ENTREVISTA
"Más de un tercio de los desaparecidos nunca serán encontrados"
SEMANA habló con el antropólogo forense Francisco Etxeberria quien explicó los desafíos de Colombia en la búsqueda de más de 80.000 desaparecidos. Este es el experto que escudriñó las fosas de grandes personajes como Salvador Allende, Víctor Jara y Catalina Muñoz Arranz.
El uso de la tecnología para investigar violaciones a los derechos humanos fue el tema clave del seminario internacional Forensic Tech que se llevó a cabo esta semana en la Universidad Externado. En el marco de los 15 años del Equipo Colombiano Interdisciplinario de Trabajo Forense y Asistencia Psicosocial (Equitas), juntaron organizaciones, instituciones y la academia para analizar cómo se puede mejor la administración de justicia aprovechando la innovación, la interdisciplinariedad y los avances de la ciencia. SEMANA habló con Francisco Etxeberria, presidente de la Sociedad Española de Paleopatología.
SEMANA.: ¿Cuál es el momento más duro en el oficio de un forense?
Francisco Etxeberria.: Cuando tiene que desvestir el cadáver para hacer autopsia. En ese instante le tienes que quitar lo que esa persona quiso ponerse libremente el día de su muerte: el reloj, las pulseras y lo que tenía en los bolsillos. También el momento que llegas a una fosa común, son todos esos objetos los que humanizan el esqueleto. La transformación de los huesos en persona se da por los objetos asociados y la ropa lleva.
SEMANA.: ¿Qué objetos suele encontrar en las fosas?
F. E.: En España los objetos que más nos impresionan son los lapiceros. Con ellos las víctimas expresaron una idea, un sentimiento o escribieron una carta y cuando la persona muere ese deseo se frustra. Uno de los ejercicios que hemos puesto en marcha es que esos lapiceros deben servir para acabar de escribir esta historia, las últimas frases y poner punto final a la búsqueda de la verdad.
SEMANA.: Hace unos meses usted y su equipo "juntaron" a Catalina Muñoz Arranz, una madre fusilada en la guerra civil española con su hijo sobreviviente de 83 años, gracias al hallazgo de un sonajero en la tumba. El caso agitó el debate y removió viejas heridas. ¿cómo lidiaron con eso?
F. E.: Llevamos más de 20 años en este proceso y hemos recuperado casi 9.000 esqueletos e identificado a uno de cada tres. Los hallazgos se han dado en más de 700 fosas comunes. En ese proceso nos han acusado de todo. Al principio de ser antisistema, de querer reescribir la historia o nos cuestionan por reabrir heridas. Esas acusaciones no tienen desarrollo. Son frases que le sirven a los periodistas pero que carecen de explicación. Hay que salir adelante siendo serios y demostrativos. Ese sonajero es uno de los objetos más emocionales que hemos encontrado. Qué necesidad teníamos nosotros de sembrar ese juguete en la tumba. Yo estoy tranquilo porque sé cómo se encontró esa evidencia. De hecho, hace unos días hallamos varias cartas en otra fosa, son papeles de hace 80 años guardados en una bolsa que la víctima dirigía a su mujer.
Salvador Allende se suicidó porque era el único refugio que le quedó a lo largo de aquella mañana.
SEMANA.: ¿Los forenses siempre trabajan con conflictos humanos?
F. E.: Sí, este es un proceso en el que siempre hay discrepancias y dadas las circunstancias siempre vas a quedar mal con alguien. Nosotros estamos acostumbrados a que la búsqueda de la verdad es un ejercicio tendencial y aproximativo. Casi nunca completo porque buscar la verdad absoluta en los conflictos humanos es imposible.
SEMANA.: Incluso, en el caso colombiano...
F. E.: Así es, se trata de un ejercicio de aproximación. Hay más de un tercio de los desaparecidos que no se encontrarán nunca porque tienen limitaciones. No todo se podrá resolver desde el plano científico o técnico. Hay otra parte clave que es la gestión administrativa del proceso: pararse delante del familiar, mirarlo a los ojos, escucharla en nombre del Estado y preguntarle: ¿usted qué tiene para decir? Su relato hace parte del patrimonio histórico, cultural y mental de Colombia.
SEMANA.: Con el caso de Catalina Muñoz, la mujer que encontraron en Valencia, ustedes vivieron un fenómeno similar que se replica en Colombia donde se cuenta que cuando la agroindustria en medio del trabajo encuentra restos, suelen cambiarlos de lugar y no reportarlos por miedo a las implicaciones que se derivan con el hallazgo...
