POSCONFLICTO
El tal miedo a la Farc ya no existe
Con 52.000 votos en el Senado, la exguerrilla quedó lejos de alcanzar el umbral para poner un solo congresista adicional a los diez a que tiene derecho por el acuerdo de paz.
Que el gobierno le entregó el país a las Farc’ es un punto clave del discurso de la derecha. Sus reparos, desde el plebiscito, se basan en las críticas a que la antigua guerrilla tenga derecho a participar en política sin haber pasado por la justicia, y a que tenga beneficios como curules y anticipos estatales para garantizar su participación en política.
Pero el pasado 11-M quedó en evidencia que las Farc, que durante 40 años no pudieron tomarse el poder por las armas, tampoco tienen ahora la capacidad de hacerlo por las vías democráticas. “Derrotaremos a las Farc en las urnas”, han reiterado políticos como Germán Vargas, Sergio Fajardo y Aurelio Iragorri. Y así sucedió. Con apenas 52.000 votos al Senado –que no cubren la cuota ni de un candidato,– los colombianos recibieron a la antigua guerrilla en las urnas.
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Para la Farc, las elecciones más tranquilas de la historia fueron las más estrepitosas. Y con su entrada en escena sucedió una paradoja: después de una larga negociación de paz se concretó la apertura democrática que clausuró años de conflicto, pero los exguerrilleros se quedaron con los votos que cambiaron por las armas. Las imágenes de Iván Márquez, Pablo Catatumbo, Victoria Sandino y Carlos Antonio Lozada marcando la rosa roja en el tarjetón dicen mucho sobre lo que significó el proceso de paz.
Otra cosa es que la votación por la Farc haya sido muy baja. Nadie esperaba un gran éxito, pero un debut tan lánguido no estaba en los cálculos de nadie. Ni la disminución de la abstención ayudó. No pudieron capitalizar lo votos en favor del proceso de paz, ni la izquierda –que se fue con Petro y con el Polo,– ni los de aquellos municipios donde ganó el plebiscito de manera abrumadora.
Bogotá (11.996), Antioquia (4.622), Cauca (4.134), Valle del Cauca (4.058), Huila (2.714) y Putumayo (2.553) concentraron su mayor votación. Aunque estas son cifras sobresalientes, no alcanzan para competir con los partidos dominantes. Sus resultados hablan de un apoyo más urbano que rural. Por eso, para varios analistas consultados por SEMANA, resulta sorprendente que se les escapara el apoyo de sus retaguardias históricas. La primera radiografía a la que se someten las Farc en años, lejos de las encuestas y la óptica de los medios de comunicación, se ajusta a la descripción de un movimiento que se desgastó y al que le caen los golpes de la fatiga de la guerra. La prensa internacional interpretó que los colombianos castigaron en las urnas la violencia de las Farc durante 52 años.
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Pero las cifras no solo hablan de su impopularidad. La tramitología enredó el desembolso del dinero para la campaña, y el rechazo que sufrió su candidato a la Presidencia, Rodrigo Londoño, en Armenia y Cali, también debilitó su campaña. No se pudieron mostrar y se les escapó la oportunidad de acercarse a los otros partidos, como se lo habían propuesto. También hubo errores. Sus bases sociales no están conectadas con el mundo de las elecciones. Muchos campesinos no tienen inscritas sus cédulas o ni siquiera tienen una. La Colombia rural se siente ajena de las decisiones que se toman en los centros urbanos. Un complejo escenario al que se suman las denuncias que hicieron varios excombatientes por no aparecer en listas o por ser capturados cuando se acercaban a las urnas a votar.
Pero detrás de todos esos argumentos también está el relacionado con el miedo a la Farc. Cada vez es más evidente que la firma de un acuerdo de paz, la reconciliación y la apertura democrática no siempre van de la mano. Por el contrario, las negociaciones con actores armados en todo el mundo suelen preceder momentos de miedo y de tensión social. En el país hay una mayoría que aún no acepta que los responsables de delitos atroces sean protagonistas de la vida nacional, sin haber pagado un solo día de cárcel. Y aunque el país recibió sin temor a los candidatos del M-19, el Quintín Lame y el EPL en los años noventa, no lo han hecho con las Farc. El rechazo histórico mezclado con la obsesión de la derecha por desprestigiar el acuerdo ha hecho que las concesiones, que eran aceptables en el pasado, hoy enfrenten rechazo.
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Pero así como se desinflaron las expectativas sobre el potencial político de la Farc, también se desarmó el caballito de batalla de que el gobierno le había entregado el país a las Farc. Si no fuera por las curules que les dio el acuerdo, ni siquiera habrían pasado el umbral. Su participación en política no generó conflictos de orden público en las regiones, ni tuvo relación con ninguna de las denuncias de coacción. Así el fantasma del castrochavismo se haya convertido en un tema central de la campaña, los resultados demuestran que el electorado no está en eso. La campaña y la fuerza electoral de la Farc el pasado 11 de marzo fueron casi imperceptibles.
El camino de la participación política del nuevo movimiento enfrenta factores a favor y en contra. De su lado tiene la influencia regional en territorios que conocen como la palma de su mano. Zonas donde se percibe un cansancio por corrupción de los políticos y el abandono del Estado. Argelia y Jambaló en Cauca, Murindó en Antioquia, San Calixto en Norte de Santander, Valle del Guamuez en Putumayo y Uribe en Meta hacen parte de la lista de territorios que dejaron abonados. Allí lograron constituirse como la cuarta fuerza con el 11 por ciento de los votos y tienen alguna posibilidad en las elecciones locales de 2019.
¿Cómo competirán contra las maquinarias que aceitan el voto de opinión en las regiones?, ¿son ocho años suficientes para coger fuerza y ganar cupos sin atribuciones a dedo?, ¿podrán revertir el odio que tanto les profesan? Y en últimas, ¿podrán sobrevivir como partido?. Los dirigentes de la colectividad se hacen esas preguntas. Tienen dos periodos electorales para contestarlas.