Nación
“Fuera, fuera, no los queremos aquí”, las dolorosas imágenes de humillaciones a soldados en zonas cocaleras
Los dolorosos videos de lo ocurrido en Cauca demuestran que los militares son sometidos a infames maltratos y, paradójicamente, están desprotegidos.
Mientras el país se debate entre la campaña presidencial, la indignación por la crisis económica y la corrupción, los trancones, la inseguridad, el desempleo y el día a día de cada ciudadano, lo que viven cientos de soldados en las zonas secuestradas por el narcotráfico pasa desapercibido.
“Fuera, fuera, no los queremos aquí”, se escuchan los gritos de un grupo de indígenas y campesinos encapuchados que, literalmente, echan en medio de intimidaciones a los militares que llegaron a Suárez, Cauca, para realizar operaciones contra el narcotráfico y las disidencias de las Farc, especialmente la columna Jaime Martínez.
En varios videos conocidos por SEMANA quedaron registradas todas las humillaciones. Una imagen muestra cómo alguien hasta le toca la cola con un palo a uno de los soldados. Este, sin chistar, solo sigue su marcha sobre el polvoriento camino, con el pesado equipamiento que lleva en la espalda. “No le miento, pero llora uno viendo nuestros soldados humillados y nosotros sin poder hacer nada”, dijo uno de los comandantes de la zona que no tiene autorización de hablar.
Luego, otro video muestra a dos de los militares completamente rodeados por los habitantes. “No estamos metidos en las casas ni metidos en las escuelas, estamos es garantizando la seguridad de ustedes”, dice uno de ellos. La turba responde “fuera, fuera” y la voz del uniformado queda sepultada. Cada vez llegaban más personas a acorralar a los militares. Ellos eran 50 y los de la zona, muchos más.
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Pasó lo de siempre: los “retuvieron” por unas horas. Esa palabra que en el Código Penal se llama secuestro, pero que en la tierra de nadie no importa y goza de impunidad, solo es anécdota.
Un video más registra cómo un civil, con la cara tapada, se va encima de un soldado armado. Aunque su compañero trata de cogerlo para que no se lo lleven, en segundos los encapuchados lo levantan y suben a una chiva. El militar solo se abraza a su arma. Él tiene fusil, los otros tienen palos, machetes y cuchillos. Él tiene su cara descubierta y ellos la llevan tapada. Él no puede defenderse, esa es la orden de sus superiores y, además, no quiere terminar preso. Tiene que dejarse hacer lo que quieran hacer con él.
Se escucha un “eh” sostenido. Ahora se ven varios equipos de campaña del Ejército encima de la chiva custodiados. “Usted no sabe la impotencia que se siente”, dijo desconsolado un militar al ver lo ocurrido.
“Siguen las provocaciones, están buscando que un soldado se emberraque y reaccione con su arma, para ahí sí decir del abuso de autoridad”, escribió un militar a un chat de SEMANA. Entonces, llevaban más de 36 horas en el martirio y la humillación. “Ellos lo llaman a uno a pedir orientación de qué hacer y más impotencia da el tener que decirles que no pueden hacer nada, que las armas que les dimos no las pueden usar”, comentó un comandante en otra zona que ha vivido lo mismo con sus soldados en zonas cocaleras.
Otro militar intenta calmar la turba: “Por favor, déjennos trabajar sobre este sector”, pide suplicante. Pero los encapuchados lo callan a gritos y levantan sus machetes y palos: “Fuera, fuera, fuera”. Vuelve y se escucha al militar, que explica qué artículo de la Constitución cumple con sus soldados y les indica que sus hombres están allí para “protegerlos” de las actividades ilícitas de quienes operan en la zona infestada de coca. Los ánimos se caldean más. “Una hora pa’que desalojen. Queremos que se vayan o los sacamos”, les advierten.
Otro militar levanta su voz y les plantea: “Ustedes están haciendo cosas ilícitas”. Sin embargo, alguien grita: “Déjennos trabajar”. En uno y otro intento, los dos militares les aseguran que no están en confrontación con ellos y que la idea es llegar a unos acuerdos para poder cubrir el área. “Los hemos respetado y respetamos sus derechos humanos. Les pedimos que ustedes también nos respeten”, se escucha decir a uno de los uniformados ya agotado. Es como si nadie estuviera oyéndolo. “Tenemos más de 10 mil campesinos”, lo amenazan.
El diálogo es de sordos. “Nadie nos puede tocar un soldado, ni maltratarlo física y verbalmente”, dice el militar cuando ya ha pasado de todo. Al final, se rinde, “nosotros nos vamos a ir”, les anuncia. El Ejército cayó vencido en esa pequeña vereda Senderito.
Nadie se dio por enterado, a muy pocos parece importarles. Al fin y al cabo, siempre será más fácil pintar al Ejército como el malo de la película.
“Les decimos a nuestros hombres: debemos continuar con nuestra fe en la causa intacta, estamos es para sacar adelante a nuestro país, estos pocos no pueden bajarnos la moral”, dice un alto oficial en el anonimato.
El país prácticamente no se dio por enterado y lo peor es que volverá a ocurrir. Las últimas imágenes solo muestran a unos soldados cabizbajos saliendo de la vereda, al tiempo que son arreados como bestias por los encapuchados.
Allí el narcotráfico ganó ese día la batalla.