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La apuesta política de la Farc
El escenario es adverso para la antigua guerrilla. ¿Cómo lo enfrentarán para superar el rechazo inicial y asegurar una presencia de largo plazo?
La campaña electoral de 2018 no se parece a las anteriores. La principal razón es que las Farc no la sabotearán mediante la violencia, no harán plan pistola, no derribarán torres y ni siquiera serán el tema definitivo del debate, sino un partido político más que competirá por el poder sin armas y con propuestas. Con el lanzamiento de su estrategia, este fin de semana, la gran pregunta es qué tan lejos llegarán en la política y en las próximas elecciones.
En la derecha radical se plantea que quienes voten por la Farc (Fuerza Revolucionaria del Común) contribuyen a la inminente llegada del castrochavismo, escondido en el caballo de Troya del partido de los exguerrilleros. Pero en realidad, las condiciones objetivas indican que la lucha política no será nada fácil para el nuevo movimiento. En el entorno internacional el péndulo se mueve hacia la derecha y el fantasma de la crisis venezolana ha debilitado los proyectos progresistas en el continente. En Colombia la izquierda está dividida y sus facciones se reparten en alianzas distintas y hasta con socios del centro. Las encuestas indican que los colombianos no ven el proceso de paz con esperanza y que no les dan la bienvenida a los excomandantes en el ruedo de la política.
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La propia Farc ha contribuido a su falta de simpatías electorales con decisiones que no cayeron bien entre la opinión pública. Como mantener la sigla, Farc, como nombre del partido –símbolo de violencia–, en vez de haber apelado a una señal de cambio y rectificación. O encabezar las candidaturas con Rodrigo Londoño, antes Timochenko, a la Presidencia, y con los principales comandantes de la era armada para el Congreso, como Iván Márquez, Jesús Santrich, Pablo Catatumbo, Bayron Yepes, Victoria Sandino y Sandra Ramírez. Tampoco atendieron los llamados de algunos sectores para que algunos de ellos pospusieran sus aspiraciones hasta que resolvieran su situación jurídica ante la JEP.
Estos movimientos, políticamente absurdos, se explican por la necesidad de la Farc de mantener la cohesión y la unidad, y de ratificar el mensaje de que con el proceso de paz modificaron sus métodos de lucha, pero no abandonaron su ideario. Para lograr esos objetivos necesarios, incurrieron en un costo en materia de imagen. Según la encuesta de Invamer Gallup, publicada en diciembre del año pasado, Timochenko tiene una imagen desfavorable del 64 por ciento, y la de la Farc está por encima del 84 por ciento. ¿Qué sigue ahora? ¿Cuáles son las metas realistas? ¿Cuál es la apuesta y con qué estrategia la van a buscar?
La experiencia histórica demuestra que para que la paz se consolide es conveniente que la exguerrilla cuente con espacio en el escenario público. El núcleo de la negociación ha sido siempre el intercambio entre desmovilización y desarme, en un lado, y participación en política, en el otro. Por eso, la Farc pactó con el gobierno beneficios transitorios, de ocho años, para poder ejercer actividades proselitistas y electorales. Entre ellas, cinco curules en el Senado y cinco en la Cámara, y financiación y acceso a instrumentos semejantes a los que tienen otros partidos sin cumplir los requisitos que ellos deben cumplir, como un umbral mínimo de votación. ¿Cómo utilizarán estos recursos?
El discurso de la Farc hace énfasis en sus lazos con la gente del común. La insatisfacción con la política y la ineficacia de los partidos tradicionales deja un espacio para una colectividad que les llegue a quienes no se sienten representados. De allí la apuesta por las regiones, alejadas del centro y del centralismo, y golpeadas por la ausencia del Estado.
