HISTORIA
Por Facebook guerrilleros de las Farc buscan a familiares separados por la guerra
Ahora que concluyó la dejación de armas, muchos se preguntan qué pasará con los miles de excombatientes que quedaron en las zonas veredales. SEMANA estuvo en Icononzo y habló con ellos sobre sus expectativas de vida.
A Jhonier Montaño ni su propia familia le creyó que estaba vivo. “¿Cuántos años tienes?, ¿cuál es la cédula de mí mamá?, ¿en el orden de hermanos a quién sigues?, ¿cómo se llama el colegio donde estudiaste?”, fue el interrogatorio que le hizo su hermano, 19 años después de haber perdido contacto con él. La prueba reina fue una foto. Aunque con lujo de detalles pasó el primer filtro, un retrato suyo –que poco se parece al joven que se enroló en las Farc- lo revivió en la memoria de su familia.
Sentado en el filo de una montaña de barro, Jhonier se escampa en una caseta donde se lleva el registro de la gente que entra y sale de la zona veredal de Icononzo, Tolima. Mientras ve pasar las volquetas, carros y tractores que conducen los ingenieros, junto a Marcela Velandia, recuerdan la vida rica en anécdotas, pero angustiante que les tocó vivir.
Ella, al igual que cualquiera otro excombatiente en la zona al que se le pregunte, se la tragó la guerra y la devolvió a la vida un cuarto de siglo después. En septiembre, al tiempo que le país empezaba la cuenta regresiva que le pondría fin a las confrontaciones armadas con las Farc, Marcela conectaba los puentes que necesitaba para obtener un número que la pusiera en la misma línea con su mamá.
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Tras cada contacto, a la exclamación de un ¡Estás viva!, se suma el incontrolable llanto de las familias. A Tatiana, por ejemplo, la reconocieron de entrada. Pero fue tanta la emoción, que su mamá se dejó ahogar en unas lágrimas que no la dejaron hablar más. ”Le tocó pasarme a mi hermana mayor y yo la llamé a ella un mes después”, recuerda esta excombatiente del Frente Primero que se reportó con su familia después de 15 años.
Marcela Velandia Foto: Carlos Julio Martínez / SEMANA
Jhonier, Marcela y Tatiana, salieron de la clandestinidad, pero el salto a la vida civil ha sido a cuenta gotas. Ninguno se ha encontrado frente a frente con sus familias. Muchas razones por ahora hacen que eso no sea posible. Primero, el costo del viaje y, en segundo lugar, la zozobra que sienten por el rearme de los grupos posdesmovilización. Además, de la presencia de los disidentes que quedaron tras la dejación de armas de las Farc.
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Esa es una de las razones que viene postergando el reencuentro de Gonzalo Beltrán con su familia. "La verdad, yo no sé quién estará vivo. Incluso, ellos tampoco saben qué ha pasado conmigo. Si yo existo o no existo", dice. Aunque creó un perfil en Facebook, ya con 16 amigos, no ha dado con un rastro que lo conduzca al paradero de los suyos en Pizarro, Chocó. Una de las tantas zonas del departamento que desde hace meses viene advirtiendo la presencia de grupos armados que, según testigos, tienen fuerte presencia en el Litoral de San Juan.
Marcela tampoco ve un encuentro cercano, aunque desde de que se puso en contacto con su mamá la llama casi todos los días para saber cómo está. “No los quiero traer acá. Muchas veces uno es el culpable y son los familiares los que terminan pagando. Hay que esperar”, dice. Su miedo fue infundado por las noticias que le llegaron de los cuatro guerrilleros y ocho de sus familiares muertos en Cauca, Caquetá, Antioquia, Nariño y Putumayo.
Vea aquí el mapa con cada uno de los casos:
Aunque todo comenzó cuando apenas era una adolescente, el pasado 7 de junio Marcela se desprendió de todo lo que la ató a la guerrilla, para empezar su vida a los 40 años desde ceros. Estaba nerviosa y sudaba mucho esa tarde que se presentó en el campamento de la Misión de la ONU en la zona veredal de Icononzo.
Era su turno, la siguiente en la lista que protagonizaba -en la intimidad- la dejación de armas, esa que concluyó hace quince días. Con sigilo se dirigió por los resbaladizos caminos que de los cambuches en lona y plástico conducen a las carpas donde se asentaron los hombres que llevaban el registro y almacenamiento. Ese día su fusil, junto al de todo el arsenal de la guerrilla, quedó bajo llave para siempre.
