ENTREVISTA

“Para los extremistas, las buenas noticias son problemáticas”

A raíz del pesimismo generalizado que muestran en las encuestas, SEMANA habló con él exministro Alejandro Gaviria sobre el “catastrofismo” que vive Colombia, sus posibles causas y soluciones, la corrupción y lo políticamente correcto.

7 de diciembre de 2018
"Tenemos un apetito insaciable por escándalos que muchos medios masivos, siempre dispuestos a apostarle a la vulgaridad del corazón humano, alimentan día a día" | Foto: foto: daniel reina romero - semana

SEMANA: Usted trinó “La corrupción tiene muchos efectos. Uno de ellos es devastador: la erosión en la confianza pública y la legitimidad de las instituciones”. ¿De qué manera evitar que esto suceda?

ALEJANDRO GAVIRIA: La corrupción está teniendo un impacto muy grande sobre la legitimidad del Estado y la confianza pública en las instituciones democráticas. Estamos viviendo un momento de exaltación, de indignación permanente con consecuencias imprevistas. Yo hago un llamado para evitar las generalizaciones, no renunciar al pensamiento y no caer en una politización oportunista de la moral.

En muchos países la lucha contra la corrupción ha terminado en gobiernos autocráticos y en reformas absurdas que tienen un efecto muy negativo sobre el funcionamiento del Estado. Debemos evitar ese escenario.

SEMANA: ¿Cuál es la solución a lo que usted llama la “politización oportunista” de la moral?

A.G.: Los ciudadanos deben hacer un ejercicio consciente para identificar en qué momento la polarización política conduce a una politización de la moral. Y es que politizar la moral no conduce a nada. El discurso de la anticorrupción en boca de los políticos está perdiendo sentido de tanto repetirse. Hay que promover políticas públicas que combatan este problema con acciones y no con discursos.

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SEMANA: Y al revés, ¿qué sería moralizar la política?

A.G.: Transformar la forma como los políticos se relacionan con la ciudadanía, dejar a un lado cualquier relación clientelista, hablar honestamente, tener un comportamiento personal coherente con lo que predica políticamente. Pero siempre siendo conscientes de que los seres humanos somos imperfectos.

SEMANA: Todo el mundo habla de cambio cultural, pero ¿de dónde debe venir ese cambio y quién lo tiene que promover?

A.G.: La ciudadanía, la cultura política de los ciudadanos juega un papel clave, es lo que llamamos el voto de opinión. Una reforma política puede también ayudar. La buena noticia es que el voto de opinión ha crecido sustancialmente, sobre todo en las ciudades. Los políticos ya son conscientes de que, si no tienen agendas programáticas, les va a quedar muy difícil sobrevivir. El país en este sentido ha mejorado.

SEMANA: En un trino dijo que esta sociedad sufre de “catastrofismo”. ¿Estamos viviendo en una sociedad acostumbrada o que le gusta el “catastrofismo”?

A.G.: Como decía Vargas Llosa, vivimos en la sociedad del espectáculo, tenemos un apetito insaciable por escándalos que muchos medios masivos, siempre dispuestos a apostarle a la vulgaridad del corazón humano, alimentan día a día. No hay sentido de las proporciones. No hay contexto en la información. No hay análisis. La demanda por indignación crea su propia oferta y viceversa. En eso estamos.

SEMANA: Usted también trinó diciendo que los extremistas “(...) desean que las cosas vayan mal porque eso los enaltece”. ¿Por qué a los extremistas les beneficia un ambiente pesimista?

A.G.: Porque su discurso ilusorio tiene mucho más eco si la mayoría piensa que no hay nada que conservar, que todo es un desastre, que necesitamos un líder providencial que nos conduzca de la mano por el camino del bien. Para los extremistas las buenas noticias son problemáticas, incómodas, estorbosas.

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SEMANA: Hablando en términos políticos y concretos, ¿el que hace uso de la táctica pesimista es el extremista de la oposición o también existen los extremistas afines al gobierno?

A.G.: Hay extremistas en ambos lados. Los de derecha niegan la mejoría de la seguridad. Los de izquierda niegan el progreso social. Ambos proponen una solución similar para los problemas, un gran líder político, un profeta. Pero como decía Karl Popper, “La creencia de que solo puede salvarnos un genio político –el Gran Estadista, el Gran Líder– es la expresión de la desesperación. No es nada más que la fe en los milagros políticos, un suicidio de la razón humana”.

SEMANA: Si los escándalos de corrupción continúan, ¿cómo evitar el desencanto político generalizado?

A.G.: Va a ser difícil. Pero no podemos renunciar al análisis, al estudio de cada caso, al discernimiento, a la disciplina fáctica. Doy un ejemplo: se menciona a menudo que la corrupción anual en Colombia se lleva 50 billones de pesos. Esa cifra puede ser desmentida con un cálculo de servilleta, pero se sigue repitiendo como si fuera una constante universal.

SEMANA: Usted dice que no hay que hacerse “muchas ilusiones con la política”. ¿Esta afirmación no ahonda la legitimidad de las instituciones que, según usted, puede ser devastadora?

A.G.: No, todo lo contrario. Es un llamado a entender la complejidad del mundo. Basta abrir cualquier manual de ciencia política. Los problemas de la política están por todos lados: el teorema de imposibilidad de Arrow, los problemas de agencia entre elegidos y electores, los problemas de credibilidad, la tragedia de los comunes, etcétera. La tensión entre lo individual y lo colectivo casi nunca tiene una solución óptima. Por lo tanto, las instituciones muchas veces constituyen equilibrios precarios o inestables.

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SEMANA: La reforma política en trámite tiene puntos que en el pasado se habían quitado de la Constitución porque no funcionaban. ¿La situación que está viviendo el país puede mejorar con nuevas normas o qué se necesita para que las prácticas políticas mejoren?

A.G.: Las normas pueden ayudar, pero no cambian la cultura ni crean capacidades estatales. La corrupción muchas veces es un síntoma de problemas más profundos en el funcionamiento del Estado. Las buenas leyes ayudarían. Pero no creo que las circunstancias políticas y de opinión en Colombia en este momento sean propicias para hacer buenas leyes.

SEMANA: ¿Por qué no es un buen momento para hacer buenas leyes?

A.G.: Porque hay un alto rechazo de la opinión pública hacia el Legislativo, combinado con un problema de gobernabilidad que tiene el presidente y una falta de liderazgo en el Congreso. Ninguna ley por más buena que sea va a tener buena acogida.