FABRICA DE SICARIOS

Las últimas capturas del DAS revelan que los asesinos de la moto hacen parte de una industria organizada, con todo y escuela.

25 de mayo de 1987

Para muchos fue tan solo el desmantelamiento de otra banda más de criminales. Sin embargo, el golpe dado la semana pasada por el DAS a la red de sicarios que atentó en octubre del año pasado contra el representante galanista Alberto Villamizar Cárdenas salió premiado. "Por primera vez se está cogiendo a la gente y este podría ser el principio del fin de esta actividad delictiva, ya que prácticamente tenemos ubicada la punta del ovillo", son las palabras del general Miguel Maza Márquez, director del Departamento Administrativo de Seguridad, al referirse a las recientes capturas.
La afirmación puede parecer excesivamente cargada de optimismo, pero la verdad es que las investigaciones realizadas,por el cuerpo de seguridad, pusieron al descubierto la existencia de auténticas fábricas de sicarios. La clave fue el hecho de que el nombre de Castor Emilio Montoya Peláez se viera implicado, como contratista, tanto en el atentado contra Villamizar como en el asesinato del ex magistrado Hernando Baquero Borda, ocurrido en julio del 86. Esto llevó a las autoridades a concluir que no se trata de "pistolocos" contratados en forma aislada como se pensó inicialmente, sino que, además de que podría tratarse de un mismo cerebro, las autoridades se enfretan ahora a verdaderas organizaciones especialidas en prestar este tipo de servicios.
El nombre de Montoya aparece por primera vez en el proceso por el asesinato de Baquero Borda, en el cual, junto con Jorge Iván Montoya Toro, ex empleado del almacén de repuestos Belmotos de Medellín, fueron los encargados de realizar las operaciones tendientes a la consecucion y compra de las dos motocicletas utilizadas el día del crimen. "Quimilio", alias utilizado por Castor Emilio Montoya, se encuentra nuevamente comprometido en la investigación por el atentado contra Alberto Villamizar, culminada la semana pasada con la detención de Mario Humberto Hernández Silvia alias "El cojo" y de los hermanos Irley Omar Gutiérrez Uribe y Javier Horacio Gutiérrez Uribe.
Según pudo comprobar el DAS, Montoya Peláez y un sujeto identificado hasta ahora como Edison N. y que posiblemente responda al nombre de Edison de Gerardo Hernández, fueron quienes compraron las motos en Cali y consiguieron los tramitadores para que las matricularan a nombre de personas cuyas cedulas habían sido robadas en Medellín. De acuerdo con las confesiones de uno de los detenidos (ver recuadro), Edison fue el encargado de contactar a los hermanos Gutiérrez Uribe para manejar una de las motos, mientras Luis Alberto Restrepo, alias "Dulcineo", muerto el día del atentado a Villamizar, era contratado para disparar su arma contra el representante galanista.
La coincidencia de que Montoya Peláez aparezca, tanto en el atentado contra Villamizar como en el asesinato de Baquero Borda, no es la única. Según voceros del DAS, varios de los retratos hablados correspondientes a sicarios comprometidos en los casos del asesinato del director de El Espectador, Guillermo Cano, y del coronel de la Policía Jaime Ramírez Gómez, pueden relacionarse con algunos de los autores del atentado a Villamizar y del asesinato del magistrado Baquero.

LA ACADEMIA DEL CRIMEN
Por otro lado, algunos involucrados en el asesinato del juez Tulio Manuel Castro Gil, participaron, por lo menos como contratistas, en el homicidio del director de la cárcel de La Picota, Alcides Edilberto Arizmendi Velásquez. De acuerdo con esta versión, existen tres o cuatro escuelas de sicarios que concentran el grueso del trabajo en esta modalidad criminal. Los "Guantes blancos", los "Prizcos" y los "Magníficos", son los grupos identificados plenamente hasta ahora por el servicio secreto del Estado. Los "Quesitos", banda a la cual pertenecía Byron Velásquez (uno de los asesinos de Rodrigo Lara Bonilla, ver recuadro), era otro tipo de organización, que recibió este nombre porque sus integrantes eran todos muchachos muy blancos y rubios. Pero de los "Quesitos" a lo que hoy existe en materia de organización de los sicarios, muchas cosas han cambiado.
