defensa le apuesta a llegar a la primera vuelta, en mayo, con el apoyo del uribismo y del sector conservador liderado por el expresidente Andrés Pastrana. Una alianza de la derecha, compuesta por la mayoría de quienes votaron por el No, se podría considerar boleto seguro para llegar a la segunda vuelta. Podría convertirse en candidata de esa alianza en una elección interpartidista en marzo de 2018, tras derrotar al candidato del Centro Democrático y a Alejandro Ordóñez. ¿Cómo lo lograría? Gracias al apoyo de las bases del Partido Conservador que, a pesar de las inclinaciones progubernamentales de la dirigencia azul, le permitieron hace cuatro años obtener 2 millones de votos. Marta Lucía tiene apoyos en el sector empresarial y ha fortalecido su imagen de renovadora en la política al apropiarse del discurso contra la mermelada y el clientelismo, para lo cual le dio puntos haberse retirado de su propio Partido Conservador.

Sergio Fajardo, el independiente

El exalcalde de Medellín y exgobernador de Antioquia basará su estrategia de campaña en la convicción de que 2018 es la gran oportunidad para un outsider: para alguien que nunca ha militado en un partido. Si Luis Carlos Galán en 1990, Noemí Sanín en 1998 y Antanas Mockus en 2010 estuvieron cerca de triunfar con la camiseta del cambio, independientes o tercerías, Fajardo en 2018 tendrá a su favor que el escenario político está más deteriorado que nunca. El desgaste de los partidos, el desprestigio de la política y los escándalos de corrupción son los componentes perfectos para convencer al electorado de jugársela por una opción distinta. Esa imagen se refuerza con la figura de un despeinado de jean que anda sin escoltas ni corbata. Su discurso de no ser “uribista ni antiuribista” lo aleja de las peleas políticas de los últimos años y le facilita pregonar con credibilidad una propuesta para mirar hacia el futuro y no quedarse en las rencillas del pasado. Y mostrará sus gestiones como alcalde de Medellín y gobernador de Antioquia para sustentar la capacidad de ejecución, sin populismos, de un profesor convencido de que la prioridad es la educación.

Humberto de la Calle, el estadista de la paz

El exjefe del equipo negociador del proceso de paz con las Farc le apuesta a cazar la mayoría de los votos por el Sí en el plebiscito de octubre de 2016. Aunque las derrotó el No por 53.000 votos, y hoy están divididas en varias precandidaturas, 6,5 millones de personas votaron por el proceso que De la Calle condujo hasta el acuerdo final. Un porcentaje significativo de ellas bastaría para competir por un cupo a la segunda vuelta. De la Calle, con una imagen positiva en las encuestas, se jugaría por el rol de antítesis de Uribe, para amarrar a la otra mitad de la opinión pública de estirpe liberal. Su discurso será el polo opuesto al populismo, hasta el punto de apoyar propuestas impopulares, pero serias, para consolidar respeto y credibilidad. Y sacará a relucir su protagonismo en los dos procesos de cambio más trascendentales para la última generación de colombianos: la Constituyente del 91 y el fin del conflicto con las Farc.

Gustavo Petro, el de los marginados

El exalcalde de Bogotá enarbolará la bandera de los indignados. Presentará los resultados de su gestión en la capital –bajo el lema de la Bogotá Humana– como credenciales para convencer a los votantes de que hará lo mismo en el nivel nacional –una Colombia humana– en educación, salud y reducción de tarifas para los estratos de menores recursos. Petro competirá por ser el portador de la carta de izquierda en esta campaña. Un discurso que no está de moda, sino desprestigiado por la imagen de Nicolás Maduro, pero que siempre tiene un sector de apoyo. Así como logró la victoria en las elecciones para la Alcaldía de Bogotá gracias a la dispersión del electorado en varias candidaturas, en 2018 un marco parecido le permitiría pasar a segunda vuelta. En los escenarios de encuestas que consideran un número alto de competidores, Gustavo Petro siempre aparece en los primeros lugares con sólidos respaldos en Bogotá y en la costa. Y otras opciones de izquierda –Clara López, Jorge Enrique Robledo– están jugando más hacia el centro, por lo que dejan al exmandatario de Bogotá el espacio de la izquierda que no es nada despreciable.

