ENTREVISTA
“No veo lógica en prolongar una vida sin importar su calidad”
Gustavo Quintana, el profesional que acompañó al empresario Tito Livio Caldas en su eutanasia, habló sobre lo que significa ejercer ese derecho en Colombia. Asegura que la muerte no viene sólo de Dios.
La semana pasada, la carta que dejó el reconocido empresario Tito Livio Caldas conmovió a una buena parte de Colombia. El fundador de Legis le pidió a su familia que en la sala de velación publicaran el escrito con el que autorizó su propia eutanasia. “Soy consciente de la larga vida cumplida y del derecho que me asiste de elegir, sobre todo a mis 94 años, de las condiciones en que deseo que mi vida culmine, libre de dolor, de indignidad, en mi casa y rodeado de los míos”, dice el texto.
Las palabras de Caldas hicieron que numerosas personalidades del mundo jurídico exaltaran aún más la vida de un hombre que defendió con ahínco el derecho que tienen los colombianos a vivir según sus convicciones. El editor y jurista creía que el Estado no debía inmiscuirse en los asuntos íntimos de los individuos y abogaba por que se reconocieran jurídicamente esas libertades individuales.
El médico Gustavo Quintana, reconocido defensor del derecho de los pacientes a la eutanasia, acompañó a Caldas en esa última voluntad. Semana.com habló con él.
Semana.com: Usted lleva décadas siendo el vocero más visible de la eutanasia en el país. ¿Se conocía con Tito Livio Caldas?
G. Q.: Sí. El doctor Tito fue una de las personas que más apoyaron el derecho de los colombianos a tener una muerte digna, en términos intelectuales, pero también financieros. Por esa convicción nos conocimos hace un poco más de cuatro años. Nos veíamos con frecuencia y casi siempre hablábamos de ese tema.
Semana.com: La eutanasia de Tito Livio Caldas ha generado una enorme reflexión sobre lo que significa ese derecho. ¿Qué piensa al respecto?
G. Q.: Creo que él mismo quería que eso sucediera. Su caso muestra muy claramente por qué este es uno de los derechos más íntimos y respetables de los seres humanos. ¿Quién puede obligar a un paciente de 94 años que se siente satisfecho con su vida a que adopte una quimioterapia que va a transformar por completo los días que le queden por vivir?
Semana.com: ¿Cuándo tomó él esa decisión?
G. Q.: Una semana antes. La razón fue que comenzó a sentir que no había claridad sobre la malignidad de su tumor y no se sabía cómo podía ser su tratamiento. El doctor Tito pensó que había tenido la libertad de vivir bien durante 94 años y, como él mismo lo dijo, que se vería sometido al sufrimiento de una enfermedad terminal y al deterioro indignante de sus facultades físicas y mentales. Por eso, decidió que no quería continuar con lo que venía. Yo creo que no hay más racionalidad que la de Tito Livio Caldas tomando su decisión. Fue clara, oportuna y creo que de pronto él pensó que la había tomado tarde.
Semana.com: ¿Por qué la medicina no le aseguraba salvación?
G. Q.: Sí. Hay veces en que la medicina simplemente alarga la vida, pero no devuelve la salud. Los tratamientos no siempre tienen cómo darles a las personas la dignidad de continuar como lo han hecho hasta entonces. ¿Cómo se le puede pedir a una persona que se siente satisfecha con lo que ha sido su vida que intente prolongarla por días o minutos sin importar su calidad? Eso no es posible. Para mí, no hay lógica en eso.
Semana.com: ¿Cómo fue ese proceso con él?
G. Q.: En el caso de Tito Livio, él tenía absoluta claridad de que quería que fuera en su casa y en su cama. Me pidió que llegara a las 9:00 a. m. Hablamos por horas. Nos dimos cuenta de que ambos habíamos nacido el 6 de octubre. Él cumpliría 94 y yo 70. Y pensamos que era una lástima no saberlo antes porque habríamos podido celebrarlo al menos en cuatro ocasiones. Empezamos a hacer un recuento de lo que había tenido que someterse en las clínicas antes de llegar a un diagnóstico. Hubo una absoluta tranquilidad de su parte. En un momento, a eso de la 1:40 p. m., me dijo: doctor, puede proceder.
Semana.com: ¿Todas las personas que acuden a usted son así de racionales?
G. Q.: La mayoría de mis pacientes no lloran. Yo a veces pienso que si yo estuviera en su lugar, lloraría muchísimo. A mí me encanta vivir. Entendería por qué tengo que irme y que no hay manera de detenerlo. Pienso que la muerte no puede ocultar la poesía de la vida.
Semana: ¿Cómo terminó en este trabajo?
G. Q.: Porque un día tuve un accidente automovilístico y pensé que iba a quedar cuadripléjico. En la ambulancia no sentía dónde estaban mis piernas y no podía moverme. En mi mente hice un recorrido de toda mi vida. Duré unos 15 minutos pensando qué haría si quedaba así y, llorando, le dije uno de los médicos: “Si tengo una lesión en la médula espinal, no me hagas nada. Déjame partir”. No me sentía capaz de continuar mi vida así. Finalmente, lo que tenía era una contusión de mi médula a nivel de la cuarta dorsal y por eso no sentía mis piernas. Me recuperé.
