PERFIL
Falleció doña Clara de Rojas, la valiente madre de Clara
La mujer símbolo de la tragedia que vivían las familias secuestradas murió en horas de la tarde en Bogotá. Así fue su lucha por la libertad de su hija.
La madre de Clara Rojas fue un símbolo de resiliencia y tenacidad. Doña Clara González de Rojas se convirtió en el rostro de los familiares de los colombianos secuestrados por las FARC. Su lucha, su fortaleza y su triunfo final hicieron de ella un ejemplo para un país que vivía uno de los peores flagelos de la guerra.
Este miércoles 7 de septiembre doña Clara murió en la ciudad de Bogotá.
Desde el 22 de febrero del 2002, cuando su hija Clara Leticia fue secuestrada junto a Íngrid Betancourt, ella inició una lucha silenciosa por su liberación. Durante años acompañó las movilizaciones que pedían en ese momento por el acuerdo humanitario y con el pasar del tiempo se convirtió en el símbolo de esa causa. Mucho más cuando se conoció que su nieto Emanuel había nacido en cautiverio.
Mientras otros familiares eligieron el camino de la lucha y el activismo a través del cabildeo, la denuncia pública y la movilización, doña Clara optó por una vía mucho más espiritual. Su voz generó solidaridad entre lo que ella llamó una "comunidad de dolientes" y entre los millones de colombianos que se conmovieron con su tragedia.
Desde hace años vivía con su hija y su nieto en Bogotá. Mantenía un perfil discreto, pese a ser uno de los personajes más queridos por los colombianos.
Perfil: La valiente del silencio
En el 2007, la revista SEMANA eligió a doña Clara González de Rojas el personaje del año. A continuación compartimos de forma íntegra el perfil realizado.
E l martes al medio día doña Clara González de Rojas había decidido quedarse en su apartamento. Las nubes grises que veía por la ventana y el fuerte viento que se había desatado anunciaban un día tormentoso y lúgubre. Abrigada de pies a cabeza, para contener el resfriado, se dedicó a arreglar sus papeles y a leer. Entonces recibió la llamada de una amiga que le dijo: "prende el televisor que están dando una muy buena noticia". Doña Clara no lo podía creer. Los periodistas estaban anunciando que las Farc liberarían a tres secuestrados: a la ex congresista Consuelo González de Perdomo, y a Clara Rojas y su hijo Emmanuel. "En ese momento, no sabía si llorar o reír", dice doña Clara. Su corazón de madre le decía que esta vez era cierto, que la libertad de su hija y su nieto estaba cerca. "El mensaje no dejaba lugar a dudas. Era muy específico".
Pocos minutos después recibió una llamada de la primera dama, Lina Moreno, quien le hablaba a nombre del Presidente. Este le enviaba dos mensajes contradictorios. El primero, que no se hiciera muchas esperanzas con el anuncio de las Farc. El segundo, que él de ninguna manera obstruiría la entrega de los secuestrados, aun si esta se realizaba en Venezuela. Doña Clara hizo un balance entre ambos mensajes y sacó una rápida conclusión: habría liberación. Y a pesar de que el cielo se había oscurecido y el aguacero no menguaba, en la casa de doña Clara, por fin, había una luz de esperanza.
Desde el 22 de febrero de 2002, cuando su hija Clara Leticia fue secuestrada junto a su amiga del alma Íngrid Betancourt, doña Clara inició una lucha silenciosa por su liberación. En los primeros años después del secuestro, poco se fijaron en ella. Silenciosa y prudente, nunca buscó el protagonismo. Por el contrario, a lo largo de este tiempo, se ha caracterizado por la prudencia y el estoicismo. Nunca ha levantado la voz para increpar a las Farc, ni al gobierno. Mientras otros familiares han elegido el camino de la lucha y el activismo a través del cabildeo, la denuncia pública, y la movilización, como en el caso de la muy valerosa Yolanda Pulecio, madre de Íngrid Betancourt, doña Clara ha elegido un camino de conjurar el dolor, la desesperanza, y la confrontación, con el análisis, y la solidaridad entre lo que ella llama "una comunidad de dolientes" que son los miembros de la fundación Víctimas Visibles.