F. E.: A medida que uno avanza en estos asuntos, los desánimos se incorporan. Nosotros hemos estado varias veces en el Sahara, que fue una provincia española, investigando una serie de crímenes. Nos decían que no valía la pena, que como era un zona de desierto el ADN no se iba a preservar, que íbamos a fracasar. Sin embargo, se demostró todo lo contrario. Los identificamos a todos, fue un éxito el trabajo. Hay que mantener los esfuerzos por buscar aunque no se encuentre. Colombia pasará por muchos fracasos dada la topografía de su territorio. Pero eso no importa, las familias tienen que ver que se está haciendo algo. En este caso de Valencia nos dijeron: se vació todo. Ahí no queda nada. Se echó tierra, se creó un parque encima. Y mira, ¿qué paso? encontramos una mujer que había sido fusilada con el recuerdo de eso hijo.
SEMANA.: Por lo que usted cuenta, la búsqueda de desaparecidos y su identificación tomará décadas....
F. E.: Es imposible ponerse un plazo, entre otras cosas por el número de casos. Eso es lo que a mí más me impresiona de Colombia. Van a haber errores, discrepancias, eso es lo normal. Este es un tema difícil en el que estamos aprendiendo todos. Tampoco se trata decir que hay que montar otro laboratorio de genética. No, ustedes tienen laboratorios de genética acreditados. Ahora, el reto es tan enorme y difícil que no se deben crear falsas expectativas: En Colombia ni se van a encontrar todas las fosas comunes, ni se van a identificar a todos los que realmente se lo merecen.
Hace unos días hallamos varias cartas en otra fosa, unos papeles de hace 80 años que la víctima dirigía a su propia familia, a su mujer.
SEMANA.: ¿Pero sí toda la institucionalidad trabaja para cumplir esa meta?
F. E.: Hay muchas limitaciones, no en vano los criminales trataron de ocultar los crímenes en lugares que son inaccesibles. De tal manera cada que se localice un caso y se identifique a alguien es como si se lograra algo de los demás. ¿Quiénes son los demás? esos a los que nunca se llegará. Así como en muchas guerras se han construido homenajes a soldados desconocidos, lamentablemente acá tendrán que seguir haciendo homenajes a perpetuidad al no identificado. Los criminales han evolucionado y saben que si estropean las huellas dactilares retrasan el proceso. Por eso encontrarán muchas víctimas sin sus dedos o manos. Con el ADN ese problema quedó resuelto. Sin embargo, ellos optaron por las incineraciones y así no dejan ningún rastro.
SEMANA.: ¿Pero los avances tecnológicos no son suficientes para hacer la identificación en circunstancias tan extremas?
F. E.: No siempre. Hoy es más fácil extraer ADN de evidencias muy degradadas. Hoy se puede buscar entre los familiares candidatos con los cuales hacer el cotejo y expresarlo con resultados satisfactorios desde el punto de vista matemático, estadístico. En eso se ha avanzado un montón. Colombia domina todo eso. Aquí no ocurre como en otros países del mundo que ni siquiera tienen laboratorio. Ustedes tienen todo eso desarrollado. La experiencia del Instituto de Medicina Legal es reconocida universalmente.
SEMANA.: ¿Qué tanto cambia el concepto de una fosa por continente?
F. E.: Las diferencias son hasta regionales y locales. De hecho, muy ajustadas a criterios personales de los victimarios. Hay unos que creen que con la cal se destruyen los cadáveres y la usan. Otros, que creen que no tiene sentido. Nosotros en España hemos ido más que a buscar muertos, a buscar cal. Cuando encontramos la cal, hemos dado con la fosa. Ahora, que fenómeno estamos viendo: los que han sido arrogados a los ríos, mares o incluso incinerados, muy difícilmente se podrán encontrar e identificar.
SEMANA.: ¿Por qué la desaparición forzada es un crimen persistente?
F. E.: El crimen es propio de formas de represión concretas en posiciones de retaguardia y población civil. No hablamos de contexto de guerra regular sino irregular en las que el Estado no está presente. Es en esas áreas donde se producen estos fenómenos de violencia con la visión de los perpetradores de que jamás se va actuar contra ellos.
SEMANA.: ¿En qué escenario se encuentra Colombia comparado con el escenario internacional?
F. E.: Si comparamos este nuevo escenario con una visita que realicé a la Universidad Nacional hace unos años se ha asentado la necesidad por pura supervivencia e higiene democrática de poner a funcionar todo. El problema a dejado de ser una cuestión individual para ser un problema colectivo. El derecho a conocer la verdad ya no solamente pertenece a aquellas familias que se convirtieron en víctimas.
SEMANA.: ¿Qué falencias ve?
F. E.: Ustedes tienen muchos actores. Dado que el Estado no ha hecho lo que tenía que hacer han surgido muchas entidades que tienen que ver con la búsqueda de desaparecidos. Sin embargo, no están coordinadas. Pero lo que son los medios humanos y técnicos, Colombia los tiene. Ustedes son ejemplo a exportar a otros lugares del mundo. Uno a Colombia viene a aprender.
