NACIÓN
Ni pies ni cabeza en el magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado
Han surgido otra vez versiones que responsabilizan a Ernesto Samper y a Horacio Serpa por el magnicidio del líder conservador. Por qué esas denuncias no son tomadas en serio.
Antes de llegar a la Presidencia, el entonces candidato Ernesto Samper era muy amigo de los periodistas, los empresarios y los políticos más importantes del país. Después de la confesión de su tesorero, Santiago Medina, sobre la financiación de su campaña por parte del cartel de Cali, casi todos lo abandonaron y muchos llegaron a pensar que su renuncia a la presidencia era la única salida.
No obstante, ninguno de esos “conspiradores” o críticos que le pedían renunciar le ha dado la menor credibilidad a la teoría de que el entonces jefe de Estado mandó a matar a Álvaro Gómez. Inclusive el entonces embajador de Estados Unidos, Myles Frechette, quien persiguió al expresidente en forma implacable y le hizo quitar la visa de ese país, reconoció en una entrevista antes de morir que Samper y Serpa nada tenían que ver con ese crimen.
La versión de que Miguel Rodríguez tuvo que trancar a Samper para no matar a Älvaro Gómez raya en lo demencial.
¿De dónde salen entonces estas versiones? Principalmente de la familia de Álvaro Gómez, la cual definitivamente las cree. Ellos tienen como primera fuente el testimonio del narcotraficante Hernando Gómez Bustamante, alias Rasguño. Este declaró ante la Fiscalía que el entonces presidente Samper, preocupado por la oposición de Gómez, decidió que había que eliminarlo. Para esto, habría utilizado como intermediario al abogado de los capos del Norte del Valle, Ignacio Londoño, hijo de los jefes políticos liberales de Cartago. Este tendría cercanía con Orlando Henao, el temido Hombre del Overol y líder de ese cartel, al cual le habría pedido “hacer la vuelta”.
Esa acusación forma parte de la confesión de Rasguño que tiene otra docena de denuncias, de las cuales casi todas son mentiras. Por ejemplo, asegura que Alfonso Valdivieso, primo de Luis Carlos Galán y entonces fiscal general, era un aliado y una ficha del cartel del Norte del Valle, financiado por este. Agrega que Valdivieso habría llegado a ocupar ese importante cargo por orden del Hombre del Overol. Algo parecido dijo de Alfonso Gómez Méndez, a quien, según él, el mismo cartel habría escogido para suceder a Valdivieso. El testimonio de Rasguño también reveló que el poderoso Orlando Henao habría designado personalmente al coronel Gustavo Jaramillo como jefe de seguridad de Samper. La Fiscalía pudo establecer de inmediato que ese uniformado nunca trabajó en ese Gobierno, sino que dirigió el DAS en el de Andrés Pastrana.
En términos generales, Rasguño afirmó que Orlando Henao controlaba a dos presidentes, dos exministros, tres fiscales generales, exmagistrados de la corte, varios exdirectores del DAS y a la cúpula militar. La mayoría de esas personas combatieron de frente a los carteles de la droga, y por supuesto no conocieron personalmente al legendario capo. Por esto, los intentos de Rasguño para desprestigiar a quienes persiguieron al cartel del Norte del Valle tienen un tufillo de venganza. En un testimonio con tantas mentiras confirmadas ha sido difícil para la justicia determinar qué es verdad y qué no. Según la familia Gómez, ha habido un “tapen tapen” para defender a Ernesto Samper y a Horacio Serpa.
Otra de las fuentes de la familia del líder conservador asesinado ha sido Fernando Botero, quien denunció el magnicidio como un “crimen de Estado”. En esto también hay algo de venganza. El exministro considera inconcebible que Samper sostenga aún que nunca se enteró de la entrada de los dineros del narcotráfico a la campaña. Eso deja a Botero como el único responsable de la narcofinanciación y a Samper como la víctima de esta. La verdad es que todos los que consideran imposible que Samper mandara matar a Álvaro Gómez también creen imposible que la plata hubiera entrado a sus espaldas. Unos mafiosos invierten 6 millones de dólares en una campaña solo para que el candidato se entere y tenga una deuda de gratitud. Y cuando esa cifra representa el 50 por ciento del costo total de la misma, difícilmente se puede ignorar.
