NACIÓN
El desperdicio de comida, sigue el debate
Las alarmantes cifras sobre pérdida y desperdicio de alimentos en Colombia plantean algunas iniciativas que proponen cambiar los hábitos que están en la raíz del problema.
Como señala el exrelator especial de Naciones Unidas, Jean Ziegler, en Destrucción Masiva: Geopolítica del hambre, “cada cinco segundos un chico de menos de diez años se muere de hambre en un planeta que, sin embargo, rebosa de riquezas. En su estado actual, en efecto, la agricultura mundial podría alimentar sin problemas a 12.000 millones de seres humanos, casi dos veces la población actual”. El lunes pasado el Departamento Nacional de Planeación (DNP) reveló que Colombia está inserta en la paradoja del hambre y el desperdicio, debate que hasta ahora se ha dado, sobre todo, en países industrializados.
Según el DNP, al año se pierden y se desperdician en Colombia 9,76 millones de toneladas de comida. Esa cifra es alarmante porque representa el 34 % del total de los alimentos que el país podría consumir durante un año, es decir, que por cada tres toneladas de comida disponible en Colombia, una tonelada termina en la basura.
De ese 34 por ciento, 22 % se pierde por ineficiencias en la cosecha, poscosecha, empaque, transporte y procesamiento, y 12 % lo desperdician los almacenes, los supermercados y los consumidores. Ante esas cifras de pérdida contrasta el hecho de que, como afirma un artículo de El Espectador, Colombia tiene más de 20 millones de hectáreas para la siembra, pero sólo aprovecha siete e importa cerca del 30 % de lo que consume a una tasa de cambio que hoy está por encima de $3.000. Rafael Mejía, presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), afirma que en el país se producen 5,5 millones de toneladas de alimentos al año, se importan 11,4 millones y se desperdician, en toda la cadena de producción, 9,7 millones de toneladas.
Esa cifra no es muy distante a la del promedio global, pues según un informe de la FAO en el mundo se pierde un tercio de la comida, y en los países industrializados y aquellos en desarrollo se pierde casi la misma cantidad: 670 y 630 millones de toneladas respectivamente. Sin embargo, mientras que en los países en desarrollo más del 40 % se pierde después de la cosecha y durante el procesamiento de los alimentos, en los países industrializados más del 40 % se desperdicia en la distribución y el consumo.
Desde el punto de vista sociológico o cultural, para las mayorías que viven en la pobreza o con ingresos limitados en países en desarrollo, desperdiciar alimentos es un acto socialmente reprochable. Sin embargo, como afirma el artículo de El Espectador, en Colombia 15,6 % de la comida se bota luego de pasar por el plato, “casi cinco veces la cuota de la industria, que desperdicia o en donde se pierde el 3,5 % del total”.
La actitud de gran parte de los consumidores en los países en vía de desarrollo debería ser generalizada, afirma el activista británico Tristram Stuart, autor de varios libros aclamados por la crítica, como Despilfarro: el escándalo global de la comida (2011).
Alternativas
A finales de los 90 nació en Estados Unidos un movimiento que se ha extendido en los últimos años llamado “friganismo” –que viene de las palabras “free” (libre) y “vegan” (vegano) –. Se trata de una filosofía y estilo de vida que consiste en adoptar estrategias alternativas para satisfacer las necesidades diarias del ser humano sin depender, en lo posible, de la llamada “economía convencional”. Su creador, el director de televisión Adam Weissman, afirma que "es un movimiento en respuesta a la cultura occidental contemporánea, al desperdicio y a la industrialización". En pocas palabras los “frigans” recogen la comida que los supermercados botan, o compran los productos que estos venden a bajo costo porque no cumplen con sus altos estándares de calidad, que son también los de los consumidores.
En Colombia existen algunos núcleos que se reúnen, sobre todo, alrededor de las plazas de mercado y centrales de abastos como Corabastos, por donde circulan en promedio entre 12.500 y 15.000 toneladas de alimento diariamente y se desperdician entre 1.200 y 4.400 toneladas.
Uno de los referentes del friganismo es, precisamente, Tristram Stuart. En diciembre de 2009 organizó una campaña contra el desperdicio en un evento, Feeding the 5000, en la plaza Trafalgar de Londres, donde se le repartió gratuitamente comida fresca, cuyo destino era la basura, a 5.000 personas. Luego fundó la fundación Feedback, que ha replicado la campaña en otros países, comisionada por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la Comisión Europea.