Dedica casi todo su tiempo a leer, a tratar de entender lo que está ocurriendo en el país, a fortalecerse espiritualmente, y aunque resulte increíble, a ayudarles a otras personas a sobrellevar el dolor de la violencia. Aunque a primera vista su actitud podría parecer resignada, y que espera a que los acontecimientos se desenvuelvan solos, en realidad no ha dejado de luchar un solo minuto. "No me conformo con lo que pasó", dice. En el recorrido su cuerpo se ha debilitado. Sus tendones se han empezado a encoger por una extraña enfermedad asociada, obviamente, a su dolor inconmensurable, que la obliga a caminar ayudada por un aparato. Pero su espíritu no se ha resquebrajado ni en los terribles momentos que ha tenido que soportar.
Obviamente, el primero de ellos fue la noticia del secuestro, que le cambió para siempre la vida. Tuvo que abandonar su tranquilo retiro en una casita de campo en Útica, Cundinamarca, y venirse a vivir al apartamento de Clara Leticia, a convivir con sus libros, sus objetos, y cada recuerdo de los años compartidos. Pero también con las deudas pendientes, la desinformación y la soledad, que son los dramas invisibles del secuestro. Como todos los familiares, nunca pensó que el cautiverio sería tan prolongado. Las primeras pruebas de supervivencia le llegaron en julio de 2002, y se conformó con ver a su hija con vida y al lado de Íngrid. Un año después recibiría un segundo video en el que pudo descubrir que Clara Leticia seguía fuerte, esperanzada y sin amilanarse.
Pero quizás el momento más duro, y al mismo tiempo más feliz, que tuvo que vivir doña Clara fue cuando, en abril del año pasado, se dio a conocer la noticia de que Clara Rojas había tenido un hijo en cautiverio. Resultó duro porque la revelación sobre el nacimiento de su nieto la dio el periodista Jorge Enrique Botero en su libro Últimas noticias sobre la guerra, que tiene muchos episodios de ficción. Aunque Botero aseguraba que tenía la certeza de que el niño de Clara había nacido en la selva, describió con ficción literaria unas horrorosas condiciones del parto.
Doña Clara quedó un poco confundida sobre qué parte de la historia era cierta y cuál no. Aun así siempre se dispuso a recibir a su nieto con los brazos abiertos. Pero vino a ser este año, cuando se fugó el subintendente Jhon Frank Pinchao, que se confirmó que el niño vive, y que se llama Emmanuel. Según Pinchao, el niño estaba creciendo en la selva, con su madre, pero también bajo cuidados de los guerrilleros. Desde entonces doña Clara se convirtió en el centro de una campaña mundial para buscar la liberación de un niño que, absurdamente, nació cautivo, y más increíble aun, continuó así por cuatro años.
La soledad empezaba a quedar atrás. Al tiempo que le llegaban decenas de cartas y venían periodistas de todo el mundo a hablarle de Emmanuel, ella se había convertido, junto a otros familiares de los secuestrados, en el símbolo de la necesidad urgente de un intercambio humanitario. Estuvo al lado del profesor Moncayo en la Plaza de Bolívar, y también muy cerca del alcalde Luis Eduardo Garzón cuando este lanzó una campaña de opinión a favor del acuerdo que permitiera la salida de los secuestrados. Varias vallas a lo largo de la ciudad mostraban a un niño encadenado, y sin rostro, llamado Emmanuel. La consigna de que la liberación de su nieto debería ser un gesto inmediato de buena voluntad de las Farc empezó a tomar fuerza.
La alegría y el optimismo duraron poco. En mayo se supo que las Farc habían matado a 11 diputados del Valle del Cauca que también estaban secuestrados, y el fantasma de que todo podía terminar en un baño de sangre le llegó a doña Clara, como a todos, como una sombra de angustia.
No obstante, al iniciarse las gestiones del presidente Hugo Chávez, la esperanza volvió con más fuerza. En la reunión que tuvieron con él los familiares, le dijo a doña Clara que él "juraba" que haría todo para sacar del cautiverio a Clara y al niño. Ella le creyó. De hecho, Chávez les pidió a las Farc específicamente que los liberaran a ambos, junto a los secuestrados enfermos. Pero luego vino la cancelación de la gestión de Chávez, la lluvia de agravios entre los dos presidentes, y de nuevo la incertidumbre sobre la reacción de las Farc.
