entrevista
“Me amarraron en un árbol con cadenas en los pies”: dramático testimonio de la monja colombiana secuestrada por Al Qaeda
La hermana Gloria Cecilia Narváez recibió a SEMANA en la comunidad de las Hermanas Franciscanas de María Inmaculada. Narró detalles inéditos de la desgarradora historia a la que sobrevivió durante casi cinco años al estar secuestrada por terroristas de Al Qaeda.
SEMANA: Hermana, ¿recuerda hace cuatro años y ocho meses el día de su secuestro? ¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo fue que pasó todo?
Gloria Narváez: Sí. El 7 de febrero de 2017 estábamos con las hermanas de la fraternidad. Sofía es una hermana colombiana, Clarita, también colombiana, y otra hermana que estaba en la capilla haciendo oración. Entonces, yo les manifesté que si podíamos prender la batería para ver las noticias, porque nos interesaba orar por lo que pasaba en el mundo entero. En ese momento, sentimos que los perros ladraron, salí y pregunté quién estaba afuera y no contestaron.
Entraron cuatro hombres armados con fusiles y machete. Los hombres se dirigieron a nosotras y dijeron: “Queremos que nos entreguen los euros, venimos en nombre del jefe”. Uno de los hombres se fue a uno de los dormitorios de una hermana, con su fusil y todo. El otro se quedó al frente de la otra hermana, y el jefe que se quedó delante de mí me preguntó: “¿Tú me conoces?”. Y yo: “No, señor, no lo conozco a usted, nosotras no somos europeas, somos colombianas”. Él quería llevarse a la hermana más joven, colombiana. Entonces, yo le dije que no les hiciera daño a las hermanas.
SEMANA: ¿Cómo se sintió en ese momento?
G.N.: Con mucho miedo, pero dije: “Yo prefiero que me hagan daño a mí y no a mis hermanas, porque ellas son muy jóvenes”. Uno de los hombres me puso una cadena aquí (señala el cuello), un candado y una especie de bomba. Me pusieron un vestido africano y un turbante encima. Me estaban sacando por un camino al desierto. Al día siguiente, me amarraron en un árbol con cadenas en los pies. Luego, continuamos el viaje, yo seguía con la cadena del cuello. Ya vi grupos armados, metralletas, y entonces se acercó un hombre a decirme que “en cuatro días no has comido nada”; me pasó un plato de espaguetis y me los dejó ahí, me trajo como un mate y me dijo: “Esta noche te quedas aquí”. Yo amanecí sentada, casi no comí nada.
Al otro día, el hombre jefe se acercó y me dijo: “Estás en manos de Al Qaeda”. Yo le dije que si podía hablar con el jefe, dijo: “Voy a ver si se puede hablar con él”. Ahí en ese lugar permanecimos como dos semanas. Después me dirigieron más al norte de Malí, se iba viendo más desierto.
SEMANA: Qué le pasaba por la mente en tantos días de recorrido…
G.N.: Ellos me proporcionaban un poco de agua, pero yo veía que esa agua estaba como con gasolina. Sin embargo, yo tomaba porque el calor era más fuerte, donde vivíamos era 40 o 45 grados, pero al norte es más fuerte el calor. Yo vi que ya me iban sacando cerca de Nigeria por el río Níger. P, quien compartió cautiverio durante casi cuatro años con la hermana Gloria). ero ya nos encontramos en el desierto, yo vi que había un jefe que venía en otro grupo con una señora francesa (se trata de Sophie Pétronin
En ese momento, nos reunimos las dos, y el jefe nos dejó con otro grupo, nos encontramos con otra señorita suiza (Beatrice Stockly, otra de sus compañeras de cautiverio), la cual ya había estado un año secuestrada por motivos de su religión.
SEMANA: ¿De qué religión era?
G.N.: Evangélica. Ella ya había estado un año ahí, nos unieron a las tres y vimos que nos iban alejando más y más adentro del desierto cerca del Sahara.
SEMANA: ¿Siempre las mismas compañeras?
G.N.: La señorita canadiense llegó después de dos años de cautiverio. Permaneció seis meses con nosotros, después se la llevaron. Yo ya no volví a saber más de ella. Después hubo un poco de peligro. En ese momento, el jefe ya se llevó lejos a Beatriz y se sintió un tiroteo. Entonces me preocupé.
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SEMANA: De hecho, dicen que la asesinaron en cautiverio, ¿cree que fue ese día?
G.N.: Yo no estoy segura, pero ella no regresó más con nosotros, yo me quedé con Sofía, la francesa. En este momento yo no sé si había demasiado peligro, los jefes se fueron.
SEMANA: ¿Era la oportunidad de escaparse?
G.N.: Sí. Entonces, sentíamos drones, pero no se acercaban tanto. Yo me imaginaba que estábamos en otro desierto de otro país. Le pregunté a mi compañera si tenía fuerzas para poder irnos a buscar ayuda, pero vi que ella humanamente no hubiera podido caminar por el desierto. Permanecimos como dos días solas, en ese lugar.
SEMANA: ¿En qué condiciones dormían?
G.N.: Nos dieron una estera y una cobija. Eso fue lo que nos proporcionaron, y ahí dormíamos en la arena, porque encerrarse implicaba mucho más calor. Los grupos siempre hacían sus campamentos frente a nosotras, pero ellos también dormían afuera.
SEMANA: Y para el tema del aseo, el baño, porque los captores eran hombres…
G.N.: Sí, todos. Bañarse no, no. Limpiarse un poco y dejar agua para tomar. Permanecer con esa misma ropa, estábamos en medio de ellos, y ellos estaban siguiéndonos en todo momento a donde íbamos, qué hacíamos, a dónde nos dirigimos, entonces no.
