DELIBERACIÓN
¿Está en cuidados intensivos la democracia liberal?
En Villa de Leyva 150 líderes, políticos, intelectuales, empresarios y académicos de Colombia y el mundo se reunieron durante tres días para discutir los retos que este sistema político atraviesa. Algunas de sus conclusiones.
¿Cuáles son las amenazas a la democracia en Colombia y en la región? ¿Qué y quién debe protegerla? ¿Qué papel tienen los líderes para recuperar la confianza en este sistema político que, como dijo Winston Churchill, “es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, a excepción de todos los demás”? Alrededor de estas y otras preguntas giró el Festival de Pensamiento, llevado a cabo entre el 12 y 14 de septiembre en Villa de Leyva. Un evento que congregó a 150 líderes, políticos, intelectuales, empresarios y académicos de Colombia y el mundo.
En estos turbulentos tiempos la democracia liberal se encuentra amenazada, y las pasiones humanas desbordadas arrinconan a la razón y la cordura. Por eso, el festival se constituyó en un espacio para el diálogo y la discusión racional entre personas de distintos orillas políticas e ideológicas.
El populismo supone el riesgo de acabar con el armazón institucional que sustenta a la democracia.
Discutir sobre la democracia, su crisis y su porvenir, se convierte en una de las tareas urgentes de la sociedad. Hablar de su futuro en el mundo es entender que se encuentra en riesgo ese largo proceso de la humanidad por construir una mejor forma de gobierno y de convivencia. Y solo la razón y el diálogo permiten hacer un frente común para defenderla. Aquí no hay espacio para los fanatismos, para las histerias y mucho menos para los alborotadores anónimos de las redes sociales, que las usan solo para socavar los pilares democráticos.
Mauricio Santamaría, Guillermo Perry, Mauricio Rodríguez y el presidente regional de Telefónica, Alfonso Gómez, discutieron el papel de la economía en la aparición del populismo.
Así, las conferencias y conversatorios del festival llevados a cabo durante tres días se centraron en entender las amenazas a las democracias en estos países; el fenómeno del populismo; el papel del intelectual en una sociedad convulsionada; la corrupción y la pérdida de la legitimidad democrática; la seguridad interna y externa y sus efectos sobre los Estados democráticos; el papel de los medios de comunicación y de los periodistas en un momento en que imperan las mentiras y los rumores.
De las conversaciones entre los 150 asistentes surgieron innovadoras perspectivas y formas de analizar el momento por el que atraviesan Colombia y los países de la región, en especial Venezuela. Esas formas de analizar el actual contexto y las respuestas que debe asumir la sociedad y sus dirigentes se pueden resumir en cinco temas: democracia y populismo, la función del intelectual, la erosión de las instituciones democráticas, la seguridad y las fake news.
El populismo resurge
El populismo es todo y nada. Un término de moda que usa la gente como se le da la gana. Se convirtió en la palabra predilecta de políticos y personalidades con alguna influencia en la opinión pública para descalificar a sus oponentes. Mientras tanto, los estudios realizados por investigadores serios que explican este complejo fenómeno duermen en los anaqueles de las bibliotecas.
La corrupción no solo sirve para que algunas elites detenten el poder local. También es una empresa que deja multimillonarias ganancias.
Debido a esa desinformación, en realidad nadie sabe qué es el populismo. Pero para determinar la amenaza que implica para una democracia, se necesita definirlo y caracterizarlo de manera precisa, una ardua tarea que, luego de décadas de estudios, continúa.
A grandes rasgos, el populismo es un modo de liderazgo que elimina buena parte de las instituciones democráticas que median entre el gobernante y los gobernados. El líder representa la voluntad popular y por lo tanto, no necesita de la prensa ni de los órganos legislativo o judicial para gobernar. Si bien difiere de la dictadura (aunque puede ser su primera etapa), esta característica del populismo supone el mayor riesgo para la democracia liberal pues asume acabar con el armazón institucional sobre el que se sustenta. Y el mejor ejemplo es Venezuela.
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Álvaro Tirado, Juan Esteban Constaín y Catalina Botero, moderados por la periodista Vanessa de la Torre, discutieron sobre el papel del intelectual en las sociedades democráticas.
El populismo no tiene una ideología definida. Puede ser de izquierda, como el chavismo, o de derecha, como el gobierno de Fujimori en Perú. El éxito del líder populista radica en su carisma, en que simplifica los complejos problemas sociales y en que soluciona de manera inmediata clamores o profundas crisis. Por eso no es raro que durante los primeros años de su gobierno la economía de un Estado crezca de manera acelerada y las desigualdades sociales se reduzcan. Sin embargo, a largo plazo esas medidas desestabilizan la economía y causan profundas crisis económicas.
