POSCONFLICTO

No hubo luna de miel para el partido de las FARC

La luna de miel duró poco. Peleas internas, deserciones y narcos colados le ponen los pies en la tierra a la Farc en su debut como partido.

16 de septiembre de 2017
el primero de septiembre la farc celebró su nacimiento con un multitudinario concierto en la plaza de bolívar. ese día timochenko llamó a la unidad. en el congreso fundacional de la farc las principales tensiones aparecieron alrededor del nombre del movimiento, y de su plataforma ideológica

Nadie dijo que sería fácil. Pero pocos imaginaron que las dificultades llegarían todas de una, en tan poco tiempo. Las diferencias internas dentro del recién creado partido Farc (Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común) ya se ventilaron públicamente. El retorno a la selva de Rodrigo Cadete, uno de los más importantes mandos medios de la otrora guerrilla, encendió todas las alarmas sobre un posible desgrane de quienes acaban de dejar las armas. Y como si fuera poco, hay denuncias de que narcos presos han intentado colarse en las listas de las Farc. Todo ello en un contexto de una lentísima implementación de los acuerdos de paz que acrecienta la incertidumbre, los temores y las desconfianzas en las bases.

Esta semana Rodrigo Londoño, Timochenko, reconoció el “sabor amargo” que le dejó el congreso constitutivo de la Farc. Durante esos días, y los que se siguieron, soplaron vientos de división, duros debates y también intrigas y argucias propias de la política tal y como la conoce el país. En una sentida y dura carta a su militancia, Timochenko pidió a quienes no creen en el acuerdo de paz hacerse a un lado, y dejar trabajar a quienes luchan por sacarlo adelante.

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Para nadie es un secreto que desde La Habana se prefiguraban dos corrientes o matices políticos en las Farc. Uno más abierto y menos dogmático, encabezado por Timochenko, en el que se puede incluir a Pastor Alape, Pablo Catatumbo, Rodrigo Granda, y Carlos Antonio Losada, entre otros. El otro, una línea más conservadora, apegada a los paradigmas de una izquierda convencional y ‘setentera’, encabezada por Iván Márquez, Jesús Santrich y Joaquín Gómez.

Mientras existieron el secretariado y la línea de mando militar eso no generó mayores conflictos, puesto que el comandante en jefe tenía la última palabra. Pero hace tres semanas fue Troya cuando en el Congreso constitutivo se disolvieron los órganos de dirección, y los militantes de la guerrilla, las milicias y el partido clandestino pidieron la palabra.

Durante cinco días de intensos debates, ambas líneas se disputaron desde el nombre (Márquez ganó esa batalla) hasta la doctrina del partido, pues algunos creían que debían construir uno marxista leninista. Esta corriente recibió el impulso no solo de los combatientes de base, nostálgicos del movimiento armado que acaban de disolver, sino de una militancia urbana, clandestina, más libresca que combatiente, que generalmente tiende a ser más dura que quienes han estado en la guerra. En cuanto a la doctrina, quienes buscaban un movimiento más abierto y sintonizado con el país derrotaron a la línea dura.

Sin embargo, como suele ocurrir en todos los partidos, la hora de la verdad llega con las elecciones, y así, al momento de votar por los 111 miembros de la dirección nacional, sorprendentemente Iván Márquez encabezó la lista, con 80 votos más que Timochenko, quien se ubicó en el quinto lugar. El fiel de la balanza resulto ser Pablo Catatumbo, quien al ser de la línea ‘moderna’ obtuvo la segunda votación, a solo 2 votos de Márquez.

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Tres factores explican que Timochenko haya resultado golpeado: 1) La distancia física que ha tenido de sus bases por su delicado estado de salud. 2) El inconformismo de algunos mandos medios con que se hubiera consumado la dejación de armas en un momento en el que el gobierno no ha cumplido la mayoría de sus compromisos, especialmente en materia jurídica. 3) La percepción de algunos sectores radicales de que Timochenko le habla más a un país socialdemócrata que a unas bases comunistas. Al parecer, también hubo algún tipo de campaña soterrada para horadar su imagen y liderazgo.

