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Entre seis mataron a patadas al presunto violador de Hilary y las lesiones fueron tan fuertes que prácticamente lo destrozaron por dentro. Así perdió la vida en minutos
SEMANA conoció la declaración que cuenta cómo asesinaron a Juan Pablo González. El relato es estremecedor.
La sevicia con que mataron en la URI a Juan Pablo González sorprende incluso a la cloaca de criminales en que tuvo lugar este hecho. SEMANA conoció una declaración entregada a las autoridades que cuenta cómo el hombre fue golpeado salvajemente hasta morir. La golpiza fue dada por seis delincuentes que se turnaron para llenar de patadas el cuerpo del hombre que fue señalado como el violador de Hilary Castro en TransMilenio.
Los responsables se encargaron de inflingirle el máximo dolor posible. Lo hicieron por partes: mientras unos se concentraron en las costillas, otros, en la cabeza. De acuerdo con el testimonio, el ajusticiamiento forma parte de una rutina para personas procesadas por delitos sexuales. Los plumas ordenan, los policías obedecen y las víctimas ni siquiera se pueden quejar. “Al que pide ayuda, más duro le pegan, por ende, todos se aguantan los golpes”.
“Apenas entró lo pasaron a la celda cuatro, cuando todos los detenidos deben pasar mínimo cuatro días en la celda ocho, que es la transitoria”, advierte la declaración.
Cuando la bienvenida se detuvo, los delincuentes les ordenaron a otros privados de la libertad, por el mismo delito de Juan Pablo, que lo levantaran del suelo y lo llevaran al baño para rociarlo con agua con la esperanza de despertarlo. Allá se desmayó. Esperaron unos minutos y no se movía.
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Los ‘plumas’ lo sacaron del baño y lo dejaron en la mitad de la celda, mientras el resto de los detenidos seguía sus actividades, ignorando el cuerpo masacrado a golpes.
“Juan Pablo fue asesinado por seis personas que son el grupo violento. Un régimen que se vive acá adentro de terror y corrupción en conjunto con toda la custodia y algunos altos mandos”, señala la declaración que conoció SEMANA y que se convierte en una prueba de la aterradora escena con gritos, amenazas y golpes, auspiciados, según el testigo, por la Policía.
Detrás del crimen estaría la temible banda de Los plumas. El relato del testigo cuenta que “lo tiraron al piso y estas seis personas, al mando de alias el Tío, alias Derby y alias Junior, lo cogieron a patadas… Alias Blacho, que es el más sanguinario de todos, le saltaba en las costillas hasta partirlas, y alias Jeferson le pisaba la cabeza a Juan Pablo”.
Y lo más grave: señala a dos policías y seis personas privadas de la libertad en las celdas de la URI en Puente Aranda de estar detrás de esa muerte. La orden de los llamados Los plumas o ‘caciques de las celdas’ hacinadas de la URI era darle la bienvenida a Juan Pablo cuando el juez ordenó su detención.
Dos custodios de ese aterrador espacio de reclusión fueron los que llevaron al presunto abusador directamente hacia sus verdugos. Dos minutos después fue sometido a una lluvia de patadas. Lo asesinaron en presencia de las autoridades. De eso no hay duda.
La versión en poder de SEMANA nace en la misma celda, la número cuatro de la URI, donde están Los plumas y otras 80 personas privadas de la libertad. La declaración, que se complementa con videos de seguridad, revela todo. Desde que Juan Pablo llegó hasta que fue sacado a rastras por los policías que, según este testimonio, lo sentenciaron a muerte. “El que siempre hace eso es un custodio de apellido López”, cuenta el testimonio.
Juan Pablo fue capturado, judicializado y condenado a muerte sin proceso judicial, todo en un solo fin de semana. En la celda lo estaban esperando y los asesinos se alistaron para recibirlo. Caminó por un pasillo largo y lo escoltaron los policías que, en teoría, estaban a cargo de su seguridad, pero fueron ellos mismos quienes anticiparon su llegada.
“Ellos mismos autorizan los golpes una vez se hace efectiva la medida de aseguramiento de las personas que llegan por delitos sexuales”, asegura una fuente. Del suelo Juan Pablo no se volvió a levantar, la bienvenida fue su sepulcro.
