INVESTIGACIÓN

Las vírgenes contra la bestia

El exjefe paramilitar Hernán Giraldo –alias el Taladro– será condenado esta semana a ocho años de cárcel por violar a 37 niñas. Sus aberraciones sexuales sembraron en la Sierra Nevada una confrontación que tiene como protagonistas a varios de sus 50 herederos.

4 de mayo de 2019
Hernán Giraldo y los jefes de su bloque paramilitar recibirán condenas a ocho años de cárcel por más de 700 hechos criminales que comprometen a 5.000 víctimas. A la derecha, Giraldo en la prisión de Virginia, Estados Unidos, donde paga 16 años de cárcel por narcotráfico. | Foto: Armando Neira

En la pared de una casa de guadua, en una población cerca de Santa Marta, un retrato enorme custodia la entrada. La imagen tiene impresa la fotografía de un hombre imponente montado a caballo, todavía con bigote, porte campesino, sombrero y poncho. Es Hernán Giraldo Serna, el mayor depredador sexual del paramilitarismo, quien sigue ejerciendo su poder en la Sierra Nevada a pesar de permanecer en una cárcel de Virginia, Estados Unidos.

Carmen, la dueña de la vivienda, que decidió no colgar la ampliación fotográfica, lo hizo su hijo, quien nació cuando ella apenas tenía 13 años y ahora defiende la casta de su padre por encima de cualquier cosa. Incluso de su madre, una de las víctimas de alias el Taladro, el Señor de la Sierra o el Patrón.

“No podía negarle que tuviera una foto de su padre, así sea mi victimario”, explica Carmen, una entre decenas de vírgenes que, cuando era apenas una niña, se vio obligada a convertirse en mujer de Giraldo. En 1995 vivía con su familia en la absoluta pobreza en una casucha al filo de una de las haciendas del paramilitar. Creció ante la mirada de un depredador que no esperó a que terminara de crecer para ordenarle acostarse con él. “La conozco desde que era una bebé”, reconoció cuando le pusieron una foto de ella en frente.

El comandante de 1.116 hombres del bloque Resistencia Tayrona de las AUC dice que contaba con el “beneplácito” del padre de Carmen, a quien recuerda como un “amigo” de infancia. “No son violaciones forzadas; en el campo es normal que mujeres con 13 y 14 años tengan relaciones a esa edad. Tuve hijos con ella siendo menor de edad, pero no fue hecho de mala fe”, explicó ante la Fiscalía.

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Giraldo también la obligaba a cocinarle a su batallón de trabajadores. Mientras tanto, la madre de Carmen se entristecía porque apenas siendo una niña hubiera terminado en manos de un hombre mayor, dueño de la finca. “Yo pensaba en la mala situación económica”, recuerda Carmen, quien lamenta que el excomandante nunca le cumplió con una casa digna para vivir. Alcanzó a tomar anticonceptivos por un año, pero en cuanto Giraldo la increpó porque no quedaba en embarazo, suspendió el método.

Cuando el Taladro subió al banquillo de los acusados ante un tribunal de Justicia y Paz, supuso que tendría que enfrentar una cascada de cargos por sus crímenes de guerra, sin concebir que la violación sistemática de niñas también lo era. El caso conjunto de 37 menores de edad violadas o esclavizadas sexualmente por Giraldo desató una tormenta que no cesa en la Sierra Nevada de Santa Marta. Estas mujeres, además de otra treintena de perjudicadas que apenas comienzan el proceso de judicialización, se convencieron de que fueron víctimas de un arma de violencia silenciosa. Sin embargo, ahora luchan porque encontraron la mayor resistencia en su propia casa.

Nodier Giraldo, sobrino del excomandante paramilitar, será condenado a ocho años por sus crímenes.

La Fiscalía ha rastreado por lo menos a medio centenar de hijos de Giraldo registrados con su apellido. Muchos de ellos se resisten a creer que seguirá preso cuando regrese de pagar 16 años de condena en Estados Unidos. Reclaman su libertad, defienden sus antiguos territorios o se rebelan ante la madre que prolongará su permanencia en prisión por ocho años en Colombia.

A Juliet su hijo la amenazó si insistía en denunciarlo y, al sol de hoy, su hija pasa por el frente de su casa sin saludarla. “Ella es la que menos acepta que yo haga parte de este proceso. Sufrí mucho al lado de Hernán. Si nunca me fui es porque me amenazaba con quitarme a los hijos”.

A cuenta gotas se comenzaron a destapar las peores aberraciones que ocurrieron en la Sierra Nevada de Santa Marta. La Fiscalía de Justicia y Paz, con apoyo de líderes sociales, lleva una década de lucha por descubrir lo que pasó. Muchas de las personas que hicieron estos acompañamientos ya ni siquiera se atreven a asomarse en territorios que fueron de Giraldo. “Nos tienen identificadas, no podemos entrar, nos amenazan”, asegura una de las líderes de Alianza Iniciativa de Mujeres por la Paz (IMP), una organización que logró llegar a las primeras niñas de estas comunidades silenciadas por el terror. Ahora representan a la mayoría de aquellas mujeres que reclaman justicia.