Si el populismo lesiona a la democracia liberal y en algunos casos da el primer paso para eliminarla, ¿cómo surge y logra consolidarse como forma de gobierno? Tiene su caldo de cultivo en el descrédito al que llegan los partidos políticos, las instituciones democráticas, la respuesta poco efectiva de gobernantes frente a problemas como al aumento del empobrecimiento o de la desigualdad, o la exclusión de grandes sectores de la población. En ese sentido, para evitar caer en el abismo del populismo hay que atender las fallas que todo sistema democrático tiene, que se exacerban en periodos de crisis económicas. Justamente lo que no hicieron los gobiernos venezolanos antes del chavismo.
El intelectual: ¿Una especie en vía de extinción?
No hay duda de que este personaje cumplió un importante papel en la consolidación de las democracias liberales, aunque en algunas ocasiones ha dado el sustento ideológico a regímenes antidemocráticos. Características como su actitud crítica y contestataria, su compromiso con los problemas de la sociedad, su capacidad de explicar problemas complejos y su independencia frente al poder, hacen del intelectual un baluarte de los Estados democráticos. En otras palabras, él se convierte en la conciencia de su tiempo.
Los problemas de seguridad en algunas regiones del país responden a la falta de legitimidad del Estado.
Sin embargo, los tiempos han cambiado y las condiciones políticas y sociales de los siglos XIX y XX (periodo en el que los intelectuales lograron su mayor prestigio) también cambiaron. En las últimas décadas ha nacido un ambiente que muchos estudiosos consideran hostil para la actividad intelectual. En ese sentido cabe preguntarse: ¿Se encuentran los intelectuales amenazados por los rápidos cambios de la sociedad? ¿Son ellos una especie en vía de extinción? ¿Cuál debe ser su papel en este momento en el que la democracia liberal se encuentra en jaque? ¿Están en capacidad de responder?
Contestar esas preguntas no es fácil, ya que las opiniones se encuentran divididas entre los que consideran que la función del intelectual todavía mantiene vigencia y los que creen que su papel perdió su preponderancia. Por un lado, unos creen que en épocas de crisis democráticas como la actual, el intelectual, con su capacidad crítica y de discernimiento, está llamado a aportar a las soluciones, como ha hecho en otros momentos coyunturales.
Por otro lado, algunos consideran que debido a su falta de comunicación con el ciudadano de a pie y a su aislamiento, los intelectuales van a perder fuerza como figura de trasformación social, y con el tiempo pasarán desapercibidos. Un ejemplo de este fenómeno podría ser el de Greta Thunberg. Ella, una niña de 14 años, lidera a nivel mundial la lucha ecologista en el siglo XXI. Además la universidad, bastión de los intelectuales, también pierde influencia en la sociedad.
Si el intelectual quiere mantener su papel en las sociedades democráticas y contribuir a solucionar la crisis, debe salir de ese aislamiento y lograr una comunicación efectiva con el resto de la ciudadanía, moderar su lenguaje especializado y dejar a un lado ese aire de suficiencia que lo caracteriza.
La deslegitimación de las instituciones democráticas
No cabe la menor duda de que la corrupción es la mayor causa de la mala fama por la que atraviesan las instituciones democráticas en Colombia y en el mundo. No solo se ha convertido en el mecanismo utilizado por algunas elites para detentar el poder, sino en una empresa que deja multimillonarias ganancias. Este fenómeno empobrece a los ciudadanos, en especial a los menos favorecidos, y vulnera gravemente los derechos humanos. Esas consecuencias erosionan la credibilidad en la democracia: ¿Para qué elegir líderes que en lugar de velar por el bienestar de la población buscan enriquecerse a costa de ella?
En el impacto de las redes sociales y las fake news participaron Juan Roberto Vargas, Ignacio Escobar y Juanita Goebertus, moderados por Juan Carlos Iragorri.
Para funcionar, la corrupción se instala en todas las instituciones: en los órganos de elección popular locales, donde comienza el engranaje de esta práctica. En el Congreso, que en ocasiones legisla a favor de los corruptos; en la justicia, que los protege con fallos débiles y privilegios carcelarios; y hasta en la prensa y medios de comunicación, que en más de una oportunidad se hacen de la vista gorda frente a ese fenómeno. Pero la corrupción no solo existe en la esfera pública. También en la privada para lograr contratos, como demostró el caso de Odebrecht, el más grande que haya sacudido al continente americano.
