HAITÍ
Exclusivo: el relato del colombiano prófugo involucrado en el magnicidio del presidente de Haití
SEMANA revela en exclusiva el relato que, desde su escondite, da Mario Palacios Palacios, el exmilitar colombiano que se fugó tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse. Narra cómo intentaron masacrarlos cuando huían, habla de lo torcida que es la Policía del país caribeño y pide garantías. “Si me toca tirarme al mar, me tiro”. Esta es su versión de ese magnicidio.
“No me pienso entregar”
Quiero decir la verdad, contar la verdad de todo lo que pasó. Yo ando prófugo de la justicia acá (en Haití) porque acá no hay garantías de nada. Acá la Policía es torcida toda. Acá no hay nada. Esto es tierra de nadie. Entonces me he salvado por mi color de piel, he estado escondiéndome en algunos sitios todo el día, no duermo casi, estoy muy preocupado por mi vida.
Quiero que trate esto con personas de confianza, con mi general de Fuerzas Militares del Ejército, de la Policía, el ministro de Defensa y el señor presidente. Yo estoy pidiendo ayuda, necesito llegar a un punto. Ver si puedo llegar allá con garantías. Quiero hablar con garantías. No me pienso entregar tampoco y si me toca tirarme al mar, me tiro.
Escuche el relato del colombiano fugado en Haití
“La seguridad del señor presidente era torcida”
El día 23 nos sacaron del hotel en la noche para otra casa de un señor de origen chileno. Allá nos hablaron de otra misión para ir a capturar al señor, que ahí íbamos a estar hasta que saliera. Estuvimos (en esa casa) tres días. El jueves en la noche, en la madrugada, arrancamos a hacer el trabajo. Nos organizaron así: el primer equipo donde iba don Manuel (Grosso) con (Germán) Rivera y los ciudadanos haitianos americanos. Un segundo equipo era el que iba a entrar a la habitación y el tercer carro era mi equipo.
El segundo carro tenía la misión de neutralizar a los policías. Llegó el señor James (Solages) y empezó por un megáfono a hablar diciendo que es una operación de la DEA. Empezamos a ingresar. Llegamos al portón. El sargento (r) Edwin Blanquicet subió por una escalera por el portón, pero la puerta la habían dejado abierta porque ahí había gente adentro. Tenían gente de la seguridad del señor presidente que era torcida. Se escucharon unos rafagazos de ametralladora. Adentro nosotros hicimos unos disparos. Entramos por la puerta porque estaba abierta. La abrimos y entramos.
“En la otra habitación principal estaba el señor presidente... muerto”
Ingresamos. Los que estaban disparando con la ametralladora se subieron por un muro. La dejaron botada ahí. Yo me quedé registrando una habitación en el primer piso. Cuando subimos, a mano izquierda había una sala grande y un vestier grande y a mano derecha había una habitación con ropa. Yo cogí para la habitación a mano izquierda. Llamé al curso y le dije ‘curso, vamos a revisar acá, como que el señor no está’. Fuimos a revisar ese vestier. Ahí no había nada. Había un baño. Regresamos y amunicionamos. Regresamos a la otra habitación. Ya estaba en la otra habitación principal el señor presidente.
Estaban Yepes, mi primero Romero, el comando Pipe y otros... Nosotros dijimos ¿el señor dónde está? Acá estaba, estaba ahí tirado con la señora, ahí estaba el señor y la señora... ¿Luego qué pasó? ¡No! Que estaban muertos... Cuando dijeron que estaban muertos entonces ellos empezaron a buscar unos equipos electrónicos, empezaron a buscarlos. Ahí escuchamos la orden de que tocaba salir, que todo había salido mal. Llegamos y cogimos lo que pudimos y salimos. Cuando llegamos allá afuera estaba James (Solages) desesperado porque todo había salido mal, que Dimitri, que Dimitri, decían él, don Manuel y don Mike y don Rivera, que Dimitri, no sé qué tenían ellos con Dimitri y entonces el señor ya ahí se acercó y le dije que el señor (el presidente Jovenel Moïse) estaba muerto.
“No nos dejaban respirar, nunca nos dijeron que nos entregáramos”
Empezamos a salir en unos carros... Los que iban adelante neutralizaron unos policías que estaban en un cerro. Los cogimos, les quitamos el armamento y luego los policías siguieron con nosotros y los amarramos. Al rato llegó otra patrulla, los manes llegaron. No pasó nada. Se devolvieron y nosotros seguimos. Cuando íbamos llegando a un parque grande, ahí estaba el comando de la Policía. De ahí nos atravesaron dos carros. No nos dejaron pasar. Empezó el señor James y el señor Blanco a hablar que eran de la DEA. Ya ahí nos detuvieron. Nos tuvieron toda la madrugada, todo el día. (Escuché que) llamaban a todo mundo, a un tal Arcángel, al señor Antonio ‘Tony’, llamaban a muchas personas a que los sacaran... y nada.