SEMANA: Una tortura realmente…
G.N.: Sí. Sobre todo cuando vi que la señora francesa, seguro fue liberada o no sé, se la llevaron. Yo le manifesté a ella: “Qué bueno, si yo pudiera salir con usted, si yo pudiera irme ya”. Y ella me dijo: “No, es mi situación”. Y yo le dije: “Pero si yo me quedo sola con este grupo, tengo un poco de temor, me gustaría irme con usted, si usted me diera la oportunidad de salir con usted”. Entonces, me dijo: “No, es mi situación. Usted no entiende mi situación”. Le dije: “Bueno, que Dios la bendiga, que le vaya muy bien”, y me quedé sola.
SEMANA: ¿Había más amenazas? ¿En algún momento la golpearon?
G.N.: Ellos pasaban gritando. Con sus armas, me decían “te vamos a matar, tienes otra religión, te vamos a matar”. Me pegaban, siempre estaban diciéndome de la religión, insultándome con palabras bien fuertes. Pero la fundadora de nuestra espiritualidad decía: “Callad para que Dios nos defienda. Dios no se deja ganar en generosidad, agarrarse fuerte de Dios”, y eso era lo que yo hacía.
Esa fue la experiencia de fe y no decirles nada. Me escupían, me tiraban las cosas, pero yo jamás tuve una palabra para ellos. Además, yo siempre los respeté, respeté su religión. Los respeté en todo momento. Siempre tenía agradecimiento con Dios. Yo decía que podía ser una oportunidad que Dios me daba para ser más paciente, más humilde. Como decía san Francisco de Asís: “Si te azotan, considera que esta es una gracia que Dios te permite, y no quieras que sean como tú quieras, sino acéptalos como ellos son en ese momento”.
Me decían: “Nosotros queremos hacerte cadáver, vas a ver cómo te vas a ir muriendo”. Como que probaban muchas cosas como para que yo me muriera. Por la noche uno sudaba mucho y, pues, no podía tener agua; entonces, yo me acordaba de mi mamá que me decía: “Con la orina se puede uno ayudar, se puede lavar”. Me empecé a echar un poco de orines, por aquí (señala las manos), y me echaba en la cara, porque yo vi que el agua me estaba quemando. Pero yo me mantenía confiada en Dios.
SEMANA: ¿Cómo pasó esos días?
G.N.: Me pegaban y yo pensaba que era la oportunidad para santificarme, pero en este tiempo también pensaba en Colombia, yo trazaba en la arena el mapa de Colombia con todos sus departamentos. Hacía floreros en la arena, escribía el nombre de Dios, grande, estos hombres venían y me borraban todo con el pie, o traían palas y quitaban todo. “No hagas eso”, decían.
SEMANA: ¿Pensó en fugarse?
G.N.: Sí. Pero desgraciadamente ya me había alejado bastante. Llegó un hombre grande, de ojos azules, con la metralleta y me apuntó. Entonces, yo levanté los brazos y dejé la botella de agua ahí. Y pensé “hasta aquí fue”. Cuando llegó el nuevo grupo, yo dije: “Voy a ver si me puedo alejar”. Otra vez intenté salir, porque yo tenía mucho miedo de ese grupo, y llegó el hombre y cogió una manguera, me empezó a azotar. Me hacía caer, me amarró de un palo y con todo ese sol. Me amarró las manos, me amarró los pies, entonces, pues, yo así me quedé. Y me dijo: “Ahí te quedas, eres un perro de iglesia (…) Si intentas escaparte otra vez, te vamos a matar”. Pero en la noche sentía como gritos, personas sufriendo; “Dios me va a salvar”, pensaba.
SEMANA: Incluso oraba por sus captores…
G.N.: Sí, ellos están corriendo peligro, son personas, y perder una vida humana, pues, no. Es Dios quien nos da la vida, y pensaba en ese momento, en esas situaciones que ellos estaban viviendo, por eso yo siempre oraba por ellos y pedía mucho a la Virgen María la protección de ellos.
SEMANA: ¿Cómo fue su libertad?
G.N.: Llegamos a un lugar desierto y nos quedamos. Al otro día, como a las seis de la mañana, el jefe me pasó un poco de té y me dijo: “Aquí te quedas. Aquí está tu libertad”. Entonces, yo miré todo el desierto, me le acerqué y le dije: “Por favor, jefe, ayúdeme, acérqueme por lo menos donde haya un pozo de agua”; entonces, empezaron a reír todos.
Yo le insistí: “Jefe, por favor, ayúdeme o déjeme por lo menos cerca de un campamento donde alguien me pueda ayudar, yo no me puedo quedar en el desierto”. Empezó a prender el carro y otra vez fuí a decirle. Me dijo: “Súbete, perro de iglesia”. Cogí la estera, cogí la botella de agua y me subí. Luego llegamos a un campamento donde había helicópteros. Me hicieron esconder en un hueco junto a un cadáver de un hombre. Salimos de ahí y me pasaron a otro grupo.
SEMANA: ¿Cómo reaccionó en ese momento cuando se dio cuenta de que por fin estaba libre?
G.N.: Agradecida con Dios. En ese momento, el presidente de Malí tomó la palabra y me expresó que había sido muy valiente en los años de secuestro. Que había sido valiente por soportar el clima. Yo, pues, le agradecí por todos los esfuerzos que había hecho Malí y mucha gente por mi libertad. Que Dios bendiga a Malí y que Dios les conceda la paz.
SEMANA: ¿Qué viene ahora?
G.N.: Yo quiero escribir un libro a partir de esta experiencia de fe y de lo que yo viví en el desierto. Quiero darme un tiempo y luego sí continuar con la misión si el señor me da la vida, porque yo amo mucho la misión. Quiero seguir ayudando, eso va dentro de mí y dentro de la congregación misionera.