Semana.com: ¿Y de ahí cómo decidió que lo suyo es hacer eutanasias?
G. Q.: Eso me llevó a pensar que si yo había podido disponer de mi vida en ese momento es porque cada ser humano es el único dueño de su vida. Sobre todo cuando esa vida tiene que continuar en condiciones muy tristes. Más o menos un año después, empezando a atender pacientes terminales hice mi primera eutanasia, sin saber que en ese momento era ilegal.
Semana.com: ¿Esa primera eutanasia fue hace cuánto tiempo?
G. Q.: Hace 33 años, muchos antes de que la Corte Constitucional existiera. Desde entonces pienso que la eutanasia es una obligación moral de nosotros los médicos. Tenemos que reconocer cuando un cuerpo cansado dice ya no más.
Semana.com: Sin embargo, en Colombia es un debate mucho más reciente y al parecer aún no concluido, a pesar de la sentencia de la Corte…
G. Q.: Es un debate muy antiguo. Uno de los primeros en hablar de esto fue Plinio el viejo, gobernante de Roma, quien dijo alguna vez que el mejor destino de un hombre al final de su vida era decidir suicidarse en el momento final. Aseguraba que podía correr el riesgo de convertirse en un guiñapo que vive del Estado. Entonces yo siempre pienso dónde está el orgullo de esta raza humana que no entiende que nacimos para morir, para que en algún momento entendamos cuál es el mejor momento para partir.
Semana: ¿Quiénes son las personas que más lo buscan?
G. Q.: Se podría decir que son más “valientes” las mujeres que los hombres. Lógicamente es una decisión que toman más frecuentemente las personas que tienen cierta cultura, en especial quienes piensan que la muerte no tiene por qué venir de Dios, que uno puede adelantarla.
Semana.com: ¿Lo buscan personas de todas las edades?
G. Q.: Sí. Pero cuando la gente es más joven para mí es muy difícil. Me pregunto por qué yo aquí y por qué ellos no. Son las cosas de la vida y saber que no se pueden modificar me consuela. Me duele hacerle la eutanasia a alguien que sea menor que yo.
Semana.com: ¿Se ha negado a practicarle la eutanasia a alguien?
G. Q.: Sí. Me he negado cuando entiendo que los problemas son momentáneos. Aunque sí creo que hay pacientes con enfermedades mentales terminales. Para mí, esa es una gran deuda que la psiquiatría esta demorada en reconocer. Por eso, me opongo que haya un psiquiatra en los comités de las EPS para autorizar la eutanasia. Se supone que su papel es determinar que el paciente no tenga depresión, pero yo puedo asegurar que el día que yo me haga la eutanasia estaré profundamente deprimido.
Semana.com: La muerte suele ser muy dolorosa cuándo es imprevista, y no se alcanzó a pedir perdón o a reconocer que se amaba. ¿Cómo cambia eso la eutanasia?
G. Q.: Es así. Por eso, yo siempre les digo a mis pacientes que se den un tiempo para recibir la solidaridad y el cariño de sus familias. Uno no espera que los seres queridos estén de acuerdo, pero sí que demuestren su amor. También que entiendan que ese paciente no está definiendo su vida, sino apropiándose de la suya propia. La gente siente la obligación de decir que no lo hagan, pero deben entender que nadie es cómplice de una decisión así. Si acaso, son testigos.
Semana.com: ¿En términos legales, cuándo puede una persona tomar esa decisión?
G.Q.: Desde la sentencia de Carlos Gaviria de la Corte Constitucional en 1997 sólo se requieren tres cosas. 1) Un enfermo terminal 2) Agobiado de un dolor incontrolable y 3) un médico registrado para hacer el proceso. En el caso de Tito Livio Caldas, por ejemplo, se reunían con claridad las tres condiciones. Para mí, lo simbólico de su eutanasia es que se hizo sólo con las directrices de la Corte, sin contar con las normas del Ministerio de Salud que tanto se han discutido y que piden comités médicos y otros requisitos. Su caso demuestra que no se necesita más que esos tres puntos.
Semana: ¿Cómo es el procedimiento y qué tanto duele?
G. Q.: Es muy breve y no produce ningún dolor. Por lo general, me gasto un minuto en aplicar el anestésico. Les digo que pueden cerrar sus ojos cuando sientan sueño. Cuando veo que están ya en esa fase aplicó una segunda dosis de anestesia. Espero a que sus reflejos bajen y en ese momento aplico el segundo medicamento. El corazón se relaja y no envía la sangre a recibir oxígeno en el pulmón. El metabolismo consume todo el oxígeno que queda en la sangre en un par de minutos. Suelo no decir nada en el momento en que el corazón se detiene.
Semana: ¿Y entonces?
G. Q.: Después de que pasa el tiempo le cuento a la familia: “Se nos fue hace 10 minutos”. La gente por lo general se sorprende e irrumpe en llanto. Eso es algo que no puedo evitar. Yo puedo evitar el sufrimiento de mis pacientes, pero no el dolor de su familia al verlos partir. En esos momentos posteriores me ausento.
*Editora de Semana.