Todo empezó a oscurecerse de nuevo con las pruebas de supervivencia que el Ejército interceptó a finales de noviembre en Bogotá y que muestran a algunos secuestrados sin esperanza, y a Íngrid Betancourt sumida en el sufrimiento. La sensación que le quedó a todo el mundo es que el tiempo se acaba. Si no hay intercambio o liberación, la vida de los secuestrados peligra.
A pesar de las tristes imágenes, Piedad Córdoba insistía en que las Farc harían un gesto de buena voluntad. Y éstas le dieron la razón cuando el pasado martes anunciaron la liberación.
Desagravio a Chávez
La libertad de Clara Rojas, Emmanuel y Consuelo González es el primer gesto unilateral de la guerrilla que demuestra su interés en sacar adelante el intercambio humanitario. Más que razones humanitarias, las Farc esgrimen razones políticas: quieren desagraviar al presidente Hugo Chávez, después de que sus gestiones como mediador fueron abruptamente canceladas. Y mantener un espacio internacional sobre el tema del secuestro que arrincone cada vez más la posición del gobierno colombiano.
Aunque el alto comisionado para la Paz, Luis Carlos Restrepo, dijo que el gobierno no obstruiría la llegada de los secuestrados y veía como positiva esta entrega, su rostro visiblemente perturbado, que mostraron las cámaras, revelaba la preocupación del gobierno al constatar que el tema más importante del año se le salió de las manos. Se le convirtió en el asunto más delicado de política internacional y en un verdadero talón de Aquiles.
El intento del Presidente de remediar la situación pidiéndole a la Iglesia que siga con sus buenos oficios, y ofreciendo no un despeje sino una zona de encuentro, no ha tenido eco en la guerrilla. Con Uribe o sin Uribe, las Farc parecen decididas a mantener un espacio internacional y una agenda para la liberación de algunos secuestrados, a través de Chávez.
Los familiares de los secuestrados han sido recibidos por varios jefes de Estado, como se demostró con la visita de Yolanda Pulecio, madre de Íngrid Betancourt, a la posesión de la presidenta argentina, Cristina Kirchner.
De otro lado, las Farc están logrando convertirse en interlocutores válidos para jefes de Estado como Nicolas Sarkozy, que en un inusual e incómodo gesto a la diplomacia le escribió una carta a ‘Manuel Marulanda‘, pidiendo por la liberación de Íngrid. El primer ministro francés también se expresó esta semana de manera contundente al pedirle al gobierno colombiano que haga más por la libertad de los secuestrados. Como si fuera poco, tres congresistas del partido demócrata de Estados Unidos les escribieron a las Farc para saludar su gesto de buena voluntad.
El escenario actual, aunque es complicado para el gobierno, es esperanzador para las familias de los secuestrados. Al liberar a estas tres personas, quizá las más vulnerables de todos, la guerrilla demuestra la voluntad de seguir adelante en la idea del intercambio, aunque no flexibilice sus condiciones. Posiblemente las Farc están entendiendo que no sólo a los secuestrados se les acaba el tiempo, sino que su actitud terca e inhumana se ha convertido en su propio suicidio político. Pero de otro lado, logran que la presión sobre Uribe para el despeje se incremente. Y se logre, bajo condiciones aceptables para el gobierno.
El martes pasado, cuando la lluvia torrencial golpeaba las ventanas del apartamento de doña Clara, parecía hacerse realidad el adagio de que cuando la noche es más oscura, es porque amanecerá pronto. La sensación que dejan los últimos acontecimientos es que el nudo gordiano podría empezar a desatarse, quizá de la mano de Emmanuel. Por eso doña Clara, esta vez salió a comprarle regalos a su nieto, convencida de que ha llegado el momento de tenerlo entre sus brazos. Por su actitud firme y valiente, porque el sufrimiento no ha obnubilado su inteligencia ni su sensibilidad, porque ha sido una lección de prudencia y discreción para todo el país, ella es el personaje de 2007.