Hace poco, Timochenko publicó una carta en la que invitaba a los militantes a “llenar a Colombia” de las Unidades Tácticas del Común (UTC). Lo primero que están tratando de hacer es encontrar y adecuar Casas de los Comunes’, varias de las cuales han recibido ataques del Clan del Golfo y las Autodefensas Gaitanistas. En estos lugares la Farc podrá difundir su información, organizar la campaña y encontrarse con las bases. Lo segundo es organizar a esas células de personas (UTC) que estén dispuestas a hacer campaña política en las calles.
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Sandra Ramírez, viuda de Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo, quien tiene asegurada una curul en el Senado, le dijo a SEMANA que están tratando de llegar a los estratos uno, dos y tres. Que han empezado a ir de casa en casa a los barrios, a los parques, a las universidades, a los sindicatos, a los hospitales, a los grupos artísticos y a las ONG, para dialogar con la gente, escuchar sus propuestas y borrar “el imaginario que por tantos años se ha construido de ellos”. Para eso, asegura, ya cuentan con “un ejército que está haciendo pedagogía sobre la importancia de votar por personas que defiendan los intereses de los más necesitados, que son la mayoría”.
Olmedo Ruiz, excomandante del frente 36 de la guerrilla y futuro representante a la Cámara por Antioquia, dice que, además de la defensa de los acuerdos de paz, su gran apuesta nacional será lanzar una reforma agraria que permita una repartición más equitativa de la riqueza; formalizar los títulos de propiedad; renovar el catastro y trabajar en proyectos para los pequeños productores. También insisten en la necesidad de revivir la reforma política frustrada por el Congreso.
Pero si el agro y el campo ofrecen oportunidades para la Farc, su proyecto necesita también de un componente urbano. Un partido político en Colombia no puede tener éxito sin una presencia en las ciudades, donde se concentra el mayor porcentaje de la gente y los votos. En las elecciones al Congreso, 26 capitales representaron alrededor del 60 por ciento del total y en las presidenciales una cifra similar. La Farc asegura que está usando las redes sociales para llegar a nuevos públicos, principalmente en las ciudades. Además, buscará el voto urbano en los estratos bajos y eligió Ciudad Bolívar, la localidad donde hay mayor cantidad de víctimas registradas, para lanzar su campaña.
Según un estudio del Observatorio de la Universidad de los Andes, con 1.500 encuestas en municipios rurales y urbanos, los colombianos identifican los siguientes problemas principales: 1) la economía, 2) la seguridad, 3) la corrupción, 4) los servicios básicos y 5) el proceso de paz. Y del acuerdo de paz apoyan sobre todo el relativo a la reforma agraria. En esa medida, la Farc le está apuntando a esos problemas estructurales.
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La Farc tiene una apuesta política de largo aliento. En ocho años, cuando termine el periodo de transición y expiren sus beneficios –personería jurídica, financiación, curules– tendrá que haber logrado una fuerza propia que asegure su permanencia en el escenario político. Las elecciones de 2018 son un primer paso y habrá otras cruciales como las regionales de 2019, en las que pueden alcanzar éxitos locales. Pero las votaciones de Rodrigo Londoño y de la lista única y cerrada para el Congreso en 2018 dirán mucho sobre las posibilidades futuras del nuevo partido.
Falta ver cómo utilizará estos espacios. Serán definitivos el tono y el fondo del discurso, el desempeño de Timochenko en los debates entre candidatos, e incluso el tipo de oposición que harán los diez congresistas a partir del 20 de julio. El país no es receptivo al enfoque radical que parecen pedir las bases de la Farc. Y habrá decisiones que irán forjando su imagen para el futuro, que dado el momento político requerirían de una dosis de pragmatismo y cabeza fría. ¿A quién apoyarán en la segunda vuelta? ¿Se acercarán a otras fuerzas de izquierda? ¿Se mantendrán unidos o se multiplicarán los episodios de división que se vieron en su primer congreso como partido?
El futuro de la Farc está en sus propias manos y nada será fácil. Hay oportunidades, pero el momento no ofrece las que tuvo el M-19 inmediatamente después de su firma de la paz. Son otros tiempos. Y entender que el país ha cambiado y que los ve con desconfianza es la primera condición para el éxito.