En la edición de este mes de la revista National Geographic Stuart aparece en una fotografía cerca de Apartadó, Antioquia, mientras examina unos plátanos demasiado pequeños, largos o curvos para ser aceptados por el mercado europeo. La periodista Elizabeth Royte afirma que la población local consume algunos plátanos desechados, pero aun así los productores de la región botan anualmente millones de toneladas de fruta apta para el consumo humano.
Otra iniciativa que ha surgido para hacerle frente a la problemática son los bancos de alimentos, organizaciones sin ánimo de lucro que reciben alimentos excedentarios para su redistribución. La Red Mundial de Bancos de Alimentos (GFN: Global Food Banking Network) agrupa la red de Estados Unidos (Feeding America), la Federación Europea de Bancos de Alimentos (FEBA) y 10 asociaciones nacionales, incluida la colombiana Abaco (Asociación de Bancos de alimentos de Colombia).
Abaco a su vez reúne, desde hace 17 años, a 19 bancos de alimentos distribuidos por el país que recogen el excedente agropecuario en grande superficies, rescatando la fruta y verdura que no se va a los almacenes, y alimentos sobrantes mediante empresas industriales y comercializadoras como Alquería, Nutresa, Grupo Éxito, Alpina y Kellogg’s. Esas empresas entregan los productos que no alcanzan a comercializar por motivos que van desde la pronta fecha de caducidad hasta la ruptura de un empaque plástico. Cuando el producto se ha recogido, más de 2600 organizaciones sin ánimo de lucro que atienden población vinculada a procesos de desarrollo lo recogen y lo reparten.
Sin embargo, aunque Abaco atiende a 550.000 personas en situación vulnerabilidad, se rescatan 22.000 toneladas de las más de nueve millones que se pierden anualmente. La directora, Ana Catalina Suárez Peña, afirma que eso sucede porque “en la logística de las empresas en general, tanto industrias como supermercados, no hay todavía políticas de sostenibilidad enraizadas en gestión corporativa. Se despreocupan del producto que no se pudo comercializar, ven la comida excedente como basura”.
Según Suárez, hay un aspecto que en Colombia complica más las cosas, y es que alrededor el 70 % de lo que se pierde en la etapa de distribución y retail se da en pequeñas y medianas tiendas, de modo que solo un poco más de 30 % sucede por cuenta de los grandes supermercados, y es con algunos de ellos con quienes los bancos de alimentos han establecido alianzas.
En otros países, dice Stuart en el documental Just Eat It, ciertos supermercados de lujo se niegan a revender los productos que no alcanzan sus estrictos parámetros de calidad con el argumento de querer conservar su estatus. Aunque en Colombia algunos almacenes de cadena como Éxito, Centro Sur, Olímpica y la estadunidense PriceSmart ya lo hacen, no es una práctica generalizada. Y aunque por ley en países como Estados Unidos –que es uno de los países que más desperdicia– el gobierno no puede sancionar a las empresas por donar alimentos, estas afirman que el temor hacia posibles consecuencias legales es una de las razones por las que no donan. Otros argumentan que resulta más barato destruir que donar. En Colombia parecer suceder lo último.
Proyecto de ley
“En los últimos cuatro años, hemos logrado dos beneficios tributarios: la deducción de la renta en un 125 % a todas la persones que donen, y la exclusión del IVA para todos los alimentos gravados con IVA que sean donados. En el Congreso, hay una iniciativa de conco congresistas para crear una ley anti destrucción de alimentos”, dice Ana Catalina Suárez.
Esa propuesta es un proyecto de ley, aún no radicado, del representante Santiago Valencia que propone principalmente tres medidas. La primera es eliminar el 9 % del Impuesto sobre la Renta para la Equidad (CREE) a los supermercados y fincas productoras que donen alimentos. “Se propone es debilitar el desincentivo, pues no tiene sentido que los supermercados paguen sus impuestos y que además exista un impuesto sobre las donaciones", dice Valencia.
La segunda propuesta recae sobre la DIAN, que por ley destruye los alimentos decomisados. Según Valencia, en 2014 la DIAN decomisó alimentos avaluados en 2.500 millones de pesos que bien hubieran podido destinarse a bancos de alimentos o al ICBF, y mucha de esa incautación se hace en La Guajira, que es donde más problemas alimenticios hay.
Además de la ampliación de los bancos, el aumento de los controles y el establecimiento de sanciones para quienes desperdicien, el proyecto plantea, por último, la prohibición de la destrucción de alimentos en buen estado por parte de supermercados y plazas de mercado, como sucede hoy en Francia, que gracias a una norma aprobada en febrero por unanimidad, se convirtió en el primer país del mundo en prohibir por ley el desperdicio de comida sobrante de los supermercados.