Homenaje
“Ese 21 de mayo me cambió la vida”: César Rincón
SEMANA entrevistó al torero colombiano 30 años después de haber abierto cuatro veces la puerta grande de Madrid en una sola temporada. Hito que ningún torero español ha conseguido en 300 años de Tauromaquia.
En el breve lapso de 24 horas, César Rincón, un torero desconocido en España, se convirtió en el colombiano que pasó a cobrar hasta 27 millones de pesetas en una corrida de toros, según le confesó a SEMANA Luis Álvarez, quien fuera uno de los apoderados que el diestro tuvo en su carrera. Y para conseguirlo tuvo que hacer una gesta nunca vista en la historia de la tauromaquia. Abrió la puerta grande de la plaza de Las Ventas de Madrid el 21 de mayo, tras cortarle dos orejas a ‘Santanerito’ de Baltazar Ibán, en la única corrida que tenía en la feria de San Isidro de ese año 1991.
Repitió al día siguiente, 22 de mayo, dos orejas al toro ‘Alentejo’ de Murteira Grave y nueva salida a hombros. El 6 de junio fueron 3 orejas, dos a ‘Acólito’ y una a ‘Colito’, ambos de Samuel Flores, en la corrida de la Beneficencia en la que actuó mano a mano con Ortega Cano.
Conquistó todas las plazas de España y Francia, y el 1 de octubre regresó a Las Ventas para dejar el mayor récord en más de 300 años del llamado arte de Cúchares, aunque inventado por el rondeño Pedro Romero: cortó otras dos orejas, una tras una batalla épica ante ‘Ramillete’ de Joao Moura, y salió por cuarta vez a hombros de la meca del toreo mundial. Hasta hoy, ningún torero español ha podido superar esa marca: 4 puertas grandes de Madrid consecutivas, y en una misma temporada.
“Es como hablar con Dios y que te conteste”, fueron las únicas palabras que el torero Pepe Dominguín, hermano de Luis Miguel Dominguín y tío de Miguel Bosé, encontró para dar explicación a tal proeza. Para muchos pudo ser un golpe de suerte, pero César llevaba más de diez años buscando que Dios le contestara.
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Desde los 14 años, cuando siendo un niño se marchó a España para aprender a torear, en casa del matador español Pablo Lozano, empezó a perseguir la gloria. En su empeño no lo detuvo ni la tragedia. En 1982 su madre Maria Teresa y una de sus tres hermanas, Sonia Patricia, murieron tras un inexplicable incendió que arrasó con la pequeña piecita del barrio Fátima, en la que también habitaban su hermano Luis Carlos y su padre Gonzalo, quien ademá vio convertido en cenizas ese laboratorio fotográfico que tenía instalado en el baño, y con el que se ganaba la vida, precísamente vendiendo fotos a los toreros.
También se sobrepuso a una terrible cornada, en la plaza de Palmira, que lo tuvo a las puertas de la muerte, luego de que el toro ‘Baratero’ de Ambaló, le perforara la safena y la femoral. Una similar le costó la vida al famoso Paquirri.
Tras rivalizar con los toreros españoles más importantes, siendo Enrique Ponce el mayor de sus rivales, tuvo que librar una silenciosa batalla que lo obligó a alejarse de los ruedos en 1999: contra la hepatitis C. Y tras un durísimo tratamiento, similar a un quimioterapia, no solo volvió a vivir sino que regresó a los ruedos, solo por el “capricho” de despedirse a lo grande, saliendo a hombros.
La carrera del torero más importante que ha dado América, y “uno de los 6 o 7 mejores toreros de toda la historia”, como lo aseguró a SEMANA Luis Manuel Lozano, el último apoderado del maestro, se prolongó hasta el 24 de febrero de 2008, en la Santamaría, donde todo había empezado un 8 de diciembre de 1982, de manos de Antoñete, y el mismo día en que Gabriel García Marquez, en Estocolmo, pronunció el discurso La Soledad de América Latina, como aceptación del Nobel de Literatura.