Más allá de las diferencias ideológicas, de nombre o de estilo, el pulso real estuvo en los días siguientes del congreso, en el seno de la dirección del nuevo movimiento, alrededor de los cargos de poder: la dirección del partido y, por supuesto, los nombres de quienes ocuparán las curules al Senado y la Cámara. Según relata el propio Timochenko en su carta, allí hubo voces que lo cuestionaron sin que él pudiera rebatir sus argumentos. Ha trascendido que sobre todo Santrich y Joaquín Gómez hicieron dichos cuestionamientos. Sin embargo, Timochenko quedó ratificado como presidente del partido y él se pregunta hoy si realmente la Farc tendrá la disciplina que necesitará para afrontar lo que se viene.

“Bienvenidos a la política”, han dicho muchos comentaristas, pues lo que está ocurriendo en las filas farianas no es ajeno a lo que pasa en el resto de las colectividades del país, donde la competencia por el poder a veces alcanza ribetes caníbales. Sin embargo, una crisis de liderazgo en la Farc tiene un especial impacto justo cuando las cosas no están andando como debieran. El propio Timochenko lo dice en su carta: “… los presos no han salido, los proyectos no arrancan, los mal llamados disidentes jodiendo, algunos líderes que no asumen su papel como debe ser, los líos de las listas y un largo etcétera…”.

Camino empedrado

Posiblemente la mayor alarma sobre las dificultades acumuladas en la implementación del proceso de paz se cristalizó con el escape de Rodrigo Cadete. Este, cuyo verdadero nombre es Édgar Salgado, de 51 años, había sido uno de los ‘coroneles’ del Mono Jojoy. Pasó media vida en la guerrilla, en las selvas del bloque Oriental. Cuando comenzó la concentración y el desarme, los jefes lo trasladaron a Icononzo, Tolima, en parte porque había que alejarlo de la disidencia de Gentil Duarte, de quien era muy cercano. Cumplió cabalmente las tareas del mecanismo de monitoreo en su zona. Viajó a Cuba a prepararse para hacer parte de la Unidad de Protección, en Bogotá, en donde tenía un cargo de responsabilidad intermedia. Asistió al Congreso del nuevo partido y sacó 120 votos. Incluso estuvo en el concierto en la plaza de Bolívar. Pero en silencio mascullaba sus dudas y dificultades. Hay información de que Duarte le había enviado algún dinero para sortear sus penurias económicas en Bogotá. Hace una semana se les esfumó a sus escoltas en el Caquetá, y todo parece indicar que volvió al monte, para unirse a una disidencia que cada vez está creciendo más.

El caso de Cadete ha cobrado importancia porque dio el primer campanazo de un eventual desgranamiento de los mandos medios de la guerrilla. Como lo han demostrado amargas experiencias anteriores como las del EPL y en especial de las AUC, los mandos medios suelen ser la franja que más difícilmente se reincorpora a la vida civil. Por lo general se trata de personas sin estudios ni actividad productiva, con larga experiencia en la guerra, manejo de poder y dinero y reconocimiento por sus dotes militares. Por lo general no tienen grandes intereses en la política y, como si fuera poco, tienen una carga de procesos judiciales en su contra que no pueden eludir. Aunque suene descarnado decirlo, son personas a quienes el acuerdo de paz les significa más pérdidas e incertidumbres que ganancias y certezas.

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El problema es que en la Farc hay muchos Cadetes que hoy piensan que el gobierno no va a cumplir sus compromisos. La primera preocupación es la judicial, pues si algo tan relativamente sencillo como la amnistía se ha complicado tanto, no saben qué les espera en la justicia especial para la paz (JEP). Tampoco tienen claro que la extradición esté proscrita totalmente en el acuerdo. Si a eso se suma que no hay claridad sobre proyectos productivos para sobrevivir en el futuro, dado que el gobierno no ha contemplado entregarles tierra para que se reincorporen, la desazón es mayor. Una desazón que no subsanan los 600.000 pesos mensuales que les da el gobierno de manera temporal, y que muchos de ellos consideran “para la gaseosa”.

La falta de tierras para los proyectos de reincorporación colectiva es crítica y pone en riesgo todo el proceso. Se habla de apenas 800 hectáreas aledañas a algunas zonas veredales para comenzar, pero estas aún no se hacen realidad. Muchos sienten que han dado un salto al vacío y por ello hay una realidad inocultable: los excombatientes están saliendo de las zonas veredales y no se sabe si volverán, si se irán al rebusque personal o a reciclar la violencia.