Según los expertos la corrupción es la madre de otros problemas como el narcotráfico, la desigualdad y la pobreza. El engranaje comienza con la financiación de las campañas electorales y con las redes clientelares construidas en los pueblos y municipios. Para ganar elecciones algunos políticos crean una red de votantes a los que tienen que darles alguna dádiva. Y como no cuentan con capital suficiente para hacerlo, recurren a financiadores legales o ilegales que desembolsan fuertes sumas de dinero a cambio de que una vez en el poder les entreguen contratos que les permiten no solo recuperar su inversión, sino obtener enormes ganancias.
Otro consenso afirma que en la lucha contra la corrupción la justicia es la ficha central. Sin embargo, la clase política no ha respondido a ese consenso. Sin un correcto aparato judicial, Colombia está condenada a perder la batalla contra los corruptos. Para ello resulta urgente llevar una reforma a la justicia (que se ha caído varias veces por falta de voluntad política) que fortalezca la independencia de los entes de investigación.
¿Puede la falta de seguridad poner en jaque a la democracia?
La respuesta es sí. En el caso colombiano, la inseguridad en algunas regiones del país y en sus fronteras no solo responde a la ausencia de las Fuerzas Armadas y de Policía, sino a un problema estructural que tiene que ver con la presencia del Estado y con la construcción de su legitimidad en esos territorios. Históricamente ambos elementos han sido deficitarios en municipios alejados del centro político de Colombia.
¿Qué hacer para reversar esa tendencia? Enfocarse en una estrategia centrada en lo local. En esos pequeños municipios en los que sus habitantes sienten que el Gobierno nacional los mira con una indiferencia total, salvo por la eventual presencia de fuerza pública. Esos lugares deben servir de base a políticas que vayan más allá de la seguridad. Se deben proveer bienes y servicios que llenen las expectativas de los ciudadanos de esas regiones, y hacerlo con su participación. En esto las juntas locales o de acción comunal desempeñan un papel importante. Pero además, el Estado debe publicitar ese suministro de bienes y servicios para que la gente sepa que el Gobierno nacional hace algo por ellos, y así comenzar a construir legitimidad.
En ese sentido, se convierten en una interesante iniciativa los Planes de Desarrollo Territorial (PDT), propuesta consignada en los acuerdos de paz con las Farc. Estos buscan focalizar la inversión social en 170 municipios del país afectados por el conflicto armado, para promover la presencia del Estado en las regiones apartadas del país, proveer bienes y servicios, y en últimas, llenar un vacío institucional que podría mejorar la seguridad en esas zonas.
Sin lugar a dudas las redes sociales y las nuevas formas de comunicación han puesto a tambalear a los medios tradicionales. El surgimiento de otras maneras de informarse sin la necesidad de la prensa o los noticieros radiales o televisivos, han creado una doble crisis en este sector. Por un lado, los menores costos de la publicidad en la web han llevado al cierre de muchos medios tradicionales o al adelgazamiento de sus nóminas con los efectos negativos que eso conlleva en la producción de información de calidad.
Por otro lado, las redes sociales al promover el contenido que exalta las pasiones y genera indignación, también han hecho mella en los medios y han contribuido a que los usuarios prefieran contenidos que los conmuevan y reafirmen su visión del mundo, sin interesarse en si son ciertos o no. Para agravar el problema, el alto margen de anonimato que permiten las redes ha exacerbado las fake news, convertidas en un verdadero problema para la democracia, en especial en épocas electorales.
¿Cómo afrontar ese problema? ¿Cómo sobrevivir a esa tormenta? ¿Cómo proveer información de calidad? ¿Cómo contribuir al fortalecimiento democrático? Todavía no ha surgido la fórmula para responder esas preguntas. El portal informativo elmundo.es, un diario digital que ha impuesto una nueva forma de informar sostenible económicamente, puede ofrecer algunas puntadas. Su éxito radica en que han combatido las fake news con investigación periodística de calidad, no se han dejado encantar por la moda del indicador de páginas vistas, y no le han hecho el juego a la mentira y a la indignación promovida por las redes sociales. De este ejemplo es posible concluir que la gente quiere contenidos periodísticos de calidad y que está dispuesta a pagar por ellos.
Al finalizar el festival no surgió ningún recetario o fórmula mágica para resolver los problemas de la democracia liberal. Pero el evento sí demostró que por lo menos un diálogo abierto y sincero puede ser un primer paso para comenzar a construir en forma conjunta las soluciones.