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No es que extrañe la guerra, sino que “por años el fusil fue mi respaldo de vida y mi compañero”, dice. Un sentimiento que comparte con buena parte de los hombres y mujeres que ya recibieron de manos de las Naciones Unidas su certificado. Aunque ese no fue su caso, los números de la contraseña y el que aparecía en el vital documento no coincidían. El fusil se quedó y a ella le dieron un papel provisional.
La civil
Más de un mes se tardó la Registraduría Nacional en tomar los datos y entregarles contraseñas a los excombatientes que nunca habían sacado la cédula. Debido a eso, sólo siete de los 320 interesados en presentar las pruebas del ICFES para validar estudios pudieron llenar los formularios de inscripción que solicita el Gobierno.
En la zona veredal Antonio Nariño las cosas vienen funcionando a media marcha. No sólo por los evidentes retrasos que se presentan en la adecuación de las habitaciones de cuatro por seis metros donde se ubicarán los excombatientes en los próximos meses, sino también porque la reincorporación se reduce a la autogestión y al voluntariado.
Los improvisados cambuches que se veían dispersos por la falda de la montaña en febrero, cuando arrancó la concentración, siguen intactos. Con la única diferencia de que son más y ahora cuentan con endebles puertas que les proporcionan algo más de privacidad a los guerrilleros, aunque no los aísla completamente del frío y la lluvia.
Zona Veredal Antonio Nariño Foto: Carlos Julio Martínez / SEMANA
Después de seis meses, desde cuando entró en vigencia el acuerdo, la imagen que predomina es la de más de 300 guerrilleros asentados en unas zonas donde todavía no hay condiciones para vivir. Un retrato de ello fue el infructuoso intento del Sena para llegar a ese campamento. “Una vez llegó una comitiva y como el bus no pudo entrar, no volvieron. Aunque tampoco había aulas ni sillas”, dijo una de las guerrilleras.
A Marcela, por ejemplo, el tiempo se le va cumpliendo con las tareas diarias que le asignan y en clase. Con cuaderno en mano, un grupo de 30 personas se juntan en el aula máxima de la zona veredal. Son dos horas en la mañana y dos en la tarde las que dedican diariamente. La idea, es abonar el terreno mientras las instituciones llegan. No hay un profesor especializado, pero son siete guerrilleros con niveles de escolaridad más altos los que se ofrecen a impartir las clases. Entre ellos, un chileno al frente de matemáticas.
El ICFES, por estos días, es el dolor de cabeza en el campamento. Aunque no todos tienen la posibilidad de presentarse y validar rápidamente el bachillerato, no se quieren quedar a trás con su tránsito a la vida civil. Saben que el tiempo es oro, y entre más se demoren en enfrentar sus procesos, más traumático será. “Lo que hacemos es un acercamiento al lenguaje y esquema formal de la prueba”, explica Valentina una de las líderes del proyecto. A su juicio, son muchas las cosas que ellos ya manejan, por eso lo que intentan hacer es acercarse a la cotidianidad a la academia.
Sin duda, en Icononzo se respira una gran expectativa de profesionalización. El problema, sin embargo, es que no hay quién atienda esa sed de conocimiento. “En una ocasión abrimos un curso de agro-economía e informática básica. Se inscribió mucha gente pero no pudimos arrancar. No había cómo”. Incluso, 70 guerrilleros que estaban asistiendo a clase, se ausentaran para ayudar en la construcción de las casas. Van 56 casi terminadas, falta que se solucione el problema de agua potable para que se traslade el primer grupo de excombatientes.
Poco a poco se van acostumbrando al cambio de timón. No todos tienen celular ni recursos para conseguir uno, pero quienes han logrado reunirse con su familia o tejer lasos de amistad con otros civiles, ya están conquistando un terreno por el que nunca habían transitado: el de la tecnología. Un camino que los ha llevado de vuelta a sus raíces más profundas.
No todos han tenido suerte en esa búsqueda. Osman Blanco, por ejemplo, es un cartagenero que dejó envolatar la relación con su familia hace más de 27 años. “Lo más valioso” que le queda es un hijo de 16 que no veía desde el 2011 y con el que compartió sus primeros días de libertad, después de que cruzó la salida de la cárcel Palogordo en Girón, Santander.
“Aprendí zapatería y panadería. También tomé cursos de medio ambiente y derechos humanos”, cuenta orgulloso. Llevaba más de 13 años en la cárcel por rebelión, terrorismo, daño en bien ajeno, homicidio y lesiones personales. Ahora, lo único que espera es tener sus papeles en regla con la Jurisdicción Especia de Paz para poder reencontrarse con su hijo y celebrar junto a él no sólo su primer cumpleaños, sino también su graduación ahora que llega a grado once.