Como a eso de las cinco de la tarde, el señor general de la Policía anunció una operación en contra de nosotros. Tenían francotiradores desde arriba. Nosotros estábamos en una casa encerrados. Detrás de nosotros había unas gradas, esas gradas subían, pero había un muro allá para poder saltar, y apenas uno se movía, ¡paamm!, nos disparaban. Nos dañaron todos los vidrios de la casa con punto 50, disparándonos. No nos dejaban respirar. Nunca nos dijeron que nos entregáramos.
“No sé quién lo mató”
En cuanto al asesinato del señor presidente, no sé quién lo mató. Lo digo de corazón por mi familia, por mis hijos. No sé quién lo mató porque cuando yo llegué a esa habitación ya estaban los comandos Yepes y el señor Romero; ya había fallecido y otros comandos, el señor Pipe, ya estaban en la habitación junto con él. Ellos dijeron ‘él es y está muerto’, pero no dijeron si ellos lo mataron. Ahora ellos están allá en la cárcel tratando de salvar su pellejo y les están echando la culpa a los muertos y a mí, que estoy prófugo... Entonces ellos están salvando su pellejo allá a costillas de los que no estamos presos.
“Ellos nos masacraron”
Se vinieron los otros policías en contra de nosotros, con todo a masacrarnos. Eso no fue en la casa del presidente. Ellos nos masacraron. Nos masacraron ahí. Nos masacraron con las 2.50 y Remington. Se nos metieron a la casa. Al señor Romero lo mataron con una granada de mano. Se la lanzaron. Le cayó a él y cayó muerto. Al señor Manuel lo hirieron también. Quedó ahí tirado. Dijo ‘muchachos, váyanse’.
El señor Rivera salió, dijo que se entregaba con dos comandos más. Y mientras él se entregaba con los comandos, nosotros dijimos con el curso Naiser ‘no, nosotros no nos podemos entregar’. Subimos las escaleras y nos prendieron. Él se tiró ahí entre los escalones. Yo me tiré a un hueco. Me tapé con un papel cartón que había y no sé de ahí para allá. Yo me quedé tapado ahí hasta que oscureció. Apenas me podía mover porque disparaban y disparaban y si me movía me mataban.... El señor Manuel nos decía ‘no disparen contra la Policía porque se nos complican las cosas si matamos un policía’. Nunca lo hicimos, nosotros les perdonamos la vida a ellos. Ellos no nos la perdonaron a nosotros, ellos nos acribillaron con punto 50, nosotros estábamos sin munición y los tiros que hacíamos los hacíamos al aire o a las paredes.
“Le dije: parcero, ayúdeme, ayúdeme que me van a matar”
Cuando yo ya salí eran las siete u ocho, estaba oscurito. Yo salí suavecito. Subí por un barranco. Me quité el chaleco y me acosté un ratico y fue cuando escuché un grito del señor Manuel de ayuda. Y ¡pum!, se movieron los señores que estaban en la carretera. Subieron y ¡pum!: le dieron un disparo de gracia. Lo mataron, no le perdonaron la vida... Yo me quedo solo. Era el último. Quedé solito. Subí el muro. Me tiré a la carretera. Cogí a mano izquierda, me metí por ahí a un hueco a descansar. Como a las ocho salí, volví al lado derecho y nada. Por ese lado queda muy cerca la Policía y nada, casi me cogen.
Regresé otra vez a ese punto donde estaba escondido. Me metí y ahí a las cinco de la mañana salí a la carretera y me quedé ahí deambulando, dando vuelta en esa carretera hasta que como a las 6:30 de la mañana pasó un señor en una moto con un pelado, le coloqué la mano y me montaron. Y salí. Pasé por el comando. No me reconocieron. Pasé por ahí. Llegué al pueblo y me compré una ropita. Me cambié y ya. Por ahí me coloqué a dar vueltas sin dar tanto visaje. Me encontré con un man que habla español, un americano, y le dije: ‘parcero ayúdeme, ayúdeme que me van a matar, lléveme para donde usted vea que esté seguro’. Él me llevó por allá a una casa donde una señora.
“Mi vida corre peligro acá”
Una señora me ha estado resguardando. Ahí a veces me toca correr para el monte y en las noches salir de la casa. Pero ahí he estado, resguardado. Entonces necesito ayuda, pero eso es urgente. Mi vida corre peligro acá.
“Fuimos engañados”
Nos engañaron a todos los que vinimos de Colombia. Fuimos engañados. Nos reuníamos como niños chupando dulces, contentos porque era una oferta de trabajo buena y pues el pago era bueno también. Nos iban a pagar 2.700 dólares entonces. Era una oferta de trabajo. No veníamos como mercenarios a matar a nadie. Veníamos a trabajar, a trabajar de seguridad, que es lo único que sabemos, lo único que sabemos es de seguridad los comandos colombianos… A los compañeros los volvieron nada, los reventaron. Ellos no tienen acceso a nada allá en esa cárcel. Piensan meterlos a las cárceles donde están las bandas. Entonces primero muerto antes de entregarme. A mí no me enseñaron a rendirme en el Ejército.