EL odio que se tienen Samper y Botero es tan grande, que las acusaciones de ambos sufren en su credibilidad.
Eso lo confirman los tres personajes claves de este escándalo. El tesorero de la campaña, Santiago Medina; el relacionista del cartel de Cali, Alberto Giraldo; y el senador cercano a los Rodríguez Orejuela, Eduardo Mestre, coincidieron en que Samper nunca participó directamente en la negociación de la plata, pero tuvo conocimiento de la misma. Afirmaron que cada vez que ellos le tocaban el tema, el candidato se sentía incómodo, evitaba la conversación y respondía que el que manejaba ese asunto era Botero. Teniendo en cuenta que el Congreso exoneró al presidente y Botero acabó preso, el resentimiento se entiende. Por lo tanto, la versión del crimen de Estado lanzada por el exministro suscita tantas dudas como la de Rasguño.
La tercera fuente de información sobre este episodio es tan poco confiable como las anteriores. Según relata Salud Hernández en su columna de SEMANA, el contador del cartel de Cali, Guillermo Pallomari, hoy testigo protegido en los Estados Unidos, contó la siguiente historia: cuando Samper era candidato tuvo lugar una cumbre de él con los hermanos Rodríguez Orejuela en la cual acordaron que, al llegar Samper a la presidencia, ellos podrían acogerse a una ley de sometimiento con penas leves. Como era previsible que Álvaro Gómez opusiera a esa iniciativa, Samper habría sorprendido a sus interlocutores al decir que la única solución era matarlo. Ante esta afirmación, Miguel Rodríguez lo habría trancado con el argumento de que el momento era inoportuno.
De todas las teorías sobre el asesinato de Álvaro Gómez esta es sin duda la más absurda. La imagen del jefe del cartel de Cali mientras le dice al futuro presidente de Colombia: “Cálmate, Ernesto. No hay que matarlo todavía”, no es creíble. Además, va en contra de dos testimonios claves. El del propio Rodríguez Orejuela, quien en entrevista con Julio Sánchez Cristo en diciembre de 2004 afirmó que lo que confesó Pallomari en Estados Unidos eran “fantasías”, que correspondían a lo que querían oír los gringos, y que las dijo para mejorar su negociación con la justicia de ese país.
El otro testimonio es el de Santiago Medina, el testigo más creíble de todos en este escándalo. En su indagatoria y en su libro expresó su frustración porque Samper nunca quiso reunirse con los hermanos Rodríguez Orejuela. Medina señala que en varias ocasiones estos últimos le pidieron un encuentro con el candidato, pero este siempre se negó. Considerando que Medina es el principal acusador de Botero y de Samper, su testimonio desvirtúa de tajo la versión de Pallomari de la supuesta cumbre en la cual los capos trancan al candidato para que no mate a Gómez.
Según Salud Hernández, después de esa cumbre con el cartel de Cali los vínculos entre Samper y el narcotráfico se mantuvieron. Esto habría desembocado en el posterior asesinato del líder conservador ejecutado por el cartel del Norte del Valle. El coronel Danilo González habría organizado el magnicidio “para complacer al presidente”. Ese uniformado había dirigido el Gaula antes de convertirse en el jefe de sicarios del cartel del Norte.
En esa interpretación hay un error fundamental: pretender que el cartel de Cali y el del Norte de Valle pertenecen al mismo combo. Lo cierto es que cuando el hijo de Miguel Rodríguez Orejuela sufrió un atentado en el que le metieron seis balazos, la Policía interceptó una conversación telefónica entre Miguel y Pacho Herrera. En esta, el angustiado padre del joven herido le dice a su socio del cartel: “Estos resultaron peores que Pablo Escobar”. De esa conversación surgió la leyenda de Orlando Henao como el capo más violento de Colombia. En todo caso, con esos seis balazos queda claro que si los dos carteles se mataban entre ellos, era poco probable que trabajaran en llave para un atentado.
De lo anterior se deduce que Ernesto Samper pudo haber cometido un error con la financiación de su campaña. Pero de ahí a pensar que pudo haber sido el autor intelectual del asesinato de Álvaro Gómez es un absurdo. Por eso, cada vez que vuelven a salir a flote esas versiones nadie las toma en serio.