Fue solo a partir de la muerte de Lara Bonilla cuando, según las autoridades del DAS, se comenzó a perfeccionar este tipo de empresas del crimen. El general Maza afirma que si durante los últimos años la industria del secuestro había puesto a temblar al país, la comercialización del asesinato la ha relegado a un segundo plano. Una de las causas que ha fomentado esta industria es la creciente demanda. Las autoridades afirman tener conocimiento de que, después del asesinato del ministro de Justicia y luego de la represión contra el narcotráfico que se derivó de este hecho, se distribuyó una lista de 50 personas que debían ser "silenciadas". Esta información llegó a oídos de algunos delincuentes que decidieron que, en adelante, esta sería su fuente de ingresos. Se las ingeniaron entonces para agremiar a los "pistolocos". Y encontrar este tipo de mano de obra no fue difícil. Curtidos asesinos recién salidos de las cárceles habían encontrado una lucrativa profesión: matar a sueldo, en forma sistematizada.
Además, la fiebre de las motos que se había apoderado de sectores de la juventud paisa y que de alguna manera estaba ligada al auge del narcotráfico, sirvió como caldo de cultivo para completar el equipo asesino. Jóvenes basuqueros entre 16 y 23 años, cuya máxima aspiración se reduce a mejorar el cilindraje de su moto cuando la tienen o poder comprar una los que no, y para quienes la mayor virtud esta en saber arrancar los "potros mecánicos" en una sola rueda o volar en ellas a la velocidad del rayo, resultaron los más aptos para garantizar el funcionamiento de esta fábrica de la muerte. Por unos pesos más, los nuevos empresarios del crimen organizado encontraron en estos acróbatas del motociclismo los choferes perfectos para conducir a los que debían disparar.
Pero no solo se tecnificó la movilización del crimen. De las primitivas pistolas se pasó a la ametralladora, y a la Ingram solitaria se resolvió acompañarla con granadas. A este grado de profesionalismo no se ha llegado en forma gratuita. Para ello, según los investigadores secretos, los empresarios de la muerte han acudido a la asesoría técnica de algunos grupos subversivos como el Ricardo Franco y, en ocasiones, han llegado incluso a contratar directamente los servicios de miembros de este grupo.
El perfeccionamiento técnico ha aumentado, además, los costos del "servicio". La utilización de granadas, surgida en el momento en que la ametralladora no es suficiente garantía debido a la existencia de guardaespaldas, y la misma existencia de guardaespaldas que exige más riesgo y profesionalismo, hace más costoso cualquier operativo. Esta circunstancia ha provocado que, de los 50 ó 100 mil pesos que se ofrecían hasta hace poco tiempo por un "trabajito", los intermediarios o contratistas hayan llegado a establecer tarifas hasta de cien millones. Un sicario interrogado recientemente en Medellín por las autoridades, afirma: "A uno le ofrecen de 100 a 500 mil. Pero si son "tesos" o "lujosos", pueden valer hasta tres paquetes" (tres millones).
Pero las connotaciones de todo esto son tan serias, que no solo han despertado el interés de las autoridades, sino también el de numerosos investigadores y estudiosos, que han querido explicar el fenómeno en términos sociológicos y sicológicos. El tema es aterrador, pero también apasionante y, sin duda, uno de los más importantes en este campo. Según informaciones obtenidas por entidades dedicadas al estudio de la criminología, la manifestación por excelencia del delito en Colombia ha sido, desde 1984, la del sicario joven. Y aunque este solo dato ya es preocupante, lo es más el hecho de que, dada la situación económica y social que vive el país actualmente, este oficio de asesinos a sueldo no solo se esté institucionalizando, sino que además crezca día a día, hasta el punto de que hoy un 7% de la población juvenil colombiana es susceptible de ser tentado por la actividad del momento: matar.