Los plumas no se preocuparon, solo llamaron a los custodios para devolver el costal de golpes en el que convirtieron al hombre que minutos antes llegó caminando. La Policía lo sacó de la celda, pero estaba muerto. Lo asesinaron y arrancó otra historia.
El brutal ataque quedó tatuado en la piel de Juan Pablo. Medicina Legal confirmó que la muerte fue violenta, tipo homicidio, y las lesiones fueron tan fuertes que prácticamente lo destrozaron por dentro. Tenía heridas, golpes contundentes en el tórax, el abdomen, el cuello, la cara y la cabeza. Todas contribuyeron a una hemorragia interna que en minutos lo dejó sin vida.
Los plumas
Seis, según la declaración, fueron los asesinos de Juan Pablo. Están plenamente identificados por los investigadores. Se trata de los integrantes de una organización criminal que opera en las celdas de la URI en Puente Aranda, controlan el tráfico de estupefacientes y las extorsiones a otros internos, que deben pagar para seguir con vida.
Los plumas son los alias Fernando, Junior, Tío, Derby y Robayo. Ellos están escoltados por otros privados de la libertad que se destacan por la violencia. Los plumas y su guardia pretoriana andan con cuchillos; por tanto, se debe hacer lo que dicen.
“Al que se porta mal lo dejan sin comida hasta cinco días, le suspenden encomiendas y salidas al baño”, indica la declaración que confirma un régimen de torturas en las celdas. La información en poder de los investigadores sostiene que Los plumas conocen, por conducto de los policías, la situación judicial de los recién llegados a las celdas. Saben los delitos y qué tan peligroso puede ser el nuevo huésped de la URI.
Cuando se trata de delitos sexuales, la sentencia se anticipa. Los plumas preparan la bienvenida, que en el caso de Juan Pablo fue excesiva.
Una vez se confirmó la muerte del presunto abusador de Hilary, la amenaza fue directa a todos los privados de la libertad de la celda cuatro: nadie podía siquiera mencionar lo que ocurrió en este espacio de reclusión. Nadie podía enterarse de cómo la justicia la aplicaron los delincuentes y no los jueces.
La investigación avanza en manos de la Fiscalía, que recupera declaraciones y videos para conocer con exactitud lo que ocurrió.
La cloaca
El asesinato de Juan Pablo revive la grave situación de hacinamiento en los centros de detención que se supone son transitorios, como las celdas en las URI o estaciones de Policía, ahora convertidas en cárceles con personas sindicadas y hasta condenadas. Sin embargo, en el caso de Puente Aranda, hay otros elementos que quedaron al descubierto en la investigación de SEMANA.
Las celdas de la URI no solo son un escenario de violencia, tráfico de estupefacientes, extorsiones y asesinatos. La corrupción está tan metida en este espacio de reclusión como los mismos privados de la libertad, que llevan meses soportando una dictadura a cuchillo a cargo de los cabecillas de peligrosas organizaciones criminales.
“Acá la corrupción de la Policía no tiene límites. Hay uno que mete cosas para los jefes de las celdas. Tiene una chaqueta que lo identifica con el número 6076XX, les trae marihuana, perico, cigarros, licor, armas y muchas cosas más que, se supone, son prohibidas”, relata una declaración que revela la cloaca en que se convirtió este centro de detención, controlado por los delincuentes que tienen a los custodios como empleados.
El régimen que se vive en las celdas de la URI en Puente Aranda ocurre justo, y literalmente, bajo las narices de la justicia: en el primer piso de un edificio lleno de jueces, investigadores y fiscales. Los plumas son quienes deciden, organizan y asesinan.
“Al que le pegan lo aíslan para que nadie lo pueda ver; si algún lesionado tiene audiencia, los policías de turno dicen que no hay conexión o que está fallando el internet para que no pueda asistir”, reza la declaración.
Por el caso de Juan Pablo, cinco agentes fueron suspendidos en una investigación disciplinaria que adelantó la Policía. Sin embargo, las dudas son, evidentemente, más graves. No se trata de una falla en el sistema de custodia, son hechos que convirtieron a un procesado en condenado, y la presunción de inocencia en sentencia de muerte. Y, una vez más, con los uniformados como cómplices.