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Algunos de los considerados herederos de Giraldo son apenas adolescentes, ya que hasta el día en que entregó las armas, en 2006, consiguió tener a una niña a su lado. Pero desde hace muchos años hay evidencia de su apetito brutal por las vírgenes; casi desde el mismo momento en que decidió vengar la muerte de su hermano y conformar su ejército privado, llamado los Chamizos. En 1977, Hernán Giraldo reunió a un grupo de defensa personal, que en realidad era una fachada para controlar negocios ilegales que apenas comenzaba a descubrir.

En paralelo a su crecimiento criminal, se expandía su obsesión sexual por las niñas. Con ellas tuvo hijos que después pasaron a hacer parte de sus tropas, incluidas varias mujeres. El conocido clan Giraldo reunía a sus hermanos, sobrinos, familiares y, cómo no, a algunos de sus herederos. Muchos de estos paras quedaron privados de la libertad después de la desmovilización. Pero los tiempos de detención máxima que concedió este proceso de paz, firmado por el Gobierno de Álvaro Uribe, ya se cumplieron. El miedo en la zona está al rojo vivo porque algunos excombatientes ya recuperaron la libertad y otros están a punto de hacerlo.

Un caso emblemático es el de Daniel Giraldo Contreras, alias el Grillo, nacido de la esposa más reconocida de Giraldo, Doralba Contreras, quien murió después de dar a luz. Llegó a ser jefe de seguridad de su padre en 2002, época en que la Costa vivió uno de los peores baños de sangre. No se desmovilizó, pero cayó capturado en Tolima en 2010 como comandante de un reducto de la banda criminal Los Urabeños.

“La mejor gallina y la mejor mujer eran para Giraldo”, aseguró en versión libre Carmen Rincón, alias la Tetona.

Dice tener comunicación constante con Giraldo y por recomendación suya se acogió a los beneficios de Justicia y Paz, en los que tenía cupo como excombatiente. En sus confesiones han salido la compra de armas a los militares y la entrega de cadáveres a las fuerzas armadas para que pasaran como falsos positivos. Hoy es inminente su salida de la cárcel, lo cual pone a temblar a muchos en la Sierra Nevada.

Rambito, víctima y victimario

Tania le tenía miedo y le huía a Giraldo, pero este la asediaba. A sus 14 años, tuvo su primera relación sexual con él a escondidas de sus padres. Los sometimientos se prolongaron por una década. “Yo iba a visitarla a plena luz del día. Yo soy campesino; no conozco las leyes”, se justificó el expara al reconocer su responsabilidad. La fiscal de Justicia y Paz, Zeneida López, le cuestionó si su tropa de más de 1.000 hombres armados tenía incidencia en el largo listado de niñas que tuvieron relaciones sexuales con él. Este respondió: “Doctora, era novio de una sola”.

Esta frase retumbó como una contradicción para Tania y su hermana, que escucharon la confesión al otro lado de la sala de audiencias. Las dos se distanciaron desde temprana edad porque Giraldo decidió hacerlas sus mujeres al mismo tiempo. La rivalidad con la que crecieron no ha sanado. Por años ni se hablaron y ahora, gracias a terapias, se están reconciliando.

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Con Tania tuvo ocho hijos, dos de ellos murieron por falta de atención médica. Uno de estos descendientes se convertiría, a sus 11 años, en un protagonista del horror paramilitar.

Hernán Giraldo Ochoa, alias Rambito, siendo un niño se colgó un fusil en la espalda para integrar el primer anillo de seguridad de Giraldo. Cuando el comandante paramilitar dejó las armas, le tenía preparado a su joven hijo otro destino: acordó con los Mellizos –Miguel y Víctor Mejía Múnera– que lo pondrían a comandar una de las nuevas bandas que surgieron tras el proceso de paz. Una década después lo capturaron como jefe de la banda Los Nevados, acusado de terrorismo, homicidio y narcotráfico. A Carolina, otra de las hijas de la familia Giraldo Ochoa, la apresaron el año pasado acusada de tentativa de homicidio y concierto para delinquir.

La pobreza y las armas le permitieron a este depredador, bautizado como el sucesor de Pablo Escobar, catapultar su ejército privado para controlar negocios ilegales por tres décadas. Giraldo comenzó con la marihuana, luego siguió con la cocaína y después peleó a sangre y fuego por el control del narcotráfico de la Sierra Nevada con las Farc, con el clan de los Rojas, con los Castaño y hasta con escuadrones del exparamilitar Jorge 40. Para antes de su desmovilización en 2006 su imperio de la impunidad estaba derrotado. Protagonizó su debacle un hombre en quien confiaba como un hijo, aunque en este caso no lo fuera.