Estimulados por la danza de los millones que ha florecido al amparo del narcotráfico, estos jóvenes entre 16 y 21 años, en su mayoría desempleados con pocas o ninguna posibilidad de terminar el bachillerato o de ingresar a la universidad, formados en lugares donde impera la economía subterránea y por consiguiente la violación permanente de la ley, y criados en ambientes familiares pobres, conflictivos y violentos, con padres expresidiarios y madres prostitutas en muchos casos; la posibilidad de ascender rápidamente y sin mayor esfuerzo en el escalafón social es para ellos tal vez la única salida. Como le dijo una vez uno de los "pistolocos" o asesinos de la moto de Medellín a un investigador: "Es un trabajo al que nadie se le mide fácilmente, yo lo puedo hacer y además me gano un buen billete pa' salir de esta olla tan berraca"..
Un profesor del Departamento de Siquiatría de la Universidad de Antioquia, región con el más alto índice de sicarios del país, asegura que las personas que con más facilidad pueden llegar a aceptar este tipo de trabajo son aquellas que sufren trastornos sociopáticos. "Son formas de carácter que desde temprana edad muestran dificultades de adaptación -explica el profesor que pidió mantener su nombre baio reserva- a las normas impuestas por los padres y maestros y que se caracterizan por ser peleadores, crueles, inquietos, mentirosos y con un mal desempeño académico. En la juventud, sobre todo si han vivido rodeados de violencia, drogas, alcohol y delincuencia, son mucho más agresivos, no le tienen miedo a nada y, como los héroes de las películas, ellos también prefieren las situaciones llenas de aventuras y peligros donde solo se necesita la agilidad del cuerpo para obtener fácilmente lo que quieren. La muerte no los asusta y aceptan los riesgos de su oficio como los de cualquier otra profesión peligrosa".


El especialisla de la Universidad de Antioquia, quien ha tenido oportunidad de tratar varios casos de sicarios sociópatas afirma, además, que hoy se pueden eslablecer dos zonas de reclutamiento en Medellín. La primera de ellas sería la región de marginalidad más típica ubicada al oriente y nororiente de la ciudad y parte de la comuna occidenlal, especialmente en los barrios Aranjuez, Campo Valdés, Manrique y La estrella, donde con sus "hazañas" el joven logra rápidamenle un status similar al del héroe, que le permite ser reconocido y aplaudido por su familia y sus vecinos del barrio.
Un segundo grupo estaría constituido, sorprendente, por los hijos "calavera" de familias de clase media que, aunque tienen la posibilidad de incorporarse a la vida académica regular, prefieren hacerlo en el mundo del hampa. "Son generalmente muchachos con problemas de adaptación académica que, a través del amigo mafioso ingresan a la "industria", primero como sicarios y, después de cinco o seis "quebrados" (muertos) montan su propio negocio",dice el siquiátra. Es el caso, por ejemplo, de un estudiante de medicina que durante la noche y por unos cuantos pesos resolvía las deudas pendientes de su contratista, silenciaba sapos, funcionarios y políticos o arreglaba asuntos de alcoba.
"Lo preocupante de esta situación es que en las subculturas asentadas ya en estos barrios, todos actúan de la misma forma en cuanto a la actividad criminal que se está desarrollando, y al pasar por Manrique o Campo Valdés, no es extraño ver a niños de diez y once años que van de parrilleros jugando con los dedos a disparar desde las motos contra todo aquello que se mueva", contó el general Maza Márquez.
Y es que además, el aporte de "mano de obra calificada" para esta industria del crimen parece haberse constituido, para muchos, en la mejor forma de manutención familiar. Así, no es difícil encontrar, cada vez con mayor regularidad, que las bandas de sicarios están conformadas por varios miembros de una misma familia. En el atentado a Alberto Villamizar, Irley Omar y Javier Horacio Gutiérrez Uribe, hijos de Pedro Nel Gutiérrez, mecánico que pagó ocho años por homicidio. Castor Emilio Montoya Peláez y su primo, Jorge Iván Montoya Toro, en el asesinalo del magistrado Baquero Borda, y Horacio Orrego Calderón, involucrado junto con su primo Omairo Orrego Arroyave en el asesinato del capitán de la Fuerza Aérea Colombiana, Eduardo Bejarano Guzmán, demuestran plenamente esta teoría.
