RELATO

Los 13 hijos que tuvo Tirofijo

La compañera sentimental de Manuel Marulanda Vélez durante 24 años reveló detalles personales del fundador de la guerrilla de las Farc y contó cómo era su familia.

27 de septiembre de 2016
Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda Vélez y alias Tirofijo. | Foto: Archivo Semana

Sandra Ramírez, combatiente de las Farc, compartió los últimos años de vida con Tirofijo. Describió al número uno de esta guerrilla como un hombre disciplinado, amante del vallenato, admirador de los animales y muy calmado.

Ramírez relató en una extensa entrevista en el diario El Espectador que los 30 años de diferencia que había entre los dos nunca fueron un problema para que la relación saliera adelante. Cuando iniciaron el noviazgo ella tenía 20 años y él, 55. Manuel Marulanda estuvo 58 años en guerra hasta que murió en  2008 de un ataque al corazón en medio de la selva. Nunca estuvo en la cárcel.

“Como esposo fue muy comprensivo y cariñoso. Vivía pendiente de mí, si me dolía algo, si me veía triste. Fui feliz a su lado. Yo no cocinaba, pero estaba pendiente de su comida. Él, como buen paisa, comía fríjoles, arroz; era infaltable la arepa. Siempre se llevaba el molino y el maíz. Él me decía: ‘vieja’; yo le decía: ‘viejo’”, contó Ramírez a El Espectador.

Como era de esperarse, no faltaron los momentos difíciles, cuando se presentaban enfrentamientos con el Ejército y bombardeos. Pero cuenta que “él me daba mucha seguridad y confianza por su forma de ser. Siempre fue muy cauteloso, no le dio papaya al enemigo. Por eso nunca pudieron matarlo”.

Sin embargo, muchas veces lo ‘mataron’. “Nosotros lo oíamos por la radio; lo veíamos en la prensa y nos daba risa lo que inventaban: que tenía una enfermedad terminal, que estaba herido. Era propaganda negra del Estado”.

Sandra confirmó que Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda Vélez y alias Tirofijo, tuvo 13 hijos. Tres de ellos lo acompañaron en el conflicto y se convirtieron en comandantes. Los demás prefirieron la vida civil. Agregó que no tuvo hijos con él “porque en la confrontación no hay cabida para eso. Quise tenerlos, pero no se podía”.

También habló del fallido proceso de paz en los tiempos de la presidencia de Andrés Pastrana. “En el Caguán, el camarada vivía inmerso en los esfuerzos de paz. El 7 de enero de 1999 no fue a la cita con el presidente porque había personajes infiltrados, ubicados en puntos estratégicos para atentar contra él. Él tomaba con tranquilidad esos momentos de crisis”.

La mujer le contó a El Espectador que Tirofijo pensaba que Pastrana hacía un esfuerzo para hacer la paz. “Tenía un concepto favorable de él. Se vieron tres veces. Él era un poco parco, no decía mucho sobre los encuentros con el presidente. Cuando se reunía con la comandancia, contaba algunos detalles”.

“Cuando se produjo el secuestro de Jorge Eduardo Géchem, hubo momentos difíciles. Pero él siempre decía que había que reflexionar con cabeza fría, que no podíamos tomar decisiones a la carrera. Lo tomó con calma y dio instrucciones de hablar con ellos (el gobierno) a ver qué decían”.

“No tenemos nada qué hacer, vamos a seguir con nuestros planes”, contó Sandra que dijo Tirofijo, al ver en los noticieros a Andrés Pastrana cuando anunciaba la terminación de la zona de despeje.

Dijo que durante los ocho años del presidente Álvaro Uribe las Farc volvieron a su táctica  de guerrillas móviles. “Estábamos un tiempo aquí, luego nos desplazábamos y cambiábamos nuestra rutina”. 

Según la mujer, la guerra le permitió conocer hermosos sitios del país. Recuerda las cabeceras del río Leyva, un afluente del Guayabero, el cañón de este, el sector bombardeado en 1964. “Vi unas llanuras inmensas, como los llanos del Yarí; el río Duda, la zona de él desde que salió de Marquetalia”.

“A su lado realicé varias actividades. Trabajaba con él en sus documentos. Era su asistente, su escolta; le leía libros. Le gustaban los temas políticos y militares. Leía las noticias, columnas, periódicos. Tenía preocupación de estar informado. Después de escribir un documento, siempre caminaba 30 o 40 minutos y regresaba para que yo le leyera lo que había escrito y hacer las correcciones. Yo veía películas y le contaba de qué se trataban”, relató Sandra en la entrevista.

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Contó que  la rutina de Manuel Marulanda variaba según la situación en la que se encontraban. Sin embargo, dijo que en “los últimos años fue corriendo el horario de la levantada. Él hacía ejercicio, caminaba. Solo lo suspendía cuando estaba muy ocupado, en reunión o en la elaboración de un documento. Era una disciplina. Luego veía las noticias, escuchaba radio, jugaba con las mascotas. Teníamos perros y gaticos. Observaba los gaticos por una hora; analizaba lo que hacían para cazar. Los admiraba, por la forma de acercarse a la presa. Nunca dejó de tener gatos y de observarlos. Tenía tres o cuatro”. 

Sandra Ramírez contó que el líder guerrillero murió de un infarto fulminante. “Ese 26 de marzo empezaba a oscurecer. Él ya había dado las órdenes, había recibido novedades del día y adelantado tareas del día siguiente. Estábamos los dos solos, listos para descansar. Eran las 6:30 de la tarde. Íbamos a ver las noticias y de pronto me dijo: ‘Me falta el aire’. Y se desplomó. Murió en mis brazos, como lo dijo Timochenko en el comunicado”. 

“Las imágenes que se han mostrado dicen lo que fue: una sencilla ceremonia, entierro con la guardia, honores militares, calle de honor con armas al frente. No podíamos tener mucho tiempo el cadáver y menos en las condiciones de la selva. Así que lo velamos un par de días y ya. Después, mi vida siguió como un  combatiente más, que cumple con tareas. En la guerrilla no se lleva luto, no se viste de negro”.