SEMANA.: Pero esas fallas las resuelve la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas que hace parte del Sistema Integral de Justicia, Verdad, Reparación y no Repetición...
F. E.: Sí y hay que entender que este será un proceso a perpetuidad que se convertirá en parte de la administración del Estado. Ya no será como con la Fiscalía que estaba a cargo de la búsqueda de desaparecidos y otros casos más. Ni como el Instituto de Medicina Legal que atendía la totalidad de incidentes en materia forense.
SEMANA.: Usted es uno de los que ha juntado más pruebas contra las prácticas que se usaron en la dictadura de Franco. Sin embargo, apenas el 20 de noviembre de 2002 se dio la primera condena. Usted ha sido muy crítico con el papel de la justicia en su trabajo, ¿ve como una ventaja que la UBPD tenga un carácter extrajudicial?
F. E.: La administración de justicia exigen unas garantías que son reconocidas universalmente. Esa, sin embargo, es un maquinaria fría. No sirve para procesos como el que tiene Colombia. Todo lo que genere el sistema integral tendrá una utilidad en el ámbito penal, pero es imposible resolverlo solo por esa vía en la que los familiares suelen quedar marginados. Chile nos demostró que si los familiares de las víctimas no quedan en el núcleo de la atención, fracasan. Ahora, la verdad se puede obtener sin que el proceso esté judicializado. En España el fenómeno surgió 80 años después. Hoy generaciones de hijos y nietos se preguntan: ¿cómo así que mi padre fue expulsado de España y terminó en fue a un campo de concentración alemán? De esos que he oído hablar en los que murieron judíos y gitanos. ¿Cómo es eso que más de 4.000 españoles murieron allá? A esas familias hoy no sirve darles el nombre y el apellido de los desaparecidos. No quieren datos, quieren saber cómo fue, la historia concreta.
SEMANA.: ¿Cambiar justicia por verdad?
F. E.: Para algunas personas esto es insuficiente porque es cambiar justicia por verdad, como ocurrió en España, y lo interpretan como dejar impunes los hechos. Pero en Chile y Argentina, por ejemplo, antes de que el proceso fuera judicializado se llevaron a cabo este tipo de procesos en Comisiones de la Verdad. Luego, llegó la justicia.
Más de un tercio de los desaparecidos que no se encontrarán nunca.
SEMANA.: ¿Tal como ocurrió con el crimen de Víctor Jara?
F. E.: Ahí la decisión del gobierno Bachelet fue indiscutible. Yo empecé como observador internacional y luego como perito. Sabíamos quiénes eran los autores y de alguna forma qué había ocurrido. La exhumación, sin embargo, fue interesante porque parecía que transitábamos de una leyenda que no se discutía en Chile. Fue algo similar a lo que ocurre en España con quienes dicen que Franco no era malo, que nos salvo del comunismo, ese revisionismo inaguantable desde la perspectiva histórica, se contuvo con el movimiento civil de la memoria histórica.
SEMANA.: ¿Y en el caso de Salvador Allende?
F. E.: Él era una víctima no calificada de lo que fueron los crímenes provocados por la dictadura. Nosotros lo revisamos todo y concluimos que fue un suicidio, está explicado pericialmente y se puede explicar. Esto, sin embargo, no impidió que en las conclusiones del informe incluyéramos: todo ello en el contexto del acontecimiento que se produjeron en la mañana del 11 de septiembre de 1973.
SEMANA.: ¿A qué se refiere?
F. E.: Como forenses quizás no debíamos usar esas palabras pero teniendo en cuenta el modelo y tipo de investigación, nos pareció oportuno. Salvador Allende se suicidó porque era el único refugio que le quedó a lo largo de aquella mañana. Hay una responsabilidad en quienes provocaron semejante desgracia. Allende murió siendo el presidente constitucional de Chile.
En el momento que llegas a una fosa común, es la ropa y los objetos personales lo que humanizan el esqueleto.
SEMANA.: ¿Qué lección le deja el trabajo con las víctimas?
F. E.: En mi caso, mis alumnos suelen llegar atraídos por los problemas técnicos o científicos. Pueden ser expertos en ADN mitocondrial, pero esa es una cuestión técnica que una vez aprendida no se olvida. Lo interesante es escuchar a las víctimas, lo que piensan y lo que tiene qué decir. Eso es lo que más atrapa. Cuando te dicen nuestra vida hubiese sido completamente distinta sino no hubieran matado a nuestro padre, que pena que no estén vivos nuestros familiares para ver este momento en que lo estamos recuperando, es demoledor. Pero mucho también dicen: este es el momento más importante de mi vida porque tengo que dejar resuelto un asunto en familiar que estaba sin resolver y que ya no dejo como herencia incómoda para los demás.