En las escuelas de sicarios, estos jóvenes delincuentes aprenden el manejo de todo tipo de armas, el empleo de algunos artefactos como guantes, chalecos antibalas, granadas, y también los medios de escape. Luego de pasar el examen para ser aceptados y contratados por la banda ya organizada, aceptan sin objeción que deben jugarse la vida en la misión y preferir la muerte antes que hablar. La mayoría pide no saber nada sobre la vida privada de su víctima, excepto los datos indispensables para realizar el operativo y así, si son casados o tienen hijos, no sufrir remordimientos de conciencia. Otros aseguran que la plata recibida por este tipo de trabajos no la gastan nunca en comida "porque de pronto me intoxico", como le dijo "El tigre" a la periodista Luz Consuelo Rodríguez, quien lo entrevistó hace varios meses. Otros agregan que "este negocio es muy peligroso porque cada vez que vamos a un trabajo de estos, puede ser el último, porque cualquier falla cuesta la vida. Además, no se sabe si una vez liquidado el cliente haya otros contratados para darle el material a uno", según frases registradas en un reciente comunicado del DAS.
A todo lo anterior se agrega, según explicó el general Maza a SEMANA, el hecho de que la información dada por los contratistas a los sicarios, es, como sucede con las órdenes entregadas por un militar a sus subalternos, compartimentada. Es decir, que ningún sicario es dueño de todos los datos de un atentado, y conoce exclusivamente lo necesario para cumplir con su trabajo.
Como puede verse, la situación que están enfrentando las autoridades y que está sufriendo la sociedad entera, no es tan simple como se podría pensar. No solo hay condiciones socioeconómicas que pueden obligar a una gruesa franja de jóvenes colombianos a ingresar a la industria de los sicarios. No solo hay una guerra del narcotráfico contra las llamadas instituciones y contra sus propios enemigos en el negocio, que es algo asi como la materia prima de estas " fábricas". Hay también avances organizativos y técnicos, evidenciados con las últimas capturas del DAS, que hacen de este fenómeno, algo que, a pesar de los recientes éxitos, cada vez resulta más dificil de combatir.

¿FUE BYRON EL ASESINO?
Cuando apareció la foto del niño que supuestamente manejaba la moto desde la cual se disparó al entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, no hubo un solo colombiano que no se sorprendiera ante la corta edad del sicario, Byron Alberto Velásquez, quien tenía en ese momento tan sólo 16 años. Pero más sorprendente aún puede resultar que justamente hoy, cuando se cumplen tres años del magnicidio, se descubra que quien disparó el arma fue precisamente este "niño".
Desde el momento mismo del atentado hasta hoy, las investigaciones realizadas por las autoridades señalaban como autor material del asesinato a Iván Darío Guizao Alvarez, quien murió cuando la escolta del ministro respondió al ataque.
Aunque los datos recogidos en la reconstrucción del crimen demostraban que Guizao era el parrillero, el Departamento Administrativo de Seguridad ha encontrado una serie de pruebas que indican que realmente el parrillero pudo ser Byron.
La confrontación de las huellas de los zapatos de Guizao Alvarez con los dientes de los pedales de la moto parecen demostrar que él era quien iba conduciendo. Por otra parte, los guantes encontrados en las manos de Guizao eran de cuero y piel, con los cuales -según los expertos del DAS- es casi imposible accionar el gatillo de un arma. A su vez, Byron utilizó guantes de cirugía que no solo facilitan la acción de disparar, sino que además, son usados en estos casos para contrarrestar la prueba del guantelete. Otra de la razones que refuerza la hipótesis del DAS es que en el bolsillo derecho de la chaqueta que Byron usaba, el día del atentado, fue encontrada una granada y él admite que en el izquierdo portaba la que fue lanzada contra la escolta del ministro. Byron afirma que, como él era el conductor de la molocicleta, a Guizao, como parrillero, le quedaba más fácil sacar las granadas de los bolsillos de él, que iba adelante. Sin embargo, las autoridades afirman que Byron Velásquez llevaba las granadas, porque él era el parrillero y argumentan que es igualmente fácil para el del puesto trasero sacar cualquier artefacto del bolsillo del compañero, que hacerlo de su propio bolsillo.
De resultar las cosas como lo afirman las autoridades del DAS, la investigación del asesinato del ministro Lara Bonilla tendrá un giro en cuanto a Byron Velásquez, quien actualmente no es culpable jurídicamente de haber disparado, y empezaría a ser mirado con nuevos ojos.