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Foto: Carlos Julio Martínez / SEMANA
Cerca de 843 excombatientes han recuperado la libertad amparados en la Ley de Amnistía e indulto. Osman es uno de ellos, pero no el único. Hay centenas en las diferentes cárceles esperando que se resuelva su situación jurídica. Por eso, es que el exjefe guerrillero Jesús Santrich empezó una protesta en solitario para conseguir que "se acaben las trabas" y los hombres y mujeres que aparecen en la lista que presentaron las Farc recuperen su libertad.
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"Entre otros, de la protesta participan 47 mujeres, una de ellas es lactante. A eso se suman, 35 compañeros que tomaron la determinación coserse la boca (...) Yo me vinculé el pasado lunes y lo que se busca es que se cumpla el acuerdo de La Habana que tiene que ver con la liberación de nuestra gente", explicó.
Camino pantanoso
Los excombatientes de las Farc se reincorporarán a la vida civil colectivamente, bajo esquemas de cooperativas, que trabajarán de lleno en los territorios donde antes hicieron la guerra. Cultivos de mora, granadilla, tomate de árbol, frijol, arveja y cebolla son algunos de productos que crecen desde hace unos meses en Icononzo. La apuesta de las tres compañías también incluyen un gallinero, una marranera y una conejera. Además, de una de un plan para controlar los 50 perros que se ven por la zona.
Foto: Carlos Julio Martínez / SEMANA
Pese al ritmo y los tropiezos del andamiaje jurídico, desde hace meses a los excombatientes en la vereda La Fila, se les ve sin armas, de civil y disciplinados. Ya no forman, no hay filas y mucho menos marchan, pero todos los días madrugan a trabajar en los proyectos que las Farc quieren sacar adelante como organización. La Escuela de Comunicación es uno de ellos. De esa idea surgió en La Habana la agencia NC Noticias que cubrió de cerca la negociación y ahora está al frente de la implementación. Talleres de diseño gráfico, periodismo, edición, redes sociales y camarografía son algunos de los cursos que por ahora ofrecen.
“Nos preguntamos mucho qué falta: ¿voluntad o mayor contundencia? Tanta preocupación por las armas y nada que se ve ese interés por las mujeres y hombres”, dice Valentina sentada a un lado de la casa donde se hospeda Carlos Antonio Lozada, cuando los visita. Está preocupada y no ve con tanta claridad lo que el Gobierno tiene para ofrecerles a ellos, sin embargo, mientras se refiere al listado de incumplimientos no se le brota ni una pisca de duda sobre la elección que hicieron. “Ahora tenemos más razones para darle continuidad a la lucha política a través de la gestión y autogestión”, agrega.
A ese proyecto del que se abandera Valentina como maestra, se suma el de los 315 excombatientes que están presentando un curso en Facatativá para vincularse a la UNP, además del taller que la semana pasada tomaron 40 excombatientes con la Unidad Administrativa Especial de Organizaciones Solidarias. "Ellos quieren armar varias cooperativas para que más adelante ECOMUN se convierta en una Confederación de Cooperativas. Un organismo de tercer nivel. Pero para llegar allá tienen que arrancar desde abajo y primero armar las organizaciones básicas. Se van a dedicar a diferentes temas: ahorro y crédito, producción agrícola, servicios, salud y temas de industrialización", explicó el director de la unidad, Rafael González.
En Icononzo, a Jhonier lo conocen por sus habilidades en matemáticas. Quizá por eso, cree que al final terminó siendo el elegido para representar a la zona veredal Antonio Nariño en Bogotá. De jean, camisa blanca y cachucha negra, se le vio este martes cuando pasó a una tarima en las instalaciones del Sena a recoger su certificado de manos de la ministra de trabajo, Griselda Janeth Restrepo; Joshua Mitrioti, director de la Agencia de Reincorporación Nacional y Eduardo Díaz, como delegado del Ministerio del Posconflicto.
"Estando uno en el campamento no alcanza a imaginarse este acompañamiento", dice emocionado mientras los asistentes a la graduación se movian desesperadamente para alcanzar una entrevista con algunos de los 40 guerrilleros que están listos para prender los motores de las ECOMUN.
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El ‘coco‘ del centralismo se desnudó con la implementación y mucho más con el tránsito de los excombatientes a la vida civil. Con extrema timidez, Marcela, Tatina, Osman, Valentina y Jhonier se asoman a ver su nueva realidad, mientras el país encara el desafío de atenderlos. Su reincorporación es clave, de ella dependerá, en buena medida, que este sea el fin de la pesadilla de la guerra y no sólo un espejismo.
*Periodista de Semana.com
Foto: Carlos Julio Martínez / SEMANA