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Juan Fernando Cristo, el liberal de las víctimas

El exministro del Interior considera que debe enfrentar la campaña por etapas y metas. La primera consiste en obtener la candidatura oficial del Partido Liberal en elecciones internas el 19 de noviembre próximo. Aunque está en desventaja en las encuestas, y no tiene puntos de vista muy distintos a los de Humberto de la Calle, Cristo ejerce un liderazgo natural dentro de la colectividad roja. Puede ser el principal jefe de la clase política liberal después de su paso por el Senado, la presidencia del Congreso y el Ministerio del Interior. Y podría contar con un número suficiente de votos de militancia roja para ganar la candidatura. A partir de allí trataría de construir alianzas con sectores afines como la exministra Clara López, en primer lugar, o la coalición de Fajardo y Claudia López como plan B, con una propuesta de implementar los acuerdos de paz con las Farc. Y en una tercera, y última etapa, consolidar una alianza de las fuerzas favorables al proceso de La Habana, similar a la que permitió la victoria de Santos en 2014. Su rasgo distintivo es haber sido un eficaz negociador en los días finales de la mesa con las Farc y haber tramitado proyectos relacionados en el Congreso, a pesar de haber sido él mismo una víctima del conflicto (el ELN asesinó a su padre, Jorge Cristo). Desde el Senado, fue el gran promotor de la Ley de Víctimas.

Viviane Morales, el voto evangélico

Al retirarse del Partido Liberal, excluida por negarse a firmar una declaración de principios que no comparte (por sus críticas al proceso de paz y su defensa de un concepto tradicional de familia), la exfiscal busca alguna fórmula para seguir adelante con su candidatura. Su discurso es sólido en el tema de justicia, que será materia de debate en la campaña a raíz del escándalo de corrupción en la Corte Suprema. Pero su carta principal es el liderazgo del voto evangélico. En esas Iglesias existe la sensación de que el plebiscito por la paz de 2016 constituyó un punto de inflexión, que aumentó su disposición a participar en política por su enorme potencial y su capacidad de aglutinar. Aunque Morales estuvo con el Sí, últimamente ha endurecido su posición frente al proceso de paz con las Farc y considera que, como candidata presidencial, puede reunir a todas las Iglesias y construir una base suficiente para competir por pasar a la segunda vuelta. Se calcula que los evangélicos pueden poner entre 1,5 y 2 millones de votos.

Juan Carlos Pinzón, el que pondría orden

El exembajador en Washington tiene un bajo nivel de reconocimiento entre la gente, pero considera que cada punto que gane en ese campo va derecho a su imagen positiva. Su distanciamiento con el presidente Santos lo libera de defender un gobierno impopular, y su discurso en favor de hacerles ajustes a los acuerdos con las Farc le permite buscar votos de la derecha que podrían preferir una opción joven y no tan amarrada al expresidente Uribe. Pinzón no tiene maquinaria ni partido, pero confía en el poder de las redes, en las simpatías de las familias de los militares, y en que Colombia puede seguir el fenómeno de Emmanuel Macron en Francia. Echará mano de su hoja de vida para presentar con credibilidad una propuesta de orden más que de seguridad. Piensa que el país está descuadernado en la política, en la puesta en marcha del proceso de paz y en la corrupción, y que reina la incertidumbre en varios campos, incluido el económico. Propondrá un freno en el camino del salto al vacío.

Los otros

Hay otras apuestas. El exprocurador Alejandro Ordóñez ha radicalizado su tono como si le apostara a convertirse en el Donald Trump colombiano. Luis Alfredo Ramos no ha lanzado su candidatura, pero sería un uribista con simpatías en otros partidos. A Claudia López le cabe el mismo análisis de Sergio Fajardo, y le sumaría su condición de mujer, su vehemencia contra la corrupción y su actitud de auténtica “emberracada”. Jairo Clopatofsky buscará el apoyo de los discapacitados y de los deportistas beneficiados con su paso por Coldeportes. Clara López tiene bases en Bogotá, buen registro en las encuestas y un elaborado programa en temas sociales.

Cada uno irá a la competencia con su juego de cartas en las manos. Será importante ver qué valor tienen y cuántos ases. Pero más determinante aún será cómo las jueguen. Al final, en todo caso, lo importante no será lo que ellos digan, sino a quién le creen los electores.