Se trata de Jairo ‘Pacho’ Musso, quien regresó a Colombia en 2011, tras pasar varios años extraditado en Estados Unidos. El 10 de octubre de 2001 Pacho ordenó a sus escoltas atacar una camioneta en la que se movilizaban unos policías que iban a detener un embarque de cocaína. No estaba en sus planes que estas víctimas trabajaran para la DEA, lo que desató una cacería en la que participaron cientos de agentes colombianos, apoyados por Estados Unidos.

Como resultado, incautaron toneladas de cocaína –buena parte de las AUC de los Castaño–, lo que provocó una guerra entre aquellos que hasta este punto tenían interés en controlar el tráfico de drogas en la Costa. Para acabar con la confrontación, Jorge 40 pidió la cabeza de Pacho Musso y Giraldo respondió: “Un padre no entrega a sus hijos”, según registró el portal Verdad Abierta.

Giraldo aparenta ser protector, patriota, campesino. Usó esta estrategia para enfrentar a las autoridades estadounidenses que lo condenaron a 16 años. Contando desde el día en que se entregó en Colombia, le restan dos años y medio para regresar deportado. Pero en la Sierra, considerando las rebajas de ley, esperan que llegue en diciembre. A pesar del tiempo y la distancia, hay quienes nunca han dejado de hablar en su nombre, incluso han regresado al territorio para reclamarlo como suyo.

José del Carmen Gelvez, el Canoso, será condenado como parte del grupo criminal. Está pidiendo pista en la JEP.

Superando el miedo, esta semana en Santa Marta se realizará una audiencia emblemática. El grupo de 37 mujeres apoyadas por las líderes de IMP llegarán hasta la sede judicial para escuchar cómo el magistrado José Haxel de la Pava profiere una sentencia para poner fin a este capítulo judicial y comenzar a reparar sus historias de vida. Hernán Giraldo, su hijo Daniel; Nodier Giraldo; José Gelvez Albarracín, alias el Canoso; Carmen Rincón, alias la Tetona; Norberto Quiroga, José Daniel Mora y Afranio Manuel Reyes recibirán sentencias a ocho años de prisión. Además de los casos de violencia sexual de Giraldo, condenará a la cúpula de este grupo paramilitar por decenas de masacres, asesinatos, desplazamientos y una variopinta galería de los crímenes más atroces de la guerra.

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Pero para la memoria de las víctimas y del país quedará la valentía de las 37 niñas, hoy mujeres, que se quitaron la venda y revelaron uno de los capítulos más aberrantes del conflicto armado. La crónica documentada de una bestia depredadora de la infancia. Durante casi tres décadas, entre 1977 y 2006, Giraldo sometió niñas vírgenes. La mayoría no quiere aparecer, ni revivir su tragedia en los estrados. Pero las que sí lo hicieron –a pesar del estigma y los conflictos familiares– lograron poner en jaque y revelar el rostro más repugnante del Señor de la Sierra.

La reclutadora de niñas

Hernán Giraldo será condenado por incentivar la prostitución. Una de sus víctimas, Y, una menor de 13 años, llegó ante él llevada por una reclutadora a sueldo encargada de conseguirle niñas. La primera vez que tuvo relaciones sexuales con Giraldo, este estaba tomando con cuatro de sus hombres, que a su vez estaban acompañados por una decena de mujeres. Ese día estuvo con el cabecilla bajo los efectos de varias sustancias psicoactivas. Los encuentros continuaron, y a cambio el hombre le pagaba a la reclutadora hasta dos millones de pesos. En su relato ante la justicia, Y asegura que vio cómo le vendieron a Giraldo otras tres niñas de 12, 13 y 15 años.

“No sé de dónde eran, ni sus nombres. Cuando eso sucedía, él mandaba a todos los que estaban a encerrarse al cuarto”. La Fiscalía sigue la pista a estos casos para corroborarlos ante la justicia. El exparamilitar se limitó a admitir que conoció a Y en una fiesta, pero dice que no la volvió a ver. El magistrado a cargo del caso ha reservado un capítulo para desvirtuar con mayor énfasis la idea de que los padres fueron tolerantes frente a la barbarie de Giraldo, cuando realmente eran otras víctimas impotentes.

Esclava a los 14 años

T conoció a Hernán Giraldo en la finca en la que trabajaba su tía. En principio fue a este lugar para una temporada de vacaciones, pero se quedó más de lo esperado. A sus 14 años la obligaron a tener relaciones sexuales con Giraldo y aunque luego intentó ocultarse y regresar a su casa, el jefe paramilitar terminó por encontrarla. Allá la visitaba cada tanto, rodeado de hombres armados. Un día Giraldo escribió una carta a los padres para avisarles que T se mudaría a su finca. Su papá se opuso, pero nada pudo hacer. Ella solía disfrutar del lugar porque jugaba a la lleva con sus primos, correteaba terneros y los bañaba en la quebrada. Sin embargo, durante un año y cinco meses tuvo que ser la mujer de Giraldo.