Aunque el gobierno dice que los proyectos no arrancan porque hay que diseñarlos bien, la realidad es que el tiempo pasa y los excombatientes no logran ver un futuro. La confianza en el proceso se gana en los primeros meses, y en este caso el saldo está en rojo. El tiempo es crítico y el gobierno tiene que actuar con urgencia.

Los que casi se cuelan

A ese clima enrarecido, hay que sumar que desde hace días la prensa ha denunciado que varios narcos puros se han colado en las listas de presos de las Farc que pueden acceder a la amnistía. Por experiencias del pasado se sabe que en las cárceles se presenta toda clase de tráfico de cupos cuando se avizora algún tipo de beneficio jurídico. Este proceso no ha sido la excepción. Por eso desde el principio de este año la Oficina del Alto Comisionado para la Paz impulsó la creación de un comité interinstitucional con las agencias de inteligencia y la Fiscalía, para revisar los listados presentados por las Farc, construidos en las propias prisiones y con información de los frentes. El comité verifica que las personas que hacen parte del listado no aparezcan como integrantes de otra organización, sea del narcotráfico o de otro tipo.

Ahora, es una inexactitud decir que alguien detenido por narcotráfico o pedido en extradición no puede estar en la lista de presos de las Farc. Muchos miembros de estas tienen órdenes de extradición en su contra por narcotráfico, incluso los miembros del secretariado. Y lo que se firmó en La Habana cubre a los integrantes presos de las Farc, siempre que sus delitos tengan conexión con el conflicto.

En ese contexto, algo más de 300 casos están en salmuera desde hace meses, y el comité del gobierno tiene sus expedientes en “observación”. Se trata de miembros de bandas como la Constru, de Putumayo, que aunque es considerada una organización criminal común, tenía alianzas y negocios con las Farc. Lo mismo ocurrió con el Parche de Sulay, la banda que atentó contra el exministro Fernando Londoño bajo la égida de las Farc. Para los exguerrilleros, estos deben quedar cobijados por el acuerdo. Otra cosa piensa el gobierno.

Como este es un mecanismo basado en la buena fe de las Farc, pues la capacidad del Estado de atajar colados es frágil, depende en buena medida de ese grupo reconstituir la confianza en el procedimiento, revisando con lupa las listas. Suficientes dificultades tiene ya toda la justicia para la paz como para sumarle una suspicacia más.

Los avatares de la transición

Las dificultades que estallaron esta semana demuestran que el paso de la guerra a la paz y de las armas a la vida civil es difícil y a veces traumático. Es un tiempo de transición donde los viejos modelos ya no funcionan y los nuevos apenas se ponen a prueba.

En el caso de la Farc, sus tempranas fracturas internas si bien representan un riesgo para la cohesión de ese grupo en un momento crítico de la implementación del acuerdo de paz, también pueden tener una lectura más benévola: son los avatares de la democracia, del pluralismo y de la competencia política. Todos ellos atributos propios de un partido y no del ejército que eran hasta hace poco. El tiempo dirá si los líderes del nuevo partido manejarán con tacto sus diferencias y se sobreponen a ellas con la madurez que tantos años de guerra les habrán dejado.

Similar razonamiento cabe para el tema de la reincorporación y de las listas de presos. Al gobierno le ha tomado mucho tiempo entender las particularidades de las Farc, una guerrilla eminentemente campesina, con fuerte tendencia comunitaria, pero también con una fuerte simbiosis con el mundo criminal. Las instituciones del gobierno no han logrado adecuar sus esquemas de reinserción individual a uno más colectivo y diferenciado por regiones, y de acuerdo con la realidad de la gente que lleva más de 30 años en el monte. Lo que está en juego no es solo el futuro de cada excombatiente, sino la sostenibilidad de la paz y la seguridad de las regiones. En últimas, la garantía de que la violencia no se repita.

La experiencia internacional es elocuente en materia de posconflicto: la paz no es un camino de rosas, sino de espinas. Y solo una férrea